lunes, diciembre 28, 2009

Variaciones sobre un tema de amor (3)

3. Una caricia. Eso pienso y lo escribo. Fue una caricia. Pero existe un abismo enorme entre lo que pienso y lo que escribo, un espacio infinito entre mi intención y tu percepción, entre mi mano y tu piel. Aún más lejos están tus pensamientos y tus sentimientos. No sé ni puedo saber si para ti ese gesto incierto fue una caricia o no, si mi mano que por un instante rozó tu piel para convencerme de que estás ahí, de carne y hueso. Una caricia como puente, entre el frío de las letras con que te invento y te pienso, y la tibia sensación de tu piel más allá de todas mis palabras. Una caricia para convencerme de que no existes sólo aquí, inventada con signos más o menos arbitrarios y mal pintados en la libreta que entonces aún no veías pero estabas a punto de.

A punto de, lo mismo que mi corazón y mi mano estaban a punto de, sin que yo lo pensara o lo quisiera; mi corazón y mi mano en el instante definitivo de estirarse, en el último segundo o fragmento de segundo más largo y aterrador en que puede encontrarse un hombre y que jamás se repite. Mi mano a punto de estirarse temblorosa hasta el sitio precario que ocupa tu brazo, a punto de recorrer con miedo a que desaparezca, el perfil hermoso de tu piel blanca. Tu piel que ya no es la silueta de una sombra que adivino, sino una suerte de ilusión que temo romper con ese tacto que no pensé ni quise, pero que está a punto de suceder. A punto de, mi corazón a punto de inventarse más sueños y pesadillas de los que yo le hubiese permitido jamás cuando vio a mi mano una millonésima de segundo más rápida que él, alargándose incierta y temblorosa para pintarte al fin la primera caricia disfrazada de curiosidad o vaya uno a saber disfrazada de qué. Mi corazón, una millonésima de segundo más rápido que tu respuesta, tu reacción, viviendo ya en pesadilla einsteiniana todas las reacciones, buenas y malas, tiernas o crueles, a partir de las que podría a empezar a escribir el resto de mi vida. Mi mano a punto de, mi corazón a punto de y, sobre todo, tu rostro y tu piel a punto de.

La incertidumbre no dura, pero basta para que yo viva todos los desenlaces posibles de una acción que no escogí ni planeé, una acción de mi mano, mi corazón y tu rostro que parece determinada por un atavismo cósmico, por la lógica que rige los sueños, esa causalidad torcida donde todo sucede sin razón pero se esfuerza y siempre logra encontrarle sentido para no despertar. Imagino.

Imagino ese instante, si pudieras verme con mis ojos. Imagíname asustado cuando veo que mi mano, lejos e ignorante de todas mis órdenes, heraldo no autorizado de todas mis esperanzas se alarga para hacerte una caricia y ocultarla con un pretexto trivial. Algún día dirás que tus ojos me buscan, que tu rostro a punto de, quizá esperaba. Pero yo no quiero las explicaciones del después, las que vendrán conmigo o con cualquier otro. Yo quisiera saber qué es lo que existe ahí cuando tu rostro a punto de, mi mano casi, mi corazón inminente. Me imagino si tus ojos, igual que los míos vieron esa mano ajena acercándose a tu brazo. Si tu brazo se quedó ahí esperando mi caricia a propósito, si no te diste cuenta, si deseabas ese contacto frío y tibio de una mano, un dedo temblando al deslizarse tímido por tu brazo. Si lo soportaste porque no te quedó otro remedio o si, lo mismo que yo, le diste un sentido nuevo, incomprensible.

Mi mano a punto de estirarse para hacerte una caricia disfrazada, mi corazón a punto de decir te quiero en silencio. Y tu rostro. Tu rostro a punto de sonreír. Tu mano a punto de pasar por el sitio exacto donde supe dibujarte torpe la primera de todas mis caricias, nuestras caricias.

Basta ese instante para ser feliz, pero también para vivir días imposibles por el resto de la vida. Basta una caricia para que de inmediato y ahí ante tus ojos que ojalá me busquen sin que yo lo note, porque no me he dado cuenta. Una caricia y yo ya estaba a punto de escribir. Te quiero. Tras pensarlo mucho, tras dudarlo, porque aceptar el deseo es aceptar también que no se cumplirá. Que no quiero que se cumpla. La pluma a punto de escribir te quiero. Tus ojos a punto de leer que te quiero por encima de la pluma que se desliza sobre el papel, dejando su aciago rastro negro. Y yo, durante páginas y páginas, a punto de escribir tu nombre sin atreverme, porque las cinco letras que te nombran describen mi destino que aún está a punto de escribirse. Aún es tiempo de renunciar y huir. Porque al principio basta muy poco para ser feliz y después ya nada es suficiente.

Mi mano a punto de hacerte una caricia. Mi corazón a punto de admitir te quiero. Tu rostro a punto de una sonrisa. Tu mano a punto de un eco de caricia. Mi pluma a punto de escribir te quiero, de escribir tu nombre. Todo tiempo confundido, doblado sobre sí, hecho un ovillo sin punta. Y yo, antes y después, pero también en este ahora que se queda siempre en lo que está por suceder, estoy a punto de escribir tu nombre, pero aún no me atrevo. Otra vez la hoja que pudo ser blanca, se quedó a punto de llevar la eternidad en tu nombre infinito.


23 de Noviembre de 2009


viernes, diciembre 04, 2009

Variaciones sobre un tema de amor (2)


2. Y es que al principio es poco lo que hace falta para ser feliz. Basta un instante, un momento pequeño y hasta preciso. Es fácil ubicar esa felicidad y hacerse un lugarcito ahí en medio,una representación o simulacro con palabras o dibujos. No cuesta imaginar, por ejemplo, a Seurat guardando avaro un instantede felicidad en el tiempo puntillista. Basta mirar el cuadro, leer las letras, cerrar los ojos y concentrarse en esa primera vez, Fausto, en que viste que viste a Gretchen, esa primera vez, Lou-Andreas, en que cruzaste palabra con Rilke. Felicidad sencilla, felicidad de principio, felicidad que por su claridad llena el mundo y ciega como la primera luz de Prometeo, pero que por lo mismo, lleva o arrastra el castigo y la obligación como eterna compañera.

Hace falta poco cuando uno está aún hundido en el abismo o la obscuridad y pide apenas un rayo de sol o una gota de rocío para recibir alivio. Cuando uno está solo, antes de conocerte, sin saber siquiera, sino por ausencia, por los espacios vacíos, el contorno de tu sombra. Entonces, al principio, ni falta hacen tu nombra ni su contorno para sonreír a oscuras; bastaba entonces esperarte, mirar el vacío y suponer tu posibilidad como consecuencia. Al preso Montecristo le bastaba apenas la ilusión de ser libre para serlo. Pero apenas asoma un cambio y la nuez de Hamlet queda justa y se encoge cada vez más.

Así cuando te vi la primera vez renuncié a los infinitos mundos y quise repetir sólo tu sonrisa ¿Cuánto dura tu sonrisa, la primera? Tiene fecha de vencimiento, lo sé, y ha llegado, pero no supe cuándo. Acaso al saber tu nombre o al comprender con algún grado de certeza, que podré verte sonreír casi cada uno de los días que llenarán los próximos años. Murió tu sonrisa cuando dejó de ser excepcional, cuando se repitió. Pero lo mismo, y aunque hubiese sido esa tu única sonrisa, tarde o temprano se habría transformado de felicidad en tortura, arrepentimiento y muerte.

Al principio basta un poco para ser feliz. Pero el deseo o la necesidad no conocen límites, dejan lugar en silencio a la ambición. Un instante breve de felicidad basta para tener ambiciones toda la vida, para amargarse cada instante con la intuición de lo que hace falta, con el desprecio de lo que se tiene o tuvo y que ya no basta ni bastará nunca más para ser feliz. Bastaba un poco, pero después, por la ambición natural de la felicidad y el deseo, ya no bastarán ni el mejor de los mundos posibles, ni la suma de todos los mundos posibles. No hay final en un universo en expansión, no hay puntos de atracción ni límites. Ni siquiera el eterno retorno sirve de consuelo porque siempre hace falta más y la repetición o el olvido no son suficiente. Tu sonrisa me puso frente al umbral del tiempo, ante el infinito, pero tengo que rechazarlo, porque no me basta.

Una gota de agua, como pedía el viejo rico a Lázaro, no es consuelo entre las llamas del infierno. Cualquier felicidad es al principio enorme, pero en un instante queda insignificante. Así, ni volverte a ver, ni recibir tu sonrisa son ya ni la sugerencia de una alegría pasajera. Un breve consuelo hace el tormento más terrible. Y mi tormento es no tenerte. Tenerte ajena y a ratos es peor que la peor de mis palabras. La primera vez que tu piel tocó la mía en un beso sugerido casi al aire, en ese saludo casual entre pasillos y desconocidos y todo lo demás. Eso no es consuelo, es dolor. Porque ahora espero y necesito ese beso sugerido todo el tiempo, al despertarme, al salir de casa, al volver, en el auto, en el trabajo, en la vida, en la muerte, y en el brevísimo intervalo entre una y otra letra de las que componen este escrito que nunca te alcanzará como eres ahora, antes de saber que tu piel me llama. La silueta de tu sombra, tu rostro desconocido, tu primera sonrisa, tu nombre, tu piel, todo se transforma antes de que pueda disfrutarlo y eternizarlo, en una añoranza perpetua que, como la estrella de la mañana anuncia el amanecer, pero no disipa las tinieblas.

Te quiero. Hasta ahora lo escribo. Tras pensarlo mucho, tras dudarlo más. Te quiero y eso no basta para ser feliz, es muy poco. Te quiero y duele, porque al decirlo, al escribirlo, debo aceptar también que mi deseo de verdad es que nunca se cumpla mi cariño, que no deseo que se cumpla mi deseo. Quiero tenerte siempre lejos y siempre cerca, pero en ningún caso tenerte toda. Quererte es jurar la maldición eterna de buscar la felicidad todos los días y renunciar a ella cada instante. Ceguera voluntaria de tu piel, de tu rostro y tu sonrisa, deseo de tenerte toda e infinita, deseo interminable como la tormenta misma de posibilidades que te forman y no, que te definen por ausencia y presencia, potencia y acto. Te quiero, y eso significa que ni aún la suma de todos los instantes tuyos, los vistos y perdidos, los posibles e imposibles, pasados y futuros, serán suficientes para hacerme feliz. En tu sonrisa renuncio a la felicidad para acercarme siempre, a cada instante, sin llegar nunca. Eterna división de la distancia.

Al principio es fácil ser feliz. Pero ese principio es también la trampa de la angustia, la renuncia, la muerte en vida. Es infinita la búsqueda de tu sonrisa, no puedo resumirla ni en tu nombre, que ahora me parece vacío, insuficiente. Y así, al levantar la pluma, aunque admito que te quiero no me atrevo a escribir tu nombre, porque eres mi felicidad y por lo mismo, el dolor que no termina.


—Und alles war neben dir geschrieben—


17 de Noviembre de 2009


lunes, noviembre 16, 2009

Variaciones sobre un tema de amor (1)

1. Levanto la pluma, escribo. Escribo que levanto la pluma y así gano tiempo, el breve instante que separa letra y palabra, para pensar tu nombre y preguntarme si basta esa palabra para crearte o conjurarte. Si acaso basta la palabra que te nombra, con sus pocas letras y su palíndromo sencillo para encerrar todos los instantes y eternidades imaginarias que despiertas al coincidir conmigo.

Levanto la pluma y lo escribo un instante después porque aún no sé decidir si ese, tu nombre que rehuye del papel, bastará en mi memoria para darle vida eterna a los nombres efímeros que te inventé y me sirvieron para pensarte cuando aún te miraba desde lejos. Tu nombre es tuyo y acaso no vibre al mismo tono y timbre de la voz que tuviste en mi sueño antes de que cruzaras palabra con mi cuerpo.

Tu nombre es tuyo, pienso antes y mientras escribo, la fantasía, en cambio, es toda mía. ¿Puede entonces tu nombre ser efigie de la fantasía que fuiste antes de ser? Te inventé una imagen y un carácter que no son sombra de tu vida. Te quise en sueños, pero te quise más en carne y hueso para así poder tenerte. No sé si mi ilusión aún moldea tu cuerpo, o te pinta de otro modo cuando me llenas la mirada de alegría. Exististe antes de mí, pero en algún modo mis sueños te crearon nueva, y aún brilla sobre ti el fuego fatuo de lo inalcanzable.

Con tu nombre digo lo que eres, pero también lo que pudiste ser, y lo que te hacen ser mis ambiciones. Con tu nombre digo también lo que soy después de ti, contigo, lo que seré al final sin ti. Tu nombre entonces, no te pertenece, ni a mí.

Levanto la pluma, escribo. Un instante suficiente para no escribirte. Para decidir guardar las letras de tu nombre hasta que reescribas tu futuro y mi pasado, hasta que la vida conjure en un instante toda posibilidad: lo que es y no, lo que puede ser, lo que no será.

Tomo la pluma y no escribo. Esto que era o pudo ser una página en blanco, ahora es el deseo de encerrar la eternidad en las letras que te nombran y describen mi destino, las letras que quise escribir al levantar la pluma y se fueron multiplicando sin llegar jamás a formar la palabra como quiero escribirla. Acaso es imposible.


miércoles, septiembre 23, 2009

Platón, Shakespeare, Wittgenstein


Dicen que terminaré loco por andar hundido hasta el cuello entre libros. Y aquí recuerdo de nuevo a Cortázar —sigue el homenaje— y su anécdota del maestro que recomendó que le prohibieran leer tanto, no fuera a hacerle daño. Pero uno es afortunado y los maestros le dicen que no lee suficiente, así que no habrá fascismo ignorante que tapie el quijotesco camino a la locura que se presenta en mi futuro.

Y es que uno sospecha que empieza a perder la razón cuando encuentra relaciones entre Platón, Shakespeare y Wittgenstein, cuando se da cuenta de que tienen en común una visión del mundo opuesta al cientificismo moderno. Una visión más trágica y hermosa que estamos educados para ignorar o rechazar en todo lo posible: Platón separaba el mundo en dos partes, el mundo de las ideas que corresponde a la Verdad, pero no a la realidad, y el mundo de las apariencias, que es realidad pero no verdad. Resulta entonces que realidad es sinónimo de apariencia, antónimo de verdad y que todos los días, todas nuestras acciones equivalen a dar tumbos en la oscuridad o la penumbra, en busca de un mundo mejor al que sólo la gracia y la luz de lo sobrenatural pueden acercarnos. De ahí, no es muy difícil dar el salto a Macbeth, en cuyo soliloquio, del acto V, nos invita a pensar en el mundo:


It is a tale

told by an idiot, full of sound and fury

signifying nothing


Todo en la tierra, todo lo que vemos y nos determina en este mundo es falso, un reflejo o sombra pálida de la verdad. A la luz no se llega por la sombra y por eso debemos arrancarnos el cuerpo, que es la parte más real y, por lo tanto, más aparente de nuestro ser. Renunciar al cuerpo y los sentidos que son príncipes de la mentira, fuente de sonido y furia, obstáculos a la verdad. Volcarse de lleno al espíritu, la razón y el arte.

Llega entonces Wittgenstein, para decir que las ideas de Platón y de Shakepseare, e incluso, las ideas del propio Witt, están expresadas en un lenguaje, que es producto de la carne y los sentidos, que es parte de la realidad y por lo mismo, aparente, falso. Es decir, pensar en este mundo como una historia sin sentido contada por un idiota es ofrecer apenas un pálido reflejo, una figura difusa del verdadero patetismo de la vida. El lenguaje es apariencia y eso significa que también lo son lo que llamamos arte y razón.

Nuestro mundo es un mundo a medias y eso es una tragedia. El mundo es trágico en el discurso de Platón, porque vivimos metidos en una caverna, con los ojos vendados y sin conciencia para saber que afuera hay luz. El mundo es trágico para Shakespeare pues estamos atrapados entre cielo y tierra, entre virtud y caída, debatiéndonos furiosos entre el sonido y la furia, sin sentido. El mundo es trágico para Wittgenstein porque nada podemos decir que valga la pena ser dicho, las palabras son algo como balbuceos dementes, monólogo a millones de voces donde cada uno pretende decir algo y todos hacen como si entendieran.

Esta idea de la humanidad como una suerte de esquizofrénica incapaz de ver diferencias me fascina. Y ahí es donde uno ya no sólo sospecha, ahí es donde uno sabe que empieza a perder la razón, porque es necesario aceptar que todas estas palabras son apariencia de razón y sentido, pero son en esencia un balbuceo incoherente de gritos y blasfemias. Pero llamarlos así es dar apenas una idea difusa de su verdadero absurdo. Entonces, ¿por qué escribir, leer, amar, fornicar, llorar, vivir?

Porque entonces, esto que sabemos del mundo, este aparente sinsentido, esta realidad sin explicaciones, este mundo trágico, es sólo una concepción oscura y juzgarlo aquí es volver al bucle del absurdo. Sólo sería posible aventurar un juicio acerca de este lado y confiar en él, si estuviésemos de aquél lado. Sólo la verdad muestra lo pálido de la apariencia, pero de la verdad nada sabemos y nada podemos decir, escoger la vida o la muerte da lo mismo porque la acción no está justificada, es sólo un nuevo grito furioso, otro tropiezo en la caverna. En eso, estamos todos de acuerdo: Platón, Hamlet, Wittgenstein y hasta yo.

Y estamos de acuerdo también en que este sentido trágico no nos roba ni una onza de placer y gusto porque entonces, ante la apariencia del deseo, ante la sombra del ideal, nada importa, ni este mundo ni el otro. Como dijera Richard Gloucester:


And yet to win her, all the world to nothing!


Platón, Shakespeare y Wittgenstein, abarcan entera la historia intelectual de la humanidad agnóstica. Curioso que a pesar de los milenios y el progreso, la “modernidad” nos haya educado para ignorar la tragedia y el futuro. Ahora la verdad es este mundo, verdad ahora es sinónimo de realidad. Es un mundo mas pobre, la misma historia contada por un idiota más discreto, menos escandaloso, un loco catatónico. Prefiero el sonido y la furia, prefiero que mi cabeza “muerda y vocifere ya rodando en el polvo”. Por lo menos es más divertido.


Septiembre 23, 2009

14:51 Hrs.


miércoles, agosto 19, 2009

Biblioteca

Es fácil olvidarse de la cantidad de cosas que hay allá afuera cuando uno se instala en la seguridad del horario laboral, el sueldo cada quincena y la rutina. Por eso hace bien escaparse de pronto de esa realidad —quizá sería mejor decir, irrealidad— y volver a la escuela. Ahí se encuentra uno con lo maravilloso y lo inesperado, ahí nacen reflexiones que enriquecen el espíritu.

Así me pasó hace unas horas, mientras hacía una fila interminable para sacar las tres copias del temario para alguna materia. Estaba en la segunda sección de la biblioteca, donde se concentra la mayor parte de la literatura universal. Por supuesto que hay vigilantes para evitar los robos de libros que de cualquier modo suceden. Y uno, como buen atascado cultural, se imagina que no hay trabajo como ser vigilante sindicalizado en la biblioteca de Filosofía y Letras. Tener al alcance de la mano durante ocho horas al día, toda la literatura del mundo, en todos los idiomas, en las mejores ediciones críticas. Y que además le paguen a uno por estar ahí “vigilando”! Es decir, sentado en su puesto y perdiendo el tiempo. Como Borges, tendría tiempo suficiente para leer todas las enciclopedias y no habría preocupación por el dinero. Hasta del más bárbaro podría sacarse un sabio a la Voltaire!

Pero entonces, uno mira al vigilante quien, con el mismo cuidado y precaución que uno pondría al hojear la primera Biblia impresa por Gutenberg, revisa un catálogo de la papelería Lumen, ajeno a toda la gesta cultural y estética de la humanidad. No puedo evitar pensar en Sócrates, en que uno no escoge el mal sino sólo por ignorancia. Pero, ¿a quién le toca juzgar?


sábado, julio 25, 2009

País llamado Cortázar



Hace un par de meses, antes de las vacaciones, prometí que escribiría un pequeño homenaje al gran Cronopio, por su libro inédito y todo eso. Lo que no imaginé es que Julio me inventó primero, en el Último Round, como bien pueden atestiguarlo todos mis amigos que me saben medio obsesionado en la lectura de Wittgenstein. Curioso que en ese mismo juego de imágenes y palabras, Cortázar también respondió la pregunta más veces formulada al autor de estas líneas humildes: ¿de qué se trata yonosevivir? Dejo la imagen como prolegómeno —palabra que le encantaba a Julio— del futuro post que sustituirá en todo a este, y como invitación a la lectura del Último Round. Además un par de imagenes de la tumba del Cronopio, de su nombre junto al de Carol Dunlop. Ahí, ante esa lapida, con su animalito verde y solitario, escrita en dos nombres con sus fechas, encontré la mejor definición de amor, que ni con citas de Wittgenstein, ni de Marcuse ni de la puta que nos parió a todos. De eso se trata yonosevivir, de que uno no llega a ser cronopio, por más que lo intente, si es medio fama, medio esperanza.

miércoles, junio 03, 2009

Arcilla Roja rules!!

El amable lector que de vez en vez se aparece por estos desérticos parajes llenos de letras, sabe que no es el estilo de este humilde blogger crear entradas a partir de imágenes porque es mal fotógrafo y considera que todo eso es cosa del diablo. Hoy es necesario hacer una excepción porque es un día de manteles largos en que el humilde autor desea recomendar una excelente revista que tenía tiempo de andar buscando y muchas ganas de leer: Arcilla Roja, cuyo número más reciente llegó por fin hoy a mis manos.

Obtuve la revista por cortesía de María Vázquez, la mera jefa de toda la operación, quien además es autora de varios libros, fotógrafa y excelente editora —creo que con un másters y todo—. Para ti, María, todo mi agradecimiento por haber destapado esa botella al mar hace algún tiempo.

La revista es excelente, con un contenido visual y escrito que se presenta con equilibrio y elegancia. La revista es como uno de esos amigos inteligentes, que saben hablar de cosas serias sin demasiada gravedad y también disfrutan de los placeres sin esnobismo que a todos nos gustan siempre y cuando sean de buen gusto. Los conciertos, la política y la ventana al mundo por la fotografía. Arcilla Roja es esa persona cuya ausencia siempre se siente en la mesa de café, la que siempre tiene algo que decir, pero nunca habla por hablar. Es ese amigo del que uno está orgulloso porque se ganó a pulso un apoyo del FONCA.

Arcilla Roja está a la venta en Zacatecas, pero también en las librerías de Conaculta y en la FES Acatlán de la UNAM. Además, puede uno suscribirse si llama al —(+52)(492)899 0890— o si escribe a arcillaroja@gmail.com

Arcilla Roja me gusta. Y abrir una revista nueva ha sido siempre un ritual placentero. Saber que ahí esperan muchas letras e imágenes de otras tantas latitudes y tendencias. Es una ventana al caos o a la diversidad; lo mismo que en las papelerías el olor a tinta y papel nuevo que surge de una revista es algo especial, casi un vicio. Así que leí la editorial en la primera página y luego me encontré con mi paredro en el índice, anunciado en la sección transforntera, página 32. Mi paredro dice algo sobre una película de Jim Carrey, 23, pero lo ignoro.

El texto completo y legible de El Valle de los Gritos puede leerse aquí. La verdad es que cuesta trabajo creerlo, que uno sonríe con algo de incredulidad, con algo de miedo. Lo cierto es que mi paredro mira a María, como si viera una aparición en lienzo de Gaspar Luois David; mi paredro le sonríe y la abraza, y busca que el tacto le de una sensación de realidad o de certeza. Pero mi paredro tuvo una mañana difícil, le preocupa un cadáver en la Universidad, en las plazas y aceras que en un mes serán el escenario de todos sus días, le abruma una sentencia bien corrupta y además lleva encima una noche de insomnio. Así que ni el tacto, ni la sonrisa, ni el silencio bastan para convencerlo de que las cosas están pasando. Mi paredro piensa, al salir y dirigirse al auto, de que ha sido lacónico y acaso un poco antipático; y espera que María no lo tome demasiado en serio, así son algunos encuentros, así son algunas mañanas donde las buenas, las mejores noticias se ven un tanto manchadas por la desagradable realidad. Lo siento, y como un eco, también lo siente mi paredro. Pero prometemos, Maga, que pronto habrá celebración.

Y claro, mi paredro es un tipo de poca paciencia, de esos que cometen tropelías y alguna que otra falta de delicadeza por pura emoción o expectativa. Son legendarias sus metidas de pata en un examen profesional, con más de una novia o interés romántico, con todos los amigos. Mi paredro nada sabe de autocensura. Y por todo eso, lo que hizo de inmediato fue pasar a la página 32, como niño que se abalanza sobre la jarra de galletas, que corre tras los regalos en navidad, que celebra su cumpleaños con secreta avaricia. Pero todos somos así o tenemos algo de mi paredro así que ¿quién puede culparlo?


Mi paredro, y yo a su lado, devoramos poco a poco las letras, reconocemos esa dedicatoria vieja, de hace años, nos miramos el uno al otro y quisiéramos decirle "¿ves? cumplimos!"; pero acaso haya que pelearse de nuevo en la calle y ni gana que nos queda. Un sólo espectáculo de idiotez en la vida basta. Así que guardamos silencio y seguimos leyendo emocionados; mi paredro parece tener ganas de tirar la casa por la ventana y seguirla también él, lanzándose de cabeza por el puro gusto. Él cambia la página y revela el final que todos conocemos, reconoce las letras y sonríe. Mi paredro sonríe; hace meses y meses que no lo veía sonreír. Qué estilo tan pobre, murmura, que cosa tan trivial, continúa, bisbis, insiste. Entonces lo interrumpo. Las palabras arrancadas de su fuente ya no son cosa que pueda juzgarse; pero hay palabras que breves y fuertes, significan más que todos los devaneos de mi paredro.

"Sigue escribiendo", dijo María y por su voz hablaron también el destino y la necesidad. Sigue escribiendo porque no sabes hacer otra cosa. Por que por más que busques o intentes, ni en el mundo que inventes más a tu gusto, estarás satisfecho.


* * *


Supongo que el público culto y conocedor reconoció mi malogrado homenaje a Cortázar en este post. Es mi manera de decir, bienvenido de vuelta. Porque para bien o para mal, el cronopio resucitó con casi quinientas páginas inéditas de "Papeles Inesperados", cortesía de Alfaguara. Y eso, de lo que me enteré anteayer, me hace sospechar del destino y del futuro. Pero habrá un post especial de Julio.

miércoles, mayo 27, 2009

Silencio

Soñé con K. Esos sueños que aparecen de repente y sin ninguna razón me ponen siempre nostálgico. Sueños sencillos, de convivencia serena, en los que hay apenas compañía al tomar un café o al mirar un filme. Hace dos o tres noches era K, pero a veces es alguien más, casi siempre la misma, la que se me escode en la vida y en los sueños. Nunca hablamos. K sonreía y con esos ojos decididos parecía decir todo lo necesario. Yo me limitaba a verla también en silencio. Al despertar de sueños así, me siento expulsado del paraíso transitorio, de una paz o una concordia que raras veces he encontrado en la vida. Leí o escuché —quizá inventé— que lo más difícil de compartir es el silencio. Acaso de ahí viene la nostalgia. De abrir los ojos a un mundo de palabras, un mundo ruidoso y casi todo el tiempo confundido. Charlar, escribir, leer. Siempre mensajes de ajeneidad; mensajes triviales que ocultan el verdadero sentido de las palabras. Entenderse a medias, vivir en la doble incertidumbre, en la pesadilla de una gramática mal acabada que sin embargo es el único medio, la única herramienta que confío pueda llevarme alguna vez a la realidad silenciosa con que sueño. Hasta ahora, había pensado que un mundo en el que no quedara algo que decir sería un mundo vacío. Al despertar de ese sueño donde Karina me miraba en silencio y sin final, donde yo la miraba y entendía la razón de su presencia silenciosa, me siento tentado a cambiar de opinión. Puede ser que el paso último sea silencio. Si inventamos las palabras para explicar al mundo, también las inventamos para crear mentiras, malos entendidos y pretextos convenientes, para escapar de la verdad. En cambio, no puede mentirse en silencio y sólo en el silencio se descansa. El silencio es paz, el silencio es acuerdo y concordia. Acaso lo que intenta decirme el sueño es eso; que la única forma de decir las cosas y evitar interferencias o angustias lingüísticas es callar, la renuncia al lenguaje. Ni una seña, gesto o caricia. Quizá el paraíso llegue al mundo cuando cese la palabra; acaso el demiurgo es mudo y sin pretensiones, será un loco que se divierte solipsita en un mundo sin interferencias. Soñé con Karina. Compartimos un silencio. Y al despertar, no quería buscarla, ni recordé la noche en que nos conocimos. Soñé con ella y desperté con su imagen bien presente, la flor roja y el cabello corto. Me puse triste. En un mundo sin palabras, el nombre no borraría lento a la imagen y su rostro no se perdería lento hasta quedarse en seis letras y sin ecos. En silencio, las palabras no levantarán trincheras entre mi memoria y la realidad. Cerraré los ojos y crearé su retrato en vez de escribir su nombre. Acaso, lo que dijo Hamlet no fue un vaticinio ni una metáfora de muerte sino el único deseo que todos compartimos. The rest is silence.


martes, mayo 12, 2009

Ni en sueños. (Milena)


Y si no recordamos todo esto, el suplicio no ha de ser tan terrible.

William Faulkner


Y parece que ya ni en sueños puedo hallarte. Que ese deseo tuyo que imagino o adivino, el deseo de perderte y borrarte de mi mundo, se materializa o desmaterializa poco a poco en la realidad por la que no te apareces hace casi dos años; en la memoria, donde cada día eres más borrosa y parecida a algo que inventé, a una escultura que se compone de infinitos bocetos, todos ellos imperfectos, invisibles. Cada día más perfecta, pero también más lejana. Tanto, que hasta me da miedo buscarte en las palabras donde pude atraparte mientras te tuve, en las palabras que acaso sabrían devolverme tu imagen, pero acaso no. Y prefiero vivir en la incertidumbre a perder hasta la esperanza de traerte de vuelta a partir de un par de líneas, o miles de ellas, esperándome en cuadernos que nunca volveré a abrir.

O que creí que no volvería a abrir. Pero acaso no cuenta como cuaderno cuando sólo busco un archivo en la computadora para explicarle a alguien importante lo que yo creo que significa el amor. Y el archivo, que me devuelve tu nombre pero no tu cara; mis descripciones pero no la vida pasada; abre un nuevo camino en mi vida, una posibilidad de llegar ahí a donde he apuntado todo el tiempo y ahora acaso, por tu eco, alcance a llegar por fin. Un escrito que me devuelve tu nombre, pero nada más, que me pone frente a frente con mi soledad y con el sentimiento de estar maldito y vencido; perseguido por ese fantasma tuyo que ya no tiene rostro pero que me arranca de cualquier nuevo principio, que me ha robado amores y futuros con la misma facilidad con que tú me robaste hace años el presente. Me queda el pasado y en él estoy pensando mientras escribo una carta triste, preguntando si tu maldición es algo que imaginé, si acaso sabré arrancármela del cuerpo y del corazón. La respuesta no es alentadora, ni es la que esperaba, pero el efecto es el mismo. No hay salida del laberinto que describe tu nombre, donde se me pierden futuro y presente, donde pasaré el tiempo dando tumbos contra las paredes hasta que llegue el final. Tu eco es cruel y me separa de todo, pero también es irónico, porque alcanza a llamar la atención de una editora que bien podría empezar a construir un futuro a partir de todo lo que me has robado, a cambio de todo lo que me diste.

¿Estaré vendiéndote? Me lo pregunto al presionar “send” para que ese nuevo rostro tuyo que no tiene figuras y que te he construido con letras llegue lejos, a medio camino entre tu país y el mío. Y si vende tu alma y la mía o no, me da lo mismo, porque poco a poco te olvido aunque te recuerde. Olvido tu rostro, tus gestos, tu olor; pero recuerdo tu nombre y un montón de palabras que ya no sirven de puente entre mi hoy y nuestro ayer. Estaré vendiéndote, ahora lo sé, pero qué más da si ya no estás aquí para reprochármelo, si ya no estás aquí para enterarte siquiera de que te he vendido y ahora —ese ahora prolongado que es la escritura— todo el mundo sabrá de ti tanto como yo supe, enterarte de que ahora, con algo de suerte, una infinidad de ojos te recorrerá formada de palabras y será la pesadilla más grande que tuvimos juntos. Ojos, sombras, fantasmagorías en la habitación, señalándonos, persiguiéndonos, apartándonos al uno del otro. Razón de más para cerrar los ojos, para andar por la vida ciego de vez en vez, determinado por algo que ya no es, creando los fantasmas y las sombras que profeticé y temí, que nos aterraban entonces cuando nos escondíamos de ellas cerrando los ojos en un cuarto de hotel a oscuras, sin luz ni sombras.

También como profecía o coincidencia, sueño con recordarte antes de que me despierte el mensaje más alentador del mundo, el mensaje que me acerca un paso más a venderte; pronto estaré vendiéndote, pronto te habré vendido. Me soñé buscando tu recuerdo en un perfume, el de tu mamá, el que te ponías furtiva primero y luego con el descaro de adolescente enamorada. El que al final te apropiaste para usarlo cada vez que nos reunimos, cada vez que me dejaste acercarme tanto a tu piel que el mundo se redujo a ti, al que desde entonces ha sido tu perfume. Channel No. 5. Me soñé aferrado a un brazo que no es el tuyo, rogando que no se apartara porque ese olor era el tuyo y no tardaría en conjurar tu imagen, tu presencia tranquila en medio de un sueño. Aferrando, persiguiendo tu olor y preguntando por ti a quien resultó ser tu mamá, quien me miró condescendiente, con esa mirada como de mujer piadosa que soñé a partir de su nombre pero que también era en parte recuerdo. Me miró como si también ella dependiera de un perfume para conjurar tu memoria; me miró sonriendo con algo de tristeza y algo de lástima antes de decirme que también a ella la abandonaste, que nadie sabe dónde estás ni con quién, aunque a veces llamas. Pero nunca llamas para hablar con tu mamá que te extraña casi tanto como yo y acaso por eso usa ese perfume, porque también ella te ha perdido y no le queda otro remedio para buscarte, porque consolarme con esa melancolía triste y comprensiva es su manera de buscar otro eco tuyo en mi cuerpo vacío. Con ese gesto tierno y esa postura como de mater dolorosa me hace entender que nunca volveré a verte, que hasta en mis sueños te escondes y desapareces para irte borrando, borrando tu cara, tus ojos, tus palabras y todo. Despierto del sueño para leer ese mensaje que me dice que estaré vendiéndote. Pronto.

Y así será, te venderé porque los escritores no sabemos hacer otra cosa, somos tratantes de fantasmas, llevamos sombras de un lugar a otro y las ponemos en el estrado frente a un público morboso que no sabe esperar el momento de llevarlas a casa y convertirlas en objeto de su placer. Venderé tu sombra, sacándola cada vez con más dificultad de las letras en cuadernos que creí no volver a abrir. No será posible esconder nuestros cuerpos de las miradas encerradas ahí con nosotros, miradas de pasado y futuro simultáneos por las letras; pesadilla voyeurista en que soy al mismo tiempo víctima y verdugo en el modo en que tú siempre lo quisiste; tormento cuántico y simultáneo donde ni entre todas las realidades y los tiempos puedo hallarte. Te llamaré Emily, pero ambos sabremos que eres tú y que aún sin tenerte, aún cuando ya no eres mía y nunca lo fuiste, voy a venderte, voy a venderte porque tengo que hacerlo, porque es el único camino que me queda para recuperarte, para clavarle las uñas al recuerdo y no dejarte ir, para morder de nuevo tu carne pálida, probar tu sangre y pegar outra vez seu coraçao en estos años tristes y sin esperanza que siguen a tu abandono, que multiplican tu ausencia y en los que parece que ya ni en sueños puedo hallarte.






viernes, abril 24, 2009

Stephen King

En 2003, Stephen King recibió la medalla a Distinguished Contribution to American Letters. Algunos críticos respetables, como Harold Bloom, hicieron el berrinche de sus vidas por una elección tan decadente. Se explica, conociendo el pensamiento crítico de Bloom, Stephen King, dice, no es literatura, y no contribuye, destruye a las letras. Otros críticos menos contraculturales aplaudieron la decisión. En proporciones distintas, pero en esencia por lo mismo, algunos critican mi afición por las novelas de King.

Creo que el mero hecho de que esos críticos de King no lo hayan leído jamás no constituye un argumento en contra de sus críticas. Es imposible darle una oportunidad a todos los autores, a todos los gustos; además, SK tiene la letra escarlata de la que la mayor parte de los aficionados y profesionales de la literatura huyen como de la peste: NewYorkTimesBestSellingAuthor. O sea, y lo mismo que se dice contra Murakami, vende demasiado, se lee muy a menudo, es accesible y entretenido, por lo tanto, no puede ser literatura.

Hay un error profundo en esa idea, una especie de crítica que se funda en el prejuicio y en la discriminación. Como Reyes y tantos otros, no puedo menos que soñar con una literatura sencilla, accesible, comunicante y que se disfrute por todos los que saben leer. Honestamente, creo que Stephen King está sentando las bases para esa literatura como lo hicieron en su tiempo Charles Dickens y Alejandro Dumás.

Es cierto, otros autores, con nombres del New York Times y sagas bestselleras como las Entrevistas con el Vampiro, los Tom Clancy’s, los Bourne hollywoodenses y hasta la nueva hipocondria vampírica del Crepúsuclo, venden igual o más que King. Y, confiésome culpable, he leído y disfrutado con más de uno de esos libros entretenidos pero sin sustancia. Pero ninguno de ellos ha sido lo que fue la Torre Oscura, por ejemplo, sólo King me ha hecho reír en voz alta y mirarme desde una perspectiva nueva, oscura, que no es más que la honestidad salvaje que debemos enfrentar cuando nos quedamos solos y perdidos. Sólo King me acompañó cuando tuve que aprender a caminar de nuevo, if you stay true, me susurraba y al final tuvo razón.

Ayer terminé de leer The girl who loved Tom Gordon, en inglés, como se debe leer a Stephen King. He ahí el primer punto en favor del valor literario que las obras de King han alcanzado. No pueden traducirse. Por más que uno se atasque de traducciones de Plaza y Janés o DeBolsillo, no es lo mismo que leerlo en su idioma original. No es incompetencia de los traductores —a veces es su exceso de celo—, pero hay cosas que sólo la polisemia caótica y anarquista del inglés puede decir o representar. Y aún más, hay cosas que sólo Mr. King puede decir y hacer decir al idioma sobre el que ha adquirido un dominio bastante respetable si no es que asombroso. Slang típico, concatenaciones de adjetivos, insultos originales, juegos de palabras increíbles. Creo que cuando el sentido de la obra depende en mucho del idioma en el que está escrita, historia y lenguaje forman una simbiosis tan estrecha, hay algo especial.

Stephen King maneja metáforas sencillas, ilógicas, vitales y enrevesadas que, a pesar de todo, mantienen una congruencia que no se sabe bien de dónde viene, pero que está ahí. Esas metáforas evolucionan a lo largo de sus libros y se complementan en cada nueva novela. Así, en The girl who loved Tom Gordon, todo puede derivarse de las primeras frases del libro: el mundo tiene colmillos y todo muerde. La precariedad de nuestras falsas seguridades frente al mundo y la naturaleza. A lo largo de la novela —que no tiene más que 250 páginas— la metáfora se va desarrollando sobre la carne cada vez más frágil de una niña perdida en el bosque. De pronto, todo eso que es fuente de entretenimiento, las caminatas largas, los días de campamento, se transforma en un enemigo enorme, invencible, aterrador. El mundo que enseña los dientes. Metáforas sencillas, pero que van elaborando sobre sí mismas y que, casi siempre, al final del libro, se cierran como un anillo de moebius cada año más infinito. El dios subaudible, el oso que no es un oso, el dios de los perdidos, las nueve entradas, save situation. Hay que leer para ver ese juego de alegorías que no tienen pedantería.

Eso también, King, es un escritor sencillo, sin pretensiones. Él mismo lo dice en On Writing —uno de los mejores sobre el oficio, su idea es contar una historia y que la historia guste, entretenga y sea leída, invitar al lector a regresar a los libros. Por más que sus novelas adquieran cada año mayor profundidad, riqueza narrativa y belleza, eso pareciera ser un mero accidente, un aspecto accesorio de la obra, algo quizá, que ni el autor había notado. Sus libros no pretenden educar, pero educan; no buscan mostrar la naturaleza humana y lo hacen. Una narración de King es una cápsula del tiempo casi perfecta al año, a la década y al estrato social que representa aún cuando Stephen no sea realista, ni costumbrista, ni naturalista, ni cronista.

Podría decírseme que es una exageración pensar que una novela de King habla de la naturaleza humana. Dos cosas, sin más que The girl who loved Tom Gordon para apoyarme: Por una parte, quien haya estado perdido así sea por unas horas sabe lo fácil que es empezar a disociarse en una voz esperanzada y una voz derrotista, lo casi inmediato del humor negro, de hacer charlas imaginarias y burlonas con amigos que no están ahí, con héroes perdidos y lo útil que puede ser todo eso para el alma, para salir con bien del trance; por la otra, ponerle rostro y nombre al antagonista que no tiene personalidad, el dios de los perdidos, nombrar es separarse, enfrentar a “lo otro” y aprender a negociar con él, tener la capacidad de plantarle cara. Esta es una novela de terror, no porque haya un “monstruo” en ella, es terror porque uno recuerda haber estado perdido, en el bosque, en la ciudad, en un mal barrio y el ambiente adquiere poder e intimida. Un terror real, representado por un osoquenoesunoso.

Mucho más puede desgranarse sobre la obra de Stephen King, sobre todo acerca de la más reciente. Obra que también tiene sus contras, como todo: usa los recursos más viejos de la novela del folletón para mantener la atención, el corte de capítulo, explota su reputación de novelista de terror cuando ninguna de sus novelas aterra, en últimos años ha reciclado algunos escritos viejos, tiene un ego a la Unamuno que lo hizo meterse en varios libros. Todo eso son contras literarios, pero también son pros, porque al final del día logra lo que todo escritor busca aún a nivel subconsciente: que la gente lea y al terminar, quiera leer más.

Sí, cuando has leído un best-seller los has leído todos. Pero no has leído a Stephen King. Creo que puede ponérsele en la misma categoría que a Pérez-Reverte, Muñoz Molina, Juan Marsé, Michel Houellebecq, Norman Mailer y hasta Dostoyevsky; escriben para vender, escriben por contar una historia, pero cuando terminan los lectores nos damos cuenta de que, en el fondo, hay mucho más ahí que un bonito cuento. Está el reflejo de un tiempo, de una forma de ser humano. Claro que King lleva la ventaja, en el centro del mundo consumista y con libros que sólo presentan un reto para ser entendidos y disfrutados: saber leer.

No hace falta ser críptico, intraducible, ilegible como el Finnegan’s Wake para ser literatura o para dominar el inglés. También se puede estar en cada parada de autobús, en todos los aeropuertos, en cualquier estante de librería y seguir siendo literatura. Me gusta leer a Stephen King y no lo considero un placer culpable o fútil, lo considero uno de los autores que me enseñaron a amar la Literatura.

He dicho.


viernes, abril 17, 2009

Claudia (Como tenía que pasar)


Y bien, como siempre sucede con la realidad, el final llega como un anticlimax, como un lento extinguirse de las pasiones, del gusto, de las emociones. Esa capacidad del hombre para acostumbrarse a cualquier cosa es la muerte de todo sentimiento, de toda emoción, de cualquier sueño lírico.

Pasó como tenía que pasar, superado el nervio y ya bien plantado sobre las piernas que no tiemblan, el estulto sujeto de la vez pasada asomó de nuevo por la cafetería en Perisur. Ahí estaba Claudia, algo distinta, porque la falta de nervios clarifica la mirada. Faltaba ese halo de belleza romántica, de haber superado la consunción, enfermedad de la belleza, faltaba el brillo tenue de la piel de morfinómana que el sujeto aquél imaginó, inventó o acaso descubrió como eco de un tiempo ido, de otra vida, de un libro olvidado. Claudia, más parecida a sí misma que al deseo o al sueño ajeno y, por lo mismo, más sencilla, menos aterradora. Hermosa, pero no lo suficiente para desmayar a un lunático poetastro nervioso. Ya no.

El poetastro, por su parte, tampoco supo atraerse la mirada de Claudia. Llegó, se hizo tonto, pidió un café, hizo oír su voz, esperó a que ella volteara. Pero sus ojos no volvieron a encontrarse. No hubo sonrisa, no hubo ese breve espacio de incertidumbre cósmica que acompaña a los ojos que reconocen, que sueñan, que se pierden en un instante. Poetastro al fin y a la postre, no pudo evitar murmurarse un verso malo como antídoto para el desengaño. La culpa es de uno.

Las dudas de siempre: acaso no te vio, acaso no encontró los versos, acaso la pena, el miedo, los convencionalismos, la tristeza. Acaso y como dijo sin decirlo nunca un mediocre ficticio, la culpa es de uno que no enamora. Todas las preguntas, los reproches recorriendo el alma de ese poetastro de servilletas e improvisos. Dudas, sueños rotos, mientras con los pies bien puestos en la tierra de nuevo, se aleja de la barra en la cafetería y vuelve a ser la sombra o el hombre sin rostro que no supo llamar la atención de una chica medianamente bella.

Acaso lo mismo le pasó a ella, un desengaño a medias; imaginó una cosa y al final, cuando la realidad le puso en frente algo más o menos distinto, prefirió la indiferencia al ridículo. Ojalá haya pensado también en el poeta durante toda la semana, esperando su regreso, por su bien, que no supiera reconocerlo cuando lo tuvo en frente; no supo reconocerlo porque ya seguro, sin miedo, no estaba hecho de la falsa materia de las ilusiones. Y es mejor así, porque estará esperando, igual que el poeta, un encuentro con el ideal que se forma de cada encuentro fortuito, triste, anticlimático.

Es mejor así, repitió el poeta. Buscó consuelo en lo infinito. Es mejor así porque al final del día, todo pasó como tenía que pasar, quizá más rápido de lo que hubiera deseado, pero como tenía que pasar. Mi amor no es más que una promesa de decepción sin fecha de vencimiento; jurar y buscar la felicidad hasta que el mundo dice la última palabra. El velo que se nos cayó de los ojos esta tarde por la falta de nerviosismo o por mera coincidencia, habría caído de cualquier manera mañana o el año próximo, y en vez de escribir su nombre en la lista secreta de las que me pude haber enamorado, habría tenido que escribirlo en el de aquellas que se fueron. Heridas todas de desengaño. Esta vez, herida superficial, pero una más.

De cualquier modo, todos terminamos solos. Adelantarse al tiempo nada tiene de malo. Hoy, mañana o a más tardar el día en que paguemos nuestra deuda con la tierra, nos volveremos a encontrar y nos juzgaremos sólo por las cicatrices que dejaron los sueños al morir. La culpa es de uno, que no enamora y que cuando enamora, enamora mal. Estamos solos y no sabemos olvidarlo.


Viernes, 17 de Abril de 2009

00:33 Hrs.


viernes, abril 03, 2009

Claudia (Sorry)

Y bueno, esto es una historia real, como dicen. De esas que uno debe contar a la luz de una fogata en el campamento nerd/cristiano de preferencia. Es la trágica, muy trágica historia, que me contó un amigo, su protagonista, al que llamaremos Eriksson sólo para no perder la pista a los personajes. Y si lees esto, Claudia, sabrás que él no es raro, que tuvo buenas intenciones, que sólo se puso nervioso porque eres hermosa y lo dejaste loco. A este amigo mío, le llegó transfronterizo y por lo mismo, un poco tarde, el April’s Fools.

Era una tarde calurosa de Abril, me decía Eriksson colgado de su cerveza, y enfrentado con la feliz perspectiva de salir de vacaciones y tener un chingo de ocio disponible, me fui a meter al centro comercial. Pero el subconsciente es traidor, viejo, traidor como personaje del génesis. Había algo de rencor en su voz, y no era nada nuevo, con una cerveza o dos, siempre se pone grosero, autocrítico. Le puse la mano en el hombro y le dije que a todos nos pasa, fuese lo que fuese, nada es irremediable.

Llamó al mesero a gritos y le pidió otra ronda, luego se me quedó mirando, se tapó los ojos con la mano, suspiró y dijo: Traidor, ya lo verás. Perdí el tiempo en las tiendas, buscando con qué entretener los días de ocio que me están esperando. Miré computadoras, ropa, vinos, juguetes y hasta los estrenos del cine. Ahí estuvo mi error, en el cine. Porque justo ahí, en la cafetería de enfrente, dulce mundo si los hay, estaba Ella. Y lo dijo con mayúscula Ella, sonreí, le di un trago a la cerveza. Lo conozco de casi toda la vida, y hace un par de años no lo oía decir Ella con mayúsculas. Anda viejo, le dije, un lío de faldas.

No, nada de faldas, dijo, unos pantalones negros, un delantal, cabello negro, sonrisa limpia, honesta y ojos grandes, delineados con negro, pálida. Ya sabes, como sacada del romanticismo. Sonreí, a mi amigo Eriksson le gusta la cuestión retro, del siglo XIX y cuando se da aires de modernidad, se atora con Tim Burton. Y fui a pedir un café, porque ya la he visto antes, porque cada vez que paso por ahí me fijo en ella y me imagino que quizá, tal vez un día y todas esas cosas. Pero no me lo sirvió ella sino su compañera, mientras yo le buscaba la mirada a esa que tanto me gusta aunque no la conozca. Le sonreí y acaso ella también a mí; pero su sonrisa es de esas que apenas se dibujan ya se han ido, nos miramos fijo a los ojos. Entonces empezó. Le dio de puñetazos a la mesa, se echó media cerveza en un trago, se limpió la boca con el dorso de la mano y se me quedó mirando. Ya sabes a qué me refiero, decían sus ojos.

Y lo sé. Hace muchos años, tantos que hasta pena me da contarlo, mi amigo era de esos tímidos crónicos nauseabundos. Es decir, le daba pena, le apenaba que le diera pena y tanta pena le daba gana de vomitar o desmayarse. Viejo, le dije, no puede ser, ¿a estas alturas?, ¿tú que ya no tenías alma porque no se quién se la llevó y el diablo a ella y la puta que los parió a todos?

Bueno, idiota, ¿y? A cualquiera le vienen esos ataques, esos momentos de idiotez, se traba la lengua, suda uno como puerco (más en abril) se le suben los latidos del corazón a los oídos y deja de pensar. ¿Así nomas?, le pregunté un poco burlón, porque había remordimiento en su voz. Así nomás.

Para entonces ya teníamos una botella de ron en la mesa, y por lo que me contaba, me imaginé que terminaríamos bebidos y hablando de mujeres.

Pues nada, volví a ser adolescente, quizá tenga que ver el concierto de Metallica, que haya pasado los últimos quince días escuchando esa música de entonces, cuando fuimos jóvenes. Y me dio por escribirle unos versos y dejárselos en la mesa a manera de propina y saludo. Ya sabes que entonces era un tímido crónico, asustado de las mujeres. Se llama Claudia, por cierto. ¿Claudia?, repetí con una risa entre dientes, pero Eriksson no hizo caso de la provocación. Versos malos, como siempre, ya vez que me da por escribir puras idioteces que no impresionarían ni al bufón más abyecto. Claro, claro, versos malos, como siempre por lo demás. Jódete, me contestó lacónico. Pero no hay nada malo en eso, le dije, ¿quién de nosotros no se ha humillado por una mujer? En esos casos todos somos adolescentes tontos.

Deja, que eso no es lo peor. Terminé el café, dejé mis versos con nombre, teléfono, un blog y todo lo que se me ocurrió para que me busque sin sentirse acosada. Entonces sí me reí con ganas. Jajajaja, ¿sin sentirse acosada? A estas alturas debe pensar que eres un pinche lírico esquizofrénico y tiene miedo, miedo del bueno. Seguro, carajo, seguro; pero si la vieras... Claro que la he visto, si no eres el único que visita el centro comercial, la cafetería, el mundo. Su voz es algo raro, ¿sabes? Me hace sentir distinto, demasiado viejo. A lo mejor es porque eres un viejo raboverde. Reí de nuevo mientras nos servía otro trago.

Y bueno, dejé mis versos malos, mis pistas, mi vergüenza, me levanté y me fui. Aquí es donde se pone grosero el asunto. Me acerqué a pagar el estacionamiento, en una de esas máquinas que detesto; llegué al auto, me arrepentí y decidí volver a recoger mis tonterías y pedirle una disculpa. Entonces me di cuenta... Yo seguía encantado con la anécdota, me reía sin tapujos, acaso deshinibido por el ron y las cervezas. ¿De que eres el lugar común más idiota y que nunca te va a sonreír de nuevo? Acompañé la pregunta con otra carcajada.

Sí, claro, pero a parte de eso, una tragedia más inmediata. Como aquella vez que choqué el auto al salir de un estacionamiento por estar nervioso, ¿te acuerdas? Y yo, pero claro que me acuerdo, imbécil, nunca le sacaste la abolladura al Chevy por penitencia. Y reí encantado. Sólo que ahora manejas un puto deportivo jajajajaja ¿le pegaste?

No, joder, deja que te cuente la historia ¿quieres? Me di cuenta de que dejé el boleto de estacionamiento en la maldita máquina de prepago ¿entiendes? Pinche subconciente traidor, poniéndome trampas, humillándome por adelantado. No sólo no puedo volver a poner mi jeta ahí en la cafetería sin morirme de vergüenza, tuve que poner mi jeta y decir: “joder, perdí el boleto”. En toda la vida no he visto o conocido a un sólo idiota que pierda el boleto de estacionamiento, hay que ser un idiota consumado. En eso tienes toda la razón, eres un idiota. Nuevas risas. Así que, no pude ir a disculparme, mis versos me pusieron en ridículo, ella nunca va a mirarme otra vez, perdí una lana y mucho tiempo en conseguir que me dejaran sacar el coche del estacionamiento. Decidí ponerle la cereza a su helado: y encima, quedará el registro perpetuo de tu pendejada en los anales del centro comercial, porque te toman datos, anotan las placas, sacan copia de la tarjeta de circulación y todo eso lo reportan y lo almacenan en una base de datos. Eres el imbécil perpetuo, infinito.

Eso mismo, me dijo vaciando su trago y moridéndose el labio al terminar; eso mismo, soy el fracasado más completo y estúpido que conozco, y mira que te conozco a ti, viejo. En eso tenía razón, la competencia entre él y yo es fuerte a la hora de hacer idioteces.

Al final me pidió que pusiera su estulta historia en mi blog, para aprendizaje e ilustración de todos los tontos del mundo. Dig deep and grow a pair, es su consejo para todos los que se hayan visto en su situación y el mío no difiere mucho.

Es una historia verdadera, le pasó a mi amigo a quien llamaremos Eriksson sólo por darle un nombre. Si lees esto, Claudia, Dolce Mondo, Perisur, no lo juzgues con dureza, sólo se pone nervioso. Pero es porque representas un sueño que creyó perdido, el de ser feliz.


Erick(sson) Miranda Velero

Durch Leiden, Freude

Abril 03 de 2009

22:17 Hrs.

lunes, marzo 30, 2009

Exámenes y Referentes

Anoche tuve una pesadilla sobre el examen de admisión. Buscaba en listas interminables mi nombre, pero no aparecía, y tampoco encontré la lista donde debería haber estado mi nombre o no. Así que al final no supe si aprobé o reprobé. Ausencia de referentes. Supongo que leer a Foucault en vísperas de una entrega de resultados no deja nada bueno. Una bonita combinación para crear pesadillas.

Leí en Foucault acerca de la relación entre saber y poder que se manifiesta en los exámenes. El examen como un mecanismo de sometimiento, control y disciplina. No pude evitar pensar en el examen del que me dan resultados mañana; en mi nerviosismo. En la configuración del examen, diseñada para agotar, para desaparecer todo parámetro de razón y abrir el camino de la interpretación libre y la falacia de autoridad.

Dicen que en las humanidades —arte y filosofía— todo el mundo tiene la razón en alguna medida, que no hay opiniones inútiles, falsas o idiotas sino sólo —acaso— fuera de contexto, incompletas o mal formuladas. Si esto es así, un examen de humanidades carece de sentido salvo como método de sometimiento automático. Es una especie de petición de principio o paradoja; algo a medio camino entre ambas. El examen de admisión, el examen en sí, en la academia de las humanidades pierde el elemento del saber y deja sólo la relación de sometimiento al poder. Porque si no existen criterios objetivos o absolutos, el saber desaparece pues éste es, por definición, un criterio absoluto, opuesto al ignorar. En su lugar, queda la situación de “opinar”. Y sí, existe la tolerancia, la libertad de expresión y el respeto hacia las opiniones distintas. Pero en el fondo, hay una falacia de autoridad. ¿Quién califica el examen? Alguien cuya opinión, criterio o expresión sobre el conocimiento del examinado es igual de respetable, tolerable y libre que la del examinado acerca de la capacidad de aquél para calificar su pensamiento vertido en el examen.

Entonces, sin referentes objetivos, sin posibilidad de calificar algo de correcto o incorrecto, ¿dónde radica el criterio para calificar el examen? En la autoridad, como ejercicio del poder de quien califica. Si bien —parece decir el examen— somos iguales y nuestras ideas tienen el mismo valor, lo cierto es que sólo yo (academia) tengo el poder para (des)calificar tus ideas. Y si quieres jugar conmigo, entrar a nuestra facultad, aprenderás desde ahora que el culto a las vacas sagradas es absoluto y no puedes sustraerte de él. ¡Ay de ti, Guillermo Tell!

Un nuevo divorcio entre saber y poder. Más que un divorcio, el poder viudo. Sólo queda éste, vacío, sin el sustento del saber, privado de sentido. Pero eso no significa que sea “malo”, que exista un abuso de poder o un exceso en su ejercicio sino, acaso, y aún peor, que la relativización paulatina del saber y la renuncia a la correcta fundamentación del argumento sobre un criterio más o menos absoluto, está vaciando al concepto de saber, dejándolo en el absurdo.

Ahí donde nadie puede ser llamado ignorante, tampoco pueden existir sabios. Y el que no es sabio, es ignorante. Sólo desaparecen las palabras que nombran a las diferencias cuando la homologación anula esas diferencias. Donde todos son sabios, todos son ignorantes. Donde nadie es ignorante, todos lo son. La ausencia de referentes como principio de idiotez colectiva.

Quizá de ahí toda mi angustia metafísica por el examen. Porque al final, apruebe o repruebe, gane o pierda, lo único que el examen representa, es mi sometimiento a una autoridad vacía. Significa que me arrodillé ante los ídolos y ya puedo irme olvidando de la distinción que, según yo, existía entre los ignorantes o idiotas, y yo.

El examen es algo como decir: “desde ahora, eres preso del universo”. ¿Tiene sentido? Y sin embargo es verdad en algún sentido... Pero si todos somos presos, todos somos libres. ¿O hay alguien que no sea preso del universo? Ese Wilhelm de Ockham y su navaja. Corta, duele. Y nada como una paradoja para causar pesadillas.


NOTA: Escribo y posteo esto hoy, 30 de Marzo de 2009 a las 23:00, casi diez horas antes de que me entreguen el resultado, porque así mantengo mi independencia respecto del resultado del examen. Si repruebo, nadie podrá decir que escribí esto por ardilla —bueno, acaso los humanistas, esa gente irreferente—. Si apruebo, queda clara mi disconformidad frente al sistema aún cuando me acepte. Así pues, este devaneo no es más que una medida profiláctica intelectual diseñada para fortalecer la integridad.


viernes, marzo 20, 2009

De cómo se escribe un diario (Parte 5)


V. Cara al sol.  Se sirve otro whisky y se sienta al escritorio, es hora de escribir. Alzar la cara al sol del amanecer y enfrentar la realidad. La memoria no falla, incluso ahora, ahogado en lo que pasó, es capaz de percibir el perfume que K usaba esa noche, recuerda claramente que aún tenía el olor impregnado en las manos cuando llegó a casa y que como adolescente idiota pensó en no lavarse la mano nunca más. Respira profundo para conjurar el aroma, la sensación, el perfume; no hay mejor memoria que el olfato. Al fin escribe mientras el cigarro se consume en el cenicero sin que lo toque otra vez.


06 de Diciembre


Wie träume flihen die wärmste Küsse, und alle Freude wie ein Küss. Como sueño escapa el beso tibio y toda felicidad como un beso.


Anoche tuve un sueño, de esos en que uno desearía no despertar. Anoche, durante un sueño, conocí a la mujer más hermosa y extraña que haya visto jamás. Ojalá pudiera uno fotografiar sus sueños como yo la fotografié a ella. En los instantes que duró la noche me enamoré de ti, sin nombre, hasta que supe inventarte uno. Me enamoré de tu tristeza, de tu venganza, de tu fuerza, de tus ojos y de todo el resto. Me enamoré del hecho de no volverte a ver. Soñé contigo una noche y eso es todo. Conforme pase el tiempo iré olvidando uno a uno los detalles de tu cuerpo y no quedará nada de ti, salvo mi tristeza, la sensación de haber perdido lo que nunca tuve. Nada salvo la nostalgia, la explosión y el choque de mi corazón que volvió a latir. Así fuera en sueños. Quedará la herida que me hice en sueños, acaso mordiéndome el labio. Quedará la esperanza, porque si pude soñarte, acaso podré encontrarte de nuevo en la vida verdadera, de carne y hueso, a plena luz y de cara al sol. Acaso entonces no desaparecerás con el primer rayo de luz en la mañana. Mientras tanto, serás mi eterno imposible, mi Maga, mi Elena. La que nunca estará a mi lado, la que arde con tanta fuerza que no dura. Serás la de mis sueños. Y un día, si mis palabras te alcanzan a través del tiempo y de mi renuncia, creerás acaso que te quiero, porque también en sueños y sin futuro, uno se enamora. O sólo en sueños. Vete, pues. Vuelve al olvido, a la nada. Que tu beso se me olvide como un sueño al despertar. Y que toda mi felicidad se extinga y arda en ese beso. Adiós.


Quema la fotografía, la ilusión y la esperanza. Los sueños, sueños son. Nadie sabrá nunca que Karina existe, y que él la amó y la perdió en la misma noche, en el momento mismo de conocerla. Nadie sabrá que la estará esperando por el resto de sus días. Ni siquiera ella.



Erick Miranda Valero

19 a 27 de Enero de 2009

En las madrugadas.

viernes, marzo 06, 2009

De cómo se escribe un diario (Parte 4)


IV. Aquelarre. Entonces Gretchen besó a la que se cayó bailando con Kar y viceversa. La música se escuchaba lejos y mis ojos se negaban a creer lo que veían. Mi cuerpo, sin embargo, reaccionó como por instinto, con el pulso acelerado y disminuyéndose, concentrándome en un rincón para desaparecer, para volverme un testigo invisible y evitar que de algún modo idiota, interrumpiera lo que estaba viendo. Gretchen besaba a otra mujer. Creo que ahí dejó de preocuparme que iba con ella y sólo estaba pensando que pensaba en Kar. La galería estaba ya vacía, sin testigos y alcanzo a preguntarme qué estoy haciendo ahí. Entonces no me respondí pero ahora sé que, al menos en parte, empecé a mirar con seriedad a G cuando dijo algo sobre una actriz famosa. No importa, porque antes de que pudiera pensar, Ka se acercó para besarlas también. Y el mundo se detuvo. Ahora sí estaba jodido. Las dos mujeres más hermosas besándose una a la otra. Jodido porque entonces yo no tenía nada que hacer ahí, salvo ver, mirar, imaginar. Idiotizarme como cualquier adolescente, cualquier macho adicto al porno. Como todo lo que puedo negar pero al fin y al cabo, en alguna medida, también soy. K decía algo sobre aprender a besar, que estaba segura de que besaba mal, sin chiste, que seguro por eso aquél otro. Mi proposición, de tan obvia, parecerá estúpida y acaso fuera lo más estúpido que haya dicho, de no haber sido porque Gretchen lo dijo primero que yo. Bésalo. Si quieres aprender a besar hombres, mejor que lo beses a él. Antes que tuviera tiempo de pensar, Kar se acercó para besarme a mí. Era mucho más de lo que hubiese soñado. Una fantasía en carne viva. Lo peor de todo, lo más hermoso, fue que no fue sólo mi cuerpo como yo hubiera deseado, no fueron sólo los labios, la lengua y los dientes. Fue algo mucho más grave que sus manos en mi cuello y las mías recorriendo la forma de sus mejillas, de su cabeza y su talle. Fue algo que nada tuvo de físico, aunque así empezó. Empezó como un juego de azar y ojos vendados. Pero con la primera mordida algo cambió, sus ademanes hambrientos, desesperados, abrieron una ventana en mí y de golpe, el mundo se detuvo, desapareció fundiéndose en dos palabras absurdas, idiotas e infantiles. Acaso surgidas del pasado, de una confusión monstruosa entre la desesperación de Kar y la pasión de otros labios ya idos, mezclados con la fatalidad de la muerte. Pero el mundo, mi vida, mi consciencia y toda la noche se resumeron en las dos palabras más incongruentes y, quizá por lo mismo, más honestas. Dos palabras que no dije porque estaba mudo, confundido, incrédulo. Todo lo que siente uno la primera vez que dice te amo. Pero no lo dije.

Nos separamos y ella siguió su camino hacia otros labios de mujer. Yo inicié el mío, también hacia otros labios, los de Gretchen. Y sin embargo estaba esperando algo, espiaba a K, porque sin importar a quién besara, a cuantas mujeres tocara y conociera esa noche, sólo K pudo hacerme sentir vivo. ¡Surge et ambula! Sólo Ka me arrancó un trozo de alma y me dejó su marca ardiente con el dolor dulce de una mordida en la boca. Sólo ella, sin palabras, con los ojos apenas, con su indiferencia y su desesperación supo decirle a mi corazón et nunc manet in tie. Permaneceré en ti.

Fueron horas maravillosas, horas que no creí vivir en toda la vida, pasé de unos brazos a otros, de unos labios a otros, esperando que el azar, unido a mi deseo me pusiera de nuevo junto y frente a K. Horas sin sentido, sin principio ni fin, instantes en que Gretchen y yo hablamos, entre beso y beso, entre caricias y lujuria acerca del larguísimo tiempo en que nos habíamos deseado de lejos, de lo poco probable que lo creímos, de lo sencillo que era después de todo, porque siempre me gustó y acaso, dije con esperanza, también yo te gustaba a ti.  Y de haber sido cualquier otra noche, cualquier otra circunstancia, me habría quedado junto a ella, intentando convencerla de que yo merecía un lugar en su vida, junto a todo lo que quiere y necesita. Habría hablado y actuado y vivido durante años, acaso toda la vida, buscando y creyendo que ella existía sólo para mí, para hacerme fuerte con su fuerza, para hacerme libre con su libertad, para compartir conmigo la infinidad de cosas que admiro en ella porque nunca podré ser. Pero era esa noche, y Ka estaba en la otra habitación, acaso besando a alguien más, acaso sola, esperándome. Pero no, pensé, jamás me esperaría, no soy nadie, no soy nada. Y sin embargo, fue ella la que me separó de Gretchen. Fue ella la que se asomó a la sala donde estábamos hechos un ovillo y preguntó algo trivial provocando que G se apartara de mi y se fuera con ella. Entonces no pude pensarlo, no pude siquiera imaginarlo. ¿Por qué K no se dio media vuelta al mirarnos abrazados, íntimos, casi enamorados? ¿Por qué tuvo que hablar y llevarse a Gretchen? ¿La necesitaba? ¿O estaba celosa, deseaba apartarnos? Celosa de quién, es la pregunta, apartar a quién de los brazos de quién.

Fue en algún momento posterior cuando descubrí todo lo que seguía a la K. Bebíamos todos, como para recuperar el aliento y la fuerza, intercambiando aún besos sin motivo, sin futuro cuando K se levantó sobresaltada y dijo que había perdido su cadena y el dije con su nombre. Se tocaba el cuello con ademán preocupado, triste. Me rompió el corazón. Así que todos nos pusimos a buscar su collar hasta que apareció. Y sólo entonces leí su nombre entero. Kar. Y nadie notó mi sonrisa porque en ese momento los dos tuvimos nombre real y fuimos a servirnos otro trago en la barra para celebrar. Ella, el haber recuperado su collar. Yo, el haber encontrado un nombre para seguir o dar lugar a un “te amo”. Al volver, no hubo lugar para nosotros, everyone’s busy. Nos miramos, sonreímos. Ella quiso escoger la música que para entonces era aleatoria y sin interés, acaso inexistente. Me encanta esta canción dijo, y yo la reconocí. And so it is. Just like you said it should be. No love no glory. La besé y esta vez fue tierno, suave. Damien Rice cantaba cursilerías a todo volumen, yo pensaba en que ojalá no termine y que ese maricón no tenga boca de profeta. Ella empezó a llorar. La abracé. Como yo, como todos, alguien la lastimó. La abracé y le dije, con una voz que no era la mía: bueno, llora, pero no por él, porque nadie merece tus lágrimas. Y ella lloró más, diciendo que ni siquiera entiende la canción, pero qué diablos. Y me enamoré de su dolor y su fragilidad y su franqueza y su borrachera. Fuimos a sentarnos y la besé de nuevo, otra vez con desesperación, con fuerza, compensando por el resto de la vida en que K y nadie significarán la misma cosa: ausencia, soledad, vacío. La miré mientras recuperaba el aliento y recogía mi cuerpo de la dispersión que sigue al big bang de un beso que te cambia la vida. Junté el coraje y le dije, sincero, idiota, hechizado por sus lágrimas: ¿Me creerías si te digo que te quiero? No, contestó, porque no significa nada, esto no es nada. Guardé silencio al ver vacío al futuro. Pues que el mundo arda y se consuma en este instante. Y sin pensar en consecuencias, me entregué a mi decadencia, dijo la voz de David Gilmour en mi cabeza.

El último beso se lo dí a ella y a Gretchen al mismo tiempo, abrazándolas a ambas, confundiendo sus labios, con una de sus manos buscándome la entrepierna y cada una de mis manos recorriendo un cuerpo hermoso y distinto. El último beso. Último.


Se aparta de la ventana, enciende otro cigarro. Suspira.


Charlamos todos en la terraza, dejando atrás los besos y regresando lento a la realidad. No volví a tocar a Kar. Me quedé con Gretchen, uniendo mi lujuria a la suya en un juego de provocaciones delicioso. Charlando mientas nos besábamos y buscábamos la piel. Pero nada más. Cuando me di cuenta, eran las cinco y tenía hambre, como el resto de ellas. Sin pensarlo mucho, fuimos a cenar/desayunar. Gretchen se durmió y no pude despertarla hasta que llegamos a su casa. Nos despedimos con un beso tierno y.


¡B A S T A!


Recuerdo perfectamente, pero no voy a escribirlo nunca.