martes, noviembre 29, 2016

Like God, neglected

She had made him possible. In that sense she was his god. Like God, she was neglected.
—Jeanette Winterson. The Passion.

Desde que te conocí, la palabra locura me suena detestable y falsa. Es una interpretación que reduce y encierra. Es traición decir como diagnóstico y explicación: locura. En Una investigación filosófica, su novela en torno a Wittgenstein, la justicia legal y la locura, Philip Kerr expresa así la maldición de la palabra: "el hombre no se contenta con transmitir al hombre la desgracia, sino que también le transmite un nombre. Eso es lo que realmente acaba por joder a todo el mundo".

 

—Alphonse Mucha. Medea

Es jodido usar esa palabra para explicar tu mirada perdida que tuve o tengo frente a mí. Es traidor usarla para explicar tu sonrisa, esa que surge como de una costumbre teatral y no de tu intención. Esa sonrisa que es el equivalente de lo que uno dice cuando, atorado en un país extranjero, busca rápidamente en el diccionario la traducción de eso que necesita y luego intenta pronunciarlo en el idioma que no habla usando el acento de su propia lengua. Tu sonrisa, esa que tuve o tengo frente a mí, parece una transigencia con lo inevitable: «Sé que no vas a entenderme» pareces decir «como el chino no entendería tus intentos al leer su idioma en un diccionario; pero trataré, como tú lo harías, fracasaré igual que tú». Tu sonrisa que se disuelve en nada cuando ha pasado al fin la urgencia de comunicar, de que yo entienda.

     Maldito quien use la palabra locura para explicar tus manos pequeñas e inquietas, que se entretienen y ojalá encuentren sosiego al hacer pedazos cualquier objeto cercano: un vaso, un papel, una pluma. Como desplazando sobre esos objetos la angustia que te oprime o hace pedazos cuando no consigues hacerte entender porque los idiotas somos nosotros, incapaces de alcanzarte. Hay un diagnóstico, claro, pero son otras tantas palabras como paredes y barrotes contra los que la justicia exige que te hagas pedazos en el afán de que podamos entenderte. Estamos tan jodidos que nos creemos con el derecho de abrir o cerrar esa jaula diagnóstica a nuestra conveniencia. Me revienta esa palabra, locura, para explicar la urticara en tu piel, efecto secundario de varios tratamientos. Me duele cuando la escucho como adjetivo para describir tu aspecto, todavía vívido y presente, que es parecido al de una muñeca o un espejo sobre el que una niña pequeña ha puesto maquillaje jugando a ser, ver o hacer presente a la persona que alguna vez será.

     Me gustaría tener a mano una piedra Rosetta para entender lo que todo esto significa sin interpretarte. Ya lo dijo Wittgenstein:  "Si en la vida estamos rodeados de muerte, así también en la salud de nuestro intelecto estamos rodeados de locura". Entre tú y yo no hay diferencia significativa. Es una mera descripción que le conviene a todos. Si algo has hecho tú,  es síntoma de una perturbación mental. Si lo hubiese hecho yo, dirían que fue un error. Pero no hay diferencia alguna entre el error y la perturbación mental. ¿O es que hay diferencia entre el furioso que arremete a golpes contra un desconocido creyéndolo espía internacional y quien agrede a otro tipo porque cree que desea o posee a su novia en secreto, indemostrablemente? Ambos creen, ninguno puede demostrar, ambos actúan igual: dañan a otros, se dañan a sí mismos, dañan. Es lo mismo que hacer deporte extremo, por ejemplo. Creen pero no pueden demostrar. Nichts ist so schwer, als sich nicth betrugen. Si lo digo en voz alta disfrazado de profesor, ¿sonará al balbuceo de un esquizofrénico? ¿O dirán que fue un error, que hablé en el idioma equivocado?

     Otra vez Kerr: "Para verse a uno mismo hay que mirar haica donde uno no está". Yo no estoy ahí donde estás tú, a quien todavía veo o imagino frente a mí. Ojalá pudiera mirarte sin mis errores, sin mis perturbaciones. Mirarte en silencio como estuviste frente a mi, haciendo pedazos un vaso de cartón que dejaste marcado con huellas de ese color toscamente aplicado sobre tus labios. Aprender el modo en que tus ojos se perdían sin encontrar un rostro ajeno, buscando ahí donde no estabas, quizá buscándote como yo me busco ahora en tu recuerdo. En mis recuerdos te encuentro también, ahí donde no estuviste pero ahora te apareces como eco, como prefiguración o augur; cuando para evitarle lo que tú sufres a una mujer querida, me convencí de que uno no abandona a otra persona ni deja de quererla sólo porque ve cosas invisibles para todos los demás. Acaso es por eso que uno empieza a quererla en primer lugar.

     Quisiera empezar por ser alguien que pudiera abandonarte para no hacerlo. Pero soy nadie, un idiota que en silencio mira hacia donde no está, para recordar tantas cosas que no entendió y verse al fin. Es así como me doy cuenta: tú me has hecho posible. Aquí y ahora, en este breve encuentro sin significado ni futuro. Tú me has hecho posible.

     Me gustaría decirte tanto. Pero sería un error hacerlo sin tener antes un traductor. O aprender de corazón tu idioma entero. Ese al que aspiraba con mi verte en calma y aprender tus gestos, atesorando tu sonrisa. Preferí callar. Con la palabra y el malentendido, sin fijarse en ti, te han hecho daño, han querido usarte como revancha, como bandera, como ejemplo. Por eso escojo el silencio, porque vivir en silencio es evitarnos daño. En silencio te dije: tú no eres culpable. En silencio quise decirte las palabras de otro como antídoto para la categoría idiota con que quisieron marcarte:

Tú no tienes la culpa de todo. Tampoco la tengo yo. Tampoco es culpa de la profecía, ni de la maldición. No es culpa del ADN, ni del absurdo. No es culpa del estructuralismo, ni de la tercer revolución industrial. Que nosotros vayamos decayendo y perdiéndonos se debe a que el mecanismo del mundo, en sí mismo, se basa en la decadencia y en la pérdida. Y nuestra existencia no es más que la silueta de este principio.
—Murakami, Haruki. 海辺のカフカ (Kafka en la orilla)—

A ese principio, a esa sinrazón y a esa decadencia, tú les haces frente. Con tus armas, con tu soledad. Con tus sonrisas de turista perdida en tierras lejanas, con tus gestos que son eco de una lengua muerta. Ojalá tuviéramos todos tu entereza, y así fuéramos capaces de saltarnos las bardas de la soledad con un incompleto diccionario a mano. Con decisión calzar un pie con el error y el otro con la perturbación mental para hacer pedazos esos nombres que joden al mundo. Ojalá tú nos hagas posibles. 

Alphonse Mucha. Invierno.— 

—Sylvia Plath— 


* * *

Días después. Cuando volví a verte, acaso por última vez, llevabas en el rostro la sonrisa más enorme y alegre que haya visto nunca. Tus ojos se fijaron en mi y en cada persona que se curzó por tu camino. Sospeché en tus ojos lágrimas de pura alegría, como quien por primera vez se encuentra con el mar o la nieve. Sonrisa pura, sonrisa inocente. Qué lindo eso de que, a pesar de todo, en silencio y desconocidos, fuimos capaces de sonreír.