miércoles, septiembre 12, 2012

"Literatura" mexicana contemporánea....


Recién tuve el disgusto de intentar El Club de los Abandonados de Gisela Leal. Me dejó tan mal sabor de boca que tuve que escribir una reseña crítica. Estoy de acuerdo, en todo, con lo que se dijo en Letras Libres y me sorprende el conspicuo silencio de la crítica mexicana respecto a este ladrillo que se encuentra en tooooooodas las librerías respetables, en grandes pilas que saltan a la vista como mermeladas en el supermercado. Es lástima que sea ese el estado de lo que se edita en México, conozco a dos o tres autores editados y no, cuyos pininos de escritor o escritora a los dieciocho años hubiesen sido mucho más relevantes que esto. No necesariamente más rentables, pero sí más relevantes para la vida cultural de este pinche país.... En fin, la reseña también puede leerse en Amazon. Disfrutad...

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Uno de los peores libros que he tenido la desgracia de comprar y leer en los últimos cinco años, probablemente en toda la vida. El tiempo que me llevó leer esas seiscientas páginas retacadas de letras vacías no volverá. Y lo que es peor, el sentimiento de aventura y alegría al leer un escritor novel editado por una casa de la talla de Alfaguara no volverá. Ya lo dijo AR, el problema con la campaña de alfabetización es que todos los que aprenden a leer creen que saben escribir.

No puedo negar que las primeras cien páginas son entretenidas y casi frescas. La cosa hubiese estado mejor como un cuento corto en donde la historia de una desgracia se narra con la voz de un mentecato hipster regiomontano de tercera. La 'autora' emplea un lenguaje vacío y sin contenido, como un estudiante, político o conferencista asustado que, a consecuencia de su falta de talento para hablar en público, utiliza muletillas, frases hechas, redundancias y vaguedades para salvar un poco el rostro. Causa la impresión de que se le impuso una cuota de páginas que había que llenar a como diera lugar. Y las llenó porque un reto es un reto. Es como leer una de esas tareas donde lo único que importa es el número de páginas o el número de palabras. Todos lo hemos hecho. Por eso cada página es una espiral perpetua de repeticiones basadas en un vocabulario pobre y referencias a cultura popular que no revelan siquiera erudición en lo superficial; el libro es un hijo bastardo de las secciones de autoayuda y chismes en una tienda de autoservicio cuya mejor característica es devolverle a uno la certeza de que todo es superficie y cien monos frente a cien máquinas de escribir durante cien años serían capaces de escribir "Guerra y Paz". Y hasta esos amables taquígrafos simiescos y fumadores tendrían mucho mejor fortuna, cuidado y tino al pretender usar la gramática coloquial del Inglés o el Francés.

Esta obra es un síntoma de todo lo que falla en la industria editorial mexicana. Por supuesto que el marketing, la foto de la agradable autora y su más agradable edad, así como el tema de pseudoactualidad son ganchos maravillosos para generar outliers. Pero Alfaguara edita a Javier Marías y a Cortázar, ¿cómo es posible que también edite esto? ¿Cómo es posible que intente generar un outlier a fuerza de ponerlo frente al consumidor? Estoy seguro de que México tiene mejores cosas que ofrecer al mundo. Estoy seguro de que la misma Gisela Leal tiene cosas mejores que ofrecer al mundo, como un silencio sostenido. Como la adquisición de una membresía en el club de quienes abandonaron la escritura por el bien de la escritura.

lunes, febrero 20, 2012

Fuge, Late, Tace (6)

Uno no supera las cosas. A lo más, las sobrevive. ¿Con qué seriedad decir, por ejemplo, que ‘superé’ a las dos o tres mujeres que he amado? Como mucho y apenas puedo decir que las sobreviví. A una literalmente. Uno sale de sus experiencias casi siempre disminuido, como lisiado, cargando a cuestas nuevas heridas o recelos que le harán cada día más difícil atreverse a cambiar de rumbo, intentar otra cosa o apostar el bienestar a la carta de otro ser humano. Como si se saliera de tal o cual circunstancia figuradamente cojo o tuerto o, por lo menos, con la miopía más grave (como al terminar la escuela).

La vida no nos da para superarla, al contrario, nos va quitando, cada persona, cada encuentro nos disminuye y sobrevivimos cada vez con más precariedad. Uno no supera las separaciones o la muerte de los queridos; como mucho las sobrevive y espera secretamente, desea que no se repita; buscamos olvidar y eso significa ‘superarlo’; a lo mucho no pensar en ello, ficcionalizarlo como acabado y provechoso, para que la reuma no duela, para no darnos cuenta que un buen día ya hace falta entrecerrar los ojos para distinguir las constelaciones en el cielo. Para que de tanto ocultar las heridas nos convenzamos de que no están ahí. ¿Qué es la terapia sino el engaño de pegar con titanio huesos cada día más frágiles? Imaginar que el pasado no estuvo ahí o fue distinto hasta que un día el cuerpo nos lo recuerda de golpe y nos hace saber que no superamos nada, que sobrevivimos apenas y que, por más que digamos o inventemos, un buen día es suficiente y ya no hay modo de sobrevivir. La única superación sería entonces la muerte, cuando toda herida deja de tener relevancia y se queda irremisiblemente atrás.

¿Cómo sobrevivimos a las heridas de comunicación, a los malos entendidos que están ahí desde el principio y arrastraremos siempre? ¿Hasta cuando? La separación no es muerte simbólica, no es superación. Es apenas supervivencia. ¿Cuántos adioses antes de decir basta, antes que el alma no pueda más y sea ineludible tenderse a la orilla el camino y morir en silencio?


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¿No es la concepción de haber fracasado en la vida, algo similar a ese momento en que es preciso morir a la orilla? ¿Sin estar muerto, sobreviviéndose uno mismo? Quizá no haya peor situación imaginable que esa, en que uno se sobrevive, en que el abandono es absoluto, incluso el propio, como si mirases tu cadáver desde fuera. Hilflosigkeit otra vez. ¿Qué palabras para sacar a un muerto del convencimiento de que lo está? Recalled to life como Dickens?

martes, enero 10, 2012

Fuge, Late, Tace (5)

Así, llega uno a la sima de la desesperación. O esa debiera ser la conclusión, pero así alcanza uno también la felicidad o la compañía para el resto de sus días, así sea una compañía de cambio constante y de intercambio de posiciones y juicios. Por alguna razón que no sé explicar, todo esto no nos importa, ni importará nunca. Así sepa que no existo, que mi presente y el tuyo son la composición inexacta de pasados posibles y futuros deseados que se contradicen; en algún modo coincidimos en algo que (traición) tengo que llamar felicidad sólo porque la comparo con otras ficciones que escojo tomar como no sucedidas en vez de esta que escojo como el instante narrado. Aunque habría que pensar en cómo ha de leerse, en las infinitas transformaciones de ti, de mí, del malentendido y el discurso, que puede generar alguien que lee, así seamos tú y yo en unos años, cuando ya no seremos tú o yo, por no pensar en un lector borracho, analfabeta o peor aún, un lector amigo que te ‘conozca’ a ti o me ‘conozca’ a mí y cuya ficción y narración nos haga ser distintos y encuentre en las palabras más o menos estables del papel la clave para ‘descubrir’ lo que somos realmente a sus ojos; inventándonos más que entendiendo qué significa o pudo significar que durante un rato, unos minutos o apenas lo que dura una sonrisa, tú y yo fuimos felices. Tú y yo, esos que no están ni estarán nunca porque son inasibles; porque no caben en palabras, o caben pero siempre otros, nunca nosotros. Tú y yo fuimos felices. Pero tú y yo somos ellos. Y ni ellos caben en las palabras, se pierden entre sus pliegues. Nadie cabe. Ni siquiera una hipótesis plausible de las relaciones humanas que sin embargo somos y acaso una de las más maravillosas hipótesis con las que puede jugarse a la ficción, a la novela o al cuento. Y puede jugarse también a ser felices aunque la felicidad sea una palabra mal empleada o vacía, o una fuga perpetua hacia la desgracia.


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El habla, cualquier acto de significación por el que creo una relación sujeto-predicado. El habla me transforma. Las palabras no cambian al mundo, me cambian a mí. Porque fijan mi historia o pretenden hacerlo. La palabra fija en el espacio algo que no existe y falsea la relación, de por sí inestable, entre pasado, futuro y presente. Entre expectativa, retrospectiva y juicio. Cuando hablo o escribo, dejo de ser quien soy, creo una tercera ficción; aquél que pensó en ti, aquél que te vio, no es el mismo que después dice, me interesas. Y tampoco tú. Cada acto de comunicación neurotiza las identidades, potencia la complejidad al obligarnos a ti y a mi a interiorizar o procesar eso que se dice-de-nosotros para que tenga un lugar en lo que cada uno piensa de si. Y así yo estoy en ti y tú en mí aunque ni tú ni yo somos. Mis palabra te transforma y por eso vuelve su fuerza sobre mí con el impulso extra de la venganza. Porque por la palabra, que aparentemente nos acerca, me estoy apartando de ti, te aparto de mí cuando te anulo. Me aparto de mí mismo pues agrego algo al mundo que me determina y a ti, sin sentido, sin relación de causa sino sobre ficciones.


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Como proceso o fracaso, ¿no tenemos al menos en común el desprecio por lo que somos? ¿Qué persigo entonces en ti y qué aceptas? ¿Qué persigues tú y qué acepto yo al perseguirte? ¿El desprecio mismo de ser lo que somos?