miércoles, mayo 28, 2008

Lluvia Negra

Terminé de leer "Lluvia Negra". Al cerrar el libro, me acompañó esa sensación de vacío y desasosiego que deja la crueldad humana; pero sentí que, en algún modo, mi tristeza o mi indignación no eran bastantes para todos los horrores que relata. Entonces me dí cuenta de que, salvo en uno o dos pasajes y  cuando visité las imágenes del memorial de Hiroshima que casi me llevaron a las lágrimas, la mayor parte del tiempo, sentía que no era más que ficción; me di cuenta de que tomé esa sana distancia que da la incredulidad sin darme cuenta. La mayor parte del tiempo tuve la impresión de asistir a un espectáculo de ficción, como una película de desastres o un libro apocalíptico de Stephen King.

Ahora, cuando lo pienso, creo que hemos —supongo que hay muchos como yo— sido educados para no comprender ni imaginar el tamaño de la catástrofe, la cantidad de sufrimiento inmediato y de agonía por generaciones que los experimentos del gordo y el pequeñín trajeron al mundo. No conozco a nadie que haya hecho o intentado hacer arte o cultura de Hiroshima y Nagazaki; no he visto en Europa o América paredes con nombres japoneses en letras de oro. En algún modo es como si occidente nada hubiera ganado o perdido con la bomba atómica; es la estrategia cobarde del olvido que suele dejar como responsables de todo a los japoneses.

Dos de cada tres personas con las que trato el tema dicen: "pues ellos se lo buscaron ¿no?", "no había otra solución". Supongo que sólo quien no sabe lo que pasó y sigue pensando por inercia puede pensar eso. Pero no puedo acusar o criticar, después de todo yo tuve la sensación constante de que era ficción...

Después, al tomar conciencia del horror, me volvió la vergüenza de ser humano, de compartir carne y género con el que pensó la bomba y el que decidió usarla. Se puede hablar del destello y del impecable mecanismo como un logro, pero entonces qué decir de los cuerpos agusanados en vida, de la piel que cae como mugre o ropa mojada, de los ríos ahogados en cadáveres y los crematorios improvisados al aire libre no para exterminar al enemigo, sino para decir adiós a todos los que por un momento o una vida compartieron el mismo espacio. El vacío de la memoria porque no queda nadie vivo para hablar, nada en pie para dar testimonio sino sólo cenizas, escombros y muerte.

Quizá sea demasiado horrible para pensarlo. Aún ahora me cuesta trabajo concederle realidad al pensamiento y las imágenes de Hiroshima. Quizá ese sea mi problema y el de la humanidad: no ser capaces de imaginar los alcances de nuestro horror, de nuestra maldad o estupidez y que, una vez alcanzados, evidenciados, hacemos todo lo posible por olvidar, por ser inapaces de imaginarlos de nuevo, prevenirlos o crecer en cualquier modo.

Y esa es la humanidad.

Abril 16, 2008