martes, enero 10, 2012

Fuge, Late, Tace (5)

Así, llega uno a la sima de la desesperación. O esa debiera ser la conclusión, pero así alcanza uno también la felicidad o la compañía para el resto de sus días, así sea una compañía de cambio constante y de intercambio de posiciones y juicios. Por alguna razón que no sé explicar, todo esto no nos importa, ni importará nunca. Así sepa que no existo, que mi presente y el tuyo son la composición inexacta de pasados posibles y futuros deseados que se contradicen; en algún modo coincidimos en algo que (traición) tengo que llamar felicidad sólo porque la comparo con otras ficciones que escojo tomar como no sucedidas en vez de esta que escojo como el instante narrado. Aunque habría que pensar en cómo ha de leerse, en las infinitas transformaciones de ti, de mí, del malentendido y el discurso, que puede generar alguien que lee, así seamos tú y yo en unos años, cuando ya no seremos tú o yo, por no pensar en un lector borracho, analfabeta o peor aún, un lector amigo que te ‘conozca’ a ti o me ‘conozca’ a mí y cuya ficción y narración nos haga ser distintos y encuentre en las palabras más o menos estables del papel la clave para ‘descubrir’ lo que somos realmente a sus ojos; inventándonos más que entendiendo qué significa o pudo significar que durante un rato, unos minutos o apenas lo que dura una sonrisa, tú y yo fuimos felices. Tú y yo, esos que no están ni estarán nunca porque son inasibles; porque no caben en palabras, o caben pero siempre otros, nunca nosotros. Tú y yo fuimos felices. Pero tú y yo somos ellos. Y ni ellos caben en las palabras, se pierden entre sus pliegues. Nadie cabe. Ni siquiera una hipótesis plausible de las relaciones humanas que sin embargo somos y acaso una de las más maravillosas hipótesis con las que puede jugarse a la ficción, a la novela o al cuento. Y puede jugarse también a ser felices aunque la felicidad sea una palabra mal empleada o vacía, o una fuga perpetua hacia la desgracia.


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El habla, cualquier acto de significación por el que creo una relación sujeto-predicado. El habla me transforma. Las palabras no cambian al mundo, me cambian a mí. Porque fijan mi historia o pretenden hacerlo. La palabra fija en el espacio algo que no existe y falsea la relación, de por sí inestable, entre pasado, futuro y presente. Entre expectativa, retrospectiva y juicio. Cuando hablo o escribo, dejo de ser quien soy, creo una tercera ficción; aquél que pensó en ti, aquél que te vio, no es el mismo que después dice, me interesas. Y tampoco tú. Cada acto de comunicación neurotiza las identidades, potencia la complejidad al obligarnos a ti y a mi a interiorizar o procesar eso que se dice-de-nosotros para que tenga un lugar en lo que cada uno piensa de si. Y así yo estoy en ti y tú en mí aunque ni tú ni yo somos. Mis palabra te transforma y por eso vuelve su fuerza sobre mí con el impulso extra de la venganza. Porque por la palabra, que aparentemente nos acerca, me estoy apartando de ti, te aparto de mí cuando te anulo. Me aparto de mí mismo pues agrego algo al mundo que me determina y a ti, sin sentido, sin relación de causa sino sobre ficciones.


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Como proceso o fracaso, ¿no tenemos al menos en común el desprecio por lo que somos? ¿Qué persigo entonces en ti y qué aceptas? ¿Qué persigues tú y qué acepto yo al perseguirte? ¿El desprecio mismo de ser lo que somos?