martes, junio 10, 2014

Fracaso y self-publishing









La fe en nosotros mismos constituye la traba más fuerte, el mayor latigazo, y las alas más potentes.

—Nietzsche


En abril de este año, recibí una carta muy amable y profesional anunciándome el fracaso en mi intento por recopilar y publicar los cuentos que escribí desde los veinte años hasta más o menos los treinta. Dejé de escribir cuentos cuando la ambición de una maestría y la vida de estudiante enamorado, me dejaron sin tiempo para imaginarlos, menos todavía para escribirlos.

   El librito de cuentos no es particularmente bueno o estilísticamente encomiable, creo yo; es un esfuerzo que puede compararse más bien con el de construir un cuerpo con pedazos de varias identidades. Los cuentos se deben a las muchas personas que fui y seguí siendo entre los veinte y los treinta años; los escribieron personas distintas: bajo el embrujo de Cortázar, de Nietzsche o de Hesse y King. Así que se explica que el libro carezca por completo de unidad y que, como dice la amable carta de rechazo “en su estado actual” no merezca ver la luz del sol. Como el monstruo de Frankenstein en las películas chafas. A pesar de sus defectos y su deformidad , es un librito al que le tengo mucho cariño y así, con cariño, acepto que haya fracasado y en mucho, celebro su fugaz decadencia.

    Ayer por la tarde, me hicieron consciente de la simpática coincidencia entre el fracaso de mi colección de cuentos y su título: Cada historia es un fracaso. Habría que agregar a pie de página o entre paréntesis: incluyendo la publicación de este libro. El libro contiene historias de fracaso y es, además, un libro fracasado. Célebre fracaso.

    Y es que si algún pretexto es bueno para resucitar a este maltrecho y olvidado blog, es la tentación traidora del self-publishing. En estos días, no cuesta trabajo mandarle un pequeño archivo a Amazon y otro a los amigos de Apple y sacar a la venta un libro electrónico que, sin pena ni gloria, sería tan ignorado y fracasado como lo señala la accidental ironía del título. Podría, además del self-publishing, aplicar el self-translating, por lo menos a otras dos lenguas. Y poner en mi resumen de quien escribe con esperanza y ocasionalmente: autor del libro-fracaso que ha sido traducido a dos idiomas y está a la venta en todo el mundo. La tentación traidora del self-publishing, decía yo. Tentación y traición porque la vía de quien se publica a sí mismo está reservada para quienes tienen una fe excesiva en sí mismos, en el valor de las letras en que se reproducen; y quienes, al mismo tiempo, desesperan de su propio valor porque nadie más cree en sus letras. Para quienes además de haber fracasado como yo y mi libro, confunden la fe excesiva con la necedad. O piensan que el cariño que uno le tiene a sus garabatos sobre el papel son una virtud de esos garabatos. Falacias, pues.

     Afortunadamente, no soy una de esas personas con excesiva fe. Tengo suficiente desprecio por mis afectos para no caer en la necedad. Esto, unido a mi aspiración de fracasar bien y fracasar rápido. Que el resultado llegue pronto y sea contundente. Casi siempre es más productivo arrasar con un proyecto de diez años y empezarlo todo otra vez desde el principio, hacerlo bien. La alternativa es seguir agregándole partes de cuerpos distintos a una bestia deforme que, de por sí, no vivirá mucho tiempo. Así que mejor darle el tiro de gracia y tomar uno de dos caminos: renunciar a pensarse “escritor” o ponerse a escribir con disciplina hasta que lo que sea que se escriba y “en su estado actual” sea material publicable. Tan publicable que acabe en la mesa de novedades del Sanborn’s, ese moderno laurel del éxito editorial en México.
Escribir de forma descarnada, inhumana, dejar de tenerle afecto a mis letras para no perder de vista que, como son ahora, como las he hecho ser y por mucho que les tenga aprecio, no merecen la presea del Sanborn's.
   
     De ahí que vuelva a tomar este blog que, por ser una forma de autopublicación, es preciso admitir, también es un completo fracaso. Una suma de fracasos que se suceden de manera más o menos constante y bastante más veloces que la producción de un libro de cuentos con retazos de mi juventud. Hay algo valioso en eso de fracasar en serie y por principio, porque a veces, viajando de fracaso en fracaso, se llega no a donde uno quiere, sino a donde debe llegarse. Así que dejemos de lado la ambición de ponerle un precio a mis fracasos si es que alguien quiere compartirlos conmigo. Los ofrezco de forma generosa y gratuita para que los hagan pedazos y que de su vivisección y autopsia aprenda yo algo nuevo. Bienvenido de nuevo esto de escribir un blog que no es un ejercicio de escritura, sino un entrenamiento en el arte de fracasar de forma constante y consciente. Porque uno aprende echándolo todo a perder, como leíamos en Tolstoi hace un año.