martes, marzo 30, 2021

Merecido amor

 

 

Quien con monstruos lucha, cuide de no convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo al abismo, también este mira dentro de ti. 
—Nietzsche, Friedrich. Más allá del bien y del mal.


La cuestión me da vueltas hace tiempo. Volví a ella mientras intentaba escribir un cuento de pandemia que no llegó a cuajar. Recordé la época en que tuve una relación problemática. Era parte de una relación problemática, mejor dicho. Mi pareja —como tantas otras, como yo mismo— se empeñaba en hacerse daño de maneras cada vez más creativas e innovadoras. Ante algo así, uno se pregunta por qué lo hace, cómo es posible que alguien se lastime y nos lastime por ninguna razón aparente, explicable o decible. Suponemos que alguna razón existe y la buscamos. Pero se nos olvida que la suposición no es indicio de existencia.

 


En ese contexto, una noche en que intentaba ahogar la disonancia cognitiva en whisky, ví Las ventajas de ser invisible queriendo algún pretexto para la inconsciencia. Me gustó y no, como todo lo que nos repite y replantea un dilema en el que estamos. Una de las líneas narrativas sigue al enamorado de la “chica perfecta” que ve a ésta liarse con tipos cada vez más destructivos y violentos mientras se niega a establecer una relación con él, por más que es claro que le interesa, que lo quiere. Acaso, piensa un inocente, ella lo protege de se modo, salva al enamorado de perderse en una relación con ella, que se sabe inestable. Esta posibilidad no me convence, pues si ella supiera con tal claridad que algo no anda bien, por eso mismo estaría camino a corregirlo, ¿o no? El enamorado lleva su duda ante un maestro que parece más humano o sensible o entendido: ¿Por qué ella prefiere estar con quienes la lastiman, le pegan? ¿Por qué escoge eso? El profesor sonríe con tristeza, acaso opina que todo es inexplicable y caótico, pero aventura una demoledora explicación: “a veces aceptamos el amor que creemos merecer”.

 

—Buen film, tengo pendiente leer la novela—


La frase me fascina porque a pesar de ser una afirmación y tener apariencia de respuesta, esconde una duda profunda, un llamado. Por una parte, el uso del creer desarticula la noción de que cada quien está donde merece o de que toda miseria es voluntaria. Ahí donde creemos merecer, no hay justicia ni mérito, ni voluntad. Es que uno no elige sus creencias por sólidos argumentos racionales y empíricos, sino porque son absurdas. Por otra parte, el uso del plural “aceptamos, creemos”, incluye al enamorado en el problema: si él se empeña en esa chica inestable, es porque cree que merece el rechazo y ver herirse a quien ama. Pocos dolores son tan acuciantes como ver sufrir a quien uno quiere y ser incapaz de mitigarlo. De este modo, la respuesta del profesor es un abismo y, a veces, cuando uno contempla e interroga al abismo, éste le devuelve la mirada y la pregunta.


      El abismo es esa pregunta malsana “¿por qué?” y surge del hecho de que nos ha quedado claro que 1. Aceptamos lo que creemos merecer. 2. Aceptamos estos amores malsanos, dolorosos. 3. Se demuestra así que creemos merecer el dolor malsano. ¿Por qué? Responder sería acaso el camino para superar nuestra errónea creencia sin renunciar al afecto. No hace falta destruir sino la creencia, pues el amor malsano puede existir como tantas cosas y afectos que están ahí y no creemos merecer, que no aceptamos,  tantas cosas a las que no otorgamos un lugar central en nuestra vida.

 


Este abismo, que tiene orígenes más complejos que haber visto una película basada en la novela de Stephen Chbosky, ayudó a cambiar mi manera de establecer vínculos no sólo en el amor, sino en la amistad y tantos otros espacios sociales. ¿Por qué crees que mereces esto o aquello? Puesto que, si lo aceptas, crees merecerlo. Do not go gentle into that good night. Rage, rage against the dying of the light. Dylan Thomas tenía toda la razón. Por eso, cada vez es más frecuente que intente señalar este camino a todo el mundo, decirles lo que me gustaría que alguien me hubiese dicho y pedirles como Dylan Thomas le pedía a su padre agonizante: Curse, bless me now with your fierce tears, I pray.
 

      Es que ante ese abismo del por qué, sólo hay lugar para feraces lágrimas feroces. ¿Por qué crees que mereces alguien/algo así? es una pregunta equivalente a ¿por qué querrías algo/alguien así en tu vida? Algo que te daña, alguien que te lastima, manipula, que te tiene en este estado miserable. Sin darte cuenta que eres tú quien, por error y malentendido, sin culpa, sin justicia, ni mérito, cree que lo merece. Encuentra la raíz de tu fe y abjura de ella. Las lágrimas llegan porque estamos torcidos, confundidos y enderezarse duele.


      Estamos torcidos porque casi siempre suponemos que nuestras razones morales coinciden con nuestras creencias morales. Sin embargo, cuando decimos “Yo (no) merezco esto”, no queremos decir lo mismo en razón y en creencia. Desde un punto de vista racional, uno muy bien puede opinar y estar convencido de que no merece esto. Por supuesto que si me presentan a alguien y me dicen “quiere una relación contigo, pero va a golpearte”, le rechazaría, pues no merezco eso. Este saber no arregla nada. Lo cierto es que la persona que sabe esto, no ve la luz y se aparta de una relación problemática. Esto se debe a que las creencias morales son más complejas y siempre surgen in media res. No dialogan con razones. Así se explica que uno responda “me quedo por amor”. Suena bonito, pero prueba que una creencia moral no dialoga con las razones: las ignora. Es que el mundo de la creencia moral es el absurdo, y ahí están amar y merecer. ¿Por qué creo esto? es una pregunta incontestable. Es otro abismo. Merezco porque amo. Amo porque merezco. En el mundo de la creencia, estas dos proposiciones son indistinguibles.


      Aparece el fantasma de la libertad. Creo que lo merezco porque quiero creerlo. ¿Entonces es porque quieres merecerlo? La pregunta subsiste, ¿por qué? En el mundo del creer, la pregunta deja de buscar respuesta o explicación: evidencia la ausencia de respuestas y explicaciones. Demuestra que estamos en el mundo del absurdo. Si no puede esgrimirse un por qué, es porque toda creencia es contingente, podría ser de otra manera, y nada obliga a que siga siendo como es. Esto significa que no merecemos ni queremos de una vez y de una misma manera para siempre. No hay justicia, no hay mérito, no hay causa. “¿Por qué?” es otro modo de hundirnos en la subjetividad, en nuestra historia y juicios personales, que son pretexto de errores y elecciones tomadas a ciegas, confundiendo causa y accidente. Así entendemos que lo mismo le pasa a todo el mundo. Que todos estamos desamparados en el mundo del creer. Ninguna razón nos salva. Al contrario, la razón nos condena: las razones morales nos hacen creer que cada quien está donde quiere, donde merece, que elige a ojos abiertos y con la luz encendida su miseria. Cuando uno se pregunta por qué creemos tales idioteces, vuelve a contemplar el abismo.


     Y éste nos devuelve la mirada. Uno empieza a pensar en el abismo del por qué y sana, deja de aceptar el daño y de hacerlo porque, después de todo, nadie merece el daño, por más que creamos que es posible merecerlo. Por este camino se cumple el lema de Delfos, cada quien se conoce a sí mismo en fragilidad e imperfección, y reconoce que está indefenso ante la fe y que todos, en algún momento, por error, confusión o accidente, no sólo aceptamos el daño sino también, inevitablemente, lo causamos. Así, antes de entablar una relación, no dejo de preguntarme ¿por qué alguien creería merecer esta peligrosa y desesperada bolsa de huesos e imperfecciones que soy? ¿Qué problema puede tener para quererme en su vida?


      Peleas con monstruos y te conviertes en uno de ellos. Miras al abismo y el abismo te devuelve la mirada. Te vas quedando solo porque parece la elección razonable, moralmente viable. Y vuelve la pregunta: ¿por qué crees que mereces la soledad? ¿Por qué querrías una vida sin afectos? Y vuelves a empezar. Es un abismo, no una respuesta, es un llamado a resistir, a llorar, a enfurecerse y rabiar contra la muerte de a luz, ¿no Dylan?

 

 

Though wise men at their end know dark is right,

  Because their words had forked no lighting they 

Do not go gentle into that good night. 

... 

Curse, bless me now with your fierce tears, I pray 

Do not go gentle into that good night. 

Rage, rage, against the dying of the light.