jueves, mayo 31, 2018

Juicio Final


People want to be happy. They believe they should be happy. And if some philosopher says they can never be happy because their consciousness has ensured their unhappiness, that philosopher will not be a part of the dialogue,
–Thomas Ligotti



De acuerdo con Schopenhauer, estamos equivocados al esperar la llegada del Juicio Final, en cualquier sentido o fe. Se trata de un error porque, nos asegura, este mundo es el juicio final. La idea es provocadora, en tanto que cumple y anula toda esperanza de un plumazo. Acaso sea una de las más hermosas historias de horror jamás escritas: este mundo es el juicio final. Aquí, donde todo ha sucedido, es la tierra de cuando ya no importe.




El Juicio Final de Miguel Ángel




En su magistral The Conspiracy Against the Human Race, Thomas Ligotti profundiza en torno esta idea, la multiplica y reinterpreta la historia de la humanidad como un cuento de horror cósmico. El problema al que vuelve una y otra vez es la conciencia. Reconocer, por ejemplo, que “no hemos sido nosotros quienes creamos un ambiente hostil para la especie, fue la naturaleza. Uno pensaría que la naturaleza intenta matarnos a todos, o pretende que nos suicidemos una vez que el error de hacernos conscientes surta su efecto”. Aparentemente, lo peor que le puede suceder a uno, es tener conciencia. Conciencia, por ejemplo, de que este mundo es el juicio final. O de que el nacimiento nos da derecho a una única cosa, que no es la felicidad, ni la permanencia, ni la estabilidad o la autorrealización. Nuestro único derecho de nacimiento es el derecho a la muerte. En tal sentido, la muerte es el único derecho auténticamente humano. Lo que vuelve esta verdad insoportable para algunos es que, lo quiera uno o no, tiene que saberlo, tiene que ser consciente de ello. Es nuestra naturaleza ser conscientes de que las cosas son como son y de que, encima, no estamos capacitados para modificarlas. Este mundo es el juicio final: “detrás del escenario de la vida hay algo pernicioso que convierte nuestro mundo en pesadilla”. Ese algo pernicioso no sólo está en el mundo y en nosotros, es el mundo y es nosotros.



     Ligotti nos habla del filósofo alemán Philipp Mainländer, poco conocido pesimista, quien proponía al mundo como el resultado de un Dios suicida. Un Dios suicida es bastante lógico: si nuestra conciencia imperfecta permite percibir la existencia como hostil o desalentadora, así también una conciencia perfecta, infinita, encontraría su existencia perfectamente hostil o infinitamente desalentadora. El mundo es entonces lo que quedó del suicidio de Dios; la individuación y limitación de su infinita conciencia. Así se explica que aquello que es pernicioso está en el mundo, pero también es el mundo.



     El mundo como suicidio, como afrenta. La vida consciente como parte de esa afrenta cuya agregada herida es saberse incapaz de soltarse de los hilos, de cambiar la naturaleza. Así se entiende que el Juicio Final no es un juicio de valor, sino un juicio lógico. Dicho de otra manera, esto es todo lo que puede decirse del mundo. La única conclusión válida que podemos sacar de la observación del mundo es aquello que sucede en el mundo. La vida es el juicio final de la vida. Ligotti coincide con Schopenhauer y otros filósofos cuando señala que así como el único derecho humano es la muerte, también el deber humano es uno sólo: el sufrimiento. Y eso no es todo, además de sufrir, no podemos evitar ser conscientes de ese sufrimiento y de que somos incapaces de evitarlo. En todo esto, ni siquiera nos queda el consuelo del sufrimiento trágico, a la Nietzsche o a la Camus. Porque en este mundo sufrimos como sufre un actor en el escenario: es un tipo que la hace de Lear llorando a Cordelia. Arrojados a escena, llevados por las circunstancias, hacemos lo que nuestra naturaleza dicta, somos efecto sin libertad. El sufrimiento es necesidad lógica, derivado del juicio final que es el mundo. Así, nuestro sufrimiento es mera ilusión de dolor representado en la conciencia. Para beneficio de un auditorio que es la propia conciencia. Somos lo que somos, y a veces quisiéramos ser de otra manera, pero la conciencia nos recuerda que eso, ser de otra manera, es imposible, somos deseo sin justificación y sin esperanza.



     Terminemos con Wittgenstein, quien siempre pone fin a todo: “Mis proposiciones son elucidatorias en este sentido: quien me entiende, finalmente se da cuenta de que carecen de sentido cuando ha escalado mediante ellas, en ellas, por encima de ellas. (Debe, por decirlo así, deshacerse de la escalera una vez que la ha subido)”. Así seguimos adelante.