lunes, diciembre 28, 2009

Variaciones sobre un tema de amor (3)

3. Una caricia. Eso pienso y lo escribo. Fue una caricia. Pero existe un abismo enorme entre lo que pienso y lo que escribo, un espacio infinito entre mi intención y tu percepción, entre mi mano y tu piel. Aún más lejos están tus pensamientos y tus sentimientos. No sé ni puedo saber si para ti ese gesto incierto fue una caricia o no, si mi mano que por un instante rozó tu piel para convencerme de que estás ahí, de carne y hueso. Una caricia como puente, entre el frío de las letras con que te invento y te pienso, y la tibia sensación de tu piel más allá de todas mis palabras. Una caricia para convencerme de que no existes sólo aquí, inventada con signos más o menos arbitrarios y mal pintados en la libreta que entonces aún no veías pero estabas a punto de.

A punto de, lo mismo que mi corazón y mi mano estaban a punto de, sin que yo lo pensara o lo quisiera; mi corazón y mi mano en el instante definitivo de estirarse, en el último segundo o fragmento de segundo más largo y aterrador en que puede encontrarse un hombre y que jamás se repite. Mi mano a punto de estirarse temblorosa hasta el sitio precario que ocupa tu brazo, a punto de recorrer con miedo a que desaparezca, el perfil hermoso de tu piel blanca. Tu piel que ya no es la silueta de una sombra que adivino, sino una suerte de ilusión que temo romper con ese tacto que no pensé ni quise, pero que está a punto de suceder. A punto de, mi corazón a punto de inventarse más sueños y pesadillas de los que yo le hubiese permitido jamás cuando vio a mi mano una millonésima de segundo más rápida que él, alargándose incierta y temblorosa para pintarte al fin la primera caricia disfrazada de curiosidad o vaya uno a saber disfrazada de qué. Mi corazón, una millonésima de segundo más rápido que tu respuesta, tu reacción, viviendo ya en pesadilla einsteiniana todas las reacciones, buenas y malas, tiernas o crueles, a partir de las que podría a empezar a escribir el resto de mi vida. Mi mano a punto de, mi corazón a punto de y, sobre todo, tu rostro y tu piel a punto de.

La incertidumbre no dura, pero basta para que yo viva todos los desenlaces posibles de una acción que no escogí ni planeé, una acción de mi mano, mi corazón y tu rostro que parece determinada por un atavismo cósmico, por la lógica que rige los sueños, esa causalidad torcida donde todo sucede sin razón pero se esfuerza y siempre logra encontrarle sentido para no despertar. Imagino.

Imagino ese instante, si pudieras verme con mis ojos. Imagíname asustado cuando veo que mi mano, lejos e ignorante de todas mis órdenes, heraldo no autorizado de todas mis esperanzas se alarga para hacerte una caricia y ocultarla con un pretexto trivial. Algún día dirás que tus ojos me buscan, que tu rostro a punto de, quizá esperaba. Pero yo no quiero las explicaciones del después, las que vendrán conmigo o con cualquier otro. Yo quisiera saber qué es lo que existe ahí cuando tu rostro a punto de, mi mano casi, mi corazón inminente. Me imagino si tus ojos, igual que los míos vieron esa mano ajena acercándose a tu brazo. Si tu brazo se quedó ahí esperando mi caricia a propósito, si no te diste cuenta, si deseabas ese contacto frío y tibio de una mano, un dedo temblando al deslizarse tímido por tu brazo. Si lo soportaste porque no te quedó otro remedio o si, lo mismo que yo, le diste un sentido nuevo, incomprensible.

Mi mano a punto de estirarse para hacerte una caricia disfrazada, mi corazón a punto de decir te quiero en silencio. Y tu rostro. Tu rostro a punto de sonreír. Tu mano a punto de pasar por el sitio exacto donde supe dibujarte torpe la primera de todas mis caricias, nuestras caricias.

Basta ese instante para ser feliz, pero también para vivir días imposibles por el resto de la vida. Basta una caricia para que de inmediato y ahí ante tus ojos que ojalá me busquen sin que yo lo note, porque no me he dado cuenta. Una caricia y yo ya estaba a punto de escribir. Te quiero. Tras pensarlo mucho, tras dudarlo, porque aceptar el deseo es aceptar también que no se cumplirá. Que no quiero que se cumpla. La pluma a punto de escribir te quiero. Tus ojos a punto de leer que te quiero por encima de la pluma que se desliza sobre el papel, dejando su aciago rastro negro. Y yo, durante páginas y páginas, a punto de escribir tu nombre sin atreverme, porque las cinco letras que te nombran describen mi destino que aún está a punto de escribirse. Aún es tiempo de renunciar y huir. Porque al principio basta muy poco para ser feliz y después ya nada es suficiente.

Mi mano a punto de hacerte una caricia. Mi corazón a punto de admitir te quiero. Tu rostro a punto de una sonrisa. Tu mano a punto de un eco de caricia. Mi pluma a punto de escribir te quiero, de escribir tu nombre. Todo tiempo confundido, doblado sobre sí, hecho un ovillo sin punta. Y yo, antes y después, pero también en este ahora que se queda siempre en lo que está por suceder, estoy a punto de escribir tu nombre, pero aún no me atrevo. Otra vez la hoja que pudo ser blanca, se quedó a punto de llevar la eternidad en tu nombre infinito.


23 de Noviembre de 2009


viernes, diciembre 04, 2009

Variaciones sobre un tema de amor (2)


2. Y es que al principio es poco lo que hace falta para ser feliz. Basta un instante, un momento pequeño y hasta preciso. Es fácil ubicar esa felicidad y hacerse un lugarcito ahí en medio,una representación o simulacro con palabras o dibujos. No cuesta imaginar, por ejemplo, a Seurat guardando avaro un instantede felicidad en el tiempo puntillista. Basta mirar el cuadro, leer las letras, cerrar los ojos y concentrarse en esa primera vez, Fausto, en que viste que viste a Gretchen, esa primera vez, Lou-Andreas, en que cruzaste palabra con Rilke. Felicidad sencilla, felicidad de principio, felicidad que por su claridad llena el mundo y ciega como la primera luz de Prometeo, pero que por lo mismo, lleva o arrastra el castigo y la obligación como eterna compañera.

Hace falta poco cuando uno está aún hundido en el abismo o la obscuridad y pide apenas un rayo de sol o una gota de rocío para recibir alivio. Cuando uno está solo, antes de conocerte, sin saber siquiera, sino por ausencia, por los espacios vacíos, el contorno de tu sombra. Entonces, al principio, ni falta hacen tu nombra ni su contorno para sonreír a oscuras; bastaba entonces esperarte, mirar el vacío y suponer tu posibilidad como consecuencia. Al preso Montecristo le bastaba apenas la ilusión de ser libre para serlo. Pero apenas asoma un cambio y la nuez de Hamlet queda justa y se encoge cada vez más.

Así cuando te vi la primera vez renuncié a los infinitos mundos y quise repetir sólo tu sonrisa ¿Cuánto dura tu sonrisa, la primera? Tiene fecha de vencimiento, lo sé, y ha llegado, pero no supe cuándo. Acaso al saber tu nombre o al comprender con algún grado de certeza, que podré verte sonreír casi cada uno de los días que llenarán los próximos años. Murió tu sonrisa cuando dejó de ser excepcional, cuando se repitió. Pero lo mismo, y aunque hubiese sido esa tu única sonrisa, tarde o temprano se habría transformado de felicidad en tortura, arrepentimiento y muerte.

Al principio basta un poco para ser feliz. Pero el deseo o la necesidad no conocen límites, dejan lugar en silencio a la ambición. Un instante breve de felicidad basta para tener ambiciones toda la vida, para amargarse cada instante con la intuición de lo que hace falta, con el desprecio de lo que se tiene o tuvo y que ya no basta ni bastará nunca más para ser feliz. Bastaba un poco, pero después, por la ambición natural de la felicidad y el deseo, ya no bastarán ni el mejor de los mundos posibles, ni la suma de todos los mundos posibles. No hay final en un universo en expansión, no hay puntos de atracción ni límites. Ni siquiera el eterno retorno sirve de consuelo porque siempre hace falta más y la repetición o el olvido no son suficiente. Tu sonrisa me puso frente al umbral del tiempo, ante el infinito, pero tengo que rechazarlo, porque no me basta.

Una gota de agua, como pedía el viejo rico a Lázaro, no es consuelo entre las llamas del infierno. Cualquier felicidad es al principio enorme, pero en un instante queda insignificante. Así, ni volverte a ver, ni recibir tu sonrisa son ya ni la sugerencia de una alegría pasajera. Un breve consuelo hace el tormento más terrible. Y mi tormento es no tenerte. Tenerte ajena y a ratos es peor que la peor de mis palabras. La primera vez que tu piel tocó la mía en un beso sugerido casi al aire, en ese saludo casual entre pasillos y desconocidos y todo lo demás. Eso no es consuelo, es dolor. Porque ahora espero y necesito ese beso sugerido todo el tiempo, al despertarme, al salir de casa, al volver, en el auto, en el trabajo, en la vida, en la muerte, y en el brevísimo intervalo entre una y otra letra de las que componen este escrito que nunca te alcanzará como eres ahora, antes de saber que tu piel me llama. La silueta de tu sombra, tu rostro desconocido, tu primera sonrisa, tu nombre, tu piel, todo se transforma antes de que pueda disfrutarlo y eternizarlo, en una añoranza perpetua que, como la estrella de la mañana anuncia el amanecer, pero no disipa las tinieblas.

Te quiero. Hasta ahora lo escribo. Tras pensarlo mucho, tras dudarlo más. Te quiero y eso no basta para ser feliz, es muy poco. Te quiero y duele, porque al decirlo, al escribirlo, debo aceptar también que mi deseo de verdad es que nunca se cumpla mi cariño, que no deseo que se cumpla mi deseo. Quiero tenerte siempre lejos y siempre cerca, pero en ningún caso tenerte toda. Quererte es jurar la maldición eterna de buscar la felicidad todos los días y renunciar a ella cada instante. Ceguera voluntaria de tu piel, de tu rostro y tu sonrisa, deseo de tenerte toda e infinita, deseo interminable como la tormenta misma de posibilidades que te forman y no, que te definen por ausencia y presencia, potencia y acto. Te quiero, y eso significa que ni aún la suma de todos los instantes tuyos, los vistos y perdidos, los posibles e imposibles, pasados y futuros, serán suficientes para hacerme feliz. En tu sonrisa renuncio a la felicidad para acercarme siempre, a cada instante, sin llegar nunca. Eterna división de la distancia.

Al principio es fácil ser feliz. Pero ese principio es también la trampa de la angustia, la renuncia, la muerte en vida. Es infinita la búsqueda de tu sonrisa, no puedo resumirla ni en tu nombre, que ahora me parece vacío, insuficiente. Y así, al levantar la pluma, aunque admito que te quiero no me atrevo a escribir tu nombre, porque eres mi felicidad y por lo mismo, el dolor que no termina.


—Und alles war neben dir geschrieben—


17 de Noviembre de 2009