viernes, diciembre 09, 2011

Fuge, Late, Tace (4)

Aún más. Yo no hablo tu idioma ni tu cultura y tampoco tú conoces las mías. Tratamos en un idioma neutral que ninguno domina, que no es el de nuestras vidas individuales, o el que cuenta la historia de nuestra ficticia personalidad. El potencial de malos entendidos se disloca ahí y uno está tentado a pensar que no tiene sentido decir ni una sola palabra. Ni un balbuceo. Dejar de respirar mejor. Si no es el idioma será el juicio de espejo o la cosmovisión —¿nací, me educaron comunista? ¿crees en el budismo? ¿soy agnóstico? ¿eres cristiana?— pero algo terminará por hacer ininteligible nuestro diálogo. (Algo tanto tonto como que tú te consideres producto de la evolución y yo me piense hijo de dios). Y sin embargo, hablamos, sin estar conscientes siquiera de todo esto, o estándolo, pero sólo en retro y prospectiva, nunca en el instante, nunca al decir ‘mucho gusto’ o al preguntar si acaso volveré a verte. Seguimos ahí, en el perpetuo malentendido y cada uno a la espera, a la expectativa de confirmar su mundo y su ficción de ser fracaso o proceso. Sin olvidar, por lo demás, que toda expectativa deforma o determina (que al final es lo mismo) la búsqueda.

Nuestro ahora de primeras palabras y sonrisas es inenunciable y acaso basta para volverse loco. Uno no debería contar nada, ni escribir nada, ni desear ser comprendido nunca. Todo está destinado al fracaso según la ley de la utilidad o los criterios de la comunicación. Pero acaso por eso mismo reincidimos y nos conocemos y de vez en vez apostamos el alma que se hará pedazos porque al final la palabra es siempre más poderosa como caos que como ordenadora de vidas.

En todo caso, ¿qué diferencia entre intercambiar cumplidos o cachetadas? ¿qué diferencia entre un ‘mucho gusto’ y quedarnos en silencio y responder simplemente a la necesidad de una caricia o al consuelo simple de tomarnos la mano siendo desconocidos? No veo diferencia entre este construir una relación con palabras y hacerlo en silencio o con violencia, con signos igual de ambiguos pero infinitamente más reales puesto que se sienten (la caricia, el golpe) en carne propia y acaso la carne, a diferencia de las palabras, no miente. Pero sólo acaso, pues también el cuerpo traiciona.


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La vida como estado perpetuo de excepción... Renuncio a las interpretaciones!