viernes, agosto 30, 2019

Les Adieux

Así el principito domesticó al zorro. Y cuando se acercó la hora de la partida:
—¡Ah!...— dijo el zorro—. Voy a llorar.
—Tuya es la culpa —dijo el principito—. No deseaba hacerte mal, pero quisiste que te domesticara... 
—Antoine de Saint Exupéry. El Principito. 

He empezado tres veces a escribir estas líneas. En esta tercera versión, decidí empezar con El principito porque llevo meses dándole vueltas por razones que no son precisamente literarias. En todo caso, la verdad acerca de las despedidas está ahí expuesta con naturalidad, no se discute mucho al respecto; ese ritual se acepta y ejecuta como regalo: «Tu reviendras me dire adieu, et je te ferai cadeau d’un secret». Hacer un amigo, crear lazos, es prometer también una despedida; negar esta verdad es inconsecuencia o traición.

     Quizá esta verdad que leí de niño en las escaleras del patio en casa de mis padres, determinó que muchos, muchos años después Les Adieux llegara a ser mi favorita, de entre todas las sonatas que escribió Beethoven. Tal vez sea cosa de mi escaso gusto musical, porque en teoría no es la más acabada, ni la más impresionante de entre ellas. Lo que me une a esa pieza es su aspiración sobrehumana de fijar en melodía el sentimiento asociado a la despedida. Das Lebewohl, Die Abwesenheit y, con esperanza, Das Wiedersehen. Los tres movimientos hacen eco de las etapas de una despedida.

     También llegué al tema de las despedidas por Alicia a través del espejo. Un ensayo hace coincidir la figura del caballero blanco —ese inventor estrambótico— con Don Quijote, pero también con el reverendo Charles Lutwidge Dodgson. Ese caballero es amistad y, sobre todo, despedida. De los personajes con quienes ella cruza caminos, este es el único que pide y ofrece a Alicia una despedida en forma y tan memorable como sea posible. En eso reconoce el autor del ensayo al autor de Alicia. Esa despedida, narrada varios años después de que los Liddell rompieran relaciones con él, está en el mismo registro de nostalgia romántica que el acróstico dedicado a la Alicia de carne y hueso: 

Still she haunts me, phantomwise.
Alice moving under skies
Never seen by waking eyes. 

Entiendo a Dodgson, pues ese lento perderse en el retrovisor es la impresión más cara que tengo de mis apagados fuegos emocionales. Si alguien le preguntase a mis exnovias —cosa que ojalá no suceda— acaso coincidirían al señalar que tuve siempre una suerte de obsesión con la despedida. Sin duda era un problema separarnos, pero me parecía mas grave no tener tiempo, ánimos o vida para una despedida como la del caballero blanco y Alicia, como la del zorro y el principito. De una de ellas, conservo la fotografía en que sonríe moving under skies, después de botarme. De otra me queda esa postal con la imagen del friso Beethoven de Klimt que le regalé como gesto final. La imagen de Klimt es preciosa, si las hay: el caballero se larga a enfrentar la vida y el destino. Fracasará, pero es preciso.

 —Gustav Klimt. El friso Beethoven— 

Quiero decir que soy una especie de yonqui de las despedidas. Pienso que por eso mismo Dodgson la emprendió en contra de sus diarios, arrancando páginas enteras, corrigiendo la realidad misma para crear una imagen definitiva, un ancla de memoria pensando en sí mismo pasado mañana. Dijera Nietzsche que hay que vivir de forma póstuma, vivir para pasado mañana. Esto lo entendí al reunirme con una mujer de la que ya me había despedido; porque ese encuentro y casi todos los que siguieron, tomaron la forma de un prolongado suicidio emocional. Cuando me acuerdo de ella, never seen by waking eyes, pienso en el abrazo y el beso de despedida bajo una incipiente lluvia, nunca en los pleitos que siguieron.

     Así que Nietzsche sabía de lo que hablaba y yo debí haber puesto más atención a su sabiduría. Él recomienda aprender el arte de marcharse a tiempo: de la vida, de las relaciones, del honor, de todo: «uno debería despedirse de la vida como Odiseo se despide de Nausicaa —más bendiciendo que enamorado». La literatura ofrece ejemplos geniales de la estética de una buena despedida; así por ejemplo, Héctor se despide de Andrómaca con la certeza de marchar hacia la muerte a manos de Aquiles y los aqueos. La actitud es la misma del caballero en el friso Beethoven de Klimt: el héroe de Troya entiende que esa despedida es la única prueba de amor verdadero que puede ofrecer: «Pierda yo la vida y cubra mi cadáver la tierra amontonada, antes que escuchar tus gritos y lamentos, presenciar tu rapto y saber que te conducen a la servidumbre». Héctor sabe que es preferible fijar un recuerdo en la memoria antes que hacer del deseo de continuada presencia el instrumento de futuras desgracias.  

 —Liancé, Agustin. Les adieux d’Hector et d’Andromaque 

Más moderno y popular es el lugar que ocupan las despedidas en la obra de Stephen King. En el tomo cuatro de la Torre Oscura, el joven Roland se despide de Susan Delgado, quien será para siempre la chica en la ventana, quien sonríe en la distancia, bendiciendo más que enamorada. Al volver, el héroe la verá atada al charyou tree, episodio doloroso que acaso sería peor si no hubiese tenido tiempo para crear ese momento, esa imagen a la que aferrarse. Still she haunts me, phantomwise, diría el viejo y lisiado pistolero.

     En el mismo registro está el final de la más nueva versión de It (2017), cuya escena final es la despedida; esa imagen, esa mancha de sangre que evidencia un pacto, nos ancla a los personajes. Nos sirve de consuelo a los que sabemos lo que vendrá por haber leído la novela. Esa despedida es indispensable para que, años después, sean capaces de enfrentar la misma situación imposible y encontrar la luz. 


It (2017) © WB— 

Véase, en cambio, el último capítulo de Tokio Blues (Norwegian Wood) de Haruki Murakami, donde todo el mundo se larga pero nadie se despide, de manera que las heridas no sanan y las tristezas no abren paso a la esperanza. Concluyo, si es que algo debo concluir, que de este juego entre tristeza y esperanza viene mi obsesión por una buena despedida. Es que la despedida es un ritual que purifica y da esplendor. Sin una despedida el reverendo Dodgson no habría escrito aquellos versos. Es posible que A través del espejo sea un modo de crear la imagen que pudo hacerle falta. Quiero decir que la despedida es la única prueba de afecto sincero que podemos ofrecernos. La despedida es la demostración de que uno desea evitar el daño y la desgracia que son producto del deseo ciego por una presencia continuada, del miedo a la despedida. Saber despedirse es aprender el arte de marcharse a tiempo.