sábado, junio 14, 2008

Volver a Mar

…porque es bien cierto que uno nunca sabe a dónde puede llevarlo un sueño vívido como la misma realidad. Un sueño que cambia de golpe, con una mirada, con dos palabras que se pierden en los entretelones de la inconsciencia. Es tu turno, alguien dice, entra a la chancha. Entonces te das cuenta de que estás en un viejo deportivo, corriendo en una cancha terrosa de fútbol, cercada por malla ciclónica y jugando en una posición que nunca te ha gustado contra un equipo que parece invencible. Corres, una y otra vez en pos del balón, en pos del delantero que pretende dejar a tu equipo un tanto más abajo, pero nunca llegas. Por eso detesto jugar de defensa, piensas, y sin pensarlo mucho te unes a una jugada que promete ser buena ofensiva, una jugada que te deja en el área contraria, lejos del balón que ahora pertenece a una mujer que no debería estar ahí, aunque parece lo más natural del mundo con su vestido negro floreado y sus cabellos ondulados, con una sonrisa que intuyes y te hace pensar en una joven que trabaja en el orfanato y juega con los niños igual que tú. Sabes que tienes que alcanzarla y corres con todas tus fuerzas pero ella se hace cada vez más pequeña y distante. Entonces, como si supieras que todo es un sueño, aferras con las manos el entorno, el suelo, el paisaje y jalas para, al mismo tiempo, impulsarte y traerlo todo hacia ti. Pero llegas demasiado tarde porque tu portero distraído ni siquiera reacciona al tiro de ella que termina por ser otro gol y un paso más de tu derrota. Ella vuelve la mirada triunfante, con la sonrisa que intuyes en el rostro. La reconoces. Mar. De golpe te llegan los recuerdos, pensaste que no volverías a verla después de que te plantara en una tarde lluviosa y nunca volviera a contestar el teléfono, hace casi un año, quizá. Pero está ahí y te reconoce, te sigue cuando le pides hablar aparte y entras en un cuarto con ella, reconociendo el patio en que jugabas de niño; ahí estaba todo el campo, todo el fútbol. Hermosa, brillante por el breve sudor que le humedece el cabello. Te sonríe cuando le preguntas al fin, ¿qué pasó?; su respuesta lo explica todo: tengo novio desde; y no hacen falta más palabras porque se entienden apenas con sugerencias de frases. El novio asoma al cuarto y ella le pide que se vaya. Preguntas algo más mientras la tomas por el talle y ella lo permite y se acerca casi hasta besarte. Recuerdas al novio que dejó al conocerte; loco, controlador, infiel, quizá violento y bien supones que ha vuelto con él. ¿Entonces?, preguntas, y por toda respuesta ella sonríe con esos ojos enormes y cafés, te abraza como si fueras una esperanza, un sueño redescubierto. La abrazas también y sientes la humedad de su cabello, la ternura en su cuerpo, la abrazas a penas lo suficiente para recordar que mientes, que tienes pareja también y deberías decirlo porque ella no merece. Hasta ahí te llega el pensamiento porque asoma de nuevo el que supones su novio y se separan bruscamente, a tiempo para que no los vea y para que lo odies con toda el alma. Por señas te dice que estarán en contacto y tú sabes que es imposible porque ella se va a Canadá, pero sabes también que si sucede, todo lo demás no importa porque te irás con ella. Ya has visto cuanto te quiere, cuánto te necesita.

Lo siguiente que sabes es que empieza otro día y te miras al espejo, sin ánimos, con rostro anodino, lavándote los dientes. Imaginas que estás en otra parte, caminando por el centro comercial, mirando los aparadores y al otro lado del vidrio, en una agencia de viajes, está ella, atendida por alguien que parece venderle el boleto a Canadá, por alguien que la separará de ti para siempre. Aún te cepillas los dientes frente al espejo cuando ella te saluda desde el otro lado y sonríe con esa sonrisa que extrañas, que te enamora una y mil veces. Aún incrédulo, la saludas también y ella se levanta del asiento, Mar camina hacia ti. Se abrazan. Otra vez el diálogo silencioso, a medias: pero… ella guarda silencio, te abraza por el cuello y te mira sonriendo hipnótica, encantadora. Otra vez la tomas por el talle con una sensación de paraíso recuperado. Se besan y al fin sabes que ambos renuncian a todo y estarán juntos, que todos los planes han cambiado, lo sabes cuando termina el beso y se miran y tu preguntas o intentas preguntar algo que podría ser ¿Canadá? pero no puedes saber porque el sueño ya se pierde y se difumina conforme te sientes más y más en una película ambientada en París que termina antes del anochecer, como si la película se borrara ante la entrada repentina de una luz intensa. Alcanzas a ver que se encoge de hombros, sientes que te abraza de nuevo y echan a andar juntos. Con un parpadeo, estás de nuevo en tu habitación, sin otra compañía que la penumbra y el silencio, con la sensación de que el mundo te espera y una sonrisa idiota en el rostro porque Mar te escogió, porque los planes cambiaron. Pero conforme lo piensas, la alegría se va y cada vez parece menos verosímil, porque Mar, la verdadera, no es un sueño si no un abandono, porque Marlene no viene del cine ni de la fantasía sino de la realidad, la realidad cada vez parece más triste porque Marlene Navarrete Vázquez te dejó plantado en una tarde lluviosa para no volver a contestar el teléfono, porque los sueños son traidores, permutantes, inverosímiles y porque es bien cierto que uno nunca sabe a dónde puede llevarlo un sueño...