sábado, marzo 15, 2008

jueves, marzo 06, 2008

La Carrera


Creo (¿supongo? ¿intuyo?) que todos vemos, en una u otra forma, la vida como una carrera; por lo menos como un desplazamiento hacia alguna parte. Dudo que haya alguien capaz de anquilosarse por completo en la vida —aunque conozco a quien me hace pensar que tal vez— sin sensación de movimiento, de cambio, de dirección. Por lo menos eso, dirección.

Pero hay dos maneras de entender la carrera. Una, en donde ésta tiene un fin y metas a medio camino, donde es necesario hacer un alto y celebrar, llenarse de admiración por las propias fuerzas y, acaso, detenerse para siempre a contemplar el pasado glorioso como atleta retirado. La otra, muy similar a la carrera en la playa de Alicia en el País de las Maravillas, no reconoce metas, ni fines, ni medios. Hay una dirección, un movimiento, pero este no tiene un fin va simplemente hacia dónde va, pero no ha de detenerse nunca. Avanza, pero nunca llega.

Es común que, de vez en vez, personas con distintas visiones de la carrera se encuentren. El conformista se detiene al cruzar la meta que imaginó a medio camino o, incluso, como fin del camino; se siente feliz porque llegó antes que nadie y ahora puede sentarse, beber un trago de agua, disfrutar de la admiración colectiva y sobre todo la propia, pero ya no tiene que correr más, no tiene que esforzarse. En medio de su alegría, verá pasar a otro sujeto que no se detiene, una especie de ciego incapaz de ver la palabra “meta” y el listón roto por quien llegó primero. No es ciego, ve la palabra pero no la entiende, sigue adelante sin final, siguiendo un destino que no alcanzará porque quizá no está ahí. El triunfo y la felicidad no tienen sentido para él, no puede perder, pero tampoco puede ganar. Jamás se detendrá sino hasta que el cuerpo diga basta y aún entonces, se arrastrará pensando que pudo haber llegado más lejos, que debió hacer más por alcanzar al destino, morirá en el desasosiego del fracaso.

El conformista, el mediocre, es feliz. Celebra su bachillerato, su graduación, su maestría, su matrimonio, sus hijos y exige al mundo que gire la cabeza y vea la majestuosidad con la que ha cruzado la meta común. Afortunadamente para él, el mundo está compuesto principalmente de personas así. Todos ellos ciegos a las posibilidades, a la magnitud de su renuncia de lo desconocido. El otro, el que no puede detenerse, será siempre un loco a sus ojos.

Para el eterno perseguidor del destino inalcanzable, la felicidad es imposible, la admiración colectiva se transforma en burla y el poco respeto que podría tener por sí mismo queda sepultado por su infinito sentimiento de insuficiencia. Sus ojos, ciegos al presente, abren la intuición de su espíritu a lo posible, a lo que aún queda por descubrir.

¿Quién llegará más lejos? ¿qué vida habrá sido más plena, más llena de experiencias? Por supuesto, cada uno piensa que su vida es mejor que la del otro, salvo quien no se detiene a contemplarse y alabarse. Acaso la felicidad es enemiga del progreso.

La misma carrera. Todos los días, cada instante. ¿Qué sentido tiene?


Miércoles, 05 de Marzo de 2008

18:33 Hrs