martes, noviembre 20, 2007

76 Años

El ciudadano promedio vive al rededor de 76 años si es que cumple con las normas regulares de slud, higiene y prevención. Se trata nada más que de una apuesta porque siempre es posible -y altamente probable- que la aparición de un imbécil sin deseos o conciencia de cumplir sus 76 años arremeta sin quererlo contra nuestro sujeto promedio y le arranque de golpe la esperanza de llegar a viejo y ser llorado por sus pares y sucesores. El único modo de seguir haciendo la apuesta y creer que rendirá algún fruto es pensar, tener fe, en que la mayor parte de las personas que se encuentran en nunestra circunstancia hacen la apuesta en el mismo sentido, disminuyendo así la posibilidad de salir estafados. La excepción, sin embargo, será más angustiante mientras mayor sea el número de pesonas que apuestan por la vida larga pues, tanto más improbable sea la aparición de la excepción, la llegada de ésta será mucho más agraviante, mucho más angustiante. Así, mientras más variadas e inciertas sean las expectativas de un individuo o de una sociedad, mientras más limitado sea el conocimiento y la predictibilidad de los fenómenos, menor será la angustia generada y, en consecuencia, mayor será la felicidad que, en potencia, pueda alcanzarse. De ahí que, aquella famosa sentencia "Ignorance is bliss", no sea del todo un sinsentido, salvo en el aspecto en que para llegar a ella fue preciso multiplicar el conocimiento y renunciar a la ignorancia. Es decir, que todo aquél que sea capaz de comprender la mencionada sentencia habrá renunciado, por ese simple hecho a la "bliss", enemiga jurada del saber. Si, por consencuencia, el conocimiento y la disminución de expectativas son una manifestación de la civilización y del progreso, esto implicaría que el progreso no es tal o que sólo se adquiere a partir de la perdurable renuncia de la feliciadad con la feroz agravante de que, en el momento en que uno es capaz de definir "felicidad", ya la ha perdido pues ello implica conocimiento y no ignorancia. El saber es, pues, un camino poco común para burlarse de uno mismo, para apartarse cada vez más de aquello que se busca mientras uno piensa que se está acercando. Colofón es que no existe puerta de regreso a la ignorancia. No hay vuelta al paraíso perdido pues, de otro modo, no llevaría el adjetivo de perdido. En fin, que más vale ser el que carece de interés en vivir 76 años que el pobre diablo que pierde la apuesta, la vida y la felicidad por culpa de otro menos responsable y que con toda seguridad será recordado por su imbecilidad o su sinsentido. Más vale ser el imbécil recordado, a ser el tipo serio que provocó una carcajada cuyo eco termina en el olvido. 76 años. ¿Y qué?

Vienes, 16 de Noviembre de 2007
14:00 Hrs.

lunes, noviembre 05, 2007

Algo que temer

A un par de cuadras de mi casa, dejé libre el paso a un auto que venía detrás del mío y parecía desesperado por pasar. Por la ventana, vi como el pasajero gesticulaba como loco y luego me cerraron el paso. Se bajaron de inmediato los dos y uno de ellos caminó hasta mi auto. Pablo, el de Mariana, el que ella me dijo que ya no era su novio y ayer me enteré que sí. En cuyo beneficio le dije a Mariana que me dejara en paz si no podía ser honesta. Quería pelear conmigo, me gritó que me bajara del auto. El muy idiota no podía abrir la puerta del auto y yo, con calma, me quité los lentes para bajar a darle gusto. Se desesperó y me tiró un par de golpes por la ventana. Entonces me bajé del auto. Yo no quería pelear, ni siquiera estaba molesto por lo que estaba sucediendo, incluso le tuve un poco de lástima al tipo ese. Un par de codazos en la nariz y una patada en la rodilla lo hicieron retroceder. Levantó las manos pero no se atrevió a intentar golpearme de nuevo. Vi como se hinchaba su nariz, algo como una bola roja se formaba en medio de sus ojos. No quería lastimarlo, hace tiempo que renuncié a la posibilidad de lastimar a la gente, Milena me sacó ese demonio. Ahora estaba ahí, frente a este pobre idiota, que quería dejar el cuerpo por Mariana, por esa a la que tanto quise y de pronto cambió de piel como serpiente. ¿Qué le habrá dicho a Pablo? Le tenía lástima y no quería lastimarlo. Eso pensaba mientras lo miraba ahí, asustado de mí, sin decidirse a seguir defendiendo a su puta por miedo de mí. Me duele, cada vez que sucede, descubrir en la gente esa mirada de miedo cuando se enfrentan a mí. Hago un recuento de cuantos novios celosos e idiotas con ganas de pelear me han amenazado como él, cuántos se han atrevido al verme frente a frente… Suena a un exceso de confianza de mi parte; pero más bien es algo como horror. Cuando un tipo que mide unos treinta centímetros más que tú y pesa el doble, se echa para atrás asustado, no puedes evitar pensar que hay algo en ti, algo malo. Un borracho incapaz de miedo y de dolor se asusta, un tipo que según carga una pistola no se atreve. ¿En qué me he convertido? Me pregunto si seré capaz de algo que yo no he visto pero todos ellos sí. Algo en mis ojos, acaso. Pablo se va, gritándome amenazas que me dicen que está aterrado. No se atrevió a intentar golpearme cuando me miró frente a él, sin que siquiera haya levantado mis manos, sin que yo lo haya amenazado o dicho cualquier cosa. No se atreve. Se da la media vuelta y se va. Su amigo/chofer, se va con él. Me siento como un extraño al mirar mis ojos en el espejo, lo mismo que toda la vida. ¿Qué es lo que ven ahí? ¿Por qué retroceden? ¿Por qué nadie me ha matado? Am I something to fear?