lunes, marzo 30, 2020

I'm in it, but it's empty

I don’t want a pillow I want your moving breathing flesh. I want you to hold my hand in the dark. I want to roll on to you and push myself into you. When I turn in the night the bed is continent-broad. There is endless white space where you won’t be. I travel it inch by inch but you are not there. It’s not a game, you’re not going to leap out and surprise me. The bed is empty. I’m in it but the bed is empty. 
—Jeanette Winterson.

Había preparado una reflexión en torno a Rabos de lagartija, la novela de Juan Marsé, dándole vueltas a esa frase que da título al libro y que compite por ser una de las más tristes que se hayan escrito en literatura. Pero hablar de Marsé en estos tiempos podría parecer un deliberado intento por evadirme de la realidad, ignorar al elefante en la habitación. Entonces, para no resultar intempestivo, comparto estas notas con las que estoy intentando construir un cuento. La idea me llegó mientras leía The Passion de Winterson y sostenía una esperanzadora conversación por WhatsApp. 


I'm in it, but it's empty


La ciudad luce vacía. No desierta. Exageran los que ven en esta cuarentena el eco de una novela de Camus o de la Europa medieval. Me parece ridículo el símil con las películas de desastre. La ciudad es más cómoda de este modo. Sin horarios fijos ni compromisos. El pánico que corre por las calles parece un escenario ideal para leer a Philipp Mainländer. Lo cierto es que hay pánico porque nos aferramos a la vida. Sólo se aferra a la vida quien no la conoce.
     Me doy cuenta entonces. Me aferro a ti y eso significa que no te conozco. Esperar, una noche sí y otra no, a que me lleguen tus mensajes, es un ritual tan obsesivo y tan idiota como lavarse las manos tras tocar cualquier superficie o bañarse en alcohol como quien hace abluciones rituales. Me aferro a ti como a alguien que no volverá. Como a un pasado. Pero vas volviendo, lo mismo que tu ausencia. Por ahora todos somos vida estéril. Aferrándonos a lo que es, o pronto será, pasado. Es decir, a nosotros.

 — Sahara. Wikipedia —

No pretendo ser poético; menos todavía caer en el ridículo o el lugar común. Intento ser honesto. Escribir sin recursos, sin creer la leyenda que me estoy inventando y contra la que pretendo que estos ejercicios de escritura hagan contrapeso. No se trata de recordar, ni conservar, porque así se cae en el descuido de embellecer.

Una mirada, un saludo, un gesto con la mano. Se trata de signos que pueden juzgarse desde la superficie, sin complicaciones. Pero a veces es preciso juzgarlos de manera intencional. El signo es, antes que nada, una creación de quien quiere leerlo. No hay signos en ausencia de lectores. Este es el problema. Tu mirada es un problema. No sé si soy yo quien construye la emoción que leo en ella. Hermenéutica del vacío. En medio del malentendido, en las márgenes del sentido, los signos superan al intelecto. Cuando el mensaje es oscuro nos involucra por completo.

Es posible que esté imaginando cosas. Nunca he sido muy hábil para interpretar intenciones ajenas. Estas líneas son también un estudio de la realidad. Quiero saber si lo que veo o siento es un malentendido. No quiero ser ridículo. No es propio temblar mientras uno escribe; sin embargo, sucede. Querer es para mí algo ajeno. Querer con mayúscula, de un modo que involucre todos los aspectos de mi voluntad. Soy capaz de juzgar si tengo hambre y querer comida. De construir planes de investigación académica. No me es difícil hacer corresponder los medios con los fines. Lo que no sé es desear algo más allá de la conveniencia. Querer con el cuerpo, que la carne llame como el hambre. Querer con la razón porque deseo un mundo en que el enunciado «tiemblo porque te escribo» sea verdadero, y también todas sus consecuencias. Querer con el espíritu, como el herido quiere consuelo.
     Si alguna vez te entrego estas líneas ha de ser porque lo quiero de ese modo total. Porque la idea de tus ojos leyéndolas, la posibilidad de tus manos que componen una respuesta, lo justifican.

El caballero encontró una botella a la vera de un río. En la botella un papel y en el papel una carta. Ella pedía ayuda. El caballero recorre el reino en busca de la infortunada hasta encontrar una fortaleza peligrosa. Derrota al villano y libera a la cautiva. La arena está manchada de sangre, las paredes también. La mujer agradece la liberación, pero sus ojos muestran miedo. Tanta sangre. Con cortesía, ella lo invita a quedarse en la fortaleza y él acepta la hospitalidad. Días después, un hombre irrumpe en la fortaleza y ataca al caballero quien una vez más, sale victorioso. La sangre es prueba de victoria. Cuando se agacha sobre el cuerpo inerte del rival, nota que en esa mano muerta aferra todavía un papel. El caballero encuentra una nota igual a la que lo trajo aquí. Letra por letra. A ambos lados de la vida y de la muerte está el mismo discurso oscuro. Entonces empieza a pensarse en pasado.

Lo que nos separa es la forma en que leemos el signo. Nos separa un modo de habitar el mundo, de estar determinados por su sentido. El mundo puede ser cualquier cosa para cada uno, porque es un mensaje oscuro. Eso me hace desesperar. También me emociona. Entenderte y al mundo a través de ti es algo como volar con las alas de cera que me heredó el ingenio de papá. No pretendo ser poético.

Quiero saber cómo responder a tus palabras. Quiero leer mi nombre como tú lo escribes. Estas frases significan mucho y significan nada. Son hermenéutica del vacío. Son un mensaje oscuro. Pero creo que puedes entenderme. Quiero que puedas entenderme. Si los signos son enigma, el milagro estriba en que tú y yo los leamos del mismo modo. Si pretendiera ser poético, citaría a Cioran: quiero morir de luz en tu abrazo. Si los signos son oscuros, nuestra coincidencia es luz. Pero no deseo perdernos en poesía.

No sé cuando me acostumbré a pensar estas cosas en pasado. El pasado es real, porque sé que ha sucedido. Es pasado porque ya no puede repetirse. Pensar estas cosas como pasado es más complejo que decir que son irrepetibles. En el pasado está también la deformación de la memoria. Se trata de admitir que, aunque sé que algo sucedió, eso no implica que haya sucedido precisamente como lo recuerdo. Recurrir al pasado para juzgar el presente siempre es engañoso. Pienso en pasado cosas como mis manos con voluntad suficiente para buscar otra piel, un contacto. Cosas como que alguien entrelaza sus dedos con los míos. Pensar en pasado significa que  milagro es lo que ocurre una vez y no se repite; también significa que milagro es lo que ocurre muchas veces. En esos términos vuelvo a pensar en ti. En mi temblor al escribir. Me escribes. Te respondo. Me respondes. Estoy acostumbrado a pensar esas cosas en pasado. Me cuesta creer en su presente.

  — Ruta del transiberiano. Wikipedia —


Siempre me han gustado los lugares desiertos. Esos paisajes en que no puede encontrarse un atisbo de vida. Desde pequeño pensaba en las planicies de Siberia con emoción. La imagen del transiberiano atravesando un invierno crudo y blanco. Yo dentro de ese tren. También me gusta el desierto, su cultura, de la que apenas sé por los relatos de Paul Bowles. Me gustan esos sitios a donde uno va de paso, donde quedarse es morir. Los sitios en donde uno ensaya su relación con la muerte.
     En el mismo sentido, me gustan las mujeres estériles. Hay paz en un cuerpo que no puede repetirse. Un cuerpo que se ahorra la vieja discusión sobre la vida. Una mujer tan estéril como yo no precisa negociar con la circunstancia o con la realidad. La vida no es un don. Me aterra un poco tener que decirte alguna vez por qué pienso así. Hacer referencia a Kertész, Ligotti y Schopenhauer. Hacer un largo periplo para no decirte nunca por qué no quiero prolongar la vida. Como un atropellado que no vuelve a pisar la calle donde casi pierde la vida. La única prueba de amor a la humanidad es no multiplicar, no repetir, no reflejar su miseria.