viernes, febrero 23, 2007

Paris, France

No encuentro la manera de hablar sobre París, lo mismo que sería incapaz de hablar de otras ciudades que me han marcado; en algún modo, París ha sido la experiencia más intensa, la ciudad que simboliza los sentimientos, la literatura y la realidad a un tiempo. París era esta vez, el deseo de estar contigo, caminando por sus calles, deseo hermoso pero truncado por las malas jugadas de la coincidencia. Sabes exactamente lo que siento.


―Plaza Saint Michel―

No tengo otra manera de hablar de París que copiando aquí anotaciones que quizá parezcan inconexas y sin sentido; las reflexiones y sentimientos que fui recogiendo por el camino y que ofrezco aquí en su estado puro, sin cambiarlas para hacerme entender:

Quedan sólo unos días en Europa; se siente, al mismo tiempo, como mucho y poco. Contra el costumbrismo sedentario de mi vida, este desarraigo itinerante es un buen remedio pero, al mismo tiempo, algo en mí exige el regreso a la normalidad.


―Parc Monceau―

Desde anoche, cuando salí del metro y volví a sentir el aire de París, me siento especialmente contento. Estoy un poco asombrado también, pensaba que tardaría muchos años en volver a este sitio.


―Versalles―

La enorme extensión del lago me dió más de una hora para rodearlo. El espacio abierto, rodeado de árboles invernales, sin hojas y como muertos, a la espera de la resurrección primaveral es una experiencia irrepetible. La enormidasd del lago permitía que el viento soplara con todas su fuerza, un aire frío, refrescante que levantaba olas en el agua que tal vez, en otras circunstancias, sería el espejo más grande del mundo. El viento se oponía a mis pasos con fuerza increíble, tenía que inclinarme hacia adelante para vencer, para no sentir el equilibrio perdido. Me bastó cerrar los ojos por un rato, caminar así, en línea recta y sin obstáculos, sin vista, para sentir que volaba; extendí los brazos y sentí en los omóplatos el surgimiento de las alas que no tengo, oponiéndose al viento, filtrándolo, como si me atravesara.



―Desde el Sena―

Es el último día del año y estoy en París. No sé si el mito signifique mucho o poco, si el modo en que empieza el nuevo año tiene algo que ver con lo que sucederá. Quizá es más bien una cuestión de decisiones. Al terminar el año, igual que todos los días, pero tal vez de un modo más serio, uno se mira con ojo crítico y escoge el camino. El orgien, tal vez, de los propósitos.



―Pont Neuf―


Escrito así, parece pueril, uno de esos sueños o fantasías que uno se inventa cuendo tiene veinte años y lleva Rayuela bajo el brazo como cómplice, como salvavidas, como abismo; cuando uno cree mirar a la Maga en todas las mujeres y se siente confundido, desesperado y a la orilla de cualquier zozobra. Si he sido algo así y lo sigo siendo en algún espacio de mi alma o mi cuerpo, lo cierto es que París lo simboliza en algún modo.

Pero París también simboliza otra cosa, el opuesto. Significa que puedo hacer que esos deseos que parecían sueños o nimiedades, se transformen en experiencias vividas a piel, en cuerpo y alma. Significa que el Sena no es sólo el sitio donde se tiran de cabeza los locos de amor o de desprecio, el sitio inalcanzable de los soñadores y los exiliados sino que es, también, una pequeña cumbre, otro instante en la lista larga de los placeres alcanzados con esfuerzo, con amor. Al fin y a la postre, significa que he aprendido que la desesperación no dura siempre y uno termina por ser feliz aunque se resista. Que la única medida o límite en la realización de los sueños que me invento, son mi determinación, mi fuerza y el poco o mucho amor que le tengo a cada uno.

Viernes, 23 de Febrero de 2007
14:27 Hrs.




viernes, febrero 16, 2007

Firenze, Italia

―Firenze―


Florencia fue una carrera contra el tiempo que, si bien no pude ganar, tampoco me llevé la peor parte. ¿Por qué carrera contra el tiempo? Por no saber escoger a la compañía del viaje; ni modo, hay errores que se pagan con sangre y lo que es peor, con arte.


La ciudad es una mezcla preciosa de noche y día, presa, al mismo tiempo, del mundanal ruido y del silencio contemplativo de quienes más que vivir, saben sentir. Sus calles agitadas por los infinitos transeúntes y los desagradables vendedores callejeros de piratería y artículos robados, se transforman respondiendo a la rotación de la tierra: Lo que por la mañana es agitación y filas para llegar antes que nadie al museo se transforma, unas horas más tarde, en caminatas apacibles, charlas de café y sonrisas. Para el triste bohemio y para el mal acompañado, la noche de Florencia hace la felicidad, estoy seguro de que mis pasos aún hacen eco en sus calles.


―Rapto de las Sabinas en la Loggia dei Lanzi―


Aquella primera noche, cené feliz porque la que quiero, pensó en mí y me lo hizo saber. Imagino que mientras yo cruzaba el Ponte Vecchio, sus palabras se deslizaban en la pantalla y que las miradas siempre coinciden en el cielo.


El día siguiente fue uno de los más emotivos que he pasado en la vida. Al fin, tras soñarlo con fervor y atención mientras repasaba las páginas de mis libros de arte, entré en la Galería de Uffizi. La realidad se acercó al cotidiano cúmulo de sueños que me rodea.


Seguí hacia el Palacio Davanzati, dedicado a la resurrección del estilo de vida en Florencia durante el fin de la Edad Media y el principio del Renacimiento y después entré en la Iglesia del Domo, Santa Maria dei Fiore. Según dicen, es la construcción más grande de la Cristiandad, aquella cuyo interior es tan amplio que podría construirse en él.


―Puerta del Baptisterio, Santa Maria dei Fiore―


Mientras avanzaba la tarde y mis vagabundeos seguían hacia la Galería de la Academia, me surgió la idea morbosa de que, una vez terminado con el David, iría a conocer la piratísima Casa de Dante. Para mi desgracia (o fortuna, según se vea), estaba cerrada y, frustrado, caminando por sus alrededores, llegué a uno de los máximos templos literarios y amorosos.


Ahí estaba, la Iglesia de Dante, donde se originara la Divina Comedia por culpa de una lejana desconocida. Febril, entré a la obscura y pequeña iglesia. No caí de rodillas, pero casi lloro. La tumba de Beatriz puede tener ese efecto, es un símbolo más grande que la memoria fúnebre. Lo demuestran las cartas que le dejan ahí, a manera de ofrenda, muchos más peregrinos de los que se asoman a la cruz. Es mirar a la humanidad que perdura, que duele. Sin esa mujer, el mundo no hubiera sido el mismo.


―La Tumba de Beatriz (¡oremos!)―

Mi camino siguió hacia el Palazzo Vecchio que recorrí por completo olvidándome, gracias a su magnífica belleza, del hambre que me torturaba ya desde unas horas antes. El gran palacio que otrora tuviera por guardián de sus puertas al David escapa a toda descripción, es una superposición típica de construcciones; su interior llega a sentirse como un laberinto y cada habitación, por sus medidas distintas por entero a las de la habitación anterior, es como cambiar de piel.

Tras una comida de auténtica pizza italiana con vista a la Piazza della Signioría, volví al Ponte Vecchio para decirle adiós al encanto de la ciudad y del puente, para contemplar, por última vez, mi reflejo obscuro y distante sobre las aguas del Arno, inmóviles en apariencia pero, lo mismo que el mundo, siempre distintas.

Al otro día me esperaba un larguísimo viaje en tren de regreso a París. De vuelta a esas calles de nostalgia, desesperación y redención.

Viernes, 16 de Febrero de 2007

lunes, febrero 12, 2007

Roma, Italia

―Roma―



Roma fue una experiencia indescriptible. Como verdadera capital imperial, su existencia se sobrepone al tiempo y a la circunstancia; sus edificios y su historia encuentran la manera de introducirse debajo de la piel, de transformar en lo profundo al alma y al pensamiento.

Fue en Roma donde encontré la respuesta, o por lo menos, donde me sentí más cerca de la respuesta a la pregunta que hace meses dejé abierta. Respuesta que luego, a mi regreso, mi amiga Laura dejaría en mis oídos con una sencillez aterradora.


―El Coliseo Romano―

El Coliseo es majestuoso y aterrador. En el interior reina un extraño silencio, como un luto por toda la sangre que se derramó ahí. Hay una cruz en la entrada, tributo, supongo, a los mártires cristianos. Tuve que sentarme un rato a pensar y a sentir ese silencio demasiado profundo. Al mismo tiempo, me sentía rodeado de gritos de emoción, del choque de las armas y los gruñidos de las fieras. Es un tributo a la barbarie y a la muerte, pero también representa lo que, cómo género, podemos lograr desafiando al tiempo.

Son los dos sentimientos que hace meses me atormentan. Tener en mi alma, en mi historia y en mi cuerpo, los restos y las semilla de algo tan grandioso y tan abominable como es el hombre. Capaz de las crueldades impronunciables y de la belleza indecible.

Un grano de mostaza, un fragmento de algo que no puedo comprender. Pero mi vida, supongo, agregará algo a ese silencio. Agregará un eco de dolor y desesperación y alguna piedra, algún ornato para el gran edificio de la belleza. Pensar lo otro es más terrible; que no quedará nada de mí, que me voy borrando o desgastando con cada día que pasa hasta que no sea más que el olvido, es decir, ni siquiera un resto.

La misma sensación de barbarie y belleza, de alegría y miedo, me llenó cuando estuve frente a los restos de las chozas de Rómulo y Remo en el Palatino. Roma es el principio de mi historia y también, del fin de mi historia.



―Piazza San Pietro―


Pasé la navidad en el Vaticano, admirando la existencia de un misterio que creí antes y ahora ha dejado de tener sentido. Feliz de asistir a esa celebración donde el hombre pierde sentido y se transforma en un elemento nulo, donde intenta sumarse al todo sin renunciar a su existencia.


Todo ocurre como fuera del tiempo, lejos de la decadencia y de cualquier otro referencial. El puente o la barrera del latín nos une a todos y, como lengua muerta, separa lo que sucede en el rito del mundo, como un hechizo.


Las actividades de los fieles que esperan la misa de gallo son muy diversas. Algunos, nos sentamos o, de plano, acostamos junto a alguna columna de mármol. Se ven algunas banderas que pretenden unir paisanos, algunos coros improvisados de villancicos. El frío es insoportable pero, por un rato, no parece importarle a nadie. El frío golpea después, cuando termina la celebración y cada uno vuelve a lo que sea que le esté esperando.


―Las Cuatro Fuentes―


Por lo demás, Roma es el museo más grande que he visitado en la vida. Nunca me había encontrado con tal despliegue artístico y arqueológico. Sobre todo, Roma y su belleza, posee la capacidad de hacerme sentir, de relacionarse conmigo en formas en que, por ejemplo, el arte chino, no puede hacerlo. Será cuestión de la educación o la cultura pero así es. Roma fue un sueño hecho realidad, el reencuentro con las raíces.

El éxtasis de Santa Teresa, la Capilla Sixtina, las Habitaciones de Rafael, San Pedro, la Galería Borghesse, los Bernini en cada esquina, la Fontana de Trevi. Es imposible describir cada fragmento de la ciudad y explicar el impacto que causó en mí. Creo que sólo quien haya pisado Roma puede darse una idea de lo que significa. Sin embargo, yo viví la ciudad en una circunstancia especial: estaba desierta porque era 25 de Diciembre; salvo la Fontana de Trevi, todo parecía abandonado, era una ciudad fantasma. Sin transporte público, todo lo hice a pie y ojalá pueda repetirlo.

Tú irás conmigo, lo sé, los dioses tienen que apiadarse de mí, de nosotros, alguna vez.

Lunes, 12 de Febrero de 2007










miércoles, febrero 07, 2007

Venezia, Italia II

Crucé también el puente de los suspiros, mirando hacia fuera como cualquier reo de camino a las prisiones del Palacio Ducal. Acaso sea necesario un corazón de piedra o una indiferencia inhumana para no sentir en el cuerpo un deseo de libertad negada al asomarse por los pequeños huecos de la ventana y sentir perdido el mar, el horizonte y la vida...

-Desde el Pente de los Suspiros-

Tomar un café en el Florián, donde Lord Byron escribiera alguna cosa, con la mirada perdida en San Marco. Encender una vela en Santa María de la Salud por ustedes, por mí, por el mundo.


Cuelga en mi puerta una bandera de la República Veneciana, con el león de San Marco y la profecía de su cuerpo. Unos dicen que la profecía se cumplió, otros opinan que su cabeza está en Alejandría donde apareció por voluntad propia un buen día y por milagro para no regresar junto al cuerpo.


Acaso esa leyenda quiere decir otra cosa. ¿Quién que haya pisado Venecia puede separarse de ella?


-Plaza San Marco-

Febrero 07, 2007

Debe existir una razón por la que, mientras estuve en Venecia, no dejaba de pensar en esta canción pero, ¿cuál será? ¿Empezará con M?

Ela passou do meu lado
Oi, amor - eu lhe falei
Você está tão sozinha
Ela então sorriu pra mim
Foi assim que a conheci
Naquele dia junto ao mar
As ondas vinham beijar a praia
O sol brilhava de tanta emoção
Um rosto lindo como o verão
E um beijo aconteceu
Nos encontramos à noite
Passeamos por aí
E num lugar escondido
Outro beijo lhe pedi
Lua de prata no céu
O brilho das estrelas no chão
Tenho certeza que não sonhava
A noite linda continuava
E a voz tão doce que me falava
O mundo pertence a nós
E hoje a noite não tem luar
E eu estou sem ela
Já não sei onde procurar
Não sei onde ela está
Hoje a noite não tem luar
E eu estou sem ela
Já não sei onde procurar

Onde está meu amor?

Venezia, Italia I

-Atardecer en Burano-
Llegué a Venecia de Noche, atravesando como en un sueño el puente ferroviario construido sobre el agua, al ras de la misma. Sentí que caminaba sobre el agua, que los milagros aún existen.

La ciudad es, con razón, la más hermosa del mundo. Se respira un aire tenue, limpio; sus calles son, al mismo tiempo, acogedoras y decadentes, con esa mezcla imposible de las glorias pasadas y el devastador presente. Cuando brilla el sol, se camina como entre nubes: la piedra, el mármol y los canales adquieren un brillo dorado que al mismo tiempo lastima y atrae la mirada. Por la noche, las calles principales se mantienen iluminadas bellamente, pero basta apartarse un poco del camino para encontrarse en callejones obscuros, perfectos para el amor, los fantasmas y la muerte...


-Santa María de la Salud desde el Campanille-

Venecia no se termina en la gran isla que forma su centro, Venecia penetra en el agua y se multiplica en otras islas más pequeñas, Venecia es el agua y el atardecer, la ciudad infinita cuyo límite es el horizonte. Es el Vaporetto, el ghetto judío, la isla abandonada de Torcello, el cristal de Murano, el monasterio militarizado en ruinas. George Sand enamorada, Vivaldi persiguiendo niñas, Thomas Mann y sus delirios, Poe y el carnaval.


La ciudad está poseída, existe ahí un espíritu perpetuo formado, quizá, por las generaciones que la construyeron como un enorme templo. El espíritu múltiple de todos los que dejamos ahí el corazón. Existe una infinidad de iglesias de los estilos más variados y cada una de ellas dedicada a la imagen milagrosa, a la virgen aparecida o a cualquier otro hecho meritorio. Descansan en sus criptas y altares muchísimos mártires, incluido San Marco, cuya reliquia fue robada según las escrituras. Los museos intentan competir con la propia ciudad, los palazzos desafían a la lógica. La República Serenísima resiste la anexión a Italia y palpita aún en las piedras, en la inundación de San Marco y en la entrada de los Gigantes.


Hay que entrar a la catedral bizantina de Santa Fosca en Torcello. La isla desierta ha dejado también deshabitada la catedral en cuyo interior reina el silencio del abandono. Un cristo sin cruz cuelga del centro, amarrado con cadenas por los brazos dándole una vuelta de tuerca al mito. Ahí, junto a la iglesia, está también el trono de Atila a disposición de quien piense que sentarse ahí vale la pena...


-Torcello-