miércoles, febrero 07, 2007

Venezia, Italia I

-Atardecer en Burano-
Llegué a Venecia de Noche, atravesando como en un sueño el puente ferroviario construido sobre el agua, al ras de la misma. Sentí que caminaba sobre el agua, que los milagros aún existen.

La ciudad es, con razón, la más hermosa del mundo. Se respira un aire tenue, limpio; sus calles son, al mismo tiempo, acogedoras y decadentes, con esa mezcla imposible de las glorias pasadas y el devastador presente. Cuando brilla el sol, se camina como entre nubes: la piedra, el mármol y los canales adquieren un brillo dorado que al mismo tiempo lastima y atrae la mirada. Por la noche, las calles principales se mantienen iluminadas bellamente, pero basta apartarse un poco del camino para encontrarse en callejones obscuros, perfectos para el amor, los fantasmas y la muerte...


-Santa María de la Salud desde el Campanille-

Venecia no se termina en la gran isla que forma su centro, Venecia penetra en el agua y se multiplica en otras islas más pequeñas, Venecia es el agua y el atardecer, la ciudad infinita cuyo límite es el horizonte. Es el Vaporetto, el ghetto judío, la isla abandonada de Torcello, el cristal de Murano, el monasterio militarizado en ruinas. George Sand enamorada, Vivaldi persiguiendo niñas, Thomas Mann y sus delirios, Poe y el carnaval.


La ciudad está poseída, existe ahí un espíritu perpetuo formado, quizá, por las generaciones que la construyeron como un enorme templo. El espíritu múltiple de todos los que dejamos ahí el corazón. Existe una infinidad de iglesias de los estilos más variados y cada una de ellas dedicada a la imagen milagrosa, a la virgen aparecida o a cualquier otro hecho meritorio. Descansan en sus criptas y altares muchísimos mártires, incluido San Marco, cuya reliquia fue robada según las escrituras. Los museos intentan competir con la propia ciudad, los palazzos desafían a la lógica. La República Serenísima resiste la anexión a Italia y palpita aún en las piedras, en la inundación de San Marco y en la entrada de los Gigantes.


Hay que entrar a la catedral bizantina de Santa Fosca en Torcello. La isla desierta ha dejado también deshabitada la catedral en cuyo interior reina el silencio del abandono. Un cristo sin cruz cuelga del centro, amarrado con cadenas por los brazos dándole una vuelta de tuerca al mito. Ahí, junto a la iglesia, está también el trono de Atila a disposición de quien piense que sentarse ahí vale la pena...


-Torcello-

1 comentario:

Anónimo dijo...

Creo, sin temor a equivocarme, que realmente te cautivo la hermosa Venecia...
Y con razón, pues es muy bella la experiencia de tu relato, y al caminar contigo mientras leeo, me parece como si fuese a llorar, como si mi corazón entendiera entre líneas lo que tu corazón sintió cuando viste al agua de sus canales, convertirse en oro...o cuando te tomó por sorpresa un suspíro añejo con tintes de angustia y añoranza de libertad perdida...

Tienes razón...los milagros aún exísten...no todos los días dos corazónes ajenos y desconocidos pueden entenderse, sin la necesidad de un nexo sentimental...

Cuéntame por favor, ¿lograste contener las lágrimas de emoción al estar ahí, al sentir como caía el atardecer suavemente sobre ti, sentado en un lugar de Venecia?