viernes, agosto 28, 2020

I'm in it, but it's empty (2)

Tenemos que vivir las tonterías de la vida para luego volver a la vida misma; no podemos creer lo que se nos dice. Entonces tú todavía no habías vivido hasta el final esas tonterías simpáticas y embriagadoras, en las que me deleitaba viéndote, y te dejé vivirlas, sentía que no tenía derecho a coartarte, aunque para mí hacía mucho que había pasado el momento
—Tolstoi. La felicidad conyugal.


Tenía ganas de escribir algo muy erudito y muy sentido sobre Almas Grises, esa novela hermosa, breve y desgarradora de Philippe Claudel que me dejó noqueado, con ganas de un trago, de un abrazo y hasta de un poco de cariño. Es que Claudel borda con preciosismo una tela de sueños, mentiras, dolores e insuficiencias que te la debo. Creo que ya he hartado a todo el mundo recomendándole esta novela por lo que, en vez de una reseña objetiva y reiterativa, preferí usar aquella narrativa que empecé hace unos meses para darle vueltas a Claudel y a la Felicidad Conyugal de Tolstoi, de la que hace eco mi narrativa todavía en proyecto.
 

 
I’m in it but it’s empty (2)

愛 Leo en Claudel: «El tiempo me parece un monstruo creado para separar a quienes se aman y hacerlos sufrir infinitamente». Me emociona la frase y el libro entero y pienso en ti. Si me pondrás también un nombre como Tristeza. Si me verás como un tipo marchito, sin mucho interés. Si ya serás capaz de sentir o imaginar esa dulce ambigüedad que sólo dan los años, la de sentirse al mismo tiempo víctima y victimario. Siempre juega uno con ventaja cuando es más viejo, pero también por eso, desde su desesperación de ruina, no sabe defenderse con el desinterés y la entereza que lo hacen los inocentes. Me pregunto si lo que busco no es precisamente eso: una ceguera que recuerdo y añoro, pero que no puedo recuperar.
     No puedo escapar de la duda. Te atribuyo el don y la limitación de la inocencia porque nos separan muchos años. Es posible que me equivoque. Es posible que no tenga ninguna capacidad para separar a los justos de los injustos, a las inocentes de nosotros los rendidos. Acaso es lo que busco, esa inocencia que te invento, esa inocencia que es la sustancia con que uno compone toda esperanza. Ambiciono ver tus ojos más claros y más limpios que los míos o los de cualquiera para alimentarme de su naiveté, de esa paz que sólo poseen quienes juzgan al mundo sin temor ni dudas porque les faltan experiencia y heridas.
     Acaso es este el destino a que estamos todos condenados conforme nos hacemos mayores: convertirnos en vampiros, parásitos ávidos de una vida que ya no es sino nostalgia o simulacro, acosados por un apetito voraz por aquello que destruimos en el esfuerzo mismo de juntar destinos con quien sospechamos que habrá de hacernos felices. Con todo esto en mente, el tiempo me parece también a mí monstruoso, estos años que nos separan tienen la apariencia de una trampa, un inevitable abismo que nos atrae irresistiblemente para separarnos sin remedio en el acto mismo de reconocernos y querernos. Pareciera que estos años son el instrumento de tortura diseñado para provocar la agonía absurda a la que este apego nos condena. 
 
 
Pienso en Tolstoi, que también él supo ver o sospechar esta miseria cuando escribió La felicidad conyugal. Serguéi Mijáilovich se acerca a la joven María Alexandrovna con la misma emoción con que el narrador de Almas grises se aproxima a narrar el final de su historia: «Estoy llegando a esa sórdida mañana. A esa detención de todos los relojes. A esa caída infinita. A la muerte de las estrellas». El problema son los doce años que él lleva viviendo de más. El amor es para ellos la muerte de las estrellas. No quiero que sea ese nuestro destino. 
    No quiero verte herida, no quiero hacerte culpable. Pero estoy seguro de que conmigo, sin mí, a pesar de nosotros, terminarás por ser y sentir eso que no te deseo. Acaso lo único que puedo hacer es entregarme a ti con el afán de que esa inevitable herida y tu arrepentimiento tengan el balance de una tardía y anodina reconciliación como la de Serguéi y María. Conducirte a donde las espinas no sean tan afiladas como él intentó hacerlo con su joven esposa. Esta aspiración es traidora por más que parezca noble. Es engaño. No es sino un sofisma para justificarme, para convencerme de que el tiempo no nos aparta, que puede ser también consuelo. Es un pensamiento traidor porque bien sé que si escojo en tu nombre, si me imagino por un instante capaz de dirigirte, entonces no te escojo a ti sino a mí mismo. En ese momento te reduzco hasta que ya no somos nada y mi destino es ahogarme como Narciso.


Si hay amor, si hay unión o entendimiento, tiene que ser sin estos juegos necios. No hay amor posible entre un imbécil que piensa que tiene todas las respuestas y la imaginada inocente a quien pretende manipular. Si te quiero también he de querer tus límites, tus posibilidades y tus heridas, las que son, las que han sido y las que serán. Si te quiero debo amar también tu destino. He ahí la idea más aterradora, la que me paraliza: es posible que mi añoranza sea por el estado posible en que te concibo ahora, que adoro y envidio tu capacidad de llegar a ser, tu ausencia, tu indefinición, que la deseo como ensalmo porque yo ya he sido. Tú eres sueño y yo soy ruina. Por eso el tiempo parece un monstruo.

 
 
 
Folly is an endless maze;
Tangled roots perplex her ways;
How many have fallen there!
They stumble all night over bones of the dead;
And feel—they know not what but care;
And wish to lead others, when they should be led.

The voice of the ancient Bard. William Blake —