viernes, noviembre 03, 2006

El Valle de los Gritos

―Para Mariana.

Aunque me entierren a su lado, de sus cenizas a mis restos no habrá ningún pasadizo.
―Beauvoir, Simone de. La Ceremonia del Adiós.

Esta carta fue hallada en Palestina, en el fondo del barranco que ahora llaman “El Valle de los Gritos”. Según dicen, es el sitio donde los familiares separados por la guerra y las divisiones políticas, pueden encontrarse con sus seres queridos. Apenas los separa un abismo de varios cientos de metros. Basta un altavoz para que las palabras lleguen al otro lado.
Se ha dado el caso de que padres e hijos, se encuentran en lados opuestos del vacío. Cuando los hijos deciden casarse, la boda sucede a orillas del barranco. Los orgullosos padres lloran lejos de sus hijos a los que apenas miran como figurines de maqueta. Las palabras del sacerdote en turno se transmiten con altavoz e inundan el valle. Todo lo que queda de la familia es ese eco sordo, el amor se expresa en silencio, confundido por la distancia.
Casi todos los días, la cantidad de gritos y altavoces es tal que cada cual debe imaginar lo que sus otros le dicen. Como en Babel, son tantas las voces, tantos los significados, que es imposible distinguirlos. Algunos suponen que sólo Dios, el principio del verbo, entiende las palabras. Otros, incrédulos, se preguntan por qué las personas no renuncian a entenderse en ese silencio que forma el exceso de sonidos. Por qué no se limitan a contemplarse o sacan turnos para platicar. Acaso existe algo más profundo que la distancia, un lazo más fuerte que las palabras. Aceptarlo sería creer en la metafísica, tener fe o definir al amor.
Lo cierto es que todos recorremos la orilla de un abismo insalvable. Todos gritamos palabras ininteligibles hacia el otro lado, con la esperanza de que alguien nos escuche. El Valle de los Gritos no es más que un símbolo físico, creado por nuestra naturaleza bélica y estúpida, de la terrible angustia que significa buscar siempre al otro.
Un paso de más en la búsqueda del otro a quien queremos se traduce en caída y muerte tras larga agonía. Un paso de menos implica que no escuchará nuestra voz. Todos los días aprendemos a vivir a orillas del abismo, a rechazar el vértigo que nos jala hacia el ser amado. Todos los días gritamos, imaginamos que nuestras palabras llegan al otro lado, pero es imposible tener certeza. No renunciaremos, lo sé. Si el Valle de los Gritos existe, es porque cada hombre, cada mujer lo lleva en su alma, como marca de fuego. Por eso esta carta, aunque fuera un avión de papel, es, también, una botella al mar.
Entre nosotros existe un abismo. Entre nosotros no puede haber contacto ni conocimiento. Yo no puedo alcanzarte y tus ojos no distinguen mi figura en la distancia. Nuestros gritos llegan perdidos, distorsionados, con más resabios de eco que de voz. Cuando el viento sopla y levanta el polvo, tu imagen, diminuta, se me pierde y estoy solo. Entonces lloro un poco; no sé si es el polvo en mis ojos o el hecho de que por un rato desaparece tu imagen, el único fragmento de ti que no he inventado.
Hay algo que nos une. Quizá es el abismo cuyos límites acarician mis pies, cuya extensión no puede vencer mi mano, mi brazo, mi cuerpo. Sé que me es imposible llegar a tu lado del abismo y que es también imposible para ti atravesar la distancia. Sin embargo, hay algo que nos atrae siempre a este sitio, que nos pone, aunque distantes, el uno frente al otro. Parece absurdo que, a pesar de estar tan lejos, hayamos aprendido a necesitarnos. Me cuesta trabajo entender que me hagas falta, que todos los días nos encontremos a esta hora apenas para escuchar algo similar a las palabras, para mirar un rostro desdibujado por los obstáculos.
Hace unos días, no apareciste al otro lado del valle. De pronto, ante la evidencia invencible de tu falta, el vacío del barranco se hizo mucho más grave. Esa distancia que llenas con tu borrosa imagen había parecido hasta entonces muy pequeña, insignificante. Entonces, cuando hiciste falta, se volvió infinita. Entendí que no puedo seguirte, que no puedo hacer nada para mantenerte junto a mí. Hay algo más fuerte que este vacío a cargo de tu vida y de la mía. Acaso mañana, cuando la guerra empiece lucharé con más fuerza, mataré con mayor crudeza para atravesar este abismo. Por otro lado, lo mismo sucederá con los soldados de tu parte. Y moriremos todos intentando cruzar el vacío, dejaremos el cuerpo en esta guerra idiota.
Entonces entiendo: algo me separa de ti y no es el abismo. No es este valle de palabras incomprensibles. Hay algo más. Algo que no puede ponerse en palabras. Para llegar a ti, debo pelear con otros tantos que desean, lo mismo que yo, cruzar el abismo. ¿Por qué no podemos cruzar indiferentes, como si no nos conociéramos? Miro las atalayas levantadas por mi gente para evitar que llegue hasta ti en paz. Exigen mi sangre; según ellos, sólo puedo encontrarte a través de la dominación y el sacrificio. No quiero morir.
Acaso es este sentimiento el que nos une. Sólo aquí podemos encontrarnos sin muerte. Respetando la distancia podemos ser libres, hacer pequeño el espacio y decir que estamos juntos. Sé que estas palabras no llegarán a ti y sin embargo las confío al viento. Si decido vivir aquí, a la orilla del valle, los soldados vendrán por mí. Si decido unirme a los soldados, dejaré el cuerpo a medio camino. No importa la forma en que intente unirme a ti, es imposible. Sin embargo estoy aquí, adivino tu figura diminuta, inalcanzable. Estoy aquí, te amo y moriré sin alcanzarte. La muerte no vencerá las distancias y la vida tampoco; pero algo tuyo habita en mí. Una angustia que no puedo definir.
Para estar juntos basta cerrar los ojos y estirar la mano hacia el abismo. Nunca nos tocaremos; me basta saber que al igual que yo, apuntas hacia el otro lado. Algo que eres tú me acompaña. Moriré antes de conocerte, antes de entender lo que ha pasado entre nosotros. Pero estoy seguro de que así nos sucede a todos. El final llega siempre antes de tiempo.
Aunque no seas más que una figura distante, incomprensible. Aunque no seas más que la mezcla de mis sueños fragmentados y la despedazada realidad que nos ha tocado vivir. Aunque nunca podamos vencer al abismo. Aunque el final llegue siempre demasiado pronto. Te amo.


Erick Miranda Valero
Viernes, 03 de Noviembre de 2006
12:45 Hrs.

Más Coincidencias

Esto se veía venir hace rato, pero no quise escribirlo hasta que hubiera sucedido. Se veía venir aún antes de que fuera algo cierto. Seguro parece paranoia o buscarle sentido a lo que, en realidad, no lo tiene. Pero es algo que me ocupa el pensamiento. La historia es más o menos la que sigue:

Ella me dice su dirección, como un futuro posible, para conjurar un encuentro que sucederá algún día. Soy despistado y carezco de sentido de la orientación; en consecuencia, lo primero que hago es revisar el mapa para encontrar la manera de llegar a donde ella vive. No quiero estar perdido y en ridículo cuando llegue el momento de visitarla en casa o llevarla luego de una cita. Con el dedo, recorro líneas que representan calles, busco la manera más sencilla de llegar a la línea que conjura mi futuro. Mi dedo recorre unas letras que dicen, sin que pueda sorprenderme ni estar tranquilo, Agustín Yáñez.
Para llegar hasta ella, tengo que pasar por la calle de Agustín Yáñez. Es inútil repetir lo que he escrito antes. Todo está en posteos anteriores. Sería inútil mentir. Cuando juego al adivino, sucede que todas las señales coinciden aún a pesar de mí. Su mirada me llegó como un Disparo al Corazón, el único que hacía falta para darle muerte a mis tristezas. Antier la llevé a casa y pasé por Agustín Yáñez. El milagro sobre las yermas Tierras Flacas empieza a operarse. Es día de muertos, para colmo; como dijo Benedetti, y aunque a veces sea difícil entenderlo, todo verdor renacerá. No importa cuanta tristeza, cuánta aridez, cuanto dolor. Todo se olvida y uno empieza de nuevo. Estamos condenados a vivir.

Noviembre 03, 2006
11:00 Hrs.