jueves, julio 30, 2020

Multiplicación inútil


 
The memory of past success triggers the release of some biochemical in the brain that gives rats hope and delays the advent of despair.
—Yuval Noah Harari. Homo Deus.


En su segundo libro, Homo Deus, A Brief History of Tomorrow, Harari busca entre otras cosas ilustrar qué nos distingue, si algo, del resto de los seres vivos y especula sobre las consecuencias de ser hipotéticamente distintos. Su escepticismo es refrescante. Así por ejemplo, reflexiona en torno a los experimentos con ratas en busca de remedios químicos para condiciones psíquicas como la depresión. Sin duda es difícil juzgar sobre los vínculos posibles entre el comportamiento de las ratas y sus hipotéticas emociones; pero igual las tomamos por modelo de humanidad. Ante un convencimiento pleno de que las ratas o los animales en general carecen de emociones como las nuestras, ante la seguridad de que no experimentan sufrimiento o depresión no tendría sentido experimentar en ellas. Hay una disonancia cognitiva interesante pues podemos usarlas como sujetos de estudio porque reconocemos sus emociones, pero también al usarlas de ese modo, desestimamos su conciencia.

     Algunos opinan que aunque las ratas o los animales tengan emociones como las nuestras, no son capaces de modificar su comportamiento al reflexionar respecto de esas emociones. Esa capacidad demuestra y constituye la libertad humana. Lo que suena bonito, pero nos devuelve a la disonancia cognitiva: ante la libertad, los remedios químicos serían imposibilidad o sinsentido.

     El experimento que busca una cura a la depresión, por ejemplo, consiste en colocar a diversas ratas en otros tantos tanques llenos de agua de los que no pueden salir por sus propios medios. La forma del tanque y la mecánica de fluidos impiden que la rata se ahogue (espero) así que hay sólo dos opciones: el esfuerzo inútil o la resignación. Los sabios miden el tiempo que las ratas pasan intentando escapar de esa prisión sin sentido antes de renunciar a todo esfuerzo y flotar de forma anodina en la nada que las sostiene. El comportamiento de las ratas es uniforme: tardan unos quince minutos en resignarse.


Es aquí donde aparece lo metafísico, lo transcendental: ¿qué ocurre cuando una mano cuasi divina —un deux ex machina— saca a la rata un momento antes de que se resigne? ¿Cuál es el efecto de esa mano milagrosa? Para medirlo es necesario que después de un descanso y alimento para la rata, esa misma mano divina la coloque de nuevo en el tanque. El poder misterioso que gobierna la existencia del roedor la salva en el momento preciso, sólo para devolverla al tormento. ¿Qué pasa? Que esas ratas salvíficas y justificadas, lucharán en promedio seis minutos extra cuando vuelven al tanque. Hay un incremento de más o menos 40 % en su esperanza. Si pudieran hablar, o si pudiésemos entenderlas, acaso tendrían una peculiar soteriología.

     Habrá quien diga que esto demuestra la crueldad de la esperanza pues, en todo caso, la situación de las ratas es exactamente la misma en cada visita al tanque. Si algo, la intervención de la mano providencial demostraría que la rata carece de agencia y sus esfuerzos o resistencia son vanos. Suponiendo que el experimento se repita una y otra vez, seleccionando al azar las ratas que participan en este rapture, se vería que no hay relación alguna entre sus actos y la salvación. No obstante, la intervención del absurdo es tan fuerte que las ratas multiplican su esperanza y, con ello, prolongan también su tormento. Ante una realidad exactamente igual de absurda e insostenible, se comportan de un modo distinto o más persistente al que por instinto tenían. ¿Alcanzan la libertad? ¿O se trata de una reacción bioquímica?

      Si existe alguna identidad subyacente entre el determinismo químico que asignamos a las ratas y el nuestro, o entre su libertad y la nuestra, el experimento apuntaría a que la intervención del absurdo y lo inexplicable determinan las distinciones en el temple o carácter de las personas. La esperanza sostenida o la perseverancia no serían sino evidencia de vidas cómodas en que algún acontecimiento fuera de la norma habría beneficiado a unos cuantos de manera injustificada. Esos pocos tendrían una visión sesgada, equivocada de la realidad. Habrían experimentado una azarosa e improbable reacción química y serían tan libres como ratas.

      Es posible hallar un reducto de libertad extra para el ser humano: el suicidio. Por lo menos en el libro de Harari y en los artículos que busqué en torno al experimento, no hay evidencia de que las ratas se suiciden y, sin duda, la mayor parte de nosotros pensamos que con dos o tres veces que nos ocurra el experimento nos mataríamos. Quizá. Antes habría que comprarlo con ir a la oficina o a la escuela. Pero aun el suicidio implica un esfuerzo, una esperanza de escape. No debemos olvidar, sin embargo, que el experimento de las ratas está diseñado para que no puedan morir. Si flotan viven y, ante cualquier anomalía que ponga en riesgo sus vidas, interviene la mano invisible. Lo cierto es que no hay salida e incluso morir es permanecer en el tanque. Acaso las ratas nos muestran el camino hacia la resignación estoica frente a la inevitabilidad del mundo.

     Así llegamos, por vía experimental a ideas que desde hace siglos repetimos. Lo que demuestra que no hemos avanzado mucho en la comprensión de la existencia; pero somos muy creativos y muy crueles para encontrar nuevas respuestas que confirmen lo que sabemos. En eso sí parece que somos únicos. Tenemos una exclusiva capacidad para multiplicar inútilmente la miseria y fingir que con ello pretendemos remediarla. No sé si es más horrible pensar que eso se debe a una reacción bioquímica azarosa o que se debe a una decisión libre y consciente.