jueves, marzo 31, 2022

Testimonio de inquietud

"À la mystérieuse"

 

Lo más verdadero siempre debe aparecer como una suerte de locura—en el mundo del disparate.

—Søren Kierkegaard. El instante.

 

En meses recientes he sentido esa inquietud vaga que es mezcla de emoción y terror, temor y temblor de posibilidad, de estar al borde de un abismo y no saber, pero tener que creer, sí, con fe verdadera, creer que uno puede volar o que no puede volar, creer que ha de precipitarse al vacío o precipitarse al infinito. Te miro todos los días o de vez en vez y me pregunto si hay algún modo auténtico de decir lo que quiero decir, un modo que no lleve a rastras las marcas de toda una cultura y sus perversiones. De encontrar palabras verdaderas o, por lo menos honestas. Acaso no sea sano mezclar pretensiones poéticas con avatares filosóficos y teológicos, pero me atrevo. Porque hay algo que quiero decirte y, conforme pienso en decirlo, menos me parece que valga la pena. No sé, siquiera, si puede ser dicho. Lo que sigue es el testimonio que ofrezco en este caso, ante la corte de la eternidad: testimonio inútil que nada puede probar y acaso precisamente por eso, el único que tiene algún valor, puesto que buscándote a ti con las palabras, me encuentro a mí mismo.


* * *


§1 Lutero/Kierkegaard. Dios no es mercader. Las obras son indiferentes para la salvación. Nos salvamos por la gracia. Tener fe en la gracia es el único mérito. Esto no hace inútiles o sin sentido a las obras. Las obras, en todo caso, son testimonio de la fe. Dar testimonio es decir la verdad con independencia de que el decir cambie la realidad. El testimonio es su propio fin. La fe exige actuar en consecuencia.

 

 —Caravaggio—

 

§2 Wittgenstein. El amor y el dolor como emociones/experiencias subjetivas. Nadie más puede experimentar mi subjetividad. Es preciso creer. Expresar o transmitir el amor o el dolor exige adoptar un comportamiento que pueda ser interpretado como testimonio de esa emoción.  El amor como emoción es una fe, puesto que nadie más puede sentir lo que yo siento. Las acciones que dan testimonio de mi emoción no son garantía de que mi emoción sea verdadera. Además, el amor no puede ser transaccional: el  amor (como experiencia subjetiva) ajeno no se gana ni provoca con acciones, sólo se testimonia con ellas. En consecuencia, los actos de amor son inútiles. Uno actúa para dar testimonio del amor que siente a sabiendas de que el testimonio no demuestra nada. Actuar para provocar en otro la sensación, la palabra, la acción, es suponer que las obras tienen mérito. Es un intercambio y por lo tanto excluye la posibilidad de emociones. Si se actúa con expectativa, la acción no es testimonio de amor, sino ambición egoísta. La obra de amor debe emprenderse como testimonio, es decir, inútil, carente de expectativa.


§3 Kierkegaard. Mirarte al espejo y verte a ti mismo, no al espejo. El otro es siempre el espejo que está ante nosotros. El amado es espejo del amante. Cuando se actúa amorosamente, el énfasis no debe ser en el efecto que se produce en el otro, eso sería mirar al espejo. El amor exige actuar introspectivamente: puesto que amo, actúo en consecuencia, con independencia de que tú modifiques en cualquier sentido tu actitud o apreciación de mi persona. Actúo para dar testimonio de mi amor, no para ganar el tuyo. Actuar con la conciencia de ser un siervo inútil. Lo que hago no cambia nada, no produce nada, pero necesito hacerlo, porque mi fe/amor me obliga a hacerlo. Lo que hago por ti/para ti, podría hacerlo cualquier otro tan bien como yo desde el punto de vista externo y práctico. Mi amor no cambia tu vida, ni la mejora, ni la determina. Mi amor es la determinación existencial bajo la cual emprendo esta vida y de la cual doy testimonio. El amor ideal sería entonces el que existe entre dos personas que se aman y viven actuando constantemente en testimonio del amor que se tienen. Te abrazo no porque quiera un abrazo para mí, sino porque el abrazo es testimonio de que te amo. En sincronía actuarán siempre de la mejor forma. Reconociendo que el otro es el espejo por el que se conocen a sí mismos. No se trata de cambiar al espejo, sino cambiar aquello que se ve reflejado por el espejo; es decir, a uno mismo. El amor es introspección.

 

—Caravaggio—


§4 La fe es algo inquietante. El amor es algo inquietante. Propone una tarea enorme, una infinitud de responsabilidades y acciones que se deben acometer en bajo el sino de la inutilidad. Actuar porque se tiene fe, porque se ama. Quien actúa sin finalidad y sin expectativa parece estar loco. Quien actúa así, empeña la vida a sabiendas de que no hay ni puede haber recompensa. Exige todo y promete nada. Entregas para no recibir. El amor es inquietante. Por eso el amor se sublima, se excusa y falsifica, lo mismo que la fe, en las promesas abstractas y eternas, es decir, vacías. Toda promesa sobre el mañana y lo indeterminado es falsedad. Dice Kierkegaard: "Un jugador dice: mañana no volveré a la mesa de juego, ese está perdido. Otro dice, jugaré el resto de mi vida, pero no en este momento, ese se salva". Prometer amor para toda la vida o por la eternidad es, en el mismo sentido, extravío y perdición. La promesa válida, auténtica sería: te amaré ahora mismo. Toda la vida en el instante, en cada instante. Como un siervo inútil que no busca ni merece recompensa. Las promesas, las palabras, el lenguaje entero es abstracción, por lo tanto, anula al amor. El amor es inquietante porque exige silencio. Quien dice mucho está perdido. Tener fe no consiste en decir que se tiene fe. Tener fe es vivir cada instante como si aquello en que se tiene fe fuese verdad, con independencia de que lo sea o no; bajo la certeza de que no puede saberse si es verdad o no. La palabra es cobarde y es excusa, revela la propia incredulidad. El acto es testimonio fiel, pero se trata de un testimonio inútil pues aquello que proclama no puede probarse. Amar implica actuar aquí y ahora conforme al amor, con independencia de que el amor sea o no. Amor y fe: inquietud. No puedo saber si te amo, no puedo saber si me amas. Sólo sé que no puedo saberlo. El siervo puede ser sustituido, nunca es indispensable, pero sus actos dan testimonio de lo que es. Ni tú ni yo somos indispensables y cualquier otro podría hacer exactamente lo mismo por nosotros. Las obras no importan, pero son testimonio. Mi vida es, aquí y ahora, testimonio. Te busco para verme. Me veo para encontrarte.