viernes, octubre 29, 2021

Différend

Decía yo que el recuerdo amoroso tiene que defenderse contra el mundo y contra el impulso de olvido. Así recordaba la trama de Extremely Loud and Incredibly Close (2011): como la narración del esfuerzo heróico de un niño por mantenerse fiel al recuerdo de su padre muerto. La memoria al respecto era vaga, puramente emocional. Los detalles de la trama se me escaparon de la conciencia con los años, pero mantenía viva la emoción compleja que prueba la especularidad de todo texto. Qué patada emocional me he llevado ahora que volví a mirar la peli. Cualquiera diría que era de esperarse si explico que me decidí a verla de nuevo mientras leía sobre la teoría del  différend de Lyotard.



La teoría de Lyotard es bellamente enrevesada, pero me emociona porque da lugar a una narración sobre el absurdo, a la paradoja de hablar de lo que ocurre cuando el lenguaje se vuelve inútil. Para resumirlo de una manera un tanto crasa, el diferendo es un hecho: ocurre cuando una persona que ha sufrido un mal o un daño, no puede apelar a la autoridad o la sociedad para que se le de solución o consuelo porque el mero acto de nombrar el daño que ha sufrido vulnera alguna prohibición o le causaría un nuevo perjuicio. Hablar de lo perdido reduplicaría el daño sobre esa persona y, en ocasiones, sobre otras.



Creo que Lyotard usa la palabra víctima, pero yo la omito a propósito porque ante la causalidad ciega que son los hechos del mundo, no podemos ser víctimas. Visto así, el mundo es  un fracaso existencial que entorpece o anula la comunicación porque la palabra es evidencia de un malentendido esencial que no puede superarse con lenguaje. Quizá no siempre y en todo lugar sea este el caso, pero la premisa de Extremely Loud, puede resumirse en que habitar el mundo es un perpetuo différend.

Esto es lo que había olvidado de la trama, el punto crucial: Oskar se apodera de la contestadora telefónica porque ahí queda el último vestigio de su padre. Ahí están grabadas las últimas palabras que dijo antes de morir en las torres gemelas el 9/11. El hecho es que Oskar estaba en casa, pudo haber levantado el teléfono y responderle a su padre. Escogió no hacerlo. No le dijo "aquí estoy" a esa voz desesperada y temerosa que preguntaba desde el borde de la muerte "are you there?".

Al llegar a esa escena, pensé: "te vas a ir al infierno Oskar... Porque no levantaste el teléfono y toda la vida desearás haberlo hecho. Porque no puedes hablar de esto con nadie, ni puedes compartir esos últimos mensajes de papá con nadie. Porque la memoria se pierde y se hace falsa cuando sólo tú recuerdas..."

La historia me da la razón, porque Oskar intenta comunicarse cuando pretende compartir los mensajes del padre y eso no acaba bien. En ese intento queda otra vez solo, acaso más que antes, porque pierde al incipiente amigo que descubrió en el  viejito mudo. El infierno se define como différend: Oskar lo ha perdido todo y no puede siquiera pedir ayuda o consuleo porque mencionar el modo en que ocurrió su pérdida hará que todo termine peor para él y para quienes lo escuchen.

Hay un irónico intento de consuelo cuando Oskar le cuenta la historia completa a Mr. Black, quien inmediatamente lo perdona. Es irónico porque sólo puede perdonarse a quien es culpable y, bajo esa lógica, su consuelo es también tortura. Lo que dice Mr. Black es puro sinsentido. No puede perdonar a Oskar porque no entiende nada. Es que perdonar implica, en algún sentido, conocer el bien y el mal y colocar al acusado en el sitio apropiado en este juicio dual. Pero, ¿qué debió haber hecho Oskar? ¿Se equivocó? Ambas, ninguna. Si hubiese respondido el teléfono nada habría cambiado. Habrá quien opine que por lo menos se habría mitigado la soledad y la desesperación del padre. Pero también puede pensarse que escuchar la voz amada cuando ya no es sino vestigio, multiplica la soledad y la distancia. No se muere uno más o menos porque haya una voz al otro lado de la línea. En el momento de morir, nadie puede acompañarnos. No contamos ni siquiera con nosotros mismos.

Oskar está condenado al silencio porque no sólo ha perdido a su padre y con él al mundo, sino también la posibilidad misma de hablar. El niño no sabe bien lo que ha pasado y no puede entenderlo. No hay palabras que puedan responder a su incertidumbre y a su tristeza. Entregarse a la opinión ajena implica otra incomprensible desesperación: si me perdonan soy culpable y la única persona a quien quisiera pedir perdón ya no está para otorgarlo. Si, me castigan... Si me dicen que he hecho lo correcto... De lo que no puede hablarse, es mejor callar.

Directo al infierno. Lo sucedido está terminado. Y el lenguaje no alcanza para abarcarlo y menos para dar consuelo. Cada palabra lacera un poco más. En el juicio final que es el mundo, la condena es universal. Nos vemos en el infierno.