lunes, octubre 30, 2017

Blowing in the wind

¿Por qué finge todo el mundo que todo lo que no es importante lo es y mucho, y al mismo tiempo todos se afanan terriblemente en fingir que lo realmente importante no lo es en absoluto?
 —Janne Teller. Nada.

No es un secreto que la industria y la crítica literaria mexicanas son un misterio para mí. Un malentendido que no puede resolverse. Es la sensación que me queda luego de leer una novela que se anuncia “iniciática [...] y [...] sobre los ideales a los que nos colgamos para crecer”. Novela ganadora de un premio literario muy bien dotado y cuyo título hace eco de algún reciente y discutible premio Nobel1. Al principio, me pareció que no se trataba de una mala novela, acaso su único pecado sería el oportunismo. Luego me di cuenta de que estaba ante un texto superficial en torno a una idea chafa que parece no agotarse en las ficciones mexicanas:

     Chico conoce a chica. Y si hacemos caso de lo que dice la novela una y otra vez hasta la náusea, la chica es puta. ¿En serio? Me parece increíble que la “literatura” mexicana siga obsesionada con la falsa dicotomía de virgen o puta. Términos de moralina y simulacro que si ya son anacrónicos en una novela del XVIII, resultan insoportables en una del año pasado.
 

      Casi agradezco que al autor se le olvide la historia de amor a medio libro y no vuelva a mencionarla. Supongo que vale más que guarde silencio respecto a esto que no acaba de tener claro: las relaciones humanas. Sin embargo, no deja de intrigarme el hecho de que se tomara tanto trabajo a conciencia, tantas páginas, tantas horas de batalla con la pluma o el teclado para pintar un primer amor que se resuelve con “era puta y le pegué”. Una página entera con el nombre de la chica seguido de la palabra “puta” en diversos grados y matices. Imperdonable en todo nivel: dramático, técnico, literario, etc. Terminé de leer la novela porque tenía la esperanza de que ese hecho tuviera alguna trascendencia, algún valor o significado para la historia. Pero no. Simplemente se les olvidó, al autor y al personaje, que dejaron a una mujer tirada y sangrando en el piso de la cocina.


 
No imagino el proceso de deliberación que terminó por otorgarle el premio a esta novela iniciática sobre los valores a los que nos colgamos para crecer. Sí, en serio. Acaso no había nada mejor. Cosa que ya sería bastante triste. Peor es imaginar que ganó el marketing y otra vez la historia de cómo putear a una mujer con palabras y con golpes es una suerte de valor, un primer escalón para crecer, el paso inaugural de la necesaria jornada iniciática2.

     Joder.
 
     Quizá he olvidado lo que es tener veinte años y levantar altares que sólo pueden demolerse con la palabra con p. ¿Será? ¿Habrá algún ideal que consiste en enamorarse de una mujer, luego juzgarla de puta y golpearla como resultado de ese juicio inconducente? No entiendo bien cómo sería una relación así. Acaso es porque no entiendo bien qué quieren decir en esta novela cuando dicen “puta”. Pero creo que libros como este y Diablo guardián, coinciden en que la violencia es consecuencia natural de que a alguien le apliquen esa descripción con independencia de su personalidad, su esencia o su individualidad. Encima, esta novela se burla de la de Velasco, que me parece un ataque tan ciego como el que se dirige al espejo...

     Volví a pensar en lo de la edad como explicación para esta salvajada. Pero resulta que el autor es de mi generación. Esta noción me recuerda que nunca encajé en mi generación, todavía no puedo hacerlo. Me cuesta comunicarme y más todavía escribir ficciones. Se ve que, en cambio, al autor de esta novelita, ambas cosas le resultan sencillas, porque conquistó a un jurado que incluye a Cristina Rivera Garza.

     Lo cierto es que me parece mucho más interesante la historia que esta novela olvida. La que seguiría a la escena en que el simpático protagonista golpea a la chica —a quien, por cierto, ya golpeaba otro más porque en este universo narrativo eso es amor, supongo— y la deja sangrando en el piso de la cocina para no volver a pensar en ella. ¿Cómo se levanta? ¿Qué consecuencias tiene para ella este ritual iniciático del héroe? Desde hace mucho las amantes de Ulises y Jasón me parecen más interesantes que los héroes. Tienen una profundidad de la ellos carecen.

 —Nausicaa, por ejemplo—

Hay que imaginase la vida que sigue a la aparición y desaparición de esos protagonistas egocéntricos. La relación que puede establecerse entre estas mujeres y la humanidad después de que se han visto obligadas a levantarse golpeadas del piso de la cocina. La manera en que verían a cualquier personaje menos protagónico y nada violento que llega después del desastre y la violencia. Qué clase de comunicación puede establecerse entre esa chica en el piso de la cocina y su futuro. En este sentido y muchos otros es que preferiría una novela en torno a ella.
 
     Es que ahí está la maravilla de la literatura: nos permite vivir lo que por suerte o por desgracia nos está vedado. Y así nos obliga a replantearnos todo aquello que damos por sentado. Nada más imaginarme esa otra novela, me pregunto, por ejemplo, qué tiene uno para ofrecerle a otra persona, luego de que un tipo o varios la golpearon y la dejaron sola con sus heridas. Acaso agradecida de estar sola, porque la alternativa a la soledad es la violencia. La mayor parte del tiempo, creo que no hay nada qué ofrecer. Uno no es héroe, ni remedio. Y casi siempre, cuando uno se piensa remedio, termina haciendo daño.

     Me imagino la historia: Una vez un tipo invitó a una amiga a tomar unos tragos y charlar. Ella reaccionó como si le hubiese propuesto una indecencia. Él no entendía, pero se sintió culpable de haber cometido una indiscreción. Años más tarde, lee el testimonio de ella en una iniciativa como #metoo. Se le rompe un poco el corazón, porque por un instante se imagina cómo fue que ella escuchó su invitación casual. O la leyó o lo que fuera. »Lo siento«, podría decirle ahora, »es que no conocía tu historia y no me podía imaginar el modo en que mis palabras, mi invitación, sonaban en tus oídos. No sabía que en tu experiencia abrir la puertas implicó, casi siempre, dejar pasar a un enemigo disfrazado. Mi intención amistosa es lo de menos, lo importante es que te dolió«. En todo caso, no habría nada que pueda decir, ni explicar, para remediar o restaurar esa fallida amistad.
 
     El caso es que esta historia suya y el modo en que impactó al baboso que le ofrece unos tragos, me parece más iniciática y más llena de valores que todo el asunto con aquél “protagonista” que alguna vez la lastimó y le hizo sangre. Pero resulta que lo que gana premios literarios es siempre la historia del agresor, su punto de vista, su iniciación al rito de los que son como él. Se trata de un coming of age en que no tuvo que batirse con algún dragón o sobrevivir en el desierto sino, simplemente, golpear a una chica a quien dice amar mientras le grita “puta” porque alguien más la ha golpeado o la golpea antes que él.

     Me cae que no entiendo. Así que esta novela ganó el premio literario. ¿Cómo funciona entonces el amor en la literatura y la sociedad mexicana? La perspectiva se presenta yerma y carente de toda esperanza.

—Sandman © Dark Horse. Neil Gaiman.—




1 No diremos el título ni el autor de la novela, porque no se trata aquí de hacerse famoso a costa de errores ajenos. Baste con las pistas que he dejado a lo largo del texto.


2 Vale la pena aquí, aclarar que “iniciático” se refiere a cualquier acto o experiencia decisiva o a la iniciación en un rito, un culto, una sociedad secreta.