viernes, febrero 20, 2009

De Cómo se escribe un Diario (Parte 3)


III. Sueños. Días van y días vienen. Cada noche al volver a casa del trabajo piensa en ella. Mira la fotografía y se pregunta si la memoria no le estará jugando otro truco sucio. Cada noche, al volver del trabajo escucha la misma canción recuerda las lágrimas de las que fue testigo en aquella noche infinita y sin mañana. Llora, pero no por alguien más, nadie merece tus lágrimas. Nadie. Y ella llora, escondiendo la mirada y el rostro en un abrazo, escondiéndose apenas un instante después de haberlo besado. Con un cigarro en la boca y un whisky en la mano, se siente frente al escritorio, frente a una hoja en blanco y se dice que tiene que escribirlo, que no puede olvidar porque aunque ella tenía razón y no significó nada, no quiere dejar ir la sensación de volver a vivir, de surge et ambula, el sentimiento de ser otra vez un niño idiota con el primer beso en puerta; la certeza de que ella es el principio y el fin de la vida, la única que existe, esa sensación. Que se detenga el instante, así sea en papel. No quiere ni debe olvidar ese sentimiento, por efímero que sea. No puede olvidar porque no hay peor traición y todo lo demás. Cada noche se rinde antes de empezar a escribir. La hoja en blanco le causa angustia y el alcohol no le da consuelo porque al final está solo y mira al cielo sin esperanza de volver a verla. Sin apellidos, sin otra cosa que el nombre que no se atreve a repetir porque teme haberlo olvidado. Para recordarlo tiene que concentrarse en el dije que colgaba del cuello de ella, porque cuando los presentaron ya estaba idiotizado y no pudo ni discernir las palabras de Gretchen cuando le dijo algo que bien pudo ser te presento a mi amiga ¿—#—@—? Hola, mucho gusto, soy Faust.

Era algo como aquél banquete en el infierno. Imágenes inconexas en el fondo, como escenario: calaveras, juguetes quemados, objetos sin sentido. En algún modo la idea del arte moderno y la descontextualización del objeto cotidiano se asemejan a las pesadillas más terribles del medioevo. Temas oscuros, cosas que no comprende aunque puede explicar sin mucho esfuerzo porque para eso, para racionalizarlo y no verlo, tiene una educación y una vida dedicada más o menos a vender su cerebro y los sofismas convenientes que surgen de él. Un mar de gente, un mar de desconocidos con rostros raros, rostros agresivos, indiferentes y acaso hasta alguna bienvenida con buena intención. Piensa en eso, en sus nervios de punta como siempre que se halla en medio de la gente y trata con desconocidos. Piensa en Gretchen a su lado , como ancla o compañía, tranquilizándolo con charla tranquila, tan feliz como él de haber, al fin, capturado el momento. Entonces Helena, su nombre en el dije, apenas como algo lejano, una búsqueda incesante de miradas perdidas porque, en algún modo, él sólo deseaba robarle una sonrisa y conocerla. Descubrir de dónde viene ese acento extraño pero atractivo, casi familiar. Descubrir qué hay detrás de la palabra con la que la definen, “modelo”, que suena a tropiezo, a efímero. La palabra que lo nombra a él tampoco dice mucho, más bien algo de mala fama y motivo de chiste. Y aún así. Eso es una esperanza. ¿Quién salvo Gretchen sabrá imaginar que él sabe lo que significa la frase et nunc manent in tie, por ejemplo. Pero no hay modo ni oportunidad. Helena es un perpetuo desencuentro. Se rinde y se concentra en Gretchen. Quizá así pueda empezar a escribirlo, piensa, en forma de carta.

La primera vez que te vi, entendí con cruel certeza que nunca serás mía, que nunca me verás con anhelo o con simpatía siquiera. Perdóname, la primera vez que te vi, te quise en el sentido más literal de la palabra, te quise para mí, te quise mía sin sentimiento más intenso que el egoísmo. Te quise propia, entera.

Tacha el enunciado, fuma, bebe otro Whisky con sabor a ella, incluso cambió de marca para beber lo mismo que aquella noche. Arruga la hoja y la tira a la basura. Se asoma al viento frío de la noche y mira al cielo. ¿Dónde estás ahora? Olvida el nombre y tiene que conjurar la imagen del cuello largo y pálido, de dos clavículas que marcan la ruta directa al corazón y cómo, en el centro justo, en la pequeña depresión, en ese sitio vulnerable y mortal, colgando de una cadenita plateada, está el nombre que no pudo aprender, que tiene que descifrar en sueños. Afortunadamente escrito en palmer, un trazo continuo, total, donde las letras se generan unas a otras como causa y consecuencia; así es fácil descubrir lo que sigue a partir de la K. Todo se perfecciona según su naturaleza. Sonríe.

Pasa al rededor de un mes en esa guerra idiota e inevitable contra el papel hasta que, al final, pasando las páginas del libro que no leyó, encuentra la primera pista, el primer destello que le explicará cómo empezar. Es hora de empezar. Lo siente como un pequeño vuelco en el estómago, lo siente como una presión indefinible en las manos, lo ve en las hojas blancas de la libreta que ahora lo llaman, no lo repelen. Es hora de empezar sin duda. Y aún así, se toma varios días más para escoger la primera palabra. Disfruta la emoción de tener al fin las ideas claras, la vida cierta. La certeza de que al fin ha encontrado el mañana que se le perdió aquella noche sin sueño y sin posibilidad de retorno. Pasa varios días más pensando en ella, pensando en tí, Helena, ahora K, sólo K, en la primera palabra que está seguro debe ser algo sobre el tiempo. Horas, días, semanas, algo así. La primera palabra y bien vale la pena relegar el placer pues apenas empiece a escribir, estará poniendo punto final a su sueño. And so it is. Just like you said it should be. We’ll both forget the breeze... Damien Rice y las lágrimas de K están entrelazadas en un silencio sin tiempo.

Al fin, un mes y un par de semanas más tarde, se sienta frente al escritorio con la pluma recién cargada de hermosa tinta negra y cierra los ojos. Silencio. Una brisa suave entra por la ventana sin ruido.  El cuarto a oscuras, sólo una lámpara sobre el escritorio. Al fin, la frase de Fausto: Wie Träume flihen die warmste Küsse... La memoria empieza entonces su trabajo. La veo al otro lado de la habitación, charlando y riendo con una copa en la mano, junto a sus amigas. Feliz, la mujer inalcanzable me ignora sin tomarse para ello demasiado trabajo. Se levanta algo nervioso y se acerca a la ventana. Está a medio camino entre esa noche, un pie en sus sueños y uno en la realidad, intenta construir un puente. Enciende un camel y se deja llevar por la memoria, no hay razón para cuidarse. Si puedo recordarlo, puedo escribirlo, y permanecerá en mí. 

Pasaron un par de horas antes de que pudiera dirigirle la palabra usando enunciados completos, coherentes. Ella no sabía mi nombre, lo mismo que yo no pude aprenderme el suyo cuando nos presentaron. Espié la cadenita en su cuello buscando su nombre. Ella, mucho más pragmática, se inventó uno para mí. David. Estoy casi seguro de que fue David, porque me trajo recuerdos agradables. Con la ayuda de Gretchen, planeamos un reencuentro que jamás tendrá lugar. Así conocí el origen de su acento aunque no pudiera explicar su semejanza con el portugués. Fue entonces cuando tomé esa fotografía. Se aparta de la ventana y se sirve un whisky derecho, sin hielo, eso le trae nuevos recuerdos. Nos acercamos, K y yo, a la barra en busca de otro trago y ella se burló por la ínfima cantidad de alcohol en mi vaso. Quizá fue entonces cuando empezó la confianza. Con ese trago largo que le dimos al whisky luego de decir salud. Yo aún tenía otro nombre y ella era sólo hermosa y una K. Gretchen me advirtió que K tendía a dejar a todo el mundo borracho con esas bravatas y los constantes brindis; me lo advirtió mientras K bailaba en el salón con otra, con una chica medianamente guapa, con vida y alegría para ponerse a la altura de Ka. Terminaron en el piso, se levantaron tambaleantes y fueron a sentarse lejos, en la otra habitación, donde yo no podía verla. Pero yo iba con la amiga de K y aunque mi nombre no era D, estaba contento de serlo por un rato y se notaba. Gretchen me lo insinuó y yo no supe que decir. Después vino otro rato en calma, mirar las piezas de la exposición, hacer comentarios, suponer, hallarle gusto, lo de siempre, lo que hacía años, desde que conaculta y el periódico y la crítica de arte. No estaba fuera de sitio, estaba pensando en Ka y nada en ese momento me parecía tan hermoso como ella.

Basta cerrar los ojos para verla: los pantalones entallados, las botas, los brazos delgados y la enorme flor roja en el hombro. Las sonrisas ajenas, las miradas que no pude robarle. Antes de ella, antes de Ka, ¿cuándo me sentí tan idiotizado por una mujer con botas y cabello corto? No es mi estilo. Mira las estrellas como si ahí pudiera encontrar el nombre. El tiempo se borra como una acuarela mojada, no recuerda más palabras, más nada. Recuerda que aún no llegaba la media noche cuando mucha gente empezó a retirarse, cuando se encontró en el pasillo con un tipo que intentó crear conversación. Éste quiere a Ka, pensé, y no me equivoqué, un rato después, una y otra vez, la persiguió sin éxito, sin delicadeza. La mayor parte del tiempo me provocaba golpearlo, organizar ahí mismo un zafarrancho y regresar al medioevo, a la adolescencia, al cro-magnon, a la parte más irracional de lo que mi memoria genética guarda. Quería pelear, supongo, porque él estaba haciendo todo lo que yo quería hacer pero evitaba, consciente de que no era el modo ni el lugar, ni nada. Quería arrastrarme y rogar, quería jurarle y llorar. Quería pedirle matrimonio a Kar como todo borracho que se respete hace con todas las mujeres. Y me contuve para no amargarle la noche a nadie. Charlé con G, bien enterada de lo que yo estaba pensando, tolerándolo, acaso esperando en silencio. El sujeto aquél desapareció al fin mientras yo, con ganas de ir con Kar y preguntarle, ¿consentiste?, maldito Byron! Ciego de celos, de amor propio y de fracaso porque Kar seguía lejos y sin el menor interés en mí. Simpatía quizá, pero no interés.

Más tarde me enteré de que el tipo aquél no era más que un ladrón borracho y que quizá, enojado por su fracaso, robó una pieza para compensar por el teléfono falso de Kar. Ahogar el shock con más whisky, fotografías para el recuerdo y, entonces, cuando me convencía de que lo mejor habría sido golpearlo y hacer de héroe inútil, violento e incivilizado... Una pausa para encender otro cigarro, para ir hasta la cocina y dejar el vaso en el fregadero, para inventar todas las excusas posibles antes de tirarse un clavado en el aquelarre.


jueves, febrero 05, 2009

De cómo se escribe un Diario (Parte 2)


II. Contradicción. Faust. Sabe que ese es el libro, pero no entiende lo que lee. Hojea las páginas sin remedio, con una taza de café en la mano y taladro y martillo como música de fondo. Por milagro, el técnico llegó a las nueve de la mañana. En punto. Por esta vez hubiera deseado esperarlo hasta las tres de la tarde. Esperar durmiendo. Pero llegó puntual como inglés. ¿Qué más da cómo me vea?, piensa mientras cambia la página, anoche alguien no creyó que hablo alemán. Ya estoy viejo para estas aventuras de toda la noche. Cuando se vaya el técnico, lo espera una comida, una reunión y otras cosas que no recuerda pero le ponen los pelos de punta. Una hora de sueño, nada más. No debía suceder así, dice en voz baja. Nadie lo escucha, las herramientas se encargaron de silenciarlo. 

Recuerda, se dice, porque no hay peor traición que el olvido. Recuerda. Encontrar el pacto fue fácil. Si algún día le pido al instante que se detenga, mi alma es tuya Satán. Recuerda entonces el principio de la noche, la llamada esperanza en el teléfono. ¿Qué tal Gretchen? ¿Nos vemos esta noche? Y claro. Pero eso es un recuerdo fácil, antes de los whiskys y la locura y el amor. Antes de olvidarse y reencontrarse en un beso similar al big crunch. Recuerda, escribe. Vuelve a la hoja con apenas tres frases y las tacha con odio. Tira el papel a la basura. “Llamé a Gretchen al rededor de las ocho. Tenía que verla. No esperaba que aceptara, pero aceptó. Y más aún, me invitó a la galería. Lo matizó y lo hizo interesante añadiendo whisky a la ecuación. Lo mío fue un sí antes de entender por completo a donde íbamos. Gretchen. Tantos años mirándola de lejos; con un poco de nerviosismo y la sensación medio hipócrita de me gustas pero no puedo aceptarlo. Miradas, citas que no supimos cumplir hasta anoche. Tan simple, tan hermoso y acorde con la soledad que me acosa estos últimos meses. ¿Nos vemos? Sí. Pasar por ella, tan linda y fresca. Era la persona ideal para hacernos compañía en una noche fría y sin amanecer. Llegamos rápido a la galería donde al fin conocí ese otro lado de ella, el que siempre intuí detrás de las apariencias y la circunstancia. Fotografía, montaje, iluminación, arte. En algún modo, todo lo que vi se debe a ella, a sus manos, a su voluntad que nunca doblegó, al valor que demostró siguiendo siempre lo que quiere y ahora está aquí. Otro motivo para admirarte, Gretchen.

Se levanta y vuelve a la cocina. Después dormita un rato en la sala para descansar los ojos que le arden. Escucha el taladro y el martillo. Siente que agrietan un trozo de su alma. A veces, siento grietas en la vida, piensa, bella frase; ¿quién la dijo? Faltan horas enteras para que pueda dormir. Entonces, cuando haya descansado, funcionará mejor su memoria o eso espera. Por ahora, sólo desea que terminen el trabajo y se larguen para que pueda cerrar de nuevo las persianas y dormir. Dormir. Cuando empiezan a formarse imágenes en su cabeza, abre los ojos y piensa, ¿me creerías si te digo que te quiero? Algo dentro de mí se siente como arena que se desmorona cada vez que pienso en la respuesta. ¿Hemos caído tan bajo como para que el cariño inmediato sea increíble. Y lo de inmediato es apenas un decir. La quise por sus  lágrimas y sus besos y por tantas cosas que ya no sé ni pensar. Incluso su respuesta fría y descorazonada, no significa nada, esa respuesta fue otra razón para quererla, acaso una de las más importantes.

Cuando al fin se hayan ido los trabajadores, volverá a encerrarse en la habitación a oscuras. Se esconderá bajo las sábanas como un niño asustado y, también como niño, mirará la instantánea de un ángel cuyo nombre aún no quiere pensar, que por ahora sólo es Helena, la del aquelarre. Una enorme flor roja y la mirada que lo dice todo. Mirada artificial, de modelo, de quien está acostumbrada a ser vista y sugerir sin revelarse. Perderá los ojos en esa fotografía que es el único testimonio a parte de su memoria difusa y los sueños que se inventa para recordar la noche que aún no termina, para acompañarlo en el mañana que no llegará. Sólo la fotografía dice la verdad, su memoria miente, sus sueños son inventados. Por eso, cuando duerma, soñará con ella en otro cuerpo, con acento distinto en la voz y sus sueños le tenderán una trampa.

Despierta confundido, ¿por qué soñó con su viejo, verdadero amor? La pregunta es idiota y la respuesta, más. Soñó porque anoche, como en un sueño, el beso de Helena lo hizo sentir tanto o más vivo que en aquellos tiempos, el año más feliz de su vida. El año en que aprendió a caminar de nuevo, el año en que casi muere y la luz al final del túnel estuvo en las antípodas de Helena. Norte y sur. Destierra la imagen de ese pasado con la más reciente de la fotografía. Repite la canción. Damien Rice se queja de monomanía y él se levanta con dolor e cabeza. ¿Cuánto tiempo dormí?, se pregunta. Un par de horas y se ha hecho tarde. Ya debería estar allá. Se baña y viste a toda prisa, aunque sabe que es inútil. Cualquiera notará que no ha dormido, que el whisky aún le corre por la sangre y que trae el corazón atravesado por una desconocida que le cambió la vida en unas horas. A estas alturas, en el vagón del metro, se siente víctima de alucinaciones, acaso del delirium tremens. El mundo se ve borroso. Dos días sin dormir, apenas unas siestas minutarias, de una hora o dos. ¿Puedo confiar en mi memoria? Mira la fotografía de nuevo.

La luz duele. Y duele más cuando le preguntan ¿Big date? ¿Long night? Por más que muera de ganas por hablar, se resiste. ¿Funciona su memoria? ¿O está a punto de decir idioteces? Toma un whisky para la cruda, un bull, un café. ¡Despierta! Jerkoff.

Ahora qué más da. No sé si lo imaginé todo o en parte, si la falta de sueño y el alcohol —mala combinación— embellece o hacen más fieros mis recuerdos. Pero, ¿recuerdan que ayer en la noche vería a Gretchen? Bueno, pues la vi, y hoy amanecí enamorado. Muestra la fotografía y las miradas que le dirigen quieren decir que esa de ahí, la que sonríe con malicia, la de la flor roja y os ojos penetrantes, bellos, no es Gretchen. Sólo que no me enamoré de Gretchen. Salí con ella, pero me enamoré de otra mujer la misma noche. Lo curioso es el modo. No termina de hablar, las imágenes le llegan a la mente en un estremecimiento: el primer beso, en una especie de juego adolescente. Ellas los besarán a ellos. Y gracias a una coincidencia alegre, milagrosa. Ella, aún Helena, lo besó a él. Un beso infinito, de esos que hacen que el mundo se detenga y todo quede en silencio. Besos que guardan la eternidad completa en un instante. Recuerda su lengua, las mordidas desesperadas, el aliento cálido. Sus manos recorriéndole el cabello y la amarga, desgarradora separación. Estaba mareado, rodeado de luz y esperanza. Sintió su alma herida y rota empezar a sanar. Un beso que pareció decir surge et ambula, perdonándolo todo, reconciliándolo con la vida. Hasta ese instante, creyó que después de los veinticinco, cerca ya de los treinta, no podría volver a sentir algo así. Se creía vencido, insensible, estéril. Grietas y arena en el alma. Se sabía idiota. Un juego tonto. Un beso desesperado, vengativo, tierno. Lágrimas, abrazos. Manoseos. Estoy enamorado. Así lo resume al darse cuenta de que todo es indescriptible. Cuando entiende que nadie puede creerle. Estoy enamorado y no volveré a verla.

No dice más, la charla cambia de sitio, de aires. Alguien que se va a Europa por primera vez. Fausto vuelve a su mente. Voy a tener que leerlo todo en cuanto recupere el sueño. Fausto abraza a Helena de Troya en la fachada de un museo en Viena. Ese arrebato de pasión para el que es necesario bajar a los infiernos y resignarse a la ausencia tras el aquelarre no puede durar. Amor de esa intensidad no puede durar sino apenas el breve instante en que arde y se extingue. Ese amor se consume en un instante como aquél beso. No volveré a verla. Pero quizá. Ojalá. Pronto.