lunes, mayo 31, 2010

Variaciones sobre un tema de amor (10)

10. Sin final. Lo escribo ya sin dudas y con tu nombre solitario en mente, tu nombre que encierra lo que no fue y en cuyos trazos está al mismo tiempo la distancia más corta y el infinito. Suma y conciliación de todos los contrarios. Sólo una vez más escribiré tu nombre y será la última, aún en busca de encerrar la eternidad en cinco letras. Sin final tu nombre solitario en la última línea de la última hoja que te escriba ya. Levanto la pluma en busca de la palabra mágica que sea la última pero no termine. Quiero escribir tu nombre sin final o no escribirlo nunca más para que no termine. Robarle letras a los sueños y al insomnio para escribir tu nombre en tinta de lagrimas y sangre que me permita con una sola, última palabra retenerte siempre y dejarte libre. Sin final.

Hacía falta poco, apenas nada para ser feliz, pero hasta ese poco te llevaste y no contenta te llevaste todo. Te llevaste la esperanza y el futuro, me dejaste para siempre atrapado en un mundo más allá del tiempo. Te llevaste todo amor, menos tu nombre triste, ya más mío que tuyo, tu nombre que quizá sea la clave para empezar de nuevo, para llenar los espacios vacíos de tu ausencia con recuerdos, con sonrisas y siluetas de las manos que ya no volverán a tocarme, con imágenes pálidas o deformes de tus ojos que no me dirán te quiero sin hablar. Al principio es poco lo que falta para ser feliz, pero no dejaste nada. Te llevaste el rayo de luz, la gota nimia de agua; todo te llevaste y ya no sé si el recuerdo sirva de consuelo o sea sólo otro aspecto del tormento. Si cerrar los ojos y soñarte sirva de algo porque al sueño sigue siempre el despertar. Despertar en el fin del mundo, sin luz ni oriente, despertar en el infinito de tu ausencia, perdido en el cuarto oscuro en que tu nombre y el mío hacen eco y juegan entre las paredes y el silencio. Despertar en el cuarto que dejaste para no volver, donde tu mano y la mía alguna vez, pero nunca más. Nada queda. Sueño, escape y esperanza, te llevaste todo porque ya no sé soñar contigo sin despertar lloroso, herido para toda la vida.

Sin final, más allá de la vida entera. Sin final pensarte y extrañarte, saber que te llevaste todo y que tu nombre queda apenas como un eco solitario que me devuelve tu ausencia sin imagen. Tu nombre que es principio y fin de este laberinto triste del que no sé salir o no quiero o puedo porque aún me atan mis palabras y las tuyas. Sin final, dijimos. Sin final juramos. Sin final tejimos sueños. Sin final pudimos construir vida y mundos nuevos; pero ahora, ya colgado, ejecutado, nada queda en el resto de mi cuerpo para andar o levantarse, nada entre mis ojos ya para soñar o construir. Nada tiene ya mi corazón arrodillado para levantar la frente. No hay escape ni esperanza porque te llevaste todo. Sin final.

Porque a diferencia del amor o la presencia, sólo el abandono es interminable. Los abrazos tienen límite, la ternura en una mirada tiene fin y cada sonrisa lleva escrita e indeleble su fecha de vencimiento. Pero el abandono no termina, no conoce límites ni vencimientos; la ausencia es todo lo que te precede y sigue sin tregua, vorágine oscura a la que es imposible darle la espalda, que todo lo abarca y lo transforma hacia el olvido. Olvido sin final también, sin final se irán perdiendo las líneas de tu rostro y de tus manos, el vago rastro de tu olor sobre mi piel. Sin final te iré perdiendo hasta tener sólo tu nombre escrito en la última línea de la última hoja donde con lágrimas y sangre te haré eterna por tu nombre.

Y sin embargo, aunque me hayas arrancado todo y redujeras a cenizas nuestro valiente mundo nuevo, al levantar la pluma con tu nombre sin final como principio recupero un poco todo aquello que robaste y destruiste. Palabras, como dijiste alguna vez, palabras que no bastaron para cambiar tu mundo pero al mío lo hicieron nuevo para darte espacio a destrozarlo. Palabras que quizá de nuevo cambiarán al mundo y hagan de este fin un principio siempre a punto de y siempre sin final. Palabras como eterna división de la distancia.

Eterna y sin final la distancia que multiplicas cada instante, con cada paso de renuncia que te aparta de mí y de todos los sueños que tejimos juntos. Eterna división del tiempo que sigue siempre hacia adelante, el tiempo que empieza en tu abandono y no termina nunca porque nunca volverás. Distancia que crece con el tiempo sin final, con cada noche en vela donde tus ojos no me buscan y tu voz no me encuentra. Tiempo, distancia y posibilidades que son reflejos de lo que no fue y lo que pudo ser. Todo se traduce en palabras inútiles que repito una y otra vez en un juego de vacío para matar los días imposibles de tu ausencia en que tu fantasma acecha en cada extraña que cruza por la calle, en los pasillos de la escuela y por cualquier sitio, en todo lugar tu sombra sin cuerpo que se hace material en cada cuerpo del que espero tu sonrisa y me entrega siempre la extrañeza, el vacío o la soledad.

Infinito el fin del mundo, sin final el tiempo y las palabras, las miradas y los cuerpos, sombra siempre del tuyo que me perseguirá en sueños cada noche sin esperanza, sueños de los que despierte herido para toda la vida y sin final. Ahora ya no sé si quiero el sueño o el insomnio porque en esta vigilia horrible ni los sueños traen consuelo. Consuelo que es tu nombre donde encierro tu memoria, memoria que es alivio y desconsuelo porque estás y no. Te llevaste todo y sólo queda ya tu nombre solitario y triste, ahora mío, tu nombre como primera y última palabra desde la que puedo reconstruir el pasado, nuestros veinte días. Esa corta inexistencia que no pudiste llevarte ni arrancarme aunque todo me quitaste. Veinte días para dividirlos en horas, en minutos y segundos, para continuar así hasta llegar a un número infinito, irracional, hasta el instante mas pequeño y nimio que ocupe el fin del mundo y me permita devolver la luz que te llevaste al universo de tu ausencia sin final. Luz que surja desde el relato minucioso y absoluto de cada mirada, cada suspiro, caricia y beso. Cada variación en tu piel, toda célula que haya muerto en ella y se quedó pegada en mí, rastro lúgubre de tus caricias. Relato y descripción perfecta del movimiento que te forma, dadora de muerte, ladrona de esperanza, que te forma con moléculas siempre en devenir, siempre la misma y otra, amor mío, siempre la misma en mi memoria pero siempre otra en cada instante, muerte y resurrección aceleradas que dieron ser al cuerpo que abracé y se extinguió al siguiente aliento. Existes lejos, otra, pero ya no existes tú, la misma, la que estuvo y desapareció entre mis brazos. Mi memoria es un vacío eterno como tu ausencia, y eterna será la descripción de nuestros veinte días divisibles hasta el infinito, eterna pero apenas suficiente para escapar de mi presente y llenar el espacio sin final de tu partida.

Pero son palabras, me digo. Palabras inútiles son lo que me queda y la primera de todas ellas es tu nombre. Levanto la pluma y pienso en escribirlo. Tomo un instante interminable para resucitar lo que fue tu nombre antes, lo que es ahora solitario y triste tu nombre mío, con el que quiero superar a las palabras y encontrar el modo imposible de vivir infinitos veinte días y tratar a toda la felicidad que imaginé y te robaste, la felicidad que nunca fue como si hubiese sido mía. Pero de las nubes nada se construye. Levanto la pluma y tu nombre está a punto de, líneas claras y sencillas a punto de escribir con tinta de lágrimas y sangre. A punto de escribir por última vez tu nombre y empezar a llorar sin detenerme, atrapado en el instante del final del mundo, en tinieblas, triste. Levanto la pluma a punto de escribir y nada escribo. Porque de todas partes, de ningún sitio, me alcanza tu voz y una sonrisa que me dicen te quiero. ‘Soy ausencia’, dice una voz que es tuya y no, ‘soy ausencia pero estoy contigo’. Y en la pared de este laberinto sin final, cadalso siempre pospuesto, ejecución siempre postergada, tu letra en tinta roja como sangre en la pared escribe ‘te quiero hasta el fin del mundo’. Pared de roca muerta que vuelve a vivir como vuelve mi cuerpo con tus palabras que son aliento, sangre, cera y tinta sobre la sentencia de un principio nuevo.

Palabras, tinta y sangre en la pared inamovible del fin del mundo. Sangre de nuestras manos que se desgastaron en caricias, de nuestros labios que besamos hasta que doliera, sangre de nuestros cuerpos muertos de muerte de amor por veinte días. Sangre de tu alma y la mía, sangre con que encuentras la fórmula imposible, la frase mágica que al fin concilia todos los opuestos. Desde el fin del mundo encuentras un principio, desde la despedida un nuevo encuentro. Y con la misma sangre del corazón que aniquilaste e hiciste trizas, escribes las palabras que empiezan a formarlo de nuevo.

Tu voz me alcanza desde el tiempo y la distancia infinitos de tu ausencia. Con tinta y sangre escribes lo imposible en la pared de mi prisión a la que me atan mis palabras y las tuyas. Palabras en la libreta donde escribo y que son la prisión más grave. Pero en esa prisión libreta, en la última página tu letra roja, tinta de sangre y lágrimas. ‘Te quiero hasta el fin del mundo’. Por última vez confío. Levanto la pluma y no escribo tu nombre solitario y mío que te borra. Levanto la pluma y escribo que te quiero sin final, en ausencia o en presencia y aún en esta imposible combinación de todos los opuestos.

Entonces, el demonio serpiente blanca, enemigo acusador y honesto que es ya dueño de mi alma grita ‘tiene novio’ y muerde. Y después, con una caricia de su lengua bífida en mi oído pregunta, suave, seductor: ¿Pondrás fin al amor que juraste sin final? Demonio serpiente blanca hunde sus colmillos y ahíto de mi dolor, con la boca y el cuerpo llenos grita: amiga, amante, ausencia y presencia, lo mismo da, estás herido para toda la vida. Eres mío como mío es ya su nombre. Sin final.

Tiene razón. Sabe. Aunque yo no supe lo que decía. El demonio serpiente blanca siempre supo. Pienso en los dragones que nos pintamos con tinta y sangre sobre el cuerpo; guardianes fallidos de mi alma y de mi cuerpo que empeñé al diablo y la locura para verte sonreír. Fallaron pienso. Ya no es mi demonio serpiente blanca. Yo soy suyo. Levanto la pluma con mano temblorosa y escribo lo que dice, lo que siento. Lo que ya no sé qué significa. Levanto la pluma y escribo: Sin final.

sábado, mayo 15, 2010

Variaciones sobre un tema de amor (9)

9. Uno no sabe bien lo que dice sino hasta después, cuando ya es demasiado tarde. Por más que uno lo haya sabido siempre, no lo sabe. Supongo que al final eso es lo único que queda por decir y por eso lo escribo hasta ahora, sin claudicar, sin dudas. Alguna vez me pregunté si acaso bastaría tu nombre para encerrar y repetir por la eternidad las fantasías y las ilusiones que concebí a partir de la primera mirada. Me pregunté si sería capaz de verte más allá del sueño o la esperanza, si sabría separar tu cuerpo, tu mente, de lo que mi alma te inventó. Alguna vez levanté la pluma con tu nombre a punto de y preferí callarlo; porque lo quería puro, lo quería tuyo y no mío. Hoy sé que en algún modo no sabía lo que decía, pero que cada una de mis palabras era cierta. Tuve tu nombre, el tuyo, y ahora empieza a ser mío sin remedio y solitario tu nombre mío.

Tu nombre, solitario y mío, porque ya no estará unido a tu rostro ni a tu sonrisa. Tu nombre para escribirlo y encerrar en palabras lo que no fue. Tu nombre mío porque ya no permanece unido a tu rostro o a tu realidad sino que empieza a parecerse al recuerdo cada vez más difuso y lejano de tu primera sonrisa, de su fecha de vencimiento. Tu primera sonrisa ya no es ilusión, sino que se reescribe ahora por tu ausencia y tu renuncia como el único y certero signo de la perdición. Al principio basta un poco para ser feliz y luego ya nada es suficiente. Nada. Ni siquiera el recuerdo que se reconfigura y desvanece sin remedio. Se pierde la luz en la oscuridad y las tinieblas son más oscuras. Te quiero, lo escribí y lo leíste por encima de mi hombro. Entonces fue hermoso, ahora es triste y acaso uno de los instantes más dolorosos de la vida. Porque nunca tendré suficiente de ti, porque hoy escogiste dejarme con sólo veintiún días desde mi primer te quiero hasta tu ausencia, dejarme con veinticuatro días de ausencia que me fueron robando la esperanza. Y con apenas dos días, unas cuantas horas antes de decirme que te vas. Ni siquiera habías terminado de llegar cuando ya te ibas de nuevo. Si el infinito no basta, ¿de qué sirven veinte días de amor? Veinte días... Tu nombre solitario y mío porque ahora es esto, tu nombre es mi dolor, tu recuerdo que se desvanece. Tu nombre es mío y ya no enuncia sino tu ausencia, tu presencia pasajera. Solitario y mío tu nombre es ahora sólo una palabra que me recuerda que perdí algo pero no me devuelve ni la sombra de lo que perdí.

Uno no sabe lo que dice y sin embargo dice la verdad: eres el dolor que no termina. Pensé que te pintaba una caricia en el brazo, la primera de todas nuestras caricias. Pensé que le darías un sentido nuevo al sonreír. Una caricia para vivir días imposibles toda la vida. Más imposibles aún porque te vas y tu nombre es mío y ya no tengo esperanza de verte, menos aún de acariciarte. No fue una caricia, ni fue la primera. Fue el primer paso hacia este destino que entonces aún estaba a punto de suceder y hoy es ya irremediable. Tu nombre que me negué a escribir daría forma a mi destino, eso escribí, eso me dije, cuando aún me movía perdido en el laberinto del tiempo. Hoy, a la orilla del fin del mundo sé que tu nombre describe mi destino; porque ya no es tuyo, es mío y todo lo que tengo es entonces mi imaginación, tu abandono y letras pintadas en un papel. Entonces todo estaba a punto de suceder. Hoy ya no queda nada. El mundo terminó. Ya todo es pasado. Cuando todo está a punto de, es porque va a terminar y aunque uno no sabe lo que dice, dice la verdad.

Tú ya no estás a mi izquierda, adivinando las palabras que pinto en una libreta. Yo he salido al fin del laberinto del tiempo y de los sueños. No sabía lo que decía mientras pensaba mirarlo todo desde una perspectiva fuera del tiempo. Cuando termina el tiempo, cuando se está más allá del tiempo, también se está lejos de toda esperanza. Ahora puedo verlo todo con claridad, la línea que separa tu pureza de mis sueños se traza con las líneas continuas con que escribo tu nombre. Líneas torcidas, fronteras que se mueven y pierden en curvas laberínticas de donde no hay salida. De donde no había salida mientras todo podía ser, mientras todo estaba a punto de. Ahora, en cambio, ya no hay entrada ni regreso. Se cerraron la fronteras y todas las puertas, la última luz escapó del mundo. Entonces, escribía pensando en verte, en leerte poco a poco mis palabras para enamorarnos. Pero sabía que son sólo palabras. Ahora escribo con la certeza de que mis palabras ya no llegarán a tus oídos. Mis letras no llegarán a tus ojos y será mi voz un eco en el vacío y la tiniebla. Al final son sólo palabras, pero no sabía lo que decía entonces; ahora lo sé y quisiera no saberlo. Escribiré tu nombre, dije entonces, cuando ya no quede duda de si es esperanza o maldición. Ya no hay esperanza. Ahora sé lo que decía.

Ya no puedo pedirte tampoco que no te vayas porque ya te has ido. Y desear, pedirte que no te hubieras ido carece de sentido. Te fuiste y es necesario aprender a vivir en un mundo en el que al final de nuestros veintiún días juntos describiste con tu cuerpo el signo perfecto, innegable que dice: son palabras. No puedo pedirte que no te vayas, que no me dejes solo, herido para toda la vida frente a infinitos atardeceres en que podré recobrar tu nombre y mis palabras, pero no tu voz ni tu cuerpo ni tu cariño. Palabras, Salua, palabras inútiles que no sirvieron para conservar tu sonrisa o tu alegría. Palabras traidoras que me llevaron un trozo, el último del alma y lo pusieron a tus pies para que lo destrozaras. Te vas, te fuiste. Y contigo se va la esperanza de palabras mágicas, de sonrisa y eternidad. Te vas y te lo llevas todo, hasta mis palabras. No te vayas, te lo pedí desde el primer día. Pero a ti no te importó, te fuiste.

Y ahora mismo, desde la ausencia y más allá del tiempo y de los sueños, podría seguir variando, escribir infinitos textos sobre un amor extinto. Transformar ese amor muerto en infinitas variaciones sobre un tema de amor que no termina. Remediar su extinción y su muerte con palabras. Pero ya no tiene sentido. Mis palabras ya no tienen luz para leerse. Son ecos inútiles y sin significado. No estás tú para leerlas. Así que por última vez, Salua, levanto la pluma y escribo tu nombre. Por última vez y para que tú me oigas y regreses algún día, te digo que te quiero, Salua, sin final te amo. Últimas palabras que ojalá se graben en tu corazón aunque el tiempo las destruya y todo tenga un final. Últimas palabras que durarán más que yo y que tú y que los cortos, insuficientes días que me regalaste casi como una eternidad. Escucha bien si es que aún puedes. Te amo, Salua, sin final. No te vayas.

Claro que uno nunca sabe lo que dice, acaso no sean las últimas palabras. Acaso un día volverás.