viernes, abril 24, 2009

Stephen King

En 2003, Stephen King recibió la medalla a Distinguished Contribution to American Letters. Algunos críticos respetables, como Harold Bloom, hicieron el berrinche de sus vidas por una elección tan decadente. Se explica, conociendo el pensamiento crítico de Bloom, Stephen King, dice, no es literatura, y no contribuye, destruye a las letras. Otros críticos menos contraculturales aplaudieron la decisión. En proporciones distintas, pero en esencia por lo mismo, algunos critican mi afición por las novelas de King.

Creo que el mero hecho de que esos críticos de King no lo hayan leído jamás no constituye un argumento en contra de sus críticas. Es imposible darle una oportunidad a todos los autores, a todos los gustos; además, SK tiene la letra escarlata de la que la mayor parte de los aficionados y profesionales de la literatura huyen como de la peste: NewYorkTimesBestSellingAuthor. O sea, y lo mismo que se dice contra Murakami, vende demasiado, se lee muy a menudo, es accesible y entretenido, por lo tanto, no puede ser literatura.

Hay un error profundo en esa idea, una especie de crítica que se funda en el prejuicio y en la discriminación. Como Reyes y tantos otros, no puedo menos que soñar con una literatura sencilla, accesible, comunicante y que se disfrute por todos los que saben leer. Honestamente, creo que Stephen King está sentando las bases para esa literatura como lo hicieron en su tiempo Charles Dickens y Alejandro Dumás.

Es cierto, otros autores, con nombres del New York Times y sagas bestselleras como las Entrevistas con el Vampiro, los Tom Clancy’s, los Bourne hollywoodenses y hasta la nueva hipocondria vampírica del Crepúsuclo, venden igual o más que King. Y, confiésome culpable, he leído y disfrutado con más de uno de esos libros entretenidos pero sin sustancia. Pero ninguno de ellos ha sido lo que fue la Torre Oscura, por ejemplo, sólo King me ha hecho reír en voz alta y mirarme desde una perspectiva nueva, oscura, que no es más que la honestidad salvaje que debemos enfrentar cuando nos quedamos solos y perdidos. Sólo King me acompañó cuando tuve que aprender a caminar de nuevo, if you stay true, me susurraba y al final tuvo razón.

Ayer terminé de leer The girl who loved Tom Gordon, en inglés, como se debe leer a Stephen King. He ahí el primer punto en favor del valor literario que las obras de King han alcanzado. No pueden traducirse. Por más que uno se atasque de traducciones de Plaza y Janés o DeBolsillo, no es lo mismo que leerlo en su idioma original. No es incompetencia de los traductores —a veces es su exceso de celo—, pero hay cosas que sólo la polisemia caótica y anarquista del inglés puede decir o representar. Y aún más, hay cosas que sólo Mr. King puede decir y hacer decir al idioma sobre el que ha adquirido un dominio bastante respetable si no es que asombroso. Slang típico, concatenaciones de adjetivos, insultos originales, juegos de palabras increíbles. Creo que cuando el sentido de la obra depende en mucho del idioma en el que está escrita, historia y lenguaje forman una simbiosis tan estrecha, hay algo especial.

Stephen King maneja metáforas sencillas, ilógicas, vitales y enrevesadas que, a pesar de todo, mantienen una congruencia que no se sabe bien de dónde viene, pero que está ahí. Esas metáforas evolucionan a lo largo de sus libros y se complementan en cada nueva novela. Así, en The girl who loved Tom Gordon, todo puede derivarse de las primeras frases del libro: el mundo tiene colmillos y todo muerde. La precariedad de nuestras falsas seguridades frente al mundo y la naturaleza. A lo largo de la novela —que no tiene más que 250 páginas— la metáfora se va desarrollando sobre la carne cada vez más frágil de una niña perdida en el bosque. De pronto, todo eso que es fuente de entretenimiento, las caminatas largas, los días de campamento, se transforma en un enemigo enorme, invencible, aterrador. El mundo que enseña los dientes. Metáforas sencillas, pero que van elaborando sobre sí mismas y que, casi siempre, al final del libro, se cierran como un anillo de moebius cada año más infinito. El dios subaudible, el oso que no es un oso, el dios de los perdidos, las nueve entradas, save situation. Hay que leer para ver ese juego de alegorías que no tienen pedantería.

Eso también, King, es un escritor sencillo, sin pretensiones. Él mismo lo dice en On Writing —uno de los mejores sobre el oficio, su idea es contar una historia y que la historia guste, entretenga y sea leída, invitar al lector a regresar a los libros. Por más que sus novelas adquieran cada año mayor profundidad, riqueza narrativa y belleza, eso pareciera ser un mero accidente, un aspecto accesorio de la obra, algo quizá, que ni el autor había notado. Sus libros no pretenden educar, pero educan; no buscan mostrar la naturaleza humana y lo hacen. Una narración de King es una cápsula del tiempo casi perfecta al año, a la década y al estrato social que representa aún cuando Stephen no sea realista, ni costumbrista, ni naturalista, ni cronista.

Podría decírseme que es una exageración pensar que una novela de King habla de la naturaleza humana. Dos cosas, sin más que The girl who loved Tom Gordon para apoyarme: Por una parte, quien haya estado perdido así sea por unas horas sabe lo fácil que es empezar a disociarse en una voz esperanzada y una voz derrotista, lo casi inmediato del humor negro, de hacer charlas imaginarias y burlonas con amigos que no están ahí, con héroes perdidos y lo útil que puede ser todo eso para el alma, para salir con bien del trance; por la otra, ponerle rostro y nombre al antagonista que no tiene personalidad, el dios de los perdidos, nombrar es separarse, enfrentar a “lo otro” y aprender a negociar con él, tener la capacidad de plantarle cara. Esta es una novela de terror, no porque haya un “monstruo” en ella, es terror porque uno recuerda haber estado perdido, en el bosque, en la ciudad, en un mal barrio y el ambiente adquiere poder e intimida. Un terror real, representado por un osoquenoesunoso.

Mucho más puede desgranarse sobre la obra de Stephen King, sobre todo acerca de la más reciente. Obra que también tiene sus contras, como todo: usa los recursos más viejos de la novela del folletón para mantener la atención, el corte de capítulo, explota su reputación de novelista de terror cuando ninguna de sus novelas aterra, en últimos años ha reciclado algunos escritos viejos, tiene un ego a la Unamuno que lo hizo meterse en varios libros. Todo eso son contras literarios, pero también son pros, porque al final del día logra lo que todo escritor busca aún a nivel subconsciente: que la gente lea y al terminar, quiera leer más.

Sí, cuando has leído un best-seller los has leído todos. Pero no has leído a Stephen King. Creo que puede ponérsele en la misma categoría que a Pérez-Reverte, Muñoz Molina, Juan Marsé, Michel Houellebecq, Norman Mailer y hasta Dostoyevsky; escriben para vender, escriben por contar una historia, pero cuando terminan los lectores nos damos cuenta de que, en el fondo, hay mucho más ahí que un bonito cuento. Está el reflejo de un tiempo, de una forma de ser humano. Claro que King lleva la ventaja, en el centro del mundo consumista y con libros que sólo presentan un reto para ser entendidos y disfrutados: saber leer.

No hace falta ser críptico, intraducible, ilegible como el Finnegan’s Wake para ser literatura o para dominar el inglés. También se puede estar en cada parada de autobús, en todos los aeropuertos, en cualquier estante de librería y seguir siendo literatura. Me gusta leer a Stephen King y no lo considero un placer culpable o fútil, lo considero uno de los autores que me enseñaron a amar la Literatura.

He dicho.


viernes, abril 17, 2009

Claudia (Como tenía que pasar)


Y bien, como siempre sucede con la realidad, el final llega como un anticlimax, como un lento extinguirse de las pasiones, del gusto, de las emociones. Esa capacidad del hombre para acostumbrarse a cualquier cosa es la muerte de todo sentimiento, de toda emoción, de cualquier sueño lírico.

Pasó como tenía que pasar, superado el nervio y ya bien plantado sobre las piernas que no tiemblan, el estulto sujeto de la vez pasada asomó de nuevo por la cafetería en Perisur. Ahí estaba Claudia, algo distinta, porque la falta de nervios clarifica la mirada. Faltaba ese halo de belleza romántica, de haber superado la consunción, enfermedad de la belleza, faltaba el brillo tenue de la piel de morfinómana que el sujeto aquél imaginó, inventó o acaso descubrió como eco de un tiempo ido, de otra vida, de un libro olvidado. Claudia, más parecida a sí misma que al deseo o al sueño ajeno y, por lo mismo, más sencilla, menos aterradora. Hermosa, pero no lo suficiente para desmayar a un lunático poetastro nervioso. Ya no.

El poetastro, por su parte, tampoco supo atraerse la mirada de Claudia. Llegó, se hizo tonto, pidió un café, hizo oír su voz, esperó a que ella volteara. Pero sus ojos no volvieron a encontrarse. No hubo sonrisa, no hubo ese breve espacio de incertidumbre cósmica que acompaña a los ojos que reconocen, que sueñan, que se pierden en un instante. Poetastro al fin y a la postre, no pudo evitar murmurarse un verso malo como antídoto para el desengaño. La culpa es de uno.

Las dudas de siempre: acaso no te vio, acaso no encontró los versos, acaso la pena, el miedo, los convencionalismos, la tristeza. Acaso y como dijo sin decirlo nunca un mediocre ficticio, la culpa es de uno que no enamora. Todas las preguntas, los reproches recorriendo el alma de ese poetastro de servilletas e improvisos. Dudas, sueños rotos, mientras con los pies bien puestos en la tierra de nuevo, se aleja de la barra en la cafetería y vuelve a ser la sombra o el hombre sin rostro que no supo llamar la atención de una chica medianamente bella.

Acaso lo mismo le pasó a ella, un desengaño a medias; imaginó una cosa y al final, cuando la realidad le puso en frente algo más o menos distinto, prefirió la indiferencia al ridículo. Ojalá haya pensado también en el poeta durante toda la semana, esperando su regreso, por su bien, que no supiera reconocerlo cuando lo tuvo en frente; no supo reconocerlo porque ya seguro, sin miedo, no estaba hecho de la falsa materia de las ilusiones. Y es mejor así, porque estará esperando, igual que el poeta, un encuentro con el ideal que se forma de cada encuentro fortuito, triste, anticlimático.

Es mejor así, repitió el poeta. Buscó consuelo en lo infinito. Es mejor así porque al final del día, todo pasó como tenía que pasar, quizá más rápido de lo que hubiera deseado, pero como tenía que pasar. Mi amor no es más que una promesa de decepción sin fecha de vencimiento; jurar y buscar la felicidad hasta que el mundo dice la última palabra. El velo que se nos cayó de los ojos esta tarde por la falta de nerviosismo o por mera coincidencia, habría caído de cualquier manera mañana o el año próximo, y en vez de escribir su nombre en la lista secreta de las que me pude haber enamorado, habría tenido que escribirlo en el de aquellas que se fueron. Heridas todas de desengaño. Esta vez, herida superficial, pero una más.

De cualquier modo, todos terminamos solos. Adelantarse al tiempo nada tiene de malo. Hoy, mañana o a más tardar el día en que paguemos nuestra deuda con la tierra, nos volveremos a encontrar y nos juzgaremos sólo por las cicatrices que dejaron los sueños al morir. La culpa es de uno, que no enamora y que cuando enamora, enamora mal. Estamos solos y no sabemos olvidarlo.


Viernes, 17 de Abril de 2009

00:33 Hrs.


viernes, abril 03, 2009

Claudia (Sorry)

Y bueno, esto es una historia real, como dicen. De esas que uno debe contar a la luz de una fogata en el campamento nerd/cristiano de preferencia. Es la trágica, muy trágica historia, que me contó un amigo, su protagonista, al que llamaremos Eriksson sólo para no perder la pista a los personajes. Y si lees esto, Claudia, sabrás que él no es raro, que tuvo buenas intenciones, que sólo se puso nervioso porque eres hermosa y lo dejaste loco. A este amigo mío, le llegó transfronterizo y por lo mismo, un poco tarde, el April’s Fools.

Era una tarde calurosa de Abril, me decía Eriksson colgado de su cerveza, y enfrentado con la feliz perspectiva de salir de vacaciones y tener un chingo de ocio disponible, me fui a meter al centro comercial. Pero el subconsciente es traidor, viejo, traidor como personaje del génesis. Había algo de rencor en su voz, y no era nada nuevo, con una cerveza o dos, siempre se pone grosero, autocrítico. Le puse la mano en el hombro y le dije que a todos nos pasa, fuese lo que fuese, nada es irremediable.

Llamó al mesero a gritos y le pidió otra ronda, luego se me quedó mirando, se tapó los ojos con la mano, suspiró y dijo: Traidor, ya lo verás. Perdí el tiempo en las tiendas, buscando con qué entretener los días de ocio que me están esperando. Miré computadoras, ropa, vinos, juguetes y hasta los estrenos del cine. Ahí estuvo mi error, en el cine. Porque justo ahí, en la cafetería de enfrente, dulce mundo si los hay, estaba Ella. Y lo dijo con mayúscula Ella, sonreí, le di un trago a la cerveza. Lo conozco de casi toda la vida, y hace un par de años no lo oía decir Ella con mayúsculas. Anda viejo, le dije, un lío de faldas.

No, nada de faldas, dijo, unos pantalones negros, un delantal, cabello negro, sonrisa limpia, honesta y ojos grandes, delineados con negro, pálida. Ya sabes, como sacada del romanticismo. Sonreí, a mi amigo Eriksson le gusta la cuestión retro, del siglo XIX y cuando se da aires de modernidad, se atora con Tim Burton. Y fui a pedir un café, porque ya la he visto antes, porque cada vez que paso por ahí me fijo en ella y me imagino que quizá, tal vez un día y todas esas cosas. Pero no me lo sirvió ella sino su compañera, mientras yo le buscaba la mirada a esa que tanto me gusta aunque no la conozca. Le sonreí y acaso ella también a mí; pero su sonrisa es de esas que apenas se dibujan ya se han ido, nos miramos fijo a los ojos. Entonces empezó. Le dio de puñetazos a la mesa, se echó media cerveza en un trago, se limpió la boca con el dorso de la mano y se me quedó mirando. Ya sabes a qué me refiero, decían sus ojos.

Y lo sé. Hace muchos años, tantos que hasta pena me da contarlo, mi amigo era de esos tímidos crónicos nauseabundos. Es decir, le daba pena, le apenaba que le diera pena y tanta pena le daba gana de vomitar o desmayarse. Viejo, le dije, no puede ser, ¿a estas alturas?, ¿tú que ya no tenías alma porque no se quién se la llevó y el diablo a ella y la puta que los parió a todos?

Bueno, idiota, ¿y? A cualquiera le vienen esos ataques, esos momentos de idiotez, se traba la lengua, suda uno como puerco (más en abril) se le suben los latidos del corazón a los oídos y deja de pensar. ¿Así nomas?, le pregunté un poco burlón, porque había remordimiento en su voz. Así nomás.

Para entonces ya teníamos una botella de ron en la mesa, y por lo que me contaba, me imaginé que terminaríamos bebidos y hablando de mujeres.

Pues nada, volví a ser adolescente, quizá tenga que ver el concierto de Metallica, que haya pasado los últimos quince días escuchando esa música de entonces, cuando fuimos jóvenes. Y me dio por escribirle unos versos y dejárselos en la mesa a manera de propina y saludo. Ya sabes que entonces era un tímido crónico, asustado de las mujeres. Se llama Claudia, por cierto. ¿Claudia?, repetí con una risa entre dientes, pero Eriksson no hizo caso de la provocación. Versos malos, como siempre, ya vez que me da por escribir puras idioteces que no impresionarían ni al bufón más abyecto. Claro, claro, versos malos, como siempre por lo demás. Jódete, me contestó lacónico. Pero no hay nada malo en eso, le dije, ¿quién de nosotros no se ha humillado por una mujer? En esos casos todos somos adolescentes tontos.

Deja, que eso no es lo peor. Terminé el café, dejé mis versos con nombre, teléfono, un blog y todo lo que se me ocurrió para que me busque sin sentirse acosada. Entonces sí me reí con ganas. Jajajaja, ¿sin sentirse acosada? A estas alturas debe pensar que eres un pinche lírico esquizofrénico y tiene miedo, miedo del bueno. Seguro, carajo, seguro; pero si la vieras... Claro que la he visto, si no eres el único que visita el centro comercial, la cafetería, el mundo. Su voz es algo raro, ¿sabes? Me hace sentir distinto, demasiado viejo. A lo mejor es porque eres un viejo raboverde. Reí de nuevo mientras nos servía otro trago.

Y bueno, dejé mis versos malos, mis pistas, mi vergüenza, me levanté y me fui. Aquí es donde se pone grosero el asunto. Me acerqué a pagar el estacionamiento, en una de esas máquinas que detesto; llegué al auto, me arrepentí y decidí volver a recoger mis tonterías y pedirle una disculpa. Entonces me di cuenta... Yo seguía encantado con la anécdota, me reía sin tapujos, acaso deshinibido por el ron y las cervezas. ¿De que eres el lugar común más idiota y que nunca te va a sonreír de nuevo? Acompañé la pregunta con otra carcajada.

Sí, claro, pero a parte de eso, una tragedia más inmediata. Como aquella vez que choqué el auto al salir de un estacionamiento por estar nervioso, ¿te acuerdas? Y yo, pero claro que me acuerdo, imbécil, nunca le sacaste la abolladura al Chevy por penitencia. Y reí encantado. Sólo que ahora manejas un puto deportivo jajajajaja ¿le pegaste?

No, joder, deja que te cuente la historia ¿quieres? Me di cuenta de que dejé el boleto de estacionamiento en la maldita máquina de prepago ¿entiendes? Pinche subconciente traidor, poniéndome trampas, humillándome por adelantado. No sólo no puedo volver a poner mi jeta ahí en la cafetería sin morirme de vergüenza, tuve que poner mi jeta y decir: “joder, perdí el boleto”. En toda la vida no he visto o conocido a un sólo idiota que pierda el boleto de estacionamiento, hay que ser un idiota consumado. En eso tienes toda la razón, eres un idiota. Nuevas risas. Así que, no pude ir a disculparme, mis versos me pusieron en ridículo, ella nunca va a mirarme otra vez, perdí una lana y mucho tiempo en conseguir que me dejaran sacar el coche del estacionamiento. Decidí ponerle la cereza a su helado: y encima, quedará el registro perpetuo de tu pendejada en los anales del centro comercial, porque te toman datos, anotan las placas, sacan copia de la tarjeta de circulación y todo eso lo reportan y lo almacenan en una base de datos. Eres el imbécil perpetuo, infinito.

Eso mismo, me dijo vaciando su trago y moridéndose el labio al terminar; eso mismo, soy el fracasado más completo y estúpido que conozco, y mira que te conozco a ti, viejo. En eso tenía razón, la competencia entre él y yo es fuerte a la hora de hacer idioteces.

Al final me pidió que pusiera su estulta historia en mi blog, para aprendizaje e ilustración de todos los tontos del mundo. Dig deep and grow a pair, es su consejo para todos los que se hayan visto en su situación y el mío no difiere mucho.

Es una historia verdadera, le pasó a mi amigo a quien llamaremos Eriksson sólo por darle un nombre. Si lees esto, Claudia, Dolce Mondo, Perisur, no lo juzgues con dureza, sólo se pone nervioso. Pero es porque representas un sueño que creyó perdido, el de ser feliz.


Erick(sson) Miranda Velero

Durch Leiden, Freude

Abril 03 de 2009

22:17 Hrs.