viernes, noviembre 19, 2010

Werther y el Mito de Sísifo

Sí, es verdad que sólo soy un caminante, un vagabundo sobre la tierra. Pero, ¿y vosotros, sois algo más?

—Goethe. Werther.


De lo que nada puede decirse, concluyó Wittgenstein en su Tractatus, mejor es callarse. Quizá sería esa la actitud más sensata tras una lectura de Werther; guardar silencio y en ese silencio, que es el resto según Hamlet, disfrutar la sensación del viaje hacia lo que no puede decirse. Y es que el lenguaje tiene sus límites.

No sé si valga la pena señalar, como evidencia de esos límites, que Goethe parafrasea a Hamlet: “¿Y por qué esas vacilaciones y titubeos? ¿Porque no sabemos lo que habrá allí detrás? ¿Y por qué de allí no se vuelve? Y porque, además, tal es la condición de nuestro espíritu, que presumimos confusión y tinieblas allí donde no sabemos nada concreto?” (Goethe, 412), o decir, con menor certeza, que parafrasea también a Novalis, Schlegel, Swedenborg y quizá a otros que no sé reconocer. Que Goethe predice a Camus, un poco a Mishima, Sartre o Nietzsche y alguna relación tiene con Rousseau, Dostoyevsky y Tolstoi. Encima de todo, Goethe parafrasea o dialoga con su vida misma, pues no falta quien encuentra las raíces de Werther en el libro XII de Poesía y Verdad, en la pasión de Goethe por Lotte Buff y el suicidio de su amigo o conocido Jerusalén; razones por las que más tarde se avergonzaría de esa novelita epistolar, muy a la moda de la época. Del valor estético de la novela son mejor testimonio que cualquier cosa que yo pudiera escribir, sus más de doscientos años de ediciones seguidas y los ecos ya citados. Todo lo cual acaso esté bien dicho, pero no sé si valga la pena decirlo.

Puede decirse que Goethe critica a la sociedad burguesa, al hecho de que no ofrece consuelos ni caminos para el desarrollo del espíritu, ni para propiciar la plenitud del hombre: Werther no dura mucho en el servicio público y hasta salta contra el matrimonio porque “eso está bien para este mundo... y para este mundo será un pecado el que yo te ame y desee arrancarte de sus brazos, estrechándote en los míos” (Goethe, 424). Y es que este mundo de convenciones y arreglos voluntarios es parcial o, mejor dicho, artificial. Mundo burgués de culto a los convenios y olvidado de lo trascendente: “¿qué es para nuestro corazón el mundo sin amor? Lo que una linterna mágica sin luz” (Goethe, 371). Puede decirse, pero quizá la clave no está ahí.

Por fuerza hay que referirse al episodio del loco, que mira hacia la época en que atado con camisa de fuerza y recluido en un sanatorio se sentía acompañado por emperadores y mejor aún, por la misma Lotte para quien, ya expulsado de ese paraíso, se empeña en tejer guirnaldas con flores que no están. El episodio es un claro argumento sobre la difícil relación que existe entre razón y felicidad, pues verdad y dicha han vivido muchas veces en guerra constante. Basta para poner en duda todo juicio sobre la existencia.

¿Y de qué vale pasar juicios éticos o morales sobre Werther? Ya lo responde él mismo por adelantado: “¿Por qué vosotros, los hombres —salté yo—, habéis de decir en seguida: esto es una locura, esto otro es prudente, esto es bueno, aquello malo? ¿Es que antes habéis inquirido a fondo las íntimas circunstancias de un acto?” (Goethe, 376). Respuesta que pone en duda la totalidad de la ética cifrada en el supuesto falso de que conocer basta para emitir un juicio. Ni el epistolario, ni las notas, ni las impresiones de quienes se encuentran cerca nos acerca a las ‘íntimas circunstancias’ de un suicida. Así pues, ¿qué puede decirse de Werther?

Acaso mejor abordar la novela por el lado personal, por las formas inesperadas en que al releerla, me doy cuenta de que con los años, más de una vez me he puesto en la piel de Werther —quizá mejor decir, él se puso en la mía— y me he encontrado repitiendo frases o gestos suyos sin notarlo hasta ahora que releo. Así de fuerte es la novela y así entiendo, por lo menos, que haya causado una epidemia de suicidios. Pero con honestidad, a quién le importa si enamorado me sentí Werther sin darme cuenta. Quizá Goethe se burlaría, igual que yo, cuando releo este párrafo.

El lenguaje tiene sus límites y honestamente dudo que yo pueda trasponerlos. Puedo decir que encuentro en Werther una mezcla de filosofía y poesía, que es un ejemplo claro de romanticismo y contradicción, que al final, consciente o inconscientemente uno termina con ganas de vestir el traje azul con chaleco amarillo y sufrir la dolendi voluptas de Petrarca. Pero con todo eso, nada digo. Como nada puedo decir de todos los suicidas a los que he sobrevivido y creí conocer pero que, por ese acto último, dejaron de serme conocidos. Silencio, silencio es siempre mi respuesta.

Un último intento. Quizá es en eso último, en el silencio, donde está la clave y algo pueda decirse que valga la pena, aunque seguro ya se ha dicho. Werther se suicida (selbststerben, selbstmörder) y ese acto hace estallar a toda la novela; deja de tener sentido todo lo que se ha leído. No hay relación de causalidad posible entre el desarrollo y el desenlace; es decir, no hay razón en estricto sentido que explique el suicidio. Cada lector puede darle sentido al acto por el antecedente o rechazar esa armonía. Pero toda explicación deforma. Cada novela es un mundo, una respuesta más o menos congruente al sentido de la vida. Pero ahí hay una petición de principio, suponemos que la vida tiene sentido. Yo veo en Werther una pregunta más que una respuesta. Estoy vivo y leo, se sigue de ahí, por fuerza que supongo que vale la pena vivir y leer. Goethe pregunta: ¿y si no?

Puesto que no cerré el libro y me pegué un tiro sino que vine a escribir, creo que vale la pena vivir y que a algún sitio he de llegar, tarde o temprano. Pero la pregunta sigue ahí, ¿y si no? Es estribillo que me recuerda que las cosas pueden ser de otro modo. Una pregunta que no puede responderse porque toda respuesta implica la creencia en el sentido mismo. Podría responder que la pregunta no tiene sentido, pero eso decimos cuando alguien pone en duda lo que nosotros reconocemos claramente como auténtico, pero no podemos demostrar que tenemos la razón. Porque el lenguaje tiene sus límites. Frente a esa pregunta, callar y seguir viviendo o morir por mano propia. Cada respuesta es única e infinita. Y al final, con esa pregunta, Goethe se las ingenia para incluir cada vida irrepetible e individual entre las líneas de su Werther. No sé si valga la pena decir esto último, escribir tres páginas para llegar a esto. Es la misma pregunta, ¿y si no valiera la pena? La respuesta está en el acto; puesto que ya lo escribí algún sentido tiene; aunque, lo mismo que la vida, por qué vale la pena o por qué tiene sentido, es algo que no puedo decir. Ante esa pregunta guardo silencio, pero aún escribo y estoy vivo. Como Sísifo, sigo empujando mi peñasco.



Bilbiografía: Goethe, Johann Wolfgang. Los sufrimientos del joven Werther en Rafael Cansinos Asséns (Ed.). Obras Completas de Goethe (Tomo II). Aguilar : México, 1991.


lunes, agosto 09, 2010

Mi diario


Añadiendo a los artículos autodescriptivos, he aquí una página de mi diario.


miércoles, agosto 04, 2010

Vieja Correspondencia

A lo largo de los años, escribo, comparto y recibo críticas. La crítica más persistente y constante es muy sencilla y me golpeó con fuerza mientras revisaba cartas viejas. Comparto el pedacito de mi respuesta sólo por el gusto y para cambiarle al mood demasiado serio que trajeron las Variaciones. He aquí la mejor forma de describirme (claro, modestia aparte):

"Está chistoso, por cierto, casi todas las mujeres opinan que las mujeres deberían volverse locas por mí nomás leerme. Pero ninguna de las que lo opinan se vuelve loca. Jajaja Hasta mi mamá, cuando vio el Valle de los Gritos, en vez de felicitarme, me dijo "yo no sé como no tienes vieja....!" O sea, imagínate lo pinche antipático que he de ser, para que con todo y que soy un genio de la estética y el sentimiento, nadie se aviente el torito! Chale, necesito un trago...."

Qué triste ¿no?

domingo, junio 13, 2010

Variaciones sobre un tema de amor. Coda—Finale

Coda—Finale. Si te olvido, Salua, que me castiguen el mundo y el azar con la fuerza implacable de un dios viejo y rencoroso; que me expulsen al infierno sin piedad de la repetición eterna de todos los errores. Si te olvido, amor, que no exista piedad suficiente a mis tormentos. Que termine otra vez el mundo si te olvido, que se acabe en cada instante y no exista consuelo que me deje vivir de recuerdos otra vez. Que no quede nada si te olvido y en el desvanecimiento de mis errores y mis aciertos desaparezcan también mi nombre y mi historia.

Te quiero hasta el fin de mundo como juramos muchas veces. Te quiero parte mía aún como ausencia y como sombra borrada de lo que no fue y no volverá jamás. Porque no estarás, amor; no estarás en los días que siguen al final inevitable que nos construimos, creo, aún en contra de todos nuestros futuros posibles. No estarás para guiar mi pluma ni para inspirar mis letras. No estarás entre los infinitos poemas de amor que me quedan por leer, ni entre todas las novelas, tristes o no, en donde buscaré tu reflejo sin sentirme digno ya de compartir contigo un pedazo de existencia imaginada. No estarás aunque aún esté tu nombre infinito y solitario, tu nombre que sólo ha de crecer en el olvido y la negación incontestable de tu ausencia.

No estarás ya nunca más porque en el último instante supe expulsarte, según tu deseo, más allá de donde las palabras pueden alcanzarte. Palabras, sólo palabras como dijiste. Palabras que son nuestro legado, y a las que ningún arrepentimiento ni disculpa sabrá devolver el sabor ni la apariencia de verdad. No sé si nos mentimos, si cada promesa y juramento fueron falsos; pero el tiempo y lo que hicimos reescriben cada instante y dicen mientes. Mientes tú, Salua, a quien no puedo ni debo olvidar; pero miento yo también, porque después de todo, por miedo, por destino o por violencia, destrozamos nuestro mundo.

Al final no nos queda nada si no son palabras. Tu nombre escrito por última vez será sólo la suma de tres palabras que no encerrarán tu imagen sino sólo la suma de mis ilusiones y mis desengaños. Mi nombre, que con suerte no volverás a pronunciar sino sólo en pesadillas, será quizá la mitología final de tu desprecio enamorado. Pero, con todo, he cumplido mi promesa. Mis palabras, mi te quiero, Salua, durarán más que el mundo y que la muerte. Quizá por eso no sabré olvidarte, y si te olvido, que me castiguen con el odio de un dios viejo y sin amigos. No te olvidaré aunque seas ausencia y mi cariño sin final dure lo mismo que tu olvido. Palabras, palabras que por escritas tienen una historia más larga que tu cuerpo y mi cariño.

Nos despedimos con algo como un beso y un abrazo. Pero nos despedimos también con palabras duras y mentiras y silencios. Nos despedimos ausentes, con las amenazas silenciosas o manifiestas de los que se dicen tus amigos, de los que dicen que te quieren. Ojalá. Yo guardé silencio, y si hable, sólo fue para pedir que te cuidaran y no pusieran más dolor en tu camino. No sé si te lo habrán dicho o te mintieron. Supongo que me imaginas rencoroso y airado, pero te equivocas. Al final mis pensamientos y deseos fueron más amables que mis acciones. Me queda la esperanza de que toda herida sanará.

Sanará como los estigmas de fuego y dientes con que me marcaste sin final. Sanará como sana la ausencia con el tiempo y la novedad. Sanarás tú, le pido al sueño, sanarás de todas las heridas que le hicieron a tu alma antes de mí, de todas las heridas que no supe entender o curar yo mismo y, al final, te obligaron a mirarme enemigo y me borraron todo rastro de lo que quise ser. Sanarás, sanaremos, porque lo que quise ser y no me permitiste ya no importa. Queda sólo lo que soy. Y lo que soy lleva tu nombre grabado en sangre, tinta y cera para no olvidarte. Sanaremos, mi viejo amor perdido, si sabemos recordarnos y no repetirnos en otros rostros y otras manos, como repetiste tú en mis manos los recelos de otros tiempos.

No importa la historia que contemos cada uno por su lado, historias llenas más de nostalgia y miedo que de verdad o cualquier cosa. La historia es que nos quisimos y por eso nos regalamos ratos de felicidad, pero también por eso, noches enteras de insomnio, lágrimas y adiós. Por querernos terminamos. Y porque no supimos. Porque el cariño terminó en algo como odio y de ese odio nació un cariño distante en el que no estarás, ni yo, ni nadie.

Después de nosotros estás tú y estoy yo. Pero no estaremos. Después de nosotros, palabras para hacer presentes los errores y los aciertos. Palabras que no dejarán testimonio de las cicatrices, pero serán el rastro imborrable del modo horrible en que te quise. Nos hicimos daño, Salua, pero sanarás si así lo escoges. Y todos los días te querré feliz aunque no lo seas hasta que lo seas. De vez en vez diré tu nombre para no olvidarte, para resumir en una palabra infinita y solitaria toda la felicidad que quise darte y no pude; pero también todo el dolor que no te evité aunque quise. En tu nombre lo que no he de perdonarte nunca. Y si te olvido amor, que no exista piedad suficiente a mi tormento. Que se borre el consuelo de este mundo en el que sólo queda lo que soy y no puedo dejar de ser. Y peor aún si te perdono.

Lo siento, Salua. Llevaré en la vida el peso de mi culpa y de la tuya. Y si alguna vez, te olvido, venga el mundo y lo repita. Pero llevaré también el cariño sin final del que nació la culpa, el que rechazaste sin final haciéndote culpable, tanto o más que yo. Por última vez, con tu nombre en mente, levanto la pluma y pienso en escribir tu nombre. Por última vez me despido de cada nombre con el que aprendí a llamarte. Y sin final te digo adiós, Lomaram. Adiós Inomara. Hasta nunca amor, jirafita triste. Hasta siempre, Salua, porque no te olvidaré. Porque aunque no estarás, estarás en mis palabras viejas y como prometimos sin mentir del todo, te quiero sin final. Te amo sin final y sin derecho. Te amo aunque no estés y no estarás. Aunque no he de perdonarte.

Si te olvido, Salua, que me castigue el mundo y me recuerde lo que soy. Y peor aún si te perdono. Olvídame tú si puedes, hasta que no sea en tu memoria ni en la mía y que de ello te venga la paz o el castigo. Pero yo te llevaré en el cuerpo sin olvido y sin perdón; porque de ello depende que no te repitas en tu cuerpo, ni con otro rostro y otras manos. Cargaré con nuestras culpas hasta que a ti te llegue la felicidad. Y aún después.

Levanto la pluma y escribo:

Te quiero, Salua, sin final. Por última vez tu nombre, Salua Aramoni Quintero, que acaso baste para para dar paso en silencio a la distancia en que no estarás aunque te quise sin final.



Silencio sostenido


y


Adiós.



Octubre 20, 2009 — Junio 01 de 2010


lunes, mayo 31, 2010

Variaciones sobre un tema de amor (10)

10. Sin final. Lo escribo ya sin dudas y con tu nombre solitario en mente, tu nombre que encierra lo que no fue y en cuyos trazos está al mismo tiempo la distancia más corta y el infinito. Suma y conciliación de todos los contrarios. Sólo una vez más escribiré tu nombre y será la última, aún en busca de encerrar la eternidad en cinco letras. Sin final tu nombre solitario en la última línea de la última hoja que te escriba ya. Levanto la pluma en busca de la palabra mágica que sea la última pero no termine. Quiero escribir tu nombre sin final o no escribirlo nunca más para que no termine. Robarle letras a los sueños y al insomnio para escribir tu nombre en tinta de lagrimas y sangre que me permita con una sola, última palabra retenerte siempre y dejarte libre. Sin final.

Hacía falta poco, apenas nada para ser feliz, pero hasta ese poco te llevaste y no contenta te llevaste todo. Te llevaste la esperanza y el futuro, me dejaste para siempre atrapado en un mundo más allá del tiempo. Te llevaste todo amor, menos tu nombre triste, ya más mío que tuyo, tu nombre que quizá sea la clave para empezar de nuevo, para llenar los espacios vacíos de tu ausencia con recuerdos, con sonrisas y siluetas de las manos que ya no volverán a tocarme, con imágenes pálidas o deformes de tus ojos que no me dirán te quiero sin hablar. Al principio es poco lo que falta para ser feliz, pero no dejaste nada. Te llevaste el rayo de luz, la gota nimia de agua; todo te llevaste y ya no sé si el recuerdo sirva de consuelo o sea sólo otro aspecto del tormento. Si cerrar los ojos y soñarte sirva de algo porque al sueño sigue siempre el despertar. Despertar en el fin del mundo, sin luz ni oriente, despertar en el infinito de tu ausencia, perdido en el cuarto oscuro en que tu nombre y el mío hacen eco y juegan entre las paredes y el silencio. Despertar en el cuarto que dejaste para no volver, donde tu mano y la mía alguna vez, pero nunca más. Nada queda. Sueño, escape y esperanza, te llevaste todo porque ya no sé soñar contigo sin despertar lloroso, herido para toda la vida.

Sin final, más allá de la vida entera. Sin final pensarte y extrañarte, saber que te llevaste todo y que tu nombre queda apenas como un eco solitario que me devuelve tu ausencia sin imagen. Tu nombre que es principio y fin de este laberinto triste del que no sé salir o no quiero o puedo porque aún me atan mis palabras y las tuyas. Sin final, dijimos. Sin final juramos. Sin final tejimos sueños. Sin final pudimos construir vida y mundos nuevos; pero ahora, ya colgado, ejecutado, nada queda en el resto de mi cuerpo para andar o levantarse, nada entre mis ojos ya para soñar o construir. Nada tiene ya mi corazón arrodillado para levantar la frente. No hay escape ni esperanza porque te llevaste todo. Sin final.

Porque a diferencia del amor o la presencia, sólo el abandono es interminable. Los abrazos tienen límite, la ternura en una mirada tiene fin y cada sonrisa lleva escrita e indeleble su fecha de vencimiento. Pero el abandono no termina, no conoce límites ni vencimientos; la ausencia es todo lo que te precede y sigue sin tregua, vorágine oscura a la que es imposible darle la espalda, que todo lo abarca y lo transforma hacia el olvido. Olvido sin final también, sin final se irán perdiendo las líneas de tu rostro y de tus manos, el vago rastro de tu olor sobre mi piel. Sin final te iré perdiendo hasta tener sólo tu nombre escrito en la última línea de la última hoja donde con lágrimas y sangre te haré eterna por tu nombre.

Y sin embargo, aunque me hayas arrancado todo y redujeras a cenizas nuestro valiente mundo nuevo, al levantar la pluma con tu nombre sin final como principio recupero un poco todo aquello que robaste y destruiste. Palabras, como dijiste alguna vez, palabras que no bastaron para cambiar tu mundo pero al mío lo hicieron nuevo para darte espacio a destrozarlo. Palabras que quizá de nuevo cambiarán al mundo y hagan de este fin un principio siempre a punto de y siempre sin final. Palabras como eterna división de la distancia.

Eterna y sin final la distancia que multiplicas cada instante, con cada paso de renuncia que te aparta de mí y de todos los sueños que tejimos juntos. Eterna división del tiempo que sigue siempre hacia adelante, el tiempo que empieza en tu abandono y no termina nunca porque nunca volverás. Distancia que crece con el tiempo sin final, con cada noche en vela donde tus ojos no me buscan y tu voz no me encuentra. Tiempo, distancia y posibilidades que son reflejos de lo que no fue y lo que pudo ser. Todo se traduce en palabras inútiles que repito una y otra vez en un juego de vacío para matar los días imposibles de tu ausencia en que tu fantasma acecha en cada extraña que cruza por la calle, en los pasillos de la escuela y por cualquier sitio, en todo lugar tu sombra sin cuerpo que se hace material en cada cuerpo del que espero tu sonrisa y me entrega siempre la extrañeza, el vacío o la soledad.

Infinito el fin del mundo, sin final el tiempo y las palabras, las miradas y los cuerpos, sombra siempre del tuyo que me perseguirá en sueños cada noche sin esperanza, sueños de los que despierte herido para toda la vida y sin final. Ahora ya no sé si quiero el sueño o el insomnio porque en esta vigilia horrible ni los sueños traen consuelo. Consuelo que es tu nombre donde encierro tu memoria, memoria que es alivio y desconsuelo porque estás y no. Te llevaste todo y sólo queda ya tu nombre solitario y triste, ahora mío, tu nombre como primera y última palabra desde la que puedo reconstruir el pasado, nuestros veinte días. Esa corta inexistencia que no pudiste llevarte ni arrancarme aunque todo me quitaste. Veinte días para dividirlos en horas, en minutos y segundos, para continuar así hasta llegar a un número infinito, irracional, hasta el instante mas pequeño y nimio que ocupe el fin del mundo y me permita devolver la luz que te llevaste al universo de tu ausencia sin final. Luz que surja desde el relato minucioso y absoluto de cada mirada, cada suspiro, caricia y beso. Cada variación en tu piel, toda célula que haya muerto en ella y se quedó pegada en mí, rastro lúgubre de tus caricias. Relato y descripción perfecta del movimiento que te forma, dadora de muerte, ladrona de esperanza, que te forma con moléculas siempre en devenir, siempre la misma y otra, amor mío, siempre la misma en mi memoria pero siempre otra en cada instante, muerte y resurrección aceleradas que dieron ser al cuerpo que abracé y se extinguió al siguiente aliento. Existes lejos, otra, pero ya no existes tú, la misma, la que estuvo y desapareció entre mis brazos. Mi memoria es un vacío eterno como tu ausencia, y eterna será la descripción de nuestros veinte días divisibles hasta el infinito, eterna pero apenas suficiente para escapar de mi presente y llenar el espacio sin final de tu partida.

Pero son palabras, me digo. Palabras inútiles son lo que me queda y la primera de todas ellas es tu nombre. Levanto la pluma y pienso en escribirlo. Tomo un instante interminable para resucitar lo que fue tu nombre antes, lo que es ahora solitario y triste tu nombre mío, con el que quiero superar a las palabras y encontrar el modo imposible de vivir infinitos veinte días y tratar a toda la felicidad que imaginé y te robaste, la felicidad que nunca fue como si hubiese sido mía. Pero de las nubes nada se construye. Levanto la pluma y tu nombre está a punto de, líneas claras y sencillas a punto de escribir con tinta de lágrimas y sangre. A punto de escribir por última vez tu nombre y empezar a llorar sin detenerme, atrapado en el instante del final del mundo, en tinieblas, triste. Levanto la pluma a punto de escribir y nada escribo. Porque de todas partes, de ningún sitio, me alcanza tu voz y una sonrisa que me dicen te quiero. ‘Soy ausencia’, dice una voz que es tuya y no, ‘soy ausencia pero estoy contigo’. Y en la pared de este laberinto sin final, cadalso siempre pospuesto, ejecución siempre postergada, tu letra en tinta roja como sangre en la pared escribe ‘te quiero hasta el fin del mundo’. Pared de roca muerta que vuelve a vivir como vuelve mi cuerpo con tus palabras que son aliento, sangre, cera y tinta sobre la sentencia de un principio nuevo.

Palabras, tinta y sangre en la pared inamovible del fin del mundo. Sangre de nuestras manos que se desgastaron en caricias, de nuestros labios que besamos hasta que doliera, sangre de nuestros cuerpos muertos de muerte de amor por veinte días. Sangre de tu alma y la mía, sangre con que encuentras la fórmula imposible, la frase mágica que al fin concilia todos los opuestos. Desde el fin del mundo encuentras un principio, desde la despedida un nuevo encuentro. Y con la misma sangre del corazón que aniquilaste e hiciste trizas, escribes las palabras que empiezan a formarlo de nuevo.

Tu voz me alcanza desde el tiempo y la distancia infinitos de tu ausencia. Con tinta y sangre escribes lo imposible en la pared de mi prisión a la que me atan mis palabras y las tuyas. Palabras en la libreta donde escribo y que son la prisión más grave. Pero en esa prisión libreta, en la última página tu letra roja, tinta de sangre y lágrimas. ‘Te quiero hasta el fin del mundo’. Por última vez confío. Levanto la pluma y no escribo tu nombre solitario y mío que te borra. Levanto la pluma y escribo que te quiero sin final, en ausencia o en presencia y aún en esta imposible combinación de todos los opuestos.

Entonces, el demonio serpiente blanca, enemigo acusador y honesto que es ya dueño de mi alma grita ‘tiene novio’ y muerde. Y después, con una caricia de su lengua bífida en mi oído pregunta, suave, seductor: ¿Pondrás fin al amor que juraste sin final? Demonio serpiente blanca hunde sus colmillos y ahíto de mi dolor, con la boca y el cuerpo llenos grita: amiga, amante, ausencia y presencia, lo mismo da, estás herido para toda la vida. Eres mío como mío es ya su nombre. Sin final.

Tiene razón. Sabe. Aunque yo no supe lo que decía. El demonio serpiente blanca siempre supo. Pienso en los dragones que nos pintamos con tinta y sangre sobre el cuerpo; guardianes fallidos de mi alma y de mi cuerpo que empeñé al diablo y la locura para verte sonreír. Fallaron pienso. Ya no es mi demonio serpiente blanca. Yo soy suyo. Levanto la pluma con mano temblorosa y escribo lo que dice, lo que siento. Lo que ya no sé qué significa. Levanto la pluma y escribo: Sin final.

sábado, mayo 15, 2010

Variaciones sobre un tema de amor (9)

9. Uno no sabe bien lo que dice sino hasta después, cuando ya es demasiado tarde. Por más que uno lo haya sabido siempre, no lo sabe. Supongo que al final eso es lo único que queda por decir y por eso lo escribo hasta ahora, sin claudicar, sin dudas. Alguna vez me pregunté si acaso bastaría tu nombre para encerrar y repetir por la eternidad las fantasías y las ilusiones que concebí a partir de la primera mirada. Me pregunté si sería capaz de verte más allá del sueño o la esperanza, si sabría separar tu cuerpo, tu mente, de lo que mi alma te inventó. Alguna vez levanté la pluma con tu nombre a punto de y preferí callarlo; porque lo quería puro, lo quería tuyo y no mío. Hoy sé que en algún modo no sabía lo que decía, pero que cada una de mis palabras era cierta. Tuve tu nombre, el tuyo, y ahora empieza a ser mío sin remedio y solitario tu nombre mío.

Tu nombre, solitario y mío, porque ya no estará unido a tu rostro ni a tu sonrisa. Tu nombre para escribirlo y encerrar en palabras lo que no fue. Tu nombre mío porque ya no permanece unido a tu rostro o a tu realidad sino que empieza a parecerse al recuerdo cada vez más difuso y lejano de tu primera sonrisa, de su fecha de vencimiento. Tu primera sonrisa ya no es ilusión, sino que se reescribe ahora por tu ausencia y tu renuncia como el único y certero signo de la perdición. Al principio basta un poco para ser feliz y luego ya nada es suficiente. Nada. Ni siquiera el recuerdo que se reconfigura y desvanece sin remedio. Se pierde la luz en la oscuridad y las tinieblas son más oscuras. Te quiero, lo escribí y lo leíste por encima de mi hombro. Entonces fue hermoso, ahora es triste y acaso uno de los instantes más dolorosos de la vida. Porque nunca tendré suficiente de ti, porque hoy escogiste dejarme con sólo veintiún días desde mi primer te quiero hasta tu ausencia, dejarme con veinticuatro días de ausencia que me fueron robando la esperanza. Y con apenas dos días, unas cuantas horas antes de decirme que te vas. Ni siquiera habías terminado de llegar cuando ya te ibas de nuevo. Si el infinito no basta, ¿de qué sirven veinte días de amor? Veinte días... Tu nombre solitario y mío porque ahora es esto, tu nombre es mi dolor, tu recuerdo que se desvanece. Tu nombre es mío y ya no enuncia sino tu ausencia, tu presencia pasajera. Solitario y mío tu nombre es ahora sólo una palabra que me recuerda que perdí algo pero no me devuelve ni la sombra de lo que perdí.

Uno no sabe lo que dice y sin embargo dice la verdad: eres el dolor que no termina. Pensé que te pintaba una caricia en el brazo, la primera de todas nuestras caricias. Pensé que le darías un sentido nuevo al sonreír. Una caricia para vivir días imposibles toda la vida. Más imposibles aún porque te vas y tu nombre es mío y ya no tengo esperanza de verte, menos aún de acariciarte. No fue una caricia, ni fue la primera. Fue el primer paso hacia este destino que entonces aún estaba a punto de suceder y hoy es ya irremediable. Tu nombre que me negué a escribir daría forma a mi destino, eso escribí, eso me dije, cuando aún me movía perdido en el laberinto del tiempo. Hoy, a la orilla del fin del mundo sé que tu nombre describe mi destino; porque ya no es tuyo, es mío y todo lo que tengo es entonces mi imaginación, tu abandono y letras pintadas en un papel. Entonces todo estaba a punto de suceder. Hoy ya no queda nada. El mundo terminó. Ya todo es pasado. Cuando todo está a punto de, es porque va a terminar y aunque uno no sabe lo que dice, dice la verdad.

Tú ya no estás a mi izquierda, adivinando las palabras que pinto en una libreta. Yo he salido al fin del laberinto del tiempo y de los sueños. No sabía lo que decía mientras pensaba mirarlo todo desde una perspectiva fuera del tiempo. Cuando termina el tiempo, cuando se está más allá del tiempo, también se está lejos de toda esperanza. Ahora puedo verlo todo con claridad, la línea que separa tu pureza de mis sueños se traza con las líneas continuas con que escribo tu nombre. Líneas torcidas, fronteras que se mueven y pierden en curvas laberínticas de donde no hay salida. De donde no había salida mientras todo podía ser, mientras todo estaba a punto de. Ahora, en cambio, ya no hay entrada ni regreso. Se cerraron la fronteras y todas las puertas, la última luz escapó del mundo. Entonces, escribía pensando en verte, en leerte poco a poco mis palabras para enamorarnos. Pero sabía que son sólo palabras. Ahora escribo con la certeza de que mis palabras ya no llegarán a tus oídos. Mis letras no llegarán a tus ojos y será mi voz un eco en el vacío y la tiniebla. Al final son sólo palabras, pero no sabía lo que decía entonces; ahora lo sé y quisiera no saberlo. Escribiré tu nombre, dije entonces, cuando ya no quede duda de si es esperanza o maldición. Ya no hay esperanza. Ahora sé lo que decía.

Ya no puedo pedirte tampoco que no te vayas porque ya te has ido. Y desear, pedirte que no te hubieras ido carece de sentido. Te fuiste y es necesario aprender a vivir en un mundo en el que al final de nuestros veintiún días juntos describiste con tu cuerpo el signo perfecto, innegable que dice: son palabras. No puedo pedirte que no te vayas, que no me dejes solo, herido para toda la vida frente a infinitos atardeceres en que podré recobrar tu nombre y mis palabras, pero no tu voz ni tu cuerpo ni tu cariño. Palabras, Salua, palabras inútiles que no sirvieron para conservar tu sonrisa o tu alegría. Palabras traidoras que me llevaron un trozo, el último del alma y lo pusieron a tus pies para que lo destrozaras. Te vas, te fuiste. Y contigo se va la esperanza de palabras mágicas, de sonrisa y eternidad. Te vas y te lo llevas todo, hasta mis palabras. No te vayas, te lo pedí desde el primer día. Pero a ti no te importó, te fuiste.

Y ahora mismo, desde la ausencia y más allá del tiempo y de los sueños, podría seguir variando, escribir infinitos textos sobre un amor extinto. Transformar ese amor muerto en infinitas variaciones sobre un tema de amor que no termina. Remediar su extinción y su muerte con palabras. Pero ya no tiene sentido. Mis palabras ya no tienen luz para leerse. Son ecos inútiles y sin significado. No estás tú para leerlas. Así que por última vez, Salua, levanto la pluma y escribo tu nombre. Por última vez y para que tú me oigas y regreses algún día, te digo que te quiero, Salua, sin final te amo. Últimas palabras que ojalá se graben en tu corazón aunque el tiempo las destruya y todo tenga un final. Últimas palabras que durarán más que yo y que tú y que los cortos, insuficientes días que me regalaste casi como una eternidad. Escucha bien si es que aún puedes. Te amo, Salua, sin final. No te vayas.

Claro que uno nunca sabe lo que dice, acaso no sean las últimas palabras. Acaso un día volverás.

martes, abril 27, 2010

Variaciones sobre un tema de amor (8)

8. Estás lejos y sólo queda vivir de recuerdos mientras vuelves. Aferrarse a las imágenes y las marcas leves de tu cuerpo sobre el mío, hacer esfuerzo de memoria y llenar el espacio vacío, más vacío aún por tu silencio. Porque todos los días tu voz llena el espacio de palabras, pero tus palabras son vacías y algo ha cambiado sin remedio.

Memoria sólo para hacerle frente a tus anécdotas cada vez más crueles, recuerdos como antídoto contra tus nostalgias. Historias que me cuento, nada más, para suponer que esa voz que me llega desde allá lejos junto al mar, donde me prohibiste seguirte como un anuncio de abandono, suponer que esa voz es tuya, esa voz sin cuerpo es la misma voz de tu cuerpo, Salua, que hace días estaba junto al mío y era distinto. Lleno. Que tu voz lejana aún habla en el lenguaje secreto de tus uñas y tus dientes, y mi sangre.

Hace días llegaste convenientemente tarde, apenas a tiempo para que yo terminara de escribir sobre el diablo, el tiempo y la condena. Ahora es fácil ver profecía en esas letras aunque entonces era orgullo porque te gustaban. En tu ausencia ya no sé, escribo líneas, páginas y letras cada día y cada día me haces creer que lo leíste, a veces me pides que te lea mis letras al teléfono. Pero al final queda silencio, o palabras vacías. Un te amo que ya nada dice, una nostalgia que ya no me compartes y el ritmo de tu corazón tan lejos que ya no responde al ritmo del mío, ni lo modifica, ni responde. Palabras vacías y silencio.

Hace días escribiste tu nombre sobre cada superficie de mi cuerpo, cicatrices en lo superficial y lo profundo, tu nombre excavado en mis costillas, tu nombre reorganizando la estructura de mis venas, recorriendo lento y rápido a la vez, como impulso y sangre, como una serpiente blanca invisible, la columna vertebral. Lenguaje secreto de tus uñas que dejaron surcos en mi piel, palabras en silencio que tus dientes marcaron sobre mis músculos con la tintura de sangre que no escapa de mi cuerpo pero coagula y endurece por dentro. Gritos que no salieron de nuestras bocas y quedaron apenas como manchas azuladas sobre la piel frágil, la carne débil, manchas que se vuelven negras conforme pasan los días, negras como el destino que cada vez es más cierto. Te irás como se irá el dolor de las marcas que nos dejamos en el cuerpo. Se cerrará la memoria sobre tu recuerdo como la piel y el músculo vuelven a pegarse y no quedará huella de que alguna vez nos abrimos la carne desesperados en la posesión. Lenguaje secreto de nuestros cuerpos, escritura primitiva y mágica por la que alguna vez creímos ser capaces de fundirnos. Pero ya no. Y vivir de recuerdos, moretones, quemaduras y arañazos no basta para ensordecer tu voz vacía, cada vez más distante en el teléfono.

Sin cuidado paso la mano por esas heridas, por la quemada de cigarro, por la cortada que no termina de cerrar y por el dolor te recupero. Pero tu escritura es más profunda, grabada en mis huesos, en mi alma. Adivino un bajorrelieve en los huesos que se notan más porque ya no como ni duermo, en las ojeras cada vez más profundas y oscuras, tu nombre en el dolor de espalda, la gastritis y el insomnio. Tu nombre indeleble que sin embargo se borrará alguna vez, sin cicatrices. Se disolverá como cualquier hematoma que desaparece y se reintegra al torrente de mis venas.

Me convierto en alquimista de dolor. Reconfiguro cada herida en un rastro de amor. Miro mi piel en el espejo, recuerdo la tuya en el espejo de memoria, encuentro la forma imposible de traducir tu lenguaje en el mío, calcar nuestras heridas como si fuésemos un sólo ser, roto y distante. Lloras mis lágrimas ausentes y yo grito por las noches el dolor que no sabes expresar. Y en eso, encontramos placer. Cerca o lejos, nos une el deseo de fundirnos, acaso alimentarnos el uno del otro. Un desgaste que al final nos dejará heridos, moribundos. Y a eso, acaso sin razón, le llamamos amor. Amor imposible destinado al fracaso porque en lo más profundo, siempre seremos dos, irreconciliables, distintos, pasajeros.

Entonces volviste distinta, lo dejaste por mí y luego te fuiste. Pronto, y lo sé desde ahora —por eso me aferro a las heridas y las mantengo abiertas mientras pueda— volverás otra vez distinta, me dejarás a mí por él y te irás de nuevo. Las heridas del cuerpo sanarán, toda marca quedará borrada por el tiempo. Y acaso, las otras, más profundas, esas heridas a donde mis dedos no llegan, esas que no puedo mantener abiertas, también cerrarán.

Amor que sangra y arranca la piel, pero no mata. Amor del que no quedarán cicatrices siquiera. Amor que al final, después de nosotros se llamará dolor. Tu carne se cerrará sobre mi recuerdo y empezarás a olvidarme. Por un rato o para siempre. Pero nuestros nombres ya no serán un grito de agonía para la luna llena, no serán el dolor que nos une. Nuestros nombres juntos, Salua y Erick, serán lo que te arranque de ese que ahora te separa de mí. Porque no volverás a mí, pero después de nosotros ya no serás la misma, me llevarás impreso parte de tu sangre, demonio, serpiente blanca de tus venas. Y yo, herido para toda la vida. Sin final. Salua y Erick.

jueves, abril 15, 2010

Variaciones sobre un tema de amor (B)

Te amo. Eso es lo primero y lo último, es lo único que está ahí siempre, todo el tiempo y en todas las tribulaciones o en todos los miedos. Mi amor por ti no cambia ni se apaga. Sigue creciendo, sigue creciendo todos los días, todas las horas, cada instante. Empiezo por ahí, que es lo único que vale la pena decir, porque aún ahora me cuesta un poco de trabajo empezar a escribirte. Pero te prometí escribir diario y no suelo romper mis promesas. Ya sabes, el honor, el nombre. El amor, sobre todo, el amor.

Ese amor loco, ese amor tonto, ese amor llave, puerta, amor que de la eternidad. Ese amor que me hace cambiar de humor y me trae convertido en un manojo de nervios porque amar es hacerse vulnerable y ponerlo todo en manos de quien amas, una apuesta loca, que casi siempre se pierde si no es que siempre se ha perdido.

Pero tú no eres ellas, ni yo. Tú eres tú y de ti me enamore. Es cierto, me dueles, y me dueles más distante y más bien indiferente. Pero así te amo. Es cierto, me lastima tu tiempo con él, tu incapacidad de hablar de él después de todo lo que me has sacado de Milena y de las otras. Me duele confiar en ti, tener ganas de hacerme unos análisis. Y que tú digas que no confías en él. Porque si no confías en él o no confiaste en él, entonces por qué? Y con eso tiene uno suficiente para volverse loco, tener ganas de salir a buscar unos cigarros a media noche. Y decir, en silencio, para convencerse, para sentirse un poquito menos tonto. Ella no me quiere. Y ella, claro, eres tú.

Así es esto. Te amo. Y amo su sombra a tu lado. Aunque hayas borrado la foto que tanto me gustaba mirar. Me gusta que me duelas y que me duelas como nunca, como nadie. Pero en algún momento tengo que meter orden en esta existencia gris y desasosegada que empieza todas las mañanas en mi habitación conmigo pensando en ti y tú pensando en él. Hoy fue uno de esos días. Honestamente, no sé cuantos días como hoy pueda soportar sin herirte. Y yo también, igual que tú, preferiría irme antes de herirte, antes siquiera de pensar que eso es posible. Porque te amo. Pero es claro que no puedes separar, que no habías podido hasta hoy, hasta hace rato por la tarde, cuando hablamos y dijiste que era muy fácil. ¿Qué tan fácil puede ser si no podías?

Te amo, con este amor tonto, con este amor loco que se opone a todo lo que sé y a todas mis expectativas. Y sigo aquí, entre temor y temblor, esperando contra toda esperanza que en verdad no te vayas. Pero de pronto aprendes a escribir sobre ‘para siempre’ con diversas duraciones, ‘para siempre’ del que puedes hablar incluso en pasado. En condicional. Cuando termine. Y ahí de nuevo, tiene uno para volverse loco.

Me dices cosas hermosas, cosas que llevo toda la vida esperando escuchar. Y mi vida es bastante más larga que mis treinta años. Me dices lo que me hace falta para poner rodilla en tierra y pensar que he llegado al hogar, que he vuelto a la Arcadia. Pero siempre encuentras el modo de ponerle al final un ‘quizá’, un ‘tal vez’, un ‘sin embargo’ que como el de antenoche, rompió tu promesa de escribir por lo menos una vez cada dos días.

Cuando uno ama como yo te amo, no puede sino sentir en ese ‘sin embargo’ el fin del mundo. Porque uno está por completo indefenso. Sabe que el amor no merece ni exige; el amor ofrece y se conforma con lo poquito o mucho que le toque por milagro o decisión ajena. Pero los milagros no suceden a menudo. Y tus decisiones siguen teniendo mucho que ver con otros. Así que mi amor tonto, mi amor loco, confía, entre temor y temblor. Pero mi razón es implacable. Y mi razón, serpiente blanca en mi espalda, dice que aún tienes novio porque aún quieres tenerlo. Y que si preguntas, si dices, si ofreces, acaso tiene más que ver con una moralidad que con un cariño. Estás donde quieres estar porque ahí quieres estar. Yo tengo que lidiar con eso a como de lugar, o perderte. Se hace claro que no quieres moverte.

Pero te amo, no me perderás por escoger lo que escoges. Y te creo, porque tengo una necesidad terrible de creerte y de vivir ahí, creyendo, tapándole la boca a esa serpiente. Cerrando los ojos, la razón, la mirada como loco, amor loco que sabe decir ‘no importa, a pesar de todo te ama a su manera’. Y con eso, con que me ames a tu manera, me basta y me sobra. Porque el mundo es mejor con que estés aquí, bueno, allá, con tus sombras, pero de vez en vez, aquí conmigo. Mi situación imposible de la que no puedo salir porque no quiero salir. Aunque algún día, claro, tendré que salir.

Antes me haré otro par de quemadas. Sangraré de nuevo por la pierna y por todas mis heridas. Y me acabaré el hígado y el estómago. Porque para mí, eres más importante que cualquiera de esos órganos inútiles que sólo saben enfermarse. Tú eres mi luz. Y no podría volver a vivir en la sombra.

Si te fijas con cuidado, detrás de cada frase, de cada dolor o tristeza, se asoma un te amo del tamaño del mundo. Infinito como el eterno retorno. Interminable como el tiempo. Profundo como la muerte. Te amo. Eso es lo que quiero decir detrás de todo esto, con cada palabra. A veces uno muestra sus heridas y dice ‘mira’, no para hacer sentir mal a los demás, sino sólo porque son el único testimonio fiel, material, físico de hasta que grado se puede arriesgar el cuerpo o la vida por amor. Acaso, egoístamente, en busca de un poco de consuelo, una mano tierna que les eche alcohol o vino encima y un beso, por dios un beso. Decirte lo que me duele, es en algún modo decirte lo que te amo. Porque uno tiene que amarte mucho para no volverse loco. Para respetar tus deseos de soledad. Para respetar tu tiempo y tu noviazgo. Hay que amarte con amor loco. Y de vez en vez, pegarle a la pared.

Te amo, cielo. Y me gustaría recordar siempre el 24 como una fiesta nueva y privada. Una fiesta que se celebre solo en el jardín en que nos encerremos, de biblioteca y papel infinito, donde podamos construir el mundo. El veinticuatro como día de la creación, del compromiso, del encierro. Pero quiero celebrarlo cuando tú quieras celebrarlo, no cuando lo hagas sólo porque acaso eso me haga sentir un poquito menos miserable. Quiero dedicarte todos mis días e inventarnos un calendario nuevo de fiestas, la del once de agosto por ejemplo, el primer día en que te vi. Cuando no me dejaste verte sólo para que me sintiera mejor, sino porque no podías hacer otra cosa, porque estabas donde querías estar y como querías estar. La de nuestra primera charla. La primera caricia. La fiesta de las variaciones. Y un día, tener un calendario lleno, con trescientos sesenta y seis días de fiestas que lleven tu rostro, tu nombre, tu amor. Algunos días, con más de tres fiestas distribuidas del amanecer a la noche.

Y quiero que vivas conmigo. Y quiero casarme contigo en una ceremonia secreta y sin dios. Y quiero tantas cosas. Tantos planes, tantos sueños. Pero estás lejos. Y a mí la distancia me hace pedazos el alma. Me gusta extrañarte. Pero no me gusta dejarte allá con tus sombras. Que no me hayas dicho lo que sea que ha pasado, que no pueda saber con qué ojos me miras, a través de la piel de quién me estás juzgando. Entonces, aunque mi amor loco, amor feliz, amor creyente, crédulo amor con fe, me dice que los sueños se conquistan con voluntad, valor o sacrificio. Aunque mi amor enamorado me dice que mi honor y mi nombre deben bastar. Ahí está siempre mi serpiente, mi acusadora, mi demonio. Mis sueños construidos sobre aire. Mi castillo de naipes. Y todo se ve tan precario, que parece que no tengo futuro.

Te amo. No voy a dejarte nunca. Aunque tenga que pasar la vida esperándote. Esperándote en la noche a que regreses del circo. Esperándote en vacaciones a que regreses de entre la sombras. Esperándote a que decidas confiar y entregarte. Esperándote siempre, como llevo casi treinta años. Otros treinta no han de ser tan difíciles. De ese modo quizá, ya no sepas sentirte sola, porque siempre me tendrás a mí. Porque te amo. Te amo libre, te amo feliz. Te amo como fuiste antes de mi. Te amo tanto que no me interesa cambiarte. Te amo con tus peros, tus sin embargos y tus quizás. Te amo con tu Él y tu otro abogado y tus heridas y tus cicatrices y tus ojos fuera de foco que me ven como reflejo de otros que no soy. Lo amo todo, porque te amo a ti. Y no voy a soltarte, por más que vengan otros días, miles, millares de días en que sienta que te he perdido y me sienta tonto por quererte. Lo que quiero es amarte sin final, sin pedirte nada, sin exigirte. Conforme con lo que me toque en la lotería del destino. Enamorado del resultado en la lotería del destino porque sea como sea, sea lo que sea que me traiga el mañana o el mes que entra, llevará tu nombre. Y con tu nombre quiero definir mi vida, escribir mi destino.

Claro, debes saberlo. Nadie te amará como yo te amo. Y entiendo que a veces creas que no existo. Porque esto no es común y no volverá a pasarte en la vida. Nadie te amará así, como yo te amo. Nunca más. Y creo que va siendo hora de que abras los ojos, te hagas fuerte, y escojas. Podemos crecer juntos, disipar la tiniebla y vivir siempre envueltos en la luz de tu sonrisa. También puedes seguir guardando tu luz para proyectarte sombras. Usar tu luz para hablar con sombras en la pared. Y no me iré, pero te irás tú porque no sabré callarme si desperdicias de ese modo la promesa eterna de tu nombre. Seré yo tu serpiente blanca. Y no podremos vernos a los ojos, en la oscuridad, ni mi mano se sentirá igual en tu espalda. Y toda la luz, amor mío, se habrá escapado del mundo. Y nuestra biblioteca estará llena de libros que no serán leídos jamás. Y todo el papel del mundo se quedará en blanco.

Te amo. Y por eso, por primera vez me atrevo a invitarte,a rogarte que escojas. Que escojas bien. Que no me dejes aquí, esperándote toda la vida. No soy nadie para pedírtelo. Pero te amo con amor loco, con amor puerta, amor llave, amor que da la eternidad. Así que por hoy seré valiente, aunque mi serpiente dice que me calle, hoy te pido que escojas. Escoge bien amor, escoge por ti. Brilla. Llena el mundo. Y después de nosotros, el diluvio.

viernes, marzo 26, 2010

Variaciones sobre un tema de amor (A)

A. Te vas, amor, de esta fantasía electrónica que me permite encontrarte aunque estemos lejos. Te vas, amor, de esta pantalla y esta vida que se desarrolla entre bits y bytes, sin cuerpo, donde tu imagen es consuelo insuficiente de una ausencia que no sé superar. Acaso es demasiado, pienso a veces, quererte como te quiero en el tiempo en que te quiero. Acaso sea demasiado, soñarte como te sueño en el tiempo en que te sueño. Acaso es demasiado.

Demasiado, amor, demasiado amor el que te tengo y siento y me destruye el alma cuando al fin se cumple la maldición que yo mismo eché sobre mi espíritu. Te vas, amor de esta fantasía electrónica, y en cuanto te vas empieza a dolerme la cabeza, siento en los hombros un peso enorme, me siento engañado como Hércules, castigado como Atlas, el mundo sobre mis hombros, una ligera fiebre que me trepa desde el estómago y me atenaza el corazón. Fiebre de Sísifo y su peñasco inútil, de Prometeo y su hígado perpetuo. Una fiebre que no sé describirte y que ahora mismo intento sublimar en palabras que no leerás nunca. Palabras, nada más, porque no tengo fuerza ni sitio para llorar ahora mismo, llorar cuando me he quedado sólo con la desesperanza y el miedo más irracionales e idiotas de toda mi vida. Volverás, lo sé. Volverás y coincidirán tus manos con las mías, nos besaremos otra vez sin límite y como si fuera nuestra última noche sobre la tierra. La fiebre corre de los ojos que ya no saben ni pueden llorar porque ya bastante se han gastado toda la vida, a los dedos que brincan, con velocidades increíbles, casi a la velocidad del pensamiento, brincan sobre el teclado blanco que ha servido antes para escribirte las palabras más hermosas y más honestas que jamás haya escrito un escritor mediocre, enamorado de una hermosa que para colmo tiene novio.

Te vas, amor, de este paraíso, de esta despiadada realidad de maravillas para pasar un rato, unas horas, unos minutos, así fuera un segundo, con él. Y yo no sé soportarlo sin escribirte, sin imaginarte aquí, como si de pronto te hubieses desdoblado y lo más importante se quedara conmigo, aquí, en las páginas virtuales en blanco. Me pregunto si pensarás en mí, si su tacto te será distinto después que ayer mis manos buscaron aprender cada línea de tu rostro a ojos cerrados, para hacerte mucho más que una imagen o un cuerpo, para ser capaz de reconocerte con cada fragmento de mi ser si se me va la luz como se me ha ido ahora. Se me va la luz porque te vas, amor, de este paraíso y te pierdes por instantes, minutos, horas, segundos, lo que sea, te pierdes ahí, en el único lugar donde no quiero ni puedo imaginarte porque me falta el valor.

Y es que no es la primera vez que estoy de este lado, consciente de que alguien anda allá afuera, con otro, cuando debería estar conmigo. Pero sí es la primera vez en que me duele tanto, en que me atrapa esta desesperación que sólo puedo quitarme de encima escribiendo, escribiendo que me duele, pero es un dolor dulce que casi me consuela, pues tras muchos años me creí incapaz ya de sentir algo así. Este sentimiento de pertinencia y de necesidad, lejos, lejos como tú ahora, este sentimiento de cariño honesto, de que toda honestidad no basta y que no importa lo que traiga el mundo, será incapaz de separarme de ti mientras tú no digas, basta.

No digas basta, amor, aunque te vayas ahora mismo, aunque te vayas otra vez mañana y pasado, aunque sean cada vez más los instantes que pases con él y no conmigo. No digas basta, amor. Diviértete, lo dije. Como el idiota más grande del mundo te lo dije. Diviértete. Y es que no quiero atarte, no quiero inventarnos lazos a los que no tengo derecho. Quiero que seas libre, absolutamente libre, para poder crearme desde ahí la fantasía de que un día cambiarás tu circunstancia y entonces, el mundo será menos doloroso, menos desesperado. Entonces, entonces. Pero por ahora, soy feliz con que no me digas, basta. Con que te vayas, pero vuelvas. Qué más me da que estés ahora mismo, de camino a otros brazos, ya en otros brazos, qué más me da, amor que te hayas ido, que por primera vez no pueda encontrarte ni en palabras. Qué más me da que te vayas, amor, de esta despiadada realidad virtual en que te encuentro y te tiendas con o sin nostalgias, en esa otra realidad de asientos, y charla donde ni siquiera te atreverás a pensar mi nombre, y si te atreves a pensarlo no lo dirás y si lo dices, lo dirás sin amor. Mi nombre ausente, mi nombre reducido a nada más que palabras. Mientras yo, aquí, en franca y feliz agonía, la agonía más dulce del mundo, espero y escribo, ansioso porque volverás y entonces, cuando vuelvas, serás el milagro más hermoso y sorpresivo, el cariño más inesperado e inmerecido que haya tenido en toda mi vida.

Me duele, amor, que te vayas a sus brazos. Me duele que te pierdas por un rato en la oscuridad donde no puedo ni quiero imaginarte. Me duele imaginar que lo besas en saludo y que ni siquiera el más desesperado de mis ciento por uno servirán para mantener a raya sus labios codiciosos de los tuyos. Me duele tu mano, que estará con la de él. Me duele que te abrace y no quiero pensar más porque me duele más de lo que estoy dispuesto a soportar aunque de cualquier manera lo soporte y lo imagine. Me duele amor, que te vayas a sus brazos. Pero ese dolor es dulce porque significa que te quiero como nunca más querré a nadie. Porque ya bastante milagroso es el haber despertado de la indiferencia una vez para encontrarte. Ya bastante milagroso es haber aprendido a querer después del cáncer y. Te vas, amor, y yo me quedo. Me quedo solo con tu recuerdo para morderlo con desesperanza y miedo aunque estoy seguro de que volverás. Morder tu recuerdo y no fumar, ni buscar alivio en el alcohol ni en otra cosa que pensarte allá con él, y pensarte al mismo tiempo, contra toda sensatez y buen entendimiento, pensarte aquí, después, en la madrugada de este día que se me muere en desesperación. Pensarte aquí, amor, cuando hayas vuelto y seas mi único milagro, mi única fe, el único dolor que aprecio más porque no termina.

Que no termine amor, que no termine. Sal, deja este paraíso falso de pantallas, bits y bytes para después. Reúnete con él, bésalo, ámalo si maldita sea te hace falta. Disfruta y sé feliz en cada instante en que no estás conmigo para que así cuando vuelvas, pueda yo, con la alquimia desesperada y malediciente de mi cariño, demostrarte que no hay felicidad allá, que todo se opaca cuando vuelves a mis brazos, cuando escuchas mis palabras y empiezas a creerme que te quiero. Vete amor, pero regresa, regresa siempre aunque también te vayas siempre.

He sido celoso antes, lo confieso. Y también he sido infiel. Y he sido el otro. Y he sido el uno. Pero ahora no soy ninguno de todas esas posiciones de un juego tonto donde alguien manda, alguien domina. No mi amor, aquí, en la pantalla, mi mundo está cambiando. Mi corazón duele porque va naciendo otra vez desde el principio. Si fui celoso es porque fui inseguro, porque era tonto, porque no la quise, sino a su imagen. Si fui infiel fue también por no quererla, por no querer a ninguna de las que a un tiempo etcétera. Si fui el otro con evidente desprecio del uno, o fui el uno despreciado evidentemente por el otro, fue porque muy en el fondo, qué más daba ser uno u otro cuando nada es mío ni me importa. Ahora en cambio, ni celos, ni fidelidad, ni miedos. Nada. Yo no soy, amor, sino lo que a ti te haga falta, lo que pueda en cualquier medida, por pequeña inútil inocente que sea, lo que pueda, amor hacerte feliz, hacerte sonreír.

No es que no me importe amor, me duele. Pero ese dolor es dulce y tenebroso, es como jugar ruleta rusa con el corazón en vilo y esperar que por milagro la bala coincida con el deseo que no me atrevo a confesar. Dejarte ir así, con un diviértete esta noche maldita, primera noche maldita de infinitas noches malditas que no terminarán nunca, dejarte ir así, con un diviértete, es la única forma que tengo de hacerte saber que te quiero tanto que vale más morderme el hígado y acabarme tu recuerdo que pensar siquiera en la posibilidad de que te vayas. Te quiero como eres, con todo y él, aunque me duela. Me duele, me mata aceptarlo, pero te prefiero compartida para que no te vayas nunca. A lo mejor no basto, quizá yo solo no pueda cumplirte mi promesa de hacerte feliz mientras dure el cuerpo y la fuerza. Acaso necesito ayuda y por contraste, poco a poco mi cariño te parezca más real que las palabras, la retórica o los sueños.

Te vas amor, me quedo solo. Solo por un rato para morder tu recuerdo, para luchar fuerte y con tu sonrisa en alto, contra la tentación rapaz de emborracharme, de cortarme un poco el brazo, de morderme la lengua y sacarme los ojos como Edipo. Me quedo solo amor, con los impulsos más idiotas, más dolorosos y dulces que me hayan llenado jamás el cuerpo. Porque me dueles sé cuanto te quiero. Y por eso quiero que me duela más, quiero que la náusea termine de apoderarse de mi cuerpo, que mis ojos enrojecidos suelten la primera lágrima cobarde y que la fiebre no me deje en paz toda la noche. Porque así, mientras más me duelo, más seguro estoy de que te quiero. Y acaso también tú.

Te vas amor, te perderé. Estoy cierto. Pero por lo menos esta noche volverás a mí. Y con una sonrisa borrarás mis miedos. Con unas palabras cambiaré lo que viviste esta noche lejos de mí, cerca de él, para que sea un milagro, el verdadero y único temor y temblor de toda mi vida. Mientras más profundo es el abismo, más hermosa la luz. Mientras más me duele el cuerpo, más disfruto la salud. Mientras más cruel me mates, mejor sabré vivir la vida que me das. Acábame, termina conmigo hasta la locura. Que el grito de mi dolor llene el cielo y resuene, reverbere amor, hasta que no quede sitio, espacio, hasta que lo ocupe todo. Desgráciame, amor, hasta la locura, para que así, cuando regreses, cuando cambies tu circunstancia, la cicatriz sea profunda, sea un tatuaje que no me permita olvidar, ni por descuido, que eres un milagro. Que no te merezco y me escogiste. No deje ni un instante de asombrarme porque estás aquí, porque volviste. Porque nada puedo hacer para merecerte, porque no soy mejor que otros. Y sin embargo, no dices basta. Hazme pedazos amor, para que no te quede duda de que te quiero sin final.

miércoles, marzo 10, 2010

Variaciones sobre un tema de amor (7)

7. Lo dije de otro modo, pero fue lo que quise decir. Lo dije como te lo había anunciado, las mismas palabras, casi, que te dije una noche sin que tú imaginaras que detrás de todas mis palabras está tu nombre, detrás de mis esperanzas y mis miedos. Palabras que pensé y aprendí en una noche, entre un cigarro y otro, con tu rostro en frente, desde la distancia, con tu voz sin cuerpo que llenaba el vacío triste de mi departamento. Me detengo.

Durante días me detengo y nada escribo. Días largos en los que pienso una y otra vez en ese vacío de mi departamento. Días tristes en que no me cuesta entender que ya perdido en lo más profundo de la ilusión, esa vieja soledad que fue mi compañera se ha vuelto aterradora. Me doy cuenta de que no podría, a pesar de haber estado junto a ella tan tranquilo, volver al mundo o la experiencia de un enorme cuarto vacío donde sólo resuenan mis pasos y el teléfono jamás suena, volver a ver con indiferencia la computadora, los cigarros y hasta esta pluma con que ahora escribo porque tu nombre está detrás de todo, antes de todo, sinónimo de todo.

Tu nombre que al fin escribí en una banca fría de Coyoacán, con manos temblorosas y el corazón en vilo. Tu nombre que escribí junto a un te quiero que ojalá se vuelva eterno más allá de la tinta y el papel, en tu vida y en la mía. Un te quiero, Salua, que ojalá guíe mis pasos y mi pluma por un tiempo sin final. Tu nombre y un te quiero, Salua, que resumen sin dificultad el retorno de toda mi esperanza, de esa esperanza que es tanto más aterradora que la soledad porque al principio basta un poco para ser feliz y la felicidad se complica a cada instante, con cada tic del tac reloj.

La esperanza duele, la esperanza asusta. Por semanas o meses bastaba, sin que tu supieras, escribirte líneas y lineas sin intención de que llegaran hasta donde ahora han llegado. Bastaba tener la esperanza de que un día, aún por equivocación, me vieras escribir tu nombre y un te quiero. Esperanza de tu sonrisa, de tu mano en la mía. Hasta ahí llegaba mi esperanza porque no podía ni pensar en un abrazo ni en un beso. Pasaba días meditando palabras, pensándote y sólo la esperanza de escribir tu nombre y tu sonrisa me impulsaban hacia adelante en este mundo.

Y al final lo dije, y con mi esperanza cumplida murió también la paz. Corto la frase para cerrar los ojos y buscar en la memoria un camino de regreso hasta esa noche, la que bien pudo ser mi primera noche en la tierra si Dios existiese y me hubiera permitido escoger. Lo escribo y reflexiono. La primera noche en que un mensaje tuyo me invitó a verte como nunca antes te había mirado.

Fue tu culpa, lo repito. Pero fue también mi culpa. Tú llamaste y yo respondí. Emocionado y loco aceleré para llegar a ti con la misma desesperación con que uno busca el aire a medio ahogarse o al volver de un desmayo. Te miré de lejos, me acerqué con paso lento, bebiéndome con calma la imagen de tu cuerpo así, distante. Era la última vez que te vería, estaba seguro. Si me atrevía a decirte o a leerte lo que llevaba una semana de esconderte, sería la última vez que te vería. Por eso te miré con calma y me acerqué despacio. Era mi última fresa antes del abismo y de los leones, mi última alegría antes de perder el paraíso.

Esperaba decir palabras y palabras. Desesperaba de poder decir tu nombre. Esperaba, vencido de antemano, que al extinguirse mi voz dijeras que sólo son palabras y que las palabras no cambian al mundo. Esperaba partir herido para toda la vida y no volver a verte. Sabía que esperaba un adiós para siempre y que el Domingo no llegaría nunca. Y así con el mismo miedo del último paso hacia el cadalso, me acerqué a ti seguro de que sería la última vez, de que la luz estaba a punto de apagarse. Y contra toda esperanza, como en un sueño, sonreíste y me abrazaste. Por ese acto único, sencillo, pensé que acaso volvería a verte.

Me guiaba entonces, como ahora me guía, la esperanza de una revelación final, de un tiempo más allá del tiempo que me permita discernir al fin si el salto de esa noche hacia el vacío de la incertidumbre fue un salto de héroe o de idiota. Si me espera la gloria pírrica de morir luchando o sobrevivir sin gloria en el silencio de un departamento vacío, junto al teléfono que no llamará de nuevo con tu voz.

Soportamos. Ambos soportamos largo rato. Sonrío al recordarlo, al escribirlo. Soportamos horas con un café y pasos silenciosos en las calles vacías. Soportamos la distancia aún invencible entre tu mano y la mía. Fue mi culpa porque me rendí primero. Tenía que ponerle fin a tanto miedo y tantas ilusiones, escoger de una buena vez entre la luz y la tiniebla. Fue mi culpa porque necesitaba saber, igual que ahora, si eran sólo palabras o si con palabras podría romper la barrera invisible entre tu mano y la mía. La separación amarga de nuestras vidas.

Otra pausa. Un sorbo de café. Un suspiro. Y detrás de mis párpados, tu sonrisa al cerrar los ojos.

Días después me dirás que lo leí muy rápido, que había en mi voz una desesperación por terminar. Y será verdad. Dirás también que son palabras cuando yo haya terminado de leer las variaciones de un tirón, sentado junto a ti y espiando tu rostro a mi izquierda como siempre, espiando tu sonrisa y tu mirada en una noche fría y solitaria del barrio de Coyoacán. Días después te hablaré de tu sonrisa, la que se asomaba de tu boca mucho más a menudo de lo que cualquiera de mis sueños o mis esperanzas me hubiese prometido. Todo eso vendrá después. Por ahora, en este ahora que resucito con palabras y revivo mientras aún se mueva la pluma, ahora tiemblan mis manos, leo demasiado rápido para saber si al final del laberinto espera tu sonrisa o tu partida.

Ahora sonríes. Ahora se te escapa una risa nerviosa que acaso sea de emoción pero que yo siento como de condescendencia o lástima. Leo rápido y hasta el final, como quien traga una mala medicina o apura el vaso lleno en que el alcohol promete la cura del olvido. Las últimas palabras se me escapan de la boca y tu sonríes. Tengo un nudo en la garganta y tiemblo más allá de mi control. Entonces frente a ti, pero también ahora, al recordarlo y escribirlo. No te vayas, te dije, te digo ahora también, te escribo, te suplico al mismo tiempo. No te vayas sin que te haya dicho que te quiero de una vez y sin final. Silencio. Voces lejanas en la noche. Un viento frío y silencio.

Silencio.

Silencio.

No te vas. No dejas de mirarme. No te mueves. tus manos ahí, más cerca, más lejos que nunca. Te cuento mi historia, tu historia, sin decir mucho, atropelladamente. La historia es que soñé contigo y empecé a escribirte, que todo esto, cada palabra y cada variación es para ti. Falta una, dices. No sé si sonreí, pero me gusta pensar que sí. No puedo ver tu rostro, pero estoy seguro de que sonreías cuando dijiste, falta una, la sexta. Te besé la mano, tomé aliento y dije que te quiero, Salua, y aunque sé que no podemos ser felices para siempre, estoy dispuesto a dejar el cuerpo en la guerra diaria por hacerte feliz. Sonreíste. Nos abrazamos. Después dijiste:

Son palabras

(y ahí, de golpe, quise morirme)

pero las palabras son mágicas a veces,

(quise vivir, respiré de nuevo y te besé la mano)

son palabras, lo dijiste y quise que el mundo se apagara. Dijiste lo que yo pensé que dirías pero no como pensé que lo dirías, y así colmaste en un instante todos mis miedos y mis esperanzas. Así, por nuestra culpa, me arrancaste —y quisiera escribir nos arrancamos— la felicidad por el resto de la vida. Me regalaste —o nos regalamos— la certeza de buscarla cada día mientras dure el mundo o dure yo.

Nos abrazamos, caminamos más. Alguien que nos vio pasar te miró sorprendido. No queríamos separarnos. Mejor dicho, porque nada sé ni puedo saber pues falta una segunda voz, la tuya; no quería separarme de ti. Pero al fin nos despedimos, seguros de encontrarnos otra vez.

Manejé con clama. Fumé. Fui feliz. Si duermo que no despierte y si no es sueño, que no duerma otra vez. Pero tuve que acostarme y cerrar los ojos y ahí, en la oscuridad, como un demonio reptante y envidioso, mis palabras se acercaron a mi oído y abrí los ojos como desde una pesadilla, condenado a pasar la noche boca arriba, asustado como niño en la oscuridad. Yo lo dije y ahora, por primera vez lo escribo para no olvidarlo nunca. Igual que en esa noche y cada noche desde entonces, me hago trizas el corazón a mordidas cuando digo o escribo: tienes novio. Y como un demonio, enemigo acusador y honesto, mis palabras trepan y me abrazan todo el cuerpo. Colmillos venenosos ensucian mi alma cuando la serpiente blanca de mi culpa y de mi miedo grita, susurra, jura, tiene novio, justo antes de morder.

Por ahora bastan tu sonrisa y tu mano en la mía para mantener a raya la ponzoña. Pero al principio basta un poco para ser feliz y tarde o temprano ya nada es suficiente. Te pregunté por él en sueños, antes de conocerte. Ahora una serpiente blanca corre por mis venas y muerde, una y otra vez mi alma. Su veneno no puede matar a mi cariño. Pero hay cosas peores. Quizá me vuelva loco. O me mate a mí.

Te quiero, Salua, lo dije de otro modo, pero lo escribo ahora otra vez y de un modo nuevo. Te quiero, y estoy dispuesto a dejarle el cuerpo y la razón empeñadas para siempre al diablo serpiente blanca de mis venas para verte sonreír.


lunes, febrero 22, 2010

Variaciones sobre un tema de amor (6)

6.


Te quiero Salua.

Y aunque sé que no podemos ser felices para siempre

porque el mundo y la muerte se salen siempre con la suya;

sé también

—y lo prometo—

que dejaré el cuerpo

y cada instante de mi vida

en la batalla diaria porque seas feliz.


Haré que estas palabras,

sólo palabras,

se graben indelebles

en el devenir del tiempo

sin final.


Haré que tu nombre y mi

te quiero, Salua,

duren más que el cuerpo,

más que el mundo

y que la muerte.


Sin final

te quiero Salua,

variación eterna

sobre un tema de amor

que no termina.


martes, febrero 02, 2010

Variaciones sobre un tema de amor (5)

5. Palabras. Dirás que son palabras y nada más. Que con palabras no se cambia el mundo. Lo sé aún desde antes de empezar a escribirte. Sé lo que dirás desde hace un mes, antes de levantar la pluma supe que dirías esa frase tierna, fatal.

Sueño que estoy, al mismo tiempo aquí y allá. Aquí, frente al cuaderno, pero allá, frente a ti, con el cuaderno entre nosotros. Escribo y al mismo tiempo te digo que todo es culpa tuya y de un sueño que te precede o te sigue desafiando al tiempo. Desafío también al espacio, porque estoy en todas partes, estoy en las letras, y en el futuro frente a ti con una historia a cuestas, pero también estoy aquí, mirando furtivo hacia la izquierda para espiar tu rostro, tu brazo, tu mano, que también escribo. Son sólo palabras, dirás. Ahí, entonces, pero también ahora y desde el principio, pensando en ti, mueren mis sueños. Palabras. Se secará la tinta. Cerraré los ojos y te veré partir herido por el resto de la vida y sin resignación porque sé que dirás la verdad. Son sólo palabras. Y con palabras no se cambia al mundo. Pero yo no tengo otra herramienta ni otras armas, sólo letras y palabras para cambiar el mundo al decirte no te vayas. Nada más puedo ofrecerte, no tengo otra cosa para recordarte o hacerte parte mía. Tú dirás que son palabras y nada más. Dirás la verdad. Vendrán después infinitos atardeceres en los que pensaré en ti y diré tu nombre. Y tu nombre ya no será tuyo sino mío, y por eso, será sólo una palabra. Recordaré tu nombre y acaso, en sueños, tu sonrisa. Recordaré que te vi partir herido y sin resignación posible. Llevaré tu signo marcado en el alma, las huellas invisibles, dolorosas, de lo que no es ni pudo ser. Dirás que son palabras. Te veré partir herido. Lo sé, lo he sabido siempre. Pero tenme compasión y no lo digas. Si tienes que irte, que sea en silencio al terminar estas líneas, déjame tu recuerdo como quisiera que me dejes algo de tu vida, soñada y real, déjame tu sonrisa, tu rostro a punto de sonreír, déjame el firmamento sobre tu piel. Son palabras, dirás. Y será verdad. Pero no lo digas, por favor. No lo digas para que al cerrar los ojos y perderme en mis palabras me convenza de que dicen algo y tienen también su verdad. Son palabras, pero no lo digas, para que al cerrar los ojos no recuerde que una tarde te vi partir, herido para toda la vida.

Dirás que son palabras. Lo sé. Y sin embargo, contra toda esperanza, espero. Y me atrevo a pedirte que no lo digas, a rogarte que no lo digas. Que calles. O que llores sólo un poco, lo suficiente. O sonrías y me tiendas la mano como en un sueño. Y que si eso es un sueño, no despierte nunca o si estoy despierto, no duerma otra vez. Son palabras pero no lo digas, querida. Cualquier cosa menos eso. No quiero verte partir antes de que haya escrito tu nombre por lo menos una primera vez infinita. No te vayas, como los barcos y los augurios. No quiero verte partir sin que te haya dicho que te quiero de una vez y sin final.


sábado, enero 16, 2010

Variaciones sobre un tema de amor (4)

4. Levanto la pluma, pienso en escribir, por primera vez, lo que quiero decirte. Pienso escribir lo que pienso decirte. Levanto la pluma y empiezo una historia que no es la que quise contarte sino la de cómo escribo lo que pienso o pienso lo que escribo. Empiezo una historia que quiero decirte, que estoy a punto de decirte. Mis palabras llegan siempre tarde, a punto del sueño y el despertar.

Sueño que estoy, al mismo tiempo aquí y allá. Aquí, frente al cuaderno, pero allá, frente a ti, con el cuaderno entre nosotros. Escribo y al mismo tiempo te digo que todo es culpa tuya y de un sueño que te precede o te sigue, desafiando al tiempo. Desafío también al espacio, porque estoy en todas partes, estoy en las letras, y en el futuro frente a ti con una historia a cuestas, pero también estoy aquí, mirando furtivo hacia la izquierda para espiar tu rostro, tu brazo, tu mano, que también escribo.

Empezó con un sueño, te diré. Un sueño que olvidé casi por completo al despertar. Un sueño, escribo, que regresó de golpe con la violencia del destino, la segunda o tercera vez en que te vi y llenaste mi horizonte con esa crueldad ambivalente de la belleza. Un sueño que recuerdo ahora, mientras escribo, porque estás aquí junto y yo te espío, te describo y te recuerdo soñada para multiplicarte y buscarte infinita aunque no me baste. Empezó entonces, empezó sin que yo supiera, pero empieza también ahora y empezará en unos días cuando te lleguen estas líneas, y las escuches de mi voz, cuando te diga lo que intento escribir ahora, pero no me atrevo. Quisiera mirarlo todo desde una perspectiva fuera del tiempo, más allá del espacio, para saber lo que pasará después, cuando tus ojos dejen atrás el punto final en estas líneas y se asomen a mirarme. Quisiera estar en todas partes. Porque a la derecha tengo la pluma y letras para hacerte, a la izquierda estás tú y tu mano, y tu sonrisa. En medio yo, que no sé elegir. Quisiera estar en todas partes, en todo tiempo, antes, después.

Antes, cuando te vi por primera vez y llevabas una playera blanca. Ahora, cuando espío tus manos y las encuentro hermosas. Te vi y no supe quién eras, te vi ajena, aún fuera de mi mundo, de mis letras y mis sueños. Acaso por eso me cuesta tanto recordarlo, pero también por eso quisiera estar en todas partes. Fuiste un rostro lindo entre un mar de miradas. Nada más. Tú, antes de todo, antes de mí, en estado de pureza. No puedo escribir, me pierdo entre tiempos, lugares y circunstancias. Te miro ahora, a mi lado, y me gustaría encontrar y reconocer esas diferencias que deben existir entre tu pureza y mi interferencia. Entonces, la primera vez, te miré de soslayo y renuncié, aterrado acaso por todas las posibilidades con las que ahora juego, apuesto, cifro. Ahora, te miro de soslayo también y aunque renuncio, espero. Llevabas una playera blanca una tarde y después desapareciste durante semanas. O no supe verte durante semanas. Renuncié porque no puedo saberlo.

Pero volviste, volviste distinta y ya no eras tú, la de la playera blanca y distancia insalvable, eras distinta, familiar, querida desconocida. Mis ojos te buscaron esa tarde sin cuidado, como si te esperaran desde siempre, ansiosos de tu presencia, como si te conocieran y verte fuera necesario. Te miré como si hubiese pasado semanas esperando a alguien que no eras tú, pero que por milagro coincidía o se había apoderado de tu cuerpo y de tus ojos. Como por instinto, supe que al volver a verte, buscaría un lugar junto a ti. Y así fue, encontré ese sitio, busqué algún modo de llamar tu atención y hablar contigo. Así como la primera caricia, algo más allá de mí, arrastró mi cuerpo, mis pensamientos, hacia ti. Reíste y yo me sentí capaz de hacerte sonreír. Guardé esa primera sonrisa tuya sin avaricia, como si no fuese la primera, sino otra de tantas que me hubieses regalado. Guardé tu sonrisa como si la conociera, como si fuese mía desde siempre o hubiese estado destinada a mis ojos desde un tiempo antes del tiempo. Pasaron minutos, al principio lentos y luego horas, rápidas implacables las horas, pero entonces, sin angustia, me despedía poco a poco de ti, como uno se despide del hogar y todo lo que quiere, porque sabe que volverá, me despedí sin la angustia del atardecer que no volverá.

Te fuiste en clama. Me fui también. Nos despedimos. Aunque nosotros, los de entonces, ya no éramos los mismos. Confundido entonces, confundido ahora, me llenaba y llena algo así como la alegría de ver a un viejo amigo o mirar de lejos el hogar que guía los pasos, me llenaba la sensación de encontrar el camino que creí perdido. Algo distinto pero qué. Y cómo describirlo. Para qué. Te fuiste. Te vi partir, agité la mano en despedida. Resignado, sin indiferencia, mis pasos nos separan, pero yo pensaba en ti, en el misterio que transmutó tu extrañeza en familiaridad, mi renuncia en algo como un llamado. Pensaba en ti, en el misterio de pensar en ti y sentirte cerca aunque eras una hermosa desconocida. Unos pasos más, el atardecer inminente y acaso un viento frío. Tu rostro ante mis ojos, tu risa haciendo eco en mi memoria. Pero era un sueño. O quizá. Porque el salto no tiene sentido y nunca lo tuvo. Tú, con playera blanca y en estado de pureza, de renuncia. Tú, la misma, otra, más parte de mí que parte tuya.

Me veo caminando al atardecer, me miro en unos días contándote que caminé al atardecer pensando en ti, diciéndote que te miraba de soslayo y con insistencia mientras escribía que caminé pensando en ti al atardecer. Me miro al escribir la palabra sueño, con la que quiero explicarlo todo. Escribo lo que te diré, que otra vez, como en un sueño, la puesta del sol trajo de golpe a todo mi cuerpo la explicación perfecta y absurda que es piedra angular de todas mis palabras. Principio a destiempo y simultáneo de todo lo que sigue y quiera el cielo, seguirá. En ese atardecer tembló mi cuerpo, cerré los ojos y sonreí, quieto en mi lugar, entre un paso y otro; pesaba en ti y entendí de golpe el origen de la herida y la ceguera.

Fue un sueño y olvidé al amanecer, un sueño que se borró o escondió en espera de ti, de tu rostro, tu voz y tu sonrisa como señales de recuerdo, como grito de batalla. Dos o tres noches antes, soñé contigo, de playera blanca, contigo distinta, soñé que te miraba de lejos en un ambiente parecido al nuestro. Soñé que sonreías y alargabas tu mano hacia mí. Soñé que no podía creerlo y sonreí también mientras me acercaba tembloroso, incierto, a tomar tu mano. Y con esa lógica del sueño resolvimos en un instante dudas, discusiones y miedos. Decidimos ser felices. Un chofer te esperaba junto al lujoso auto pero tú, aún aferrada de mi mano, me llevaste lejos a esconderte, me hiciste cómplice de tu media vuelta cuando escapaste del chofer y de él. En el sueño tuve cruel certeza al preguntarte ¿y él?, pero no hubo sitio para tu respuesta. O quizá lo que siguió fuera una respuesta. Me abrazaste tierna y desesperada, como si adivinaras la ambición secreta que no supe confesar hasta que cerré mis brazos en turno tuyo y sonreí decidido, igual que tú, a ser feliz. No importa, pensé, la felicidad espera. Me besaste. Desperté feliz sin saber por qué, sin memoria de ese sueño hasta que llegaste días después a rescatarlo o liberarlo de su prisión en los confines de mi renuncia. Todo esto, de golpe, en menos de un segundo, entre un paso y otro, mientras pienso en ti y veo al sol ponerse. Cuando termine el día y llegue la oscuridad ya no serás la misma, no podrás ser la misma nunca.

Levanto la pluma y escribo, escribo que pronto, en unos días te diré que soñé contigo y que por ese sueño fui capaz de buscarme un lugar junto a ti y me atreví a buscar por todos los medios la fórmula mágica que me permita repetir tu sonrisa tantas veces como el mundo lo soporte sin que baste nunca para llenar mis ambiciones, mi deseo, mi cariño. Me miro entonces, después, frente a ti, confieso lo que ahora escribo, la misma historia que te cuento antes de contarla. Nos miro en el futuro, frente a frente, con estas letras en medio como puente o como abismo, y no sé imaginar tu rostro. Ahora, mientras escribo, levanto la mirada para buscar tus ojos y los encuentro; pero aún así no sé imaginar tu rostro mañana, en unos días, no sé adivinar tu sonrisa o tu rechazo cuando te diga que soñé contigo y lo olvidé. Cuando te diga que recordé mi sueño al atardecer, entre un paso y otro. O que me obligaste a inventarme un sueño para renunciar a la renuncia. Tu reacción cuando te diga y sepas al fin que desde esa tarde, al recordar mi sueño y hasta ahora, cuando escribo y busco tu mirada, cada día y cada instante entre un momento y otro, encuentro la constelación de Orion como resumen del cosmos en tu piel, en tu brazo derecho. Y que así también encuentro conjugadas en ti las noches interminables de mi vida en que mirando al cielo, buscaba estrellas y encontraba soledad. El futuro se cierra a la imaginación cuando pienso en tu reacción después que al fin te diga que llevo semanas a punto de escribir tu nombre, a punto de saber si esa palabra hermosa puede con sus cinco letras, encerrar el infinito y las contradicciones de mis sueños, la ilusión y tu verdad.

Semanas a punto de escribir tu nombre, de inventar la primera caricia, de levantar la pluma con tu sonrisa inmaterial ante mis ojos. A punto de escribir sobre el miedo a este instante que se va, temor del infinito porque no basta. A punto, siempre un instante antes. Y no podré dar el paso sino hasta que sepas. Estoy atrapado, desde aquél atardecer, entre un paso y otro, congelado más allá del tiempo, mirando ubicuo las fractales de tu historia o mi destino. No sabré moverme sino hasta que sepas, cuando leas esto o escuches una historia, hasta que puedas mirarme con mis ojos, perdido en este laberinto de tiempo, sueños y temores, perdido en un laberinto de fractales del que ninguna ecuación puede sacarme, un laberinto como los que dibujas a veces, perdido. Pero con la mirada fija en la luz y abriéndome paso como condenado hacia el cadalso, desde ese abismo donde no te conocía ni te esperaba, donde no existías ni como silueta de una sombra. En algún modo sigo ahí, en ese atardecer, maravillado ante tu rostro, dividiéndome en posibilidades y expectativas que surgen y se desvanecen cuando las pienso. No podré moverme hasta que te asomes desde mis ojos a este laberinto, donde a lo lejos brilla la luz que acaso sea tu nombre.

A punto, pero inmóvil. Incapaz de avanzar siquiera un micra hasta que mi universo fragmentado en desenlaces posibles encuentre solución, escape o esperanza en tu sonrisa o tu rechazo. No escribo tu nombre. No me atrevo. Estoy a punto, pero inmóvil. Se acerca el fin y la luz me hace ver con claridad ese cadalso distante que espera siempre al final de todo laberinto. Entonces escribiré tu nombre, cuando ya no exista duda, miedo o esperanza de que esa palabra tuya y mía, sea felicidad o maldición.



25 de Noviembre de 2009