viernes, marzo 06, 2009

De cómo se escribe un diario (Parte 4)


IV. Aquelarre. Entonces Gretchen besó a la que se cayó bailando con Kar y viceversa. La música se escuchaba lejos y mis ojos se negaban a creer lo que veían. Mi cuerpo, sin embargo, reaccionó como por instinto, con el pulso acelerado y disminuyéndose, concentrándome en un rincón para desaparecer, para volverme un testigo invisible y evitar que de algún modo idiota, interrumpiera lo que estaba viendo. Gretchen besaba a otra mujer. Creo que ahí dejó de preocuparme que iba con ella y sólo estaba pensando que pensaba en Kar. La galería estaba ya vacía, sin testigos y alcanzo a preguntarme qué estoy haciendo ahí. Entonces no me respondí pero ahora sé que, al menos en parte, empecé a mirar con seriedad a G cuando dijo algo sobre una actriz famosa. No importa, porque antes de que pudiera pensar, Ka se acercó para besarlas también. Y el mundo se detuvo. Ahora sí estaba jodido. Las dos mujeres más hermosas besándose una a la otra. Jodido porque entonces yo no tenía nada que hacer ahí, salvo ver, mirar, imaginar. Idiotizarme como cualquier adolescente, cualquier macho adicto al porno. Como todo lo que puedo negar pero al fin y al cabo, en alguna medida, también soy. K decía algo sobre aprender a besar, que estaba segura de que besaba mal, sin chiste, que seguro por eso aquél otro. Mi proposición, de tan obvia, parecerá estúpida y acaso fuera lo más estúpido que haya dicho, de no haber sido porque Gretchen lo dijo primero que yo. Bésalo. Si quieres aprender a besar hombres, mejor que lo beses a él. Antes que tuviera tiempo de pensar, Kar se acercó para besarme a mí. Era mucho más de lo que hubiese soñado. Una fantasía en carne viva. Lo peor de todo, lo más hermoso, fue que no fue sólo mi cuerpo como yo hubiera deseado, no fueron sólo los labios, la lengua y los dientes. Fue algo mucho más grave que sus manos en mi cuello y las mías recorriendo la forma de sus mejillas, de su cabeza y su talle. Fue algo que nada tuvo de físico, aunque así empezó. Empezó como un juego de azar y ojos vendados. Pero con la primera mordida algo cambió, sus ademanes hambrientos, desesperados, abrieron una ventana en mí y de golpe, el mundo se detuvo, desapareció fundiéndose en dos palabras absurdas, idiotas e infantiles. Acaso surgidas del pasado, de una confusión monstruosa entre la desesperación de Kar y la pasión de otros labios ya idos, mezclados con la fatalidad de la muerte. Pero el mundo, mi vida, mi consciencia y toda la noche se resumeron en las dos palabras más incongruentes y, quizá por lo mismo, más honestas. Dos palabras que no dije porque estaba mudo, confundido, incrédulo. Todo lo que siente uno la primera vez que dice te amo. Pero no lo dije.

Nos separamos y ella siguió su camino hacia otros labios de mujer. Yo inicié el mío, también hacia otros labios, los de Gretchen. Y sin embargo estaba esperando algo, espiaba a K, porque sin importar a quién besara, a cuantas mujeres tocara y conociera esa noche, sólo K pudo hacerme sentir vivo. ¡Surge et ambula! Sólo Ka me arrancó un trozo de alma y me dejó su marca ardiente con el dolor dulce de una mordida en la boca. Sólo ella, sin palabras, con los ojos apenas, con su indiferencia y su desesperación supo decirle a mi corazón et nunc manet in tie. Permaneceré en ti.

Fueron horas maravillosas, horas que no creí vivir en toda la vida, pasé de unos brazos a otros, de unos labios a otros, esperando que el azar, unido a mi deseo me pusiera de nuevo junto y frente a K. Horas sin sentido, sin principio ni fin, instantes en que Gretchen y yo hablamos, entre beso y beso, entre caricias y lujuria acerca del larguísimo tiempo en que nos habíamos deseado de lejos, de lo poco probable que lo creímos, de lo sencillo que era después de todo, porque siempre me gustó y acaso, dije con esperanza, también yo te gustaba a ti.  Y de haber sido cualquier otra noche, cualquier otra circunstancia, me habría quedado junto a ella, intentando convencerla de que yo merecía un lugar en su vida, junto a todo lo que quiere y necesita. Habría hablado y actuado y vivido durante años, acaso toda la vida, buscando y creyendo que ella existía sólo para mí, para hacerme fuerte con su fuerza, para hacerme libre con su libertad, para compartir conmigo la infinidad de cosas que admiro en ella porque nunca podré ser. Pero era esa noche, y Ka estaba en la otra habitación, acaso besando a alguien más, acaso sola, esperándome. Pero no, pensé, jamás me esperaría, no soy nadie, no soy nada. Y sin embargo, fue ella la que me separó de Gretchen. Fue ella la que se asomó a la sala donde estábamos hechos un ovillo y preguntó algo trivial provocando que G se apartara de mi y se fuera con ella. Entonces no pude pensarlo, no pude siquiera imaginarlo. ¿Por qué K no se dio media vuelta al mirarnos abrazados, íntimos, casi enamorados? ¿Por qué tuvo que hablar y llevarse a Gretchen? ¿La necesitaba? ¿O estaba celosa, deseaba apartarnos? Celosa de quién, es la pregunta, apartar a quién de los brazos de quién.

Fue en algún momento posterior cuando descubrí todo lo que seguía a la K. Bebíamos todos, como para recuperar el aliento y la fuerza, intercambiando aún besos sin motivo, sin futuro cuando K se levantó sobresaltada y dijo que había perdido su cadena y el dije con su nombre. Se tocaba el cuello con ademán preocupado, triste. Me rompió el corazón. Así que todos nos pusimos a buscar su collar hasta que apareció. Y sólo entonces leí su nombre entero. Kar. Y nadie notó mi sonrisa porque en ese momento los dos tuvimos nombre real y fuimos a servirnos otro trago en la barra para celebrar. Ella, el haber recuperado su collar. Yo, el haber encontrado un nombre para seguir o dar lugar a un “te amo”. Al volver, no hubo lugar para nosotros, everyone’s busy. Nos miramos, sonreímos. Ella quiso escoger la música que para entonces era aleatoria y sin interés, acaso inexistente. Me encanta esta canción dijo, y yo la reconocí. And so it is. Just like you said it should be. No love no glory. La besé y esta vez fue tierno, suave. Damien Rice cantaba cursilerías a todo volumen, yo pensaba en que ojalá no termine y que ese maricón no tenga boca de profeta. Ella empezó a llorar. La abracé. Como yo, como todos, alguien la lastimó. La abracé y le dije, con una voz que no era la mía: bueno, llora, pero no por él, porque nadie merece tus lágrimas. Y ella lloró más, diciendo que ni siquiera entiende la canción, pero qué diablos. Y me enamoré de su dolor y su fragilidad y su franqueza y su borrachera. Fuimos a sentarnos y la besé de nuevo, otra vez con desesperación, con fuerza, compensando por el resto de la vida en que K y nadie significarán la misma cosa: ausencia, soledad, vacío. La miré mientras recuperaba el aliento y recogía mi cuerpo de la dispersión que sigue al big bang de un beso que te cambia la vida. Junté el coraje y le dije, sincero, idiota, hechizado por sus lágrimas: ¿Me creerías si te digo que te quiero? No, contestó, porque no significa nada, esto no es nada. Guardé silencio al ver vacío al futuro. Pues que el mundo arda y se consuma en este instante. Y sin pensar en consecuencias, me entregué a mi decadencia, dijo la voz de David Gilmour en mi cabeza.

El último beso se lo dí a ella y a Gretchen al mismo tiempo, abrazándolas a ambas, confundiendo sus labios, con una de sus manos buscándome la entrepierna y cada una de mis manos recorriendo un cuerpo hermoso y distinto. El último beso. Último.


Se aparta de la ventana, enciende otro cigarro. Suspira.


Charlamos todos en la terraza, dejando atrás los besos y regresando lento a la realidad. No volví a tocar a Kar. Me quedé con Gretchen, uniendo mi lujuria a la suya en un juego de provocaciones delicioso. Charlando mientas nos besábamos y buscábamos la piel. Pero nada más. Cuando me di cuenta, eran las cinco y tenía hambre, como el resto de ellas. Sin pensarlo mucho, fuimos a cenar/desayunar. Gretchen se durmió y no pude despertarla hasta que llegamos a su casa. Nos despedimos con un beso tierno y.


¡B A S T A!


Recuerdo perfectamente, pero no voy a escribirlo nunca.


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