Esto dice Tolstoi:
Estuve dormido, estoy seguro, un par de horas. Recuerdo que vi en sueños que éramos amigos, que nos habíamos peleado, pero que hacíamos las paces; algo nos lo impedía un poco, pero éramos amigos.
Lo dice a través de Pozdnyshev, quien acaba de apuñalar a su esposa y tras fumar un cigarro, se queda dormido. Tuve que detenerme un instante en la lectura y disfrutarlo porque no ha sido raro que tenga sueños como ese —sin haber matado a alguien— pero, sin duda tan arrepentido o, mejor dicho, alienado como el asesino. Esa sensación en sueños que se desvanece al llegar la mañana, de haber hecho las paces ante circunstancias imposibles. No del todo porque “algo lo impedía”, pero las paces.
Y el alivio triste se desvanece al despertar. De golpe, al leer esas líneas, me cayó encima y con pesar, la historia completa de los sueños y despertares, hermosos y horribles que como Pozdnyshev me he procurado. Indeciso entre la voluntad y la necesidad. Regresé a cada uno de esos sueños que sólo el criminal tiene cuando aún cree que lo que ha hecho está justificado. De ahí que uno sueñe con la amistad, así sea mutilada, insuficiente. Como si el daño pudiese compensarse: la muerte por la infidelidad y estamos a mano. La paz no es completa, sin embargo, porque toda la historia y cada acto envilecen. Quizá éramos amigos, pero no del todo. Porque nos habíamos traicionado y esa es la única ofensa de la que no puede pedirse perdón sin evidenciar al mismo tiempo que es irremediable.
Tolstoi es un genio. Ahora escucho la Kerutzer. Y algo tiene de sueño y despertar. Algo de paz, con algo que la impide ser del todo. Somos amigos pero algo lo impide. Estoy seguro de que hice lo que hice por las razones correctas, de que hice lo que verdaderamente deseaba hacer, de que estaba justificado. Pero algo impide la paz y la amistad. Que sé también, que no era necesario. Pude haber hecho otra cosa. O haber hecho nada, quedarme simplemente en silencio y en la oscuridad. No hay acto de amor o traición que pueda justificarse racionalmente, no hay pasión de la que no pueda dudarse. Hasta el perdón resucita la ofensa, la conjura. No hay sino sufrimiento porque si bien las acciones no tienen historia, de ellas está compuesta la historia. Todo era evitable y lo que duele es, precisamente, que decidimos no evitarlo. Eso es la Kreutzer. Y el libro de Tolstoi la sigue tan de cerca que casi puede escucharse a Beethoven en ese tren, en esa historia, en ese sueño de homicida que sueña hacer las paces con su víctima.
Abril de 2013
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