viernes, noviembre 19, 2010

Werther y el Mito de Sísifo

Sí, es verdad que sólo soy un caminante, un vagabundo sobre la tierra. Pero, ¿y vosotros, sois algo más?

—Goethe. Werther.


De lo que nada puede decirse, concluyó Wittgenstein en su Tractatus, mejor es callarse. Quizá sería esa la actitud más sensata tras una lectura de Werther; guardar silencio y en ese silencio, que es el resto según Hamlet, disfrutar la sensación del viaje hacia lo que no puede decirse. Y es que el lenguaje tiene sus límites.

No sé si valga la pena señalar, como evidencia de esos límites, que Goethe parafrasea a Hamlet: “¿Y por qué esas vacilaciones y titubeos? ¿Porque no sabemos lo que habrá allí detrás? ¿Y por qué de allí no se vuelve? Y porque, además, tal es la condición de nuestro espíritu, que presumimos confusión y tinieblas allí donde no sabemos nada concreto?” (Goethe, 412), o decir, con menor certeza, que parafrasea también a Novalis, Schlegel, Swedenborg y quizá a otros que no sé reconocer. Que Goethe predice a Camus, un poco a Mishima, Sartre o Nietzsche y alguna relación tiene con Rousseau, Dostoyevsky y Tolstoi. Encima de todo, Goethe parafrasea o dialoga con su vida misma, pues no falta quien encuentra las raíces de Werther en el libro XII de Poesía y Verdad, en la pasión de Goethe por Lotte Buff y el suicidio de su amigo o conocido Jerusalén; razones por las que más tarde se avergonzaría de esa novelita epistolar, muy a la moda de la época. Del valor estético de la novela son mejor testimonio que cualquier cosa que yo pudiera escribir, sus más de doscientos años de ediciones seguidas y los ecos ya citados. Todo lo cual acaso esté bien dicho, pero no sé si valga la pena decirlo.

Puede decirse que Goethe critica a la sociedad burguesa, al hecho de que no ofrece consuelos ni caminos para el desarrollo del espíritu, ni para propiciar la plenitud del hombre: Werther no dura mucho en el servicio público y hasta salta contra el matrimonio porque “eso está bien para este mundo... y para este mundo será un pecado el que yo te ame y desee arrancarte de sus brazos, estrechándote en los míos” (Goethe, 424). Y es que este mundo de convenciones y arreglos voluntarios es parcial o, mejor dicho, artificial. Mundo burgués de culto a los convenios y olvidado de lo trascendente: “¿qué es para nuestro corazón el mundo sin amor? Lo que una linterna mágica sin luz” (Goethe, 371). Puede decirse, pero quizá la clave no está ahí.

Por fuerza hay que referirse al episodio del loco, que mira hacia la época en que atado con camisa de fuerza y recluido en un sanatorio se sentía acompañado por emperadores y mejor aún, por la misma Lotte para quien, ya expulsado de ese paraíso, se empeña en tejer guirnaldas con flores que no están. El episodio es un claro argumento sobre la difícil relación que existe entre razón y felicidad, pues verdad y dicha han vivido muchas veces en guerra constante. Basta para poner en duda todo juicio sobre la existencia.

¿Y de qué vale pasar juicios éticos o morales sobre Werther? Ya lo responde él mismo por adelantado: “¿Por qué vosotros, los hombres —salté yo—, habéis de decir en seguida: esto es una locura, esto otro es prudente, esto es bueno, aquello malo? ¿Es que antes habéis inquirido a fondo las íntimas circunstancias de un acto?” (Goethe, 376). Respuesta que pone en duda la totalidad de la ética cifrada en el supuesto falso de que conocer basta para emitir un juicio. Ni el epistolario, ni las notas, ni las impresiones de quienes se encuentran cerca nos acerca a las ‘íntimas circunstancias’ de un suicida. Así pues, ¿qué puede decirse de Werther?

Acaso mejor abordar la novela por el lado personal, por las formas inesperadas en que al releerla, me doy cuenta de que con los años, más de una vez me he puesto en la piel de Werther —quizá mejor decir, él se puso en la mía— y me he encontrado repitiendo frases o gestos suyos sin notarlo hasta ahora que releo. Así de fuerte es la novela y así entiendo, por lo menos, que haya causado una epidemia de suicidios. Pero con honestidad, a quién le importa si enamorado me sentí Werther sin darme cuenta. Quizá Goethe se burlaría, igual que yo, cuando releo este párrafo.

El lenguaje tiene sus límites y honestamente dudo que yo pueda trasponerlos. Puedo decir que encuentro en Werther una mezcla de filosofía y poesía, que es un ejemplo claro de romanticismo y contradicción, que al final, consciente o inconscientemente uno termina con ganas de vestir el traje azul con chaleco amarillo y sufrir la dolendi voluptas de Petrarca. Pero con todo eso, nada digo. Como nada puedo decir de todos los suicidas a los que he sobrevivido y creí conocer pero que, por ese acto último, dejaron de serme conocidos. Silencio, silencio es siempre mi respuesta.

Un último intento. Quizá es en eso último, en el silencio, donde está la clave y algo pueda decirse que valga la pena, aunque seguro ya se ha dicho. Werther se suicida (selbststerben, selbstmörder) y ese acto hace estallar a toda la novela; deja de tener sentido todo lo que se ha leído. No hay relación de causalidad posible entre el desarrollo y el desenlace; es decir, no hay razón en estricto sentido que explique el suicidio. Cada lector puede darle sentido al acto por el antecedente o rechazar esa armonía. Pero toda explicación deforma. Cada novela es un mundo, una respuesta más o menos congruente al sentido de la vida. Pero ahí hay una petición de principio, suponemos que la vida tiene sentido. Yo veo en Werther una pregunta más que una respuesta. Estoy vivo y leo, se sigue de ahí, por fuerza que supongo que vale la pena vivir y leer. Goethe pregunta: ¿y si no?

Puesto que no cerré el libro y me pegué un tiro sino que vine a escribir, creo que vale la pena vivir y que a algún sitio he de llegar, tarde o temprano. Pero la pregunta sigue ahí, ¿y si no? Es estribillo que me recuerda que las cosas pueden ser de otro modo. Una pregunta que no puede responderse porque toda respuesta implica la creencia en el sentido mismo. Podría responder que la pregunta no tiene sentido, pero eso decimos cuando alguien pone en duda lo que nosotros reconocemos claramente como auténtico, pero no podemos demostrar que tenemos la razón. Porque el lenguaje tiene sus límites. Frente a esa pregunta, callar y seguir viviendo o morir por mano propia. Cada respuesta es única e infinita. Y al final, con esa pregunta, Goethe se las ingenia para incluir cada vida irrepetible e individual entre las líneas de su Werther. No sé si valga la pena decir esto último, escribir tres páginas para llegar a esto. Es la misma pregunta, ¿y si no valiera la pena? La respuesta está en el acto; puesto que ya lo escribí algún sentido tiene; aunque, lo mismo que la vida, por qué vale la pena o por qué tiene sentido, es algo que no puedo decir. Ante esa pregunta guardo silencio, pero aún escribo y estoy vivo. Como Sísifo, sigo empujando mi peñasco.



Bilbiografía: Goethe, Johann Wolfgang. Los sufrimientos del joven Werther en Rafael Cansinos Asséns (Ed.). Obras Completas de Goethe (Tomo II). Aguilar : México, 1991.