martes, mayo 12, 2009

Ni en sueños. (Milena)


Y si no recordamos todo esto, el suplicio no ha de ser tan terrible.

William Faulkner


Y parece que ya ni en sueños puedo hallarte. Que ese deseo tuyo que imagino o adivino, el deseo de perderte y borrarte de mi mundo, se materializa o desmaterializa poco a poco en la realidad por la que no te apareces hace casi dos años; en la memoria, donde cada día eres más borrosa y parecida a algo que inventé, a una escultura que se compone de infinitos bocetos, todos ellos imperfectos, invisibles. Cada día más perfecta, pero también más lejana. Tanto, que hasta me da miedo buscarte en las palabras donde pude atraparte mientras te tuve, en las palabras que acaso sabrían devolverme tu imagen, pero acaso no. Y prefiero vivir en la incertidumbre a perder hasta la esperanza de traerte de vuelta a partir de un par de líneas, o miles de ellas, esperándome en cuadernos que nunca volveré a abrir.

O que creí que no volvería a abrir. Pero acaso no cuenta como cuaderno cuando sólo busco un archivo en la computadora para explicarle a alguien importante lo que yo creo que significa el amor. Y el archivo, que me devuelve tu nombre pero no tu cara; mis descripciones pero no la vida pasada; abre un nuevo camino en mi vida, una posibilidad de llegar ahí a donde he apuntado todo el tiempo y ahora acaso, por tu eco, alcance a llegar por fin. Un escrito que me devuelve tu nombre, pero nada más, que me pone frente a frente con mi soledad y con el sentimiento de estar maldito y vencido; perseguido por ese fantasma tuyo que ya no tiene rostro pero que me arranca de cualquier nuevo principio, que me ha robado amores y futuros con la misma facilidad con que tú me robaste hace años el presente. Me queda el pasado y en él estoy pensando mientras escribo una carta triste, preguntando si tu maldición es algo que imaginé, si acaso sabré arrancármela del cuerpo y del corazón. La respuesta no es alentadora, ni es la que esperaba, pero el efecto es el mismo. No hay salida del laberinto que describe tu nombre, donde se me pierden futuro y presente, donde pasaré el tiempo dando tumbos contra las paredes hasta que llegue el final. Tu eco es cruel y me separa de todo, pero también es irónico, porque alcanza a llamar la atención de una editora que bien podría empezar a construir un futuro a partir de todo lo que me has robado, a cambio de todo lo que me diste.

¿Estaré vendiéndote? Me lo pregunto al presionar “send” para que ese nuevo rostro tuyo que no tiene figuras y que te he construido con letras llegue lejos, a medio camino entre tu país y el mío. Y si vende tu alma y la mía o no, me da lo mismo, porque poco a poco te olvido aunque te recuerde. Olvido tu rostro, tus gestos, tu olor; pero recuerdo tu nombre y un montón de palabras que ya no sirven de puente entre mi hoy y nuestro ayer. Estaré vendiéndote, ahora lo sé, pero qué más da si ya no estás aquí para reprochármelo, si ya no estás aquí para enterarte siquiera de que te he vendido y ahora —ese ahora prolongado que es la escritura— todo el mundo sabrá de ti tanto como yo supe, enterarte de que ahora, con algo de suerte, una infinidad de ojos te recorrerá formada de palabras y será la pesadilla más grande que tuvimos juntos. Ojos, sombras, fantasmagorías en la habitación, señalándonos, persiguiéndonos, apartándonos al uno del otro. Razón de más para cerrar los ojos, para andar por la vida ciego de vez en vez, determinado por algo que ya no es, creando los fantasmas y las sombras que profeticé y temí, que nos aterraban entonces cuando nos escondíamos de ellas cerrando los ojos en un cuarto de hotel a oscuras, sin luz ni sombras.

También como profecía o coincidencia, sueño con recordarte antes de que me despierte el mensaje más alentador del mundo, el mensaje que me acerca un paso más a venderte; pronto estaré vendiéndote, pronto te habré vendido. Me soñé buscando tu recuerdo en un perfume, el de tu mamá, el que te ponías furtiva primero y luego con el descaro de adolescente enamorada. El que al final te apropiaste para usarlo cada vez que nos reunimos, cada vez que me dejaste acercarme tanto a tu piel que el mundo se redujo a ti, al que desde entonces ha sido tu perfume. Channel No. 5. Me soñé aferrado a un brazo que no es el tuyo, rogando que no se apartara porque ese olor era el tuyo y no tardaría en conjurar tu imagen, tu presencia tranquila en medio de un sueño. Aferrando, persiguiendo tu olor y preguntando por ti a quien resultó ser tu mamá, quien me miró condescendiente, con esa mirada como de mujer piadosa que soñé a partir de su nombre pero que también era en parte recuerdo. Me miró como si también ella dependiera de un perfume para conjurar tu memoria; me miró sonriendo con algo de tristeza y algo de lástima antes de decirme que también a ella la abandonaste, que nadie sabe dónde estás ni con quién, aunque a veces llamas. Pero nunca llamas para hablar con tu mamá que te extraña casi tanto como yo y acaso por eso usa ese perfume, porque también ella te ha perdido y no le queda otro remedio para buscarte, porque consolarme con esa melancolía triste y comprensiva es su manera de buscar otro eco tuyo en mi cuerpo vacío. Con ese gesto tierno y esa postura como de mater dolorosa me hace entender que nunca volveré a verte, que hasta en mis sueños te escondes y desapareces para irte borrando, borrando tu cara, tus ojos, tus palabras y todo. Despierto del sueño para leer ese mensaje que me dice que estaré vendiéndote. Pronto.

Y así será, te venderé porque los escritores no sabemos hacer otra cosa, somos tratantes de fantasmas, llevamos sombras de un lugar a otro y las ponemos en el estrado frente a un público morboso que no sabe esperar el momento de llevarlas a casa y convertirlas en objeto de su placer. Venderé tu sombra, sacándola cada vez con más dificultad de las letras en cuadernos que creí no volver a abrir. No será posible esconder nuestros cuerpos de las miradas encerradas ahí con nosotros, miradas de pasado y futuro simultáneos por las letras; pesadilla voyeurista en que soy al mismo tiempo víctima y verdugo en el modo en que tú siempre lo quisiste; tormento cuántico y simultáneo donde ni entre todas las realidades y los tiempos puedo hallarte. Te llamaré Emily, pero ambos sabremos que eres tú y que aún sin tenerte, aún cuando ya no eres mía y nunca lo fuiste, voy a venderte, voy a venderte porque tengo que hacerlo, porque es el único camino que me queda para recuperarte, para clavarle las uñas al recuerdo y no dejarte ir, para morder de nuevo tu carne pálida, probar tu sangre y pegar outra vez seu coraçao en estos años tristes y sin esperanza que siguen a tu abandono, que multiplican tu ausencia y en los que parece que ya ni en sueños puedo hallarte.






8 comentarios:

Meryone dijo...

Cuenta Bryce en sus memorias que cuando la que había inspirado a Octavia de Cádiz leyó la novela dijo algo así como "puede ser, ya no me acuerdo de casi nada" y que él le contestó "es que la novela no trata de ti: trata de Octavia de Cádiz"

Es ella, pero no lo es. El síndrome de la cuchara y las magdalenas de Proust son terribles.

Besos

Peterina dijo...

No hay letras más lindas, dolorozas y sinceras que las del amor, sea como sea ese amor.

Alvaro dijo...

Ahhh cómo jodes cabron!

Ferran dijo...

ahhh como jodes cabrón, je je je...

Tratantes de fantasmas... no hay mejor descripción, la tomo si me lo permites

me encanta la palabra de verificación, tan en boga con tu escrito: matar

Erick dijo...

Meryone: No he leído a Bryce, ¿creerás semejante barbarie? Y sí, Proust maldice, leerlo o no leerlo, la vida cambia.

Peterina: Esa es una verdad como un templo.

Carnal: A huevo, hasta que me muera seguiré de necio!

Ferrán: Milagro! Te presto mi descripción siempre y cuando le des honor a quien honor merece, o sea a mí. Matar matar matar matar (parece que es una palabra particularmente virulenta).

Ferr` dijo...

satelo... amo esto de las palabras de verificacion

Ferran dijo...

satelo y gendessi... amo esto de las palabras de verificacion

Erick dijo...

Son la pura diversión mi querido Ferrán