jueves, noviembre 27, 2008

Rantings

En esta ocasión no habrá disquisiciones sesudas ni cuestiones fundamentales de metafísica, sólo un par de quejas por palabras y experiencias que me han hecho perder los estribos esta semana, cada una con su retruécano gracioso, porque eso sí, no hay mejor manera de disfrutar un buen berrinche que sublimándolo en carcajadas.


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✠ Item. Arte Contemporáneo.  En días pasados, el mundo artístico mexicano se engalanó con la apertura de un nuevo museo con nombre de beso y enclavado en uno de los principales centros culturales del país. Centro que me gusta frecuentar y por el que paso bastante seguido, a veces, sólo para comer unas enchiladas de jamaica que harían las delicias del emperador si aún viviera. En el discurso inaugural, de palabras más o menos bien escogidas pero con un tinte de política arcaica posrevolucionaria, escuché algo que me dejó frío. Que me hizo pasar un berrinche precisamente porque confirma lo que predico contra viento y marea. Pero que lo admitan así, en la inauguración y sin furor, turbamulta o motín, me parece indignante. Cito textual lo escuchado en el discurso: “sin duda, la pieza más importante de nuestro museo, es el edificio”. !!!!! No puedo expresar mi reacción con palabras. Es como escuchar a un escritor diciendo “lo más importante de mi obra es la hermosa letra con que está escrita”. ¿En verdad el arte contemporáneo es tan decadente que vale más el continente que el contenido? Y si el edificio es tan bonito, ¿por qué no lo vuelven biblioteca, santuario o monumento? ¿Para qué tiran el dinero en esas idioteces? Siguió la explicación que confirmó mis berrinches y tristes pensamientos. El discurso siguió con agradecimientos a los ilustres donadores de las piezas que forman la colección permanente: Fundación Televisa, Ingenieros Civiles Asociados, Club de Industriales de México, Grupo Bimbo... No pude escuchar más. Caray! Con razón es el edificio lo más importante, digo, con esos ilustres difusores de la cultura, jueces estéticos inapelables. Ahí está el arte contemporáneo y su homenaje, colección de esbirros del neocapitalismo liberalista bolchevista cocacolero y reaccionario. Hugo Chávez y secuaces tienen algo de razón, pinche enajenación de masas que me hace escribir tal sacrilegio. Eso sí, con bonita letra. Auguro y deseo un museo desierto, como tantos otros. Salvo por la parte destinada a restaurante, que aparenta mucho potencial.


✠ Item. A propósito del afijo latino præRegresaba de una opípara comida manejando por paseos del pedregal y con dirección al Ajusco. Al manejar, esquivaba, sin perder los estribos, pero con enojo y berrinche creciente, de un ejército de bárbaros al volante que parecen discutir su præminentia  sobre el carril, el tiempo y hasta el derecho de vivir. Disfrutaba, mientras tanto, de un café acompañado de fruitcake y discurría, con mi amiga, acerca del sentido de la expresión —sprachzeichen— “preclaro”. El RAE lo define como “esclarecido, ilustre, famoso y digno de admiración y respeto”. Qué bonito el RAE. Pero ello no tiene que ver con su origen latino que se compone del afijo præ y la palabra clarum. O sea, claridad de algún tipo. Por principio el afijo præ implica autoridad o preeminencia temporal o espacial, pero también prioridad o encarecimiento. De ahí que lo preclaro no es lo que está antes de lo claro, como podría pensarse. Præclarum por oficio del prefijo præ es aquello que tiene un grado sumo de claridad, una especie prioridad o encarecimiento de la claridad, una autoridad. Por otra parte, también implica, la preeminencia temporal, un cierto sentido de causalidad. Es decir, es aquello que da origen a la claridad, aquello sin lo cual no existiría. Así pues, el prefijo præ dota de autoridad, de valor atávico y de importancia a cualquier sustantivo que le siga. Llegaba a este punto la disquisición cuando otro maldito bárbaro, con muy poco gusto y una violencia y encabronamiento visibles se dio un cerrón sobre mi auto, mi carril. Acaso el muy imbécil iba tarde a trabajar, acaso le molestó que con el coche deportivo y todo, respete yo los límites de velocidad. A saber. Del alma, me salió gritarle “Hijo de tu præputa madre!”. O sea, que la progenitora del sujeto, no sólo es puta, es el origen de la putería, una cierta autoridad encarecida respecto al oficio más viejo del mundo. Puta en grado sumo, pues. Así lo bajan a uno de los latines a la guerra...


✠ Item. Competencia desleal. Detesto por encima de cualquier cosa, a los mendigos disfrazados de cruzados sociales. Mi primer impulso frente a cualquier botero paladín de las causas del necesitado o del jodido, es escupirle al bote y patear al botero. Espero que nunca me gane ese partido. Otra vez aparecen televisa, bimbo, cocacola y el club de industriales en la historia. ¿Gusta cooperar para el teletón? Bien podría uno contestar con your mother sucks cocks in hell, pero hay una buena probabilidad de que el interlocutor no comprenda, como si fuera uno el diablo hablando en arameo. El asunto es que una buena cantidad de capitalistas con conciencia intranquila se dedican a pedir dinero como si les hiciera falta con el eslogan “limpia tu conciencia, danos dinero”. Un refinamiento de la limosna católica que ojalá llegue a oídos del emeprador sith benedetto para que los excomulgue a todos. Bueno, aquella soleada mañana de sábado, los præculeros del teletón le estaban robando clientela a un chamaco en silla de ruedas. Estoy casi seguro de que se llevaban la mejor parte de la limosna. No es que yo de limosna o crea en la caridad, en eso me declaro seguidor de Nietzsche, si le doy limosna a alguien, quizá genere un rencor que lo lleve a matarme... Bueno pero ¿por qué se llevan la mejor parte los præculeros? Porque darles dinero, es contribuir a la televisión, al arte moderno, es ponerle una sonrisa a Lucerito cuando abrace a un contrahechito babeante. Es ver el espectáculo y propiciar el freak show televisivo de cada año. El chamaco en silla de ruedas —quizá falso paralítico, para inspirar lástima— no tiene esa característica de espectacularidad. Puede disfrutarse de su deforme contrahechez falsa sin pagar un cinco. El teletón es un circo de monstruos barato. Yo prefiero las películas de Guillermo del Toro. Pero que jodido que, esos cabrones retacados de billete, con la nariz repleta de coca y quienes smoke crack up their asses, le quiten el sustento a un hipócrita menor, a un jodidito sin prestigio que, acaso, sí tenga necesidad, aunque yo no se lo crea. Ojalá les den a todos por el culo. Escuché la mejor solución a esta cuestión en una sobremesa, ¿por qué no hacer botes y pedir cooperación para el proyecto Lebensborn? Seguro que la gente, queriendo limpiar su conciencia, sentirse bien consigo mismo, pagaría. ¿Saben qué es el Lebensborn? Es el teletón alemán de los años cuarenta, la necesidad de alcanzar la 

santidad:



Heilig soll uns sein. Jede Mütter gut

en Blutes. Debemos ser santos. Cada madre de buena sangre.


✠ Colofón. Me gustó tanto esto de quejarme y mentar madres, que pronto, en conjunción con otros colaboradores malhumorados, críticos de la crítica y observadores de la realidad, abriré otro blog. “Pinches” dedicado exclusivamente a pinchear aquello que molesta, que se odia, pero contra lo cual no puede hacerse otra cosa que decir “pinches unos, pinches otros, pinches todos!” Espérenlo! Cada lectura de ese nuevo blog, y de este, es una donación para el proyecto Lebensborn!!!

lunes, octubre 13, 2008

Deshacer el Mundo


Es un mar de sombras allá afuera. Infinito devenir de miradas desconocidas. Por más que se busque, cada paso enfrenta con otra mirada vacía, con otro rostro sin nombre, exactamente igual al resto. Perderse en una multitud, caminar por el centro comercial, son lo mismo que naufragar. Todos los días es el mismo horizonte aunque sea otro, cada noche el mismo desasosiego. Rodeado de lo mismo que hace falta para vivir —agua, compañía— pero sin posibilidad de asirlo porque la tentación es mortal. A veces encuentra uno amigos, camina junto a ellos y se agarra fuerte para salvar la vida, tabla de consuelo y fortaleza. Un mar de sombras, de rostros desconocidos, indiferentes. Y la corriente arrastra cada vez con más fuerza, se elevan las olas y viene entonces la pregunta. ¿vale la pena intentarlo?

Nunca he sido bueno para recordar la cara de los que no conozco, incluso a mis fantasmas de todos los días me cuesta trabajo reconocerlos cuando están fuera de su lugar, de su normalidad. Por eso me llevo sorpresas, agradables, terribles, sorpresas. Camino así, entre sombras, como en el limbo donde Virgilio; un día, todos los días, una marea de sombras me traga;  poco a poco me he ido acostumbrando, construyéndome una pequeña isla lejos, donde no llegan los barcos, y he dejado morir el sueño viejo de que algún día sin saber bien cómo o por qué aparecería un rostro luminoso, como los de los santos en los iconos, abriéndose paso entre las sombras y que entonces no haría falta nada más que un abrazo para que ella, la mujer al fin, limpiara de mi alma toda esa estúpida angustia adolescente. Aunque cada vez esté más lejos, no me cuesta trabajo recordar esas angustias de juventud; problemas bizantinos que tenían el valor del pacto entre Atlas y Hércules. Cuestiones, como el mar de sombras, que detenían la vida, me echaban al mundo en cima y daban ganas de esconderse  o ahogarse. Escapar, en todo caso.

La conocí en aquél entonces, en aquellos años de angustia abstracta; es decir, la vi por primera vez. Hermosa, recortada contra el sol naciente que asomaba por las ventanas de un salón de clases decadente y aburrido a las siete de la mañana. Quizá intercambiamos diez palabras en cinco años, un par de cartas confusas que le escribí a medio camino entre la confesión y la desesperación. Muchas veces, mirándola desde el fondo del aula, en una clase que para mí nunca tuvo interés, intenté dibujarla. Pero no fui capaz de delinear su rostro, sus ojos, su identidad. Aún teniéndola a unos metros, fue inútil, porque no pude verla, y menos aún encerrar su alma en líneas para llevarla conmigo. No hubo vida eterna para mi primera mirada de ilusión. Me pregunté a menudo, y aún me lo pregunto, por qué no podía verla con claridad. Por qué su rostro era sombra. Si acaso ella era sombra. Faceless beauty, escribí debajo del retrato en blanco. Quizá nunca pude verla como quise porque yo era una sombra para ella. Y la marea nos tragó apartándonos antes de que pudiera conocerla. Años sin saber, con algún encuentro esporádico y sin sentido, rumores que llegaban increíbles, preocupantes, tristes. Alguna vez la vi tan rodeada de soledad que empecé a creer los rumores... Apenas una brisa estéril en el mar de sombras.

Años de ausencia y de silencio, en que más de una vez creí estar a salvo del naufragio sólo para perderme más lejos, para agotar mis fuerzas y aceptar que tarde o temprano me transformaría en sombra, en otra indiferencia y que acaso, al mirarme al espejo cada mañana, no vería otra cosa que la sugerencia de alguien que nunca estuvo. Días iguales, noches iguales. Una tras otra. En paz, sin angustias necias de juventud, pero al fin y al cabo sumido en el mismo drama sin clímax, sin salida. Isla desierta. Vivir anónimo y egoísta. Vivir para sí, harto ya de buscar compañía, salvación o tierra. De vez en vez un encuentro con la sin rostro, unas líneas y hasta una de esas fotografías que hacen compañía y que cuando niño, cuando joven henchido de ficción, imaginé buen consuelo para el fin del mundo, algo hermoso que mirar mientras el mundo se deshace. Y en algún modo, ese mundo de ficciones y esperanzas había terminado ya. La fotografía llegó demasiado tarde.

Llegó cuando la había olvidado. No tiene caso negarlo o pretender otra cosa. Tarde o temprano, la memoria cambia, pone en el pedestal a nuevos ídolos que terminarán también en el olvido. Y no queda entonces manera de pensar siquiera que esa nostalgia vieja y sin rostro se apareció alguna vez como fantasma. Claro, cada luz borra y mata las apariciones mientras dura. Pero si se apaga, cuando se apaga, regresan todos los fantasmas y las sombras. Siempre hay uno más, otra ausencia y más nostalgia. La olvidé pues, olvidé el rostro que nunca estuvo y su sombra se perdió en la oscuridad inmediata de mi pierna rota y la muerte sugerida en otro cuerpo.

Un mar de sombras y tarde o temprano la resignación. Pero entonces, la otra tarde, cuando la tristeza nos sacó a todos de lugar, vi el final. Días antes, pensaba en escribir de nuevo una carta para la ausencia, para la que no existe. Todo está en buscar la excepción, tomar a la normalidad y darle vuelta aunque se resista; ponerla patas arriba y así sea por un instante vivir en estado de excepción. Entonces, la que no existe, existirá, pensé. Y al fin un jaque mate; un final  de Umberto Eco, jaque mate con luz, al final de una escalera, como el icono de un santo. Anagnórisis, la pieza que termina al mundo, desde la que puede empezar a deshacerse.

La otra tarde, cuando la tristeza. Me hace pensar en el orden. No hubiera querido otros testigos para aquél momento. Mis amigos, tabla de consuelo y fortaleza. Intercambiábamos palabras y de pronto se hizo el silencio. No afuera, porque el mundo no perdona. El silencio interior que precede a la desgracia o a la victoria, el que avisa algo importante. Cuando el mundo parece detenerse aunque se mueve más rápido que nunca.

Fue un desgarre en el tejido del universo. Una luz que se coló por las cortinas del silencio. El sol de media noche. Veía sombras, un mar de sombras. Entre ellas, un rostro alegre, luminoso. Ella sonreía y sus  manos estiradas, como buscando un asidero, una tregua o un abrazo. Me miré desde fuera como en un sueño. En un centro comercial, el adolescente que fui frente a la tardía realización de todos sus sueños. Inocente, pensé en que alguien detrás de mi recibiría un inminente abrazo; envidioso, pensé en la suerte de quien es capaz de inspirar semejante sonrisa. Y tarde, como siempre, entendí.


la sonrisa era para mí

sus manos se estiraban hacia mí


Mis amigos desaparecieron. Así se conoce a los amigos. Hasta con su ausencia están de tu lado. Desaparecieron dejándome desarmado ante la luz de una sonrisa que nunca vi, la que a pesar de todos mis sueños nunca pude imaginar. Diez o quince minutos bastan lo que una eternidad para cambiar al mundo, para deshacerlo. Palabras que no dicen mucho y en el mundo nada es ya lo mismo. Un abrazo y soy el adolescente inseguro, tembloroso, emocionado, que después de tantos años y sin saber cómo, sin proponérselo, la hizo sonreír como siempre quiso.

Llevo ya tres noches de insomnio y una ligera fiebre que no pude quitarme con aspirina, con nada. No estoy enfermo, sólo estoy perdido, separado, feliz. Después de todo, al fin he visto su rostro y entiendo por qué antes sólo veía sugerencias hechas de sueños. Luz. De algún modo incomprensible planté la semilla de esta sonrisa que hoy me roba el sueño, creció poco a poco como todo lo que es hermoso para aparecer en el momento justo.

Me vuelve loco porque sigo siendo el mismo. El viejo joven yo al que apenas toleraba, al que dejó esperando una tarde entera, el que nunca se atrevió a decir algo y en silencio dio infinitos pasos hacia atrás, convencido de que renunciar es el único modo de seguir adelante. El mismo que a pesar de todo no renunció porque esa sonrisa libre al fin después de tantos años, mis manos temblorosas, mis insomnios, significan que nunca pude resignarme y aún en el olvido, en el silencio, seguí esperando.

Estado de excepción. No sé que tanto haya imaginado, si este es el modo en que realmente pasó. Son muchos años que se enfrentan con un solo instante, muchos sueños ante la realidad intransigente. Pero por hoy, por todas las noches que me dure el insomnio y la fiebre, quiero pensar y convencerme de que me sonrió a mi. Estar seguro de que por un momento breve, pude hacerla feliz y que un sueño viejo y olvidado, un sueño que me cambió la vida, se hizo realidad. Sonreír como antes de todo, como si recién empezara la vida y ella fuera la primer mujer que he visto. Quiero temblar y no encontrar la paz y que el sueño y las fantasías no terminen de perseguirme. Porque ella me sonrió. Porque he visto su cara como siempre quise verla, rodeada de luz, feliz de verme.

Mi corazón late. Mis manos tiemblan. No puedo dormir. Todo por una sonrisa. Quizá debería conformarme con eso, no ser ambicioso y dejar las cosas como están. La esperanza en su sitio. Dar infinitos pasos hacia atrás y renunciar antes de que lo eche todo a perder. Pero quiero hacerla sonreír otra vez. Y otra. Y otra. Y otra. Y otra, si es que puedo. Siempre.

Y si la luz me quema por acercarme demasiado, como insecto, será la muerte más feliz porque caeré ardiendo, abrasado en el intento de vivir en la luz. La misma luz que puede ser un abismo de tinieblas desde cualquier otra perspectiva. Pero si no me atrevo nunca sabré que se esconde detrás de esa sonrisa.

Es un mar de sombras allá afuera. La isla pequeña, lejos de toda ruta, se niega a darme asilo ya. Es hora de hacerse a la mar, saltar al abismo y crecer un par de alas en la espalda. Si fracaso y caigo, si naufrago.... bueno, entonces me resignaré y seguiré adelante. Jaque mate. Hora de empezar otra partida contra el mundo; llevo ventaja, llevo tu sonrisa. Y por ti, María Fernanda, voy a deshacer el mundo hasta que sólo quedes tú y nada más.

miércoles, septiembre 24, 2008

Unidos


En un ánimo filosófico Wittgeinsteiniano, y luego de leer muy por encima un par de cuestiones de la Investigaciones Filosóficas, me despertó esta idea en la mente, un poco ociosa, como toda filosofía. Pero con un insight que a mí me gustó mucho...


El dolor es la experiencia más íntima del ser humano nos es imposible explicar o describir su origen, su intensidad, el alcance del sufrimiento. Es, en ese sentido la experiencia más egocéntrica o solipsista porque es incomunicable. Cada dolor es individual e irrepetible, existe una graduación infinita de variabilidad en cada experiencia dolorosa. Cada dolor, es único. El dolor ocurre en presente y siempre en primera persona. Nos percatamos del dolor ajeno por pistas o señas convencionales fácilmente falsificables, fingibles. Mi dolor es el único que importa, el único que puedo sentir y es, al mismo tiempo, mi soledad. Es por eso que el dolor es la forma más profunda en que dos personas pueden unirse. Cuando en raras ocasiones el dolor viene de una causa común, cuando tiene un principio compartido, puede decirse que es el único puente entre la individualidad, la única forma de vencer lo incomunicable. El dolor no se comparte, pero a veces es posible imaginar, vislumbrar el dolor ajeno. No es posible participar de él, pero acaso intuirlo, sentir uno similar en el mismo momento y por la misma causa. Entonces, nos asomamos a la individualidad más profunda del otro, a su soledad invencible, acaso la mano que tendemos entonces no puede alcanzarle, confortarle, pero existe como posibilidad. La única forma de tocarnos sin fundirnos, sin afectar al otro o cambiarlo. Entender el dolor del otro mientras se experimenta el propio. Tender manos, posibilidades. Gritar al vacío de la soledad doliente y abrir la posibilidad de vencerla, es esperanza. Es el tercero excluido, compartir lo que no puede atravesar las barreras del yo. Lo que no tiene identidad ni similar en ninguna otra parte, momento o consciencia. Por eso decir, “también me duele”, en el momento preciso puede ser mucho más grave, mucho más íntimo y poderoso que el más sincero de los te amo. Porque el amor es experiencia compartida, es alargar la mano para tocar al otro y tocarlo; esperar un resultado posible y obtenerlo casi sin duda. El dolor, en cambio, incomunicable, imposible de compartir. Soledad por definición. también me duele es alargar la mano sabiendo que no habrá contacto pero con la fe irracional de que, de vez en vez, y paradójicamente, dos soledades pueden fundirse sin hacerse compañía, sin dejar de ser lo que son. Llenar el vacío con otro vacío. Sumar dos soledades no tiene como resultado compañía, sino más soledad. Pero siendo más, es menos. Por eso el dolor une, aunque no se comparta. Es la esencia más básica, más individual, del ser. Es lo que genera la conciencia. Unidos por el dolor. He ahí un vínculo indestructible que no por eso consuela o une. Unidos por el dolor. He ahí la clave desde donde puedo explicarme. Quizá sea ese el primer hilo de la madeja.


Colofón: Es lo único que tienen todas ellas en común. Cicatrices que besar, lágrimas que secar. Soledad reflejada. Espejo, después de todo. Intentar entender un dolor ajeno hace que uno deje de prestarle atención al propio.


Dieciséis de Febrero de 2008



jueves, septiembre 04, 2008

Sueño y Realidad

Este es uno de esos escritos que me explotan en la cara de repente por acción de la realidad, llevándome casi al ataque de nervios o a la carcajada irracional en medio de un público poco tolerante. Yo no sé si a alguien más le sucedan cosas como éstas o si acaso sea posible que las murallas entre sueño y realidad se puedan hacer tan tenues en un momento dado sin que el universo se colapse. Supongo que por cosas así empezó la fe, la cuestión de hacer las paces con el mundo que persigue antes de empezar a perseguirlo.... Sin más divagaciones metafísicas que no vienen al caso, aquí la primera parte, el sueño que cuidadosamente registré en mi libreta sin imaginar siquiera que llegaría tan lejos y se resolvería en un anticlimax tan burdo:


Te conozco o tengo que conocerte.  Asisto a un congreso o conferencia en un instituto de la UNAM, ambiente de libros, quizá voy con Laura. El tema del día es Octavio Paz, hablan y hablan sobre su poesía y luego exigen que cada asistente lea algo de Paz; cuando llega mi turno, además de mi aversión natural por Octavio Paz, no puedo soportar la pésima traducción de las Sendas de Oku: algo que originalmente tenía que ver con las aves se transforma en barcos o algún equivalente similar. Lo curiosos es que el original está en inglés, pero me parece lo más natural del mundo. Tiro el libro a un lado y grito furioso: “detesto a Octavio Paz!”. Cuando la gente se calma luego de armar un alboroto por mi falta de tacto y buen gusto, escucho sollozos. Al mirar de dónde viene, veo a Laura consolando a “Elenita” herida en el recuerdo de su Octavio Paz. Me acerco a la anciana Poniatowska (a quien por cierto también desprecio en lo más profundo de mi alma y sensibilidad) que no se parece en nada a la verdadera, sino que hasta parece enternecedora. Aventuro un par de frases conciliadoras: “Ya Elenita, no te pongas así, es sólo que a mí no me gusta”. Entre lágrimas, ella empieza a contar un recuerdo, sobre lo feliz que era la vida con Paz al principio. Me veo envuelto en el recuerdo con más resignación que gusto, habrá que escuchar a la vieja para que se calme. Sus palabras transforman el sueño y estoy ahí, viendo una infinitud de niños y niñas rubios que corren en pos de un par de padres bondadosos en un día feliz y soleado por una pradera verde que rodea una mansión que me recuerda las casas sureñas de Estados Unidos, la casa de Forrest Gump, los amish. Entonces Laura dice algo, es evidente que Elena exagera idealizando sus recuerdos; seguro eran más malos y crueles de lo que quieren admitir, quizá hasta abusaban de los pobres niños. Con esas burlas de Laura, cambia el panorama, como película de horror y libro de Dickens. La ropa blanca de los niños y niñas se vuelve andrajosa y cenicienta, los padres bondadosos se vuelven figuras aterradoras, la mansión decadente, el cielo nublado y obscuro. No sé cómo, cambio de escena, estoy dentro de la mansión, camino con una de las niñas, seguro hija de Octavio Paz. Rubia, con un sombrero como los que usaban las niñas en el mundo de Tom Sawyer. Un vestido blanco con encajes, ojos azules y sonrisa franca. Me muestra la mansión que aún es oscura, tenebrosa. Una gran sala con chiminea y fuego que ilumina enormes pinturas. Su nombre empieza con S, Sarah tal vez. Sobre un carro de mina —trolley!— seguimos adelante, felices, entonces le digo: “Yo te conozco” y luego de pensarlo un poco, darme cuenta de que es un recuerdo de Elena con el que platico por azar digo “o tengo que conocerte”, entiendo, con estas palabras que es mi destino, que ella me espera, que mi felicidad depende de que la encuentre. Todo se pierde en esa idea, en ese momento, quizá ella sonríe y asiente, pero no sé si es porque me asegura que nos conoceremos o porque quiere decirme que entiende, o incluso, condescendiente, porque sabe que no puedo conocerla. El sueño termina. Después, a lo largo del día, la reconozco, ella viene de otro sueño, de otro viaje en cochecito de mina. Un sueño que recuerdo vívido y con felicidad, una sola palabra que resume su nombre en todo sentido: Mate, como jaque, como mi derrota”.


Unos meses después, todo se pone patas arriba por culpa de ese sueño. Sucedió la semana pasada, el Viernes, cuando fui a la venta nocturna del Fondo de Cultura Económica en Miguel Ángel de Quevedo, que resultó ser un fiasco de descuentos sin importancia, colas infinitas en las cajas y concurrencia casi aterradora de nerds (¿acaso seré yo, señor?). Recorro la librería, curioseo y hago caso omiso de los escritores que acuden a promocionar sus libros presentados por un sujeto pequeño y falso pero simpático, cuyo mérito es fingir interés en temas de los que no sabe un ápice.

Soy sólo un tipo que compra libros, abriéndose paso entre la gente que se aglomera, esquivando desconocidos sin rostro. Detrás de uno de esos rostros recién esquivados aparece el de una viejita que me resulta familiar. Las dudas se disipan cuando su nombre en los altavoces: Elena Poniatowka. Then it hits me... Laura debe estar aquí, o a punto de llegar, fue ella la que me avisó de la venta nocturna. Elenita está aquí. Ambiente de libros. Un par de personalidades de la UNAM promocionando libros. Todo eso pasa por mi cabeza en un segundo, la sangre abandona mi cuerpo y se va directo a mis pies. Ver a Elena Poniatowska fue peor que ver al propio Lucifer... Me surge una morbosa curiosidad, ¿la haremos llorar? Y en el fondo, en ese sitio del corazón que nomás de vez en cuando me palpita y al que no suelo hacerle caso...   Te conozco, o tengo que conocerte... Y es curioso, porque “te conozco” no sólo implica el hecho consumado, cuando ya se conoce a alguien y el instante se alarga, implica también sino el momento en que se realiza por primera y única vez ese milagro, “te estoy conociendo”... ¿Será posible? Y así, febril, me sumí de nuevo en la librería, buscando la materia para realizar los sueños...


Sobra decir que no encontré a Laura, que no hicimos llorara a Poniatowska, que gracias a las musas Paz sigue muerto y que tampoco conocí a —literalmente—, la rubia de mis sueños. Terminé la noche en mi cama vacía, en mi departamento solitario, en la ciudad desierta. Ahora, recordando, pienso en Quevedo.... porque los sueños, sueños son. Y en Zambrano, porque “el hombre ha de estar muy adentrado en la edad de la razón para aceptar el vacío y el silencio en torno suyo”. Pues bien, he de adentrarme en la edad y la razón aún en contra de mis mejores deseos.


Septiembre 03 de 2008

Feliz Cumpleaños Isa!


jueves, julio 17, 2008

Amistad

Esto debí escribirlo aquél día importante pero no triste; más bien al contrario, una de esas pocas veces en que la necesidad de escribir viene de un instante feliz y que, por lo mismo, uno se siente tentado a esperar, disfrutarlo, guardarlo cerca del corazón y evitar exorcizarlo como el resto de lo que se escribe. He ahí la dualidad al escribir. Por una parte, casi todo el tiempo, uno escribe para pensar, para procesar y dejar ir lo que duele o molesta, para sacarse una espina del pie o del costado; por la otra, uno escribe ambiciosamente, para proteger lo que quiere, para escapar al olvido y a la traición de la memoria. Entonces me pregunto si al final ambas cosas se confunden, si deseo almacenar mi dolor porque lo quiero y exorcizar la bondad o la felicidad porque duelen. Hace años lo escribí: ser bueno siempre termina por doler. Quizá por eso tardo tanto en escribir acerca de los ratos alegres, por eso es tan difícil, quizá. Aunque me inclino más a pensar que para la felicidad, que  es tan rara, tan poco común, no tengo frases construidas ni palabras prefabricadas. Requiere más tiempo para comprenderse y traducirse. Quizá, al final, es intraducible y por eso termino en la descripción; dejar el camino de pan a la memoria para que encuentre el camino a casa a través de la mera sugerencia:


Por el fin de semestre, Laura y yo, que trabajamos casi en edificios vecinos, hemos coincidido a comer en las últimas semanas, casi todos los días. Paso por ella, comemos, charlamos y un par de horas más tarde, la dejo en la entrada del Fondo de Cultura Económica. Una noche, antes de dormir, me pregunto si no será demasiado. Bien sé que mi simpatía no es mucha y que más de una vez se me escapa algún comentario desagradable sin pensar, casi sin darme cuenta hasta que lo he dicho y la mirada severa de mi amiga me hace ver mis palabras como son y no como pensé que serían. Estoy cierto de que a veces, tratarme mucho tiempo seguido puede ser más un ejercicio de paciencia que uno de gusto. Me pregunto, pues, antes de dormir, si no será demasiado, si Laura no estará ya en la amigable paciencia y no en el gusto acompañado. Estaba seguro, sin embargo, de que, de ser así, ella me lo diría con sencillez y mediano tacto. Algo así como, a riesgo de que nos hartemos, dejémoslo por unos días. Sin embargo, decidí que no estaría demás preguntárselo y decidí hacerlo al día siguiente si notaba alguna señal. Esa tarde comimos, reímos y la señal que esperaba llegó, pero justo al contrario de lo que yo pensé. Al despedirnos, preguntó si nos veríamos la tarde siguiente y cuando le dije que claro, con gusto, me explicó que pensó que tal vez yo había llegado a cansarme de que comiéramos juntos. Me quedé sin palabra. Ahora, mientras lo escribo, sonrío. Casi me río. Me levanto, tomo un respiro. Esto es amistad, esto es algo que puede hacerme feliz. Habíamos pensado cada quién más o menos lo mismo, considerándonos, conociéndonos, cada uno pensando en lo antipático que puede ser… si es que ella puede llegar a ser antipática, porque no me lo imagino. Todo se resuelve con risas y un: pero yo creí que tú… no? Bueno, nos vemos mañana.


Creo que esto es amistad. Creo que esto es lo que nos une. Alguien que es capaz de tomar tus inseguridades y quitártelas de la manera menos esperada, es una verdadera amiga. No sólo entiende; hace suyas tus dudas y te las pone de rente para que entiendas, para que te entiendas. Y es justo sonreír, no hay otro remedio. Porque entonces uno entiende que algo bueno ha hecho en la vida, a propósito o por casualidad. Porque algo he aprendido en estos años y sin dejar de ser el mismo, he cambiado, gracias a mi amiga. Uno lo nota porque los amigos siguen aquí, los mejores que pudiera desear. Entre el mar de rostros que va y viene, permanecen y te cambian la mirada, la perspectiva, la vida misma. Después de todo, uno tiene suerte y es más feliz de lo que cree, acaso menos antipático. Gracias a la amistad.

Y por más que uno busque un lado triste, ese retruécano de la escritura, no llega. Todo es bueno, todo se agradece, todo trae felicidad. Y eso es amistad.


Gracias amiga, por tus pocos años, por los que faltan, que sean muchos y largos. Te regalo estas letras que no son mucho, y mi amistad que ojalá sea tanto y más de lo que es la tuya para mí.


Felicidades Lau!!


jueves, julio 03, 2008

Anacronismos


Muchos amigos, conocidos y encuentros casuales en conversación o tertulia, tarde o temprano emiten la misma opinión sobre mi carácter y mediano gusto; es una especie de sentencia definitiva que no duele, pero a veces incomoda, que  me causa gracia con la fuerza incómoda que sólo la verdad confiere a un buen chiste. Aunque en este caso, el chiste sea yo. Tarde o temprano, todos están destinados a decirme “vives en el pasado”, “naciste tarde”, o ya el cultísimo “eres un pinche anacrónico”.

Es cierto, soy un adicto a la novela y la literatura del siglo XIX, tanto que, alguna vez en mi adolescencia, en una riña preparatoriana, reté a duelo a otro sujeto quien, acaso asustado o sin preparación previa para tales lances, faltó a la cita de madrugada en un callejón de Coyoacán —sitio tradicional desde la Colonia para menesteres de esgrima y honor— y quedó deshonrado y cobarde ante mis ojos y ante todos aquellos que aún creen en el honor y en que las ofensas se lavan con sangre vertida en buena lid.

Es cierto, tiendo a escribir cartas importantes en pergamino, con tinta perfumada y en ocasiones hasta con letra gótica medieval y formas rebuscadas como SCCM*, “besa sus manos” y cosa parecida intercalando de vez en vez un latinajo o dos. Cartas lacradas con cera y sello, que llegan por correo, posta o mensajero y han de entregarse en propia mano de la dama a cuya gracia plugan mis palabras. Interpreto con fluidez, casi traduciendo, las coplas de Manrique y la poesía de Quevedo, parafraseando una y otra vez sus frases célebres, con una vena que ya es difícil encontrar en estos días perdidos y decadentes.

No lo niego, leo con avidez y profunda alegría libros de caballería y sigo de cerca los pasos de Amadís, de Tristán y Perzifal. Cervantes me ofende a veces con la pulla y la incredulidad frente a la andante caballería, hiere mi gusto con su ingenuo Quijote pues todo el mundo sabe que un caballero jamás mata a marionetas, por muy injustas que sean o bien armadas que se encuentren; y evita tales lances, no porque no merezca la pena defender damiselas, sino porque hidalgo armado y caballero, no puede rebajarse a tales extremos sin menoscabo de su honra y prez.

Lo confieso, pues, lo acepto y me divierto: anacrónico soy, anacrónico he de morir. Pero mis razones tengo, y la locura no es una de ellas, aunque a veces lo parezca. Mis archienemigos los injustos, los tramposos, a los que mil veces aspen como a perros hijos de idem y daifa con tal amancebada, suelen conspirar contra mi cordura, haciendo que lo que es mero gusto parezca algo sospechoso, malsano. A veces, incluso, como ayer por la mañana se encargan de aterrar a mi cordura y a mi estabilidad.

Levantéme temprano, bachiller y licenciado en Leyes como soy, para acudir ante la justicia, nada menos que en calidad de probable responsable, indiciado y poco menos que hideputa. Sin miedo, calcéme botín recién lustrado, traje de lana —en que se extraña el corte imperio— y, sin legal poder para portar sable, estoque o espadín, sabiendo que hiere más la  letra que el acero, libro bajo el brazo. Así, seguro y firme, con mi honor a cuestas, dirigíme ante la augusta presencia del C. Agente del Ministerio Público. No bien salí de casa, abandonóme la seguridad y la firmeza, colóse por mi espalda un miedo crepitante y eché a correr calle abajo, buscando perderme en cualquier sitio. La sentencia por adelantado, apostada a la puerta de mi hogar, en un vehículo del mismo Lucifer que Robespierre hubiese mucho agradecido para mover el armatoste de monsieur Guillot:

Está bien, soy anacrónico, honro y respeto formas caducas, perdidas, acaso olvidadas. Soy un desadaptado. Pero por favor, dejad al mundo como esta! Nada de guillotinas! No para mí! Piedad! Pluga a vuestras mercedes dejar mi cuello intacto y en su sitio, que bien lo preciso para ser abrazado, para usar corbata y sobre todo, para sostener mi cabeza que de otro modo, perdería sin remedio.

Alguien tuvo que dejar ahí, acechante, amenazadora, la afeitadora permanente, alguien desea hacerme saber la amenaza del castigo infame para mi honra intacta. Envidiad, archienemigos, he dicho siempre, mi fulgurante pureza y buen nombre. Por eso creo que esto es una horrible estratagema urdida por mis archienemigos para aprovechar mi anacronismo y hacerme perder la cabeza en todo sentido. Pero fracasarán, la presente es prueba de mi plena salud mental. Mi anacrónica salud mental, pero al fin y al cabo, salud, porque los dioses iluminan mi espíritu y mi intelecto.

Y para más referencia, aquí está


Dn. Erick Miranda. Sqr.


para quien se le ofrezca algo dél.


Lux et veritas


*Su Cesárea Católica Majestad

sábado, junio 14, 2008

Volver a Mar

…porque es bien cierto que uno nunca sabe a dónde puede llevarlo un sueño vívido como la misma realidad. Un sueño que cambia de golpe, con una mirada, con dos palabras que se pierden en los entretelones de la inconsciencia. Es tu turno, alguien dice, entra a la chancha. Entonces te das cuenta de que estás en un viejo deportivo, corriendo en una cancha terrosa de fútbol, cercada por malla ciclónica y jugando en una posición que nunca te ha gustado contra un equipo que parece invencible. Corres, una y otra vez en pos del balón, en pos del delantero que pretende dejar a tu equipo un tanto más abajo, pero nunca llegas. Por eso detesto jugar de defensa, piensas, y sin pensarlo mucho te unes a una jugada que promete ser buena ofensiva, una jugada que te deja en el área contraria, lejos del balón que ahora pertenece a una mujer que no debería estar ahí, aunque parece lo más natural del mundo con su vestido negro floreado y sus cabellos ondulados, con una sonrisa que intuyes y te hace pensar en una joven que trabaja en el orfanato y juega con los niños igual que tú. Sabes que tienes que alcanzarla y corres con todas tus fuerzas pero ella se hace cada vez más pequeña y distante. Entonces, como si supieras que todo es un sueño, aferras con las manos el entorno, el suelo, el paisaje y jalas para, al mismo tiempo, impulsarte y traerlo todo hacia ti. Pero llegas demasiado tarde porque tu portero distraído ni siquiera reacciona al tiro de ella que termina por ser otro gol y un paso más de tu derrota. Ella vuelve la mirada triunfante, con la sonrisa que intuyes en el rostro. La reconoces. Mar. De golpe te llegan los recuerdos, pensaste que no volverías a verla después de que te plantara en una tarde lluviosa y nunca volviera a contestar el teléfono, hace casi un año, quizá. Pero está ahí y te reconoce, te sigue cuando le pides hablar aparte y entras en un cuarto con ella, reconociendo el patio en que jugabas de niño; ahí estaba todo el campo, todo el fútbol. Hermosa, brillante por el breve sudor que le humedece el cabello. Te sonríe cuando le preguntas al fin, ¿qué pasó?; su respuesta lo explica todo: tengo novio desde; y no hacen falta más palabras porque se entienden apenas con sugerencias de frases. El novio asoma al cuarto y ella le pide que se vaya. Preguntas algo más mientras la tomas por el talle y ella lo permite y se acerca casi hasta besarte. Recuerdas al novio que dejó al conocerte; loco, controlador, infiel, quizá violento y bien supones que ha vuelto con él. ¿Entonces?, preguntas, y por toda respuesta ella sonríe con esos ojos enormes y cafés, te abraza como si fueras una esperanza, un sueño redescubierto. La abrazas también y sientes la humedad de su cabello, la ternura en su cuerpo, la abrazas a penas lo suficiente para recordar que mientes, que tienes pareja también y deberías decirlo porque ella no merece. Hasta ahí te llega el pensamiento porque asoma de nuevo el que supones su novio y se separan bruscamente, a tiempo para que no los vea y para que lo odies con toda el alma. Por señas te dice que estarán en contacto y tú sabes que es imposible porque ella se va a Canadá, pero sabes también que si sucede, todo lo demás no importa porque te irás con ella. Ya has visto cuanto te quiere, cuánto te necesita.

Lo siguiente que sabes es que empieza otro día y te miras al espejo, sin ánimos, con rostro anodino, lavándote los dientes. Imaginas que estás en otra parte, caminando por el centro comercial, mirando los aparadores y al otro lado del vidrio, en una agencia de viajes, está ella, atendida por alguien que parece venderle el boleto a Canadá, por alguien que la separará de ti para siempre. Aún te cepillas los dientes frente al espejo cuando ella te saluda desde el otro lado y sonríe con esa sonrisa que extrañas, que te enamora una y mil veces. Aún incrédulo, la saludas también y ella se levanta del asiento, Mar camina hacia ti. Se abrazan. Otra vez el diálogo silencioso, a medias: pero… ella guarda silencio, te abraza por el cuello y te mira sonriendo hipnótica, encantadora. Otra vez la tomas por el talle con una sensación de paraíso recuperado. Se besan y al fin sabes que ambos renuncian a todo y estarán juntos, que todos los planes han cambiado, lo sabes cuando termina el beso y se miran y tu preguntas o intentas preguntar algo que podría ser ¿Canadá? pero no puedes saber porque el sueño ya se pierde y se difumina conforme te sientes más y más en una película ambientada en París que termina antes del anochecer, como si la película se borrara ante la entrada repentina de una luz intensa. Alcanzas a ver que se encoge de hombros, sientes que te abraza de nuevo y echan a andar juntos. Con un parpadeo, estás de nuevo en tu habitación, sin otra compañía que la penumbra y el silencio, con la sensación de que el mundo te espera y una sonrisa idiota en el rostro porque Mar te escogió, porque los planes cambiaron. Pero conforme lo piensas, la alegría se va y cada vez parece menos verosímil, porque Mar, la verdadera, no es un sueño si no un abandono, porque Marlene no viene del cine ni de la fantasía sino de la realidad, la realidad cada vez parece más triste porque Marlene Navarrete Vázquez te dejó plantado en una tarde lluviosa para no volver a contestar el teléfono, porque los sueños son traidores, permutantes, inverosímiles y porque es bien cierto que uno nunca sabe a dónde puede llevarlo un sueño...

miércoles, mayo 28, 2008

Lluvia Negra

Terminé de leer "Lluvia Negra". Al cerrar el libro, me acompañó esa sensación de vacío y desasosiego que deja la crueldad humana; pero sentí que, en algún modo, mi tristeza o mi indignación no eran bastantes para todos los horrores que relata. Entonces me dí cuenta de que, salvo en uno o dos pasajes y  cuando visité las imágenes del memorial de Hiroshima que casi me llevaron a las lágrimas, la mayor parte del tiempo, sentía que no era más que ficción; me di cuenta de que tomé esa sana distancia que da la incredulidad sin darme cuenta. La mayor parte del tiempo tuve la impresión de asistir a un espectáculo de ficción, como una película de desastres o un libro apocalíptico de Stephen King.

Ahora, cuando lo pienso, creo que hemos —supongo que hay muchos como yo— sido educados para no comprender ni imaginar el tamaño de la catástrofe, la cantidad de sufrimiento inmediato y de agonía por generaciones que los experimentos del gordo y el pequeñín trajeron al mundo. No conozco a nadie que haya hecho o intentado hacer arte o cultura de Hiroshima y Nagazaki; no he visto en Europa o América paredes con nombres japoneses en letras de oro. En algún modo es como si occidente nada hubiera ganado o perdido con la bomba atómica; es la estrategia cobarde del olvido que suele dejar como responsables de todo a los japoneses.

Dos de cada tres personas con las que trato el tema dicen: "pues ellos se lo buscaron ¿no?", "no había otra solución". Supongo que sólo quien no sabe lo que pasó y sigue pensando por inercia puede pensar eso. Pero no puedo acusar o criticar, después de todo yo tuve la sensación constante de que era ficción...

Después, al tomar conciencia del horror, me volvió la vergüenza de ser humano, de compartir carne y género con el que pensó la bomba y el que decidió usarla. Se puede hablar del destello y del impecable mecanismo como un logro, pero entonces qué decir de los cuerpos agusanados en vida, de la piel que cae como mugre o ropa mojada, de los ríos ahogados en cadáveres y los crematorios improvisados al aire libre no para exterminar al enemigo, sino para decir adiós a todos los que por un momento o una vida compartieron el mismo espacio. El vacío de la memoria porque no queda nadie vivo para hablar, nada en pie para dar testimonio sino sólo cenizas, escombros y muerte.

Quizá sea demasiado horrible para pensarlo. Aún ahora me cuesta trabajo concederle realidad al pensamiento y las imágenes de Hiroshima. Quizá ese sea mi problema y el de la humanidad: no ser capaces de imaginar los alcances de nuestro horror, de nuestra maldad o estupidez y que, una vez alcanzados, evidenciados, hacemos todo lo posible por olvidar, por ser inapaces de imaginarlos de nuevo, prevenirlos o crecer en cualquier modo.

Y esa es la humanidad.

Abril 16, 2008


miércoles, abril 16, 2008

La Lista

Pienso en formar una lista con los nombres de las personas más importantes en mi vida, cuyo efecto duradero aún se siente y se descubre en mis acciones. En más de una situación puedo decir: esto lo hago así porque conocí a.... o porque compartí una situación similar con... etc. Mi yo se compone de conductas aprendidas, copiadas. En algún modo no soy más que la suma de aquellos que me han marcado. La lista sería una manera de agradecer, de explicarme; de permitir el rastreo de su influencia hasta mí. Puede ser algo lindo para muchos, acaso para otros sea una ofensa que grabe su nombre junto al mío. No son muchos nombres, ni siquiera me he puesto a buscarlos o a contarlos. Quizá ameriten una explicación. Quizá a nadie más que a mi le importe la suma básica de mis recuerdos, la explicación de lo que soy. No creo que sea una explicación racional sino intuitiva. Me da, por otro lado, un poco de miedo hacerlo. Quién sabe qué descubra, sobre todo porque casi todas esas personas ya no están conmigo sino en recuerdo, en ausencia. Me da miedo acaso explicar la soledad como algo que proviene de mí y no de fuera.

sábado, marzo 15, 2008

jueves, marzo 06, 2008

La Carrera


Creo (¿supongo? ¿intuyo?) que todos vemos, en una u otra forma, la vida como una carrera; por lo menos como un desplazamiento hacia alguna parte. Dudo que haya alguien capaz de anquilosarse por completo en la vida —aunque conozco a quien me hace pensar que tal vez— sin sensación de movimiento, de cambio, de dirección. Por lo menos eso, dirección.

Pero hay dos maneras de entender la carrera. Una, en donde ésta tiene un fin y metas a medio camino, donde es necesario hacer un alto y celebrar, llenarse de admiración por las propias fuerzas y, acaso, detenerse para siempre a contemplar el pasado glorioso como atleta retirado. La otra, muy similar a la carrera en la playa de Alicia en el País de las Maravillas, no reconoce metas, ni fines, ni medios. Hay una dirección, un movimiento, pero este no tiene un fin va simplemente hacia dónde va, pero no ha de detenerse nunca. Avanza, pero nunca llega.

Es común que, de vez en vez, personas con distintas visiones de la carrera se encuentren. El conformista se detiene al cruzar la meta que imaginó a medio camino o, incluso, como fin del camino; se siente feliz porque llegó antes que nadie y ahora puede sentarse, beber un trago de agua, disfrutar de la admiración colectiva y sobre todo la propia, pero ya no tiene que correr más, no tiene que esforzarse. En medio de su alegría, verá pasar a otro sujeto que no se detiene, una especie de ciego incapaz de ver la palabra “meta” y el listón roto por quien llegó primero. No es ciego, ve la palabra pero no la entiende, sigue adelante sin final, siguiendo un destino que no alcanzará porque quizá no está ahí. El triunfo y la felicidad no tienen sentido para él, no puede perder, pero tampoco puede ganar. Jamás se detendrá sino hasta que el cuerpo diga basta y aún entonces, se arrastrará pensando que pudo haber llegado más lejos, que debió hacer más por alcanzar al destino, morirá en el desasosiego del fracaso.

El conformista, el mediocre, es feliz. Celebra su bachillerato, su graduación, su maestría, su matrimonio, sus hijos y exige al mundo que gire la cabeza y vea la majestuosidad con la que ha cruzado la meta común. Afortunadamente para él, el mundo está compuesto principalmente de personas así. Todos ellos ciegos a las posibilidades, a la magnitud de su renuncia de lo desconocido. El otro, el que no puede detenerse, será siempre un loco a sus ojos.

Para el eterno perseguidor del destino inalcanzable, la felicidad es imposible, la admiración colectiva se transforma en burla y el poco respeto que podría tener por sí mismo queda sepultado por su infinito sentimiento de insuficiencia. Sus ojos, ciegos al presente, abren la intuición de su espíritu a lo posible, a lo que aún queda por descubrir.

¿Quién llegará más lejos? ¿qué vida habrá sido más plena, más llena de experiencias? Por supuesto, cada uno piensa que su vida es mejor que la del otro, salvo quien no se detiene a contemplarse y alabarse. Acaso la felicidad es enemiga del progreso.

La misma carrera. Todos los días, cada instante. ¿Qué sentido tiene?


Miércoles, 05 de Marzo de 2008

18:33 Hrs

martes, febrero 26, 2008

Riqueza

No es rico el que más tiene, sino el que menos necesita...



martes, febrero 19, 2008

Confesión

A veces me pregunto quién soy y por qué termino siempre donde termino. Tuve que dejar de lado el libro y escribir cuando me di cuenta de que incluso en la ficción me persigue mi otro. Mucho he escrito o dicho sobre el modo en que lo que leo trasforma mi mundo, pero creo que no había visto antes el modo en que yo transformo las palabras escritas. Quizá, a mi cerebro, a mi alma, lleguen cosas que jamás se dijeron porque metí las manos al fuego y dejé de lado al autor. Recuerdo el modo en que cambió el final de 62/Modelo para armar cuando lo leí por segunda vez. Me gustó más el fin que inventé sin saber cómo al fin que descubrí cuando no me metí en el camino. En fin, he aquí mi transformación de cierto pasaje en Los Miserables.



Otra pieza. Victor Hugo y sus miserables. Entra al cuarto de Mario una joven con “clavículas puntiagudas” que salen de la camisa. Hugo se esfuerza por hacerla decadente, desagradable. El asunto está acaso en la frase “no había nacido para ser fea”. Acaso de niña hermosa. Cada palabra de Hugo, cada fragmento de su miseria hace que yo la imagine más hermosa. Belleza ruinosa que quizá pueda restaurarse. Sus palabras inconexas me despiertan algo como ternura. Sabe leer y escribir. Frases mínimas ocupan todo el espacio con que mi imaginación la representa, la hacen bella a pesar de que la descripción entera es horrible. Me llega una idea, describir con fragmentos de todas partes, la mujer hermosa/miserable. Quizás sí estoy obsesionado, predispuesto a buscar mujeres heridas, vencidas. ¿Por qué?



No era sino Eponine, enamorada de Mario y a quién capítulos más tarde, en el Campo de la Alondra, Victor Hugo ya considera Hermosa.




Enero, 24-28 de 2008

martes, febrero 12, 2008

Misterio


martes, enero 29, 2008

Personajes


—Para Isa


Personajes, creaciones mías que me miran desde la bruma de mi marasmo creativo con ojos acusadores. “¿Ahora qué, genio?” Ojos que me retan, que me preguntan si no soy capaz de terminar lo que empecé. Excepto ella, la de los ojos negros, grandes inocentes. La niña perdida, el ángel harapiento y triste a quien busco, mi consuelo, mi futuro. Personajes, creaciones mías.

Fedor abraza una tumba. No parece ya tan triste, como si el tiempo le hubiera robado su precioso dolor, como si fuera el reflejo de mi olvido, de mi distracción. Casi puedo jurar que ya no recuerda por qué está ahí. Elena y Blad, luz y sombra que intentan amarse, han olvidado por qué se miraban el uno al otro. Perdido el impulso que los acercaba están ahí, como objeto es un estante: la boca sin palabras, la mirada fría que atraviesa al otro. De Luis ya no sé; lo perdí después que se folló a una enfermera medianamente linda. Sé que gusta de las cantinas del centro, que le duele el drama de la ciudad ausente, sé que es un ocioso sin preocupaciones. ¿Dónde está? Su mirada llega de entre el humo de cigarros y el olor a decadencia… Y mi fantasma? A veces, olvido que se llama Daniela, da la impresión de llamarse de otro modo porque ese nombre parece haberse encarnado en la ausencia de mi vida en vez de ser sólo un intento de libro, un fragmento de fantasía. Es un amoroso fantasma que se disipa en la realidad. El viejo profeta vaga perdido, esperando encontrarse a Fedor y a Elena para un segundo —un útlimo— round con la locura como arma y máxima traición. Principio de desconcierto, acaso de duda. Todos están ahí, con sus parejas, bien vestidos y esperando que empiece el vals. Pero mi cerebro es una orquesta muda, pedió el sello musical si alguna vez lo tuvo. Los danzantes desesperan, lanzan miradas rabiosas. ¿AHORA QUÉ, GENIO?

Ella, en cambio, está perdida en alguna parte de la ciudad. A medio camino entre la ficción y la vida, mi inspiración espera a la sombra de un rascacielos de vidrio que refleja el cielo plomizo y gris. El edificio sobresale del resto de los tejados y me guía. Al acercarme, sin embargo, los tejados lo tapan y no puedo orientarme más. Para encontrarme tengo que perderme, apartarme de ella. Sé a dónde voy, pero no sé cómo llegar. Sólo cuando estoy lejos puedo reconocer el camino. Ojos negros, inocentes, inalcanzables, como en una pesadilla. Mi niña con alas blancas y decadentes espera y llora con los ojos de Cosette. No llego. Estoy perdido y la lluvia caerá.

Supongo que cada imagen es un pedazo de mí y que algo está cambiando, reconfigurándose. Como un bosque encantado de edificios. Faltará paciencia o mirar con más atención. Personjes, creciones mías, consecuencias de mí que ya no sé interpretar. Tal vez ahora pertenezcan a alguien más.

¿Ahora qué, genio? Algo en mí responde al reto. Sólo sé que llegarán a donde yo quiero. Llegarán a la disolución y no podrán acusarme más.


Miércoles, 23 de Enero de 2008


lunes, enero 07, 2008

Ausencia

Hace no sé cuanto tiempo tenía deseos de hacer lo que hice hoy. Esperé a que la familia se fuera de la casa y subí a la azotea armado con un café y un libro. Estuve ahí durante unos cinco capítulos del relato abogadil de Grisham en turno acompañado por ese rumor del cielo abierto que no puede escucharse en la ciudad más que refugiado en un tejado. Acompañado por el ocasional maullido del gato que no se animó a subir conmigo hasta lo más alto. El cielo nublado y las calles vacías, la ciudad con sus sonidos vagos. El viento frío e incansable intentaba arrancarme las páginas de en frente de la mirada. La frase ronda mi cabeza todavía, generando cierta nostalgia lo mismo que ese cambio de actitud en el abogado rico y exitoso que nunca seré. E, de repente compreendi que o tormento dolorosamente pungente não era a ausência de Lolita a meu lado, e, sim, a ausência da sua voz naquela harmonia. Me resulta difícil creer que hayan pasado dos años y la herida siga abierta en algún modo a través de esta nostalgia. Esa ausencia de su voz en medio de una armonía que siempre me ha sido ajena. Fue muy agradable estar solo, escuchando al viento; es increíble lo difícil que resulta encontrarse con el cielo cuando uno vive atrapado en la seguridad de las cosas de las que no está completamente convencido.

Martes, 01 de Enero de 2007
23:12 Hrs.