Muchos amigos, conocidos y encuentros casuales en conversación o tertulia, tarde o temprano emiten la misma opinión sobre mi carácter y mediano gusto; es una especie de sentencia definitiva que no duele, pero a veces incomoda, que me causa gracia con la fuerza incómoda que sólo la verdad confiere a un buen chiste. Aunque en este caso, el chiste sea yo. Tarde o temprano, todos están destinados a decirme “vives en el pasado”, “naciste tarde”, o ya el cultísimo “eres un pinche anacrónico”.
Es cierto, soy un adicto a la novela y la literatura del siglo XIX, tanto que, alguna vez en mi adolescencia, en una riña preparatoriana, reté a duelo a otro sujeto quien, acaso asustado o sin preparación previa para tales lances, faltó a la cita de madrugada en un callejón de Coyoacán —sitio tradicional desde la Colonia para menesteres de esgrima y honor— y quedó deshonrado y cobarde ante mis ojos y ante todos aquellos que aún creen en el honor y en que las ofensas se lavan con sangre vertida en buena lid.
Es cierto, tiendo a escribir cartas importantes en pergamino, con tinta perfumada y en ocasiones hasta con letra gótica medieval y formas rebuscadas como SCCM*, “besa sus manos” y cosa parecida intercalando de vez en vez un latinajo o dos. Cartas lacradas con cera y sello, que llegan por correo, posta o mensajero y han de entregarse en propia mano de la dama a cuya gracia plugan mis palabras. Interpreto con fluidez, casi traduciendo, las coplas de Manrique y la poesía de Quevedo, parafraseando una y otra vez sus frases célebres, con una vena que ya es difícil encontrar en estos días perdidos y decadentes.
No lo niego, leo con avidez y profunda alegría libros de caballería y sigo de cerca los pasos de Amadís, de Tristán y Perzifal. Cervantes me ofende a veces con la pulla y la incredulidad frente a la andante caballería, hiere mi gusto con su ingenuo Quijote pues todo el mundo sabe que un caballero jamás mata a marionetas, por muy injustas que sean o bien armadas que se encuentren; y evita tales lances, no porque no merezca la pena defender damiselas, sino porque hidalgo armado y caballero, no puede rebajarse a tales extremos sin menoscabo de su honra y prez.
Lo confieso, pues, lo acepto y me divierto: anacrónico soy, anacrónico he de morir. Pero mis razones tengo, y la locura no es una de ellas, aunque a veces lo parezca. Mis archienemigos los injustos, los tramposos, a los que mil veces aspen como a perros hijos de idem y daifa con tal amancebada, suelen conspirar contra mi cordura, haciendo que lo que es mero gusto parezca algo sospechoso, malsano. A veces, incluso, como ayer por la mañana se encargan de aterrar a mi cordura y a mi estabilidad.
Levantéme temprano, bachiller y licenciado en Leyes como soy, para acudir ante la justicia, nada menos que en calidad de probable responsable, indiciado y poco menos que hideputa. Sin miedo, calcéme botín recién lustrado, traje de lana —en que se extraña el corte imperio— y, sin legal poder para portar sable, estoque o espadín, sabiendo que hiere más la letra que el acero, libro bajo el brazo. Así, seguro y firme, con mi honor a cuestas, dirigíme ante la augusta presencia del C. Agente del Ministerio Público. No bien salí de casa, abandonóme la seguridad y la firmeza, colóse por mi espalda un miedo crepitante y eché a correr calle abajo, buscando perderme en cualquier sitio. La sentencia por adelantado, apostada a la puerta de mi hogar, en un vehículo del mismo Lucifer que Robespierre hubiese mucho agradecido para mover el armatoste de monsieur Guillot:
Está bien, soy anacrónico, honro y respeto formas caducas, perdidas, acaso olvidadas. Soy un desadaptado. Pero por favor, dejad al mundo como esta! Nada de guillotinas! No para mí! Piedad! Pluga a vuestras mercedes dejar mi cuello intacto y en su sitio, que bien lo preciso para ser abrazado, para usar corbata y sobre todo, para sostener mi cabeza que de otro modo, perdería sin remedio.
Alguien tuvo que dejar ahí, acechante, amenazadora, la afeitadora permanente, alguien desea hacerme saber la amenaza del castigo infame para mi honra intacta. Envidiad, archienemigos, he dicho siempre, mi fulgurante pureza y buen nombre. Por eso creo que esto es una horrible estratagema urdida por mis archienemigos para aprovechar mi anacronismo y hacerme perder la cabeza en todo sentido. Pero fracasarán, la presente es prueba de mi plena salud mental. Mi anacrónica salud mental, pero al fin y al cabo, salud, porque los dioses iluminan mi espíritu y mi intelecto.
Y para más referencia, aquí está
Dn. Erick Miranda. Sqr.
para quien se le ofrezca algo dél.
Lux et veritas
*Su Cesárea Católica Majestad
7 comentarios:
A mi me pareces un caballero andante en todo el sentido de la palabra, es un placer encontrarse gente como tú, lo unico que te hace de verdad moderno es que tengas este blog y uses MSN..jejejeje
TE QUIERO... DON ERICK MIRANDA
Hola Erick:
Gracias por tus palabras, intentaré no defraudarte! Veo que conoces uno de los mayores placeres de la capital, lo haré gustosa a tu salud!
¿Le pediste un duelo a alguien?! Esa no me la sabía!!! ¿y a quién? ¿A Salgado? Seguro no, anacronico pero no tonto. Divertido tu escrito, así deberían de ser más seguido.
Guauuu pero qué que impresiooon!!! Me encantó tu relato, me llevó a otra época!! yo también soy bien anacrónica, y lo disfruto. Oye pero que onda con esa guillotinaaaa.... no ma.
¿Qué es la inspiración? ¿Existe? ¿Tiene algo que ver con la Infinita Paciencia? ¿Why am I really here? ¿Quién es usted? ¿Puedo meterme en su vida?
Nykka: La verdad es que el placer es todo mío, por toparme con gente como tú. También te quiero.
Tormenta: Gracias por marcar mi presencia en un lugar que tanto quiero. Sigue adelante, no puedes fallar si haces lo que te gusta.
Pancho: Igual pienso que debería escribir así más seguido, pero no siempre me pasan cosas tan chistosas. Y el duelo, fueron dos, en realidad, como ya te comenté.
Noelle: Sí caray! Aún me causa desasosiego el recordarla... Y tú? anacrónica? No lo había notado... jeje
Pablo: No sé si sea capaz de responder esas preguntas. Otro día, con calma. Pero gracias por la visita.
Che Carnalito. Por eso nos llevamos bien. Porque, dime ¿quien chingados, que no sea anacronico, toca el clavecin?.
El otro dia me dijo un wey: "no mames, ya actualizate, ya hay una madre que se llama piano!".
Vientos, y espero conseguirte un pantalon de corte imperial mano.
Chido.
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