Este es uno de esos escritos que me explotan en la cara de repente por acción de la realidad, llevándome casi al ataque de nervios o a la carcajada irracional en medio de un público poco tolerante. Yo no sé si a alguien más le sucedan cosas como éstas o si acaso sea posible que las murallas entre sueño y realidad se puedan hacer tan tenues en un momento dado sin que el universo se colapse. Supongo que por cosas así empezó la fe, la cuestión de hacer las paces con el mundo que persigue antes de empezar a perseguirlo.... Sin más divagaciones metafísicas que no vienen al caso, aquí la primera parte, el sueño que cuidadosamente registré en mi libreta sin imaginar siquiera que llegaría tan lejos y se resolvería en un anticlimax tan burdo:
“Te conozco o tengo que conocerte. Asisto a un congreso o conferencia en un instituto de la UNAM, ambiente de libros, quizá voy con Laura. El tema del día es Octavio Paz, hablan y hablan sobre su poesía y luego exigen que cada asistente lea algo de Paz; cuando llega mi turno, además de mi aversión natural por Octavio Paz, no puedo soportar la pésima traducción de las Sendas de Oku: algo que originalmente tenía que ver con las aves se transforma en barcos o algún equivalente similar. Lo curiosos es que el original está en inglés, pero me parece lo más natural del mundo. Tiro el libro a un lado y grito furioso: “detesto a Octavio Paz!”. Cuando la gente se calma luego de armar un alboroto por mi falta de tacto y buen gusto, escucho sollozos. Al mirar de dónde viene, veo a Laura consolando a “Elenita” herida en el recuerdo de su Octavio Paz. Me acerco a la anciana Poniatowska (a quien por cierto también desprecio en lo más profundo de mi alma y sensibilidad) que no se parece en nada a la verdadera, sino que hasta parece enternecedora. Aventuro un par de frases conciliadoras: “Ya Elenita, no te pongas así, es sólo que a mí no me gusta”. Entre lágrimas, ella empieza a contar un recuerdo, sobre lo feliz que era la vida con Paz al principio. Me veo envuelto en el recuerdo con más resignación que gusto, habrá que escuchar a la vieja para que se calme. Sus palabras transforman el sueño y estoy ahí, viendo una infinitud de niños y niñas rubios que corren en pos de un par de padres bondadosos en un día feliz y soleado por una pradera verde que rodea una mansión que me recuerda las casas sureñas de Estados Unidos, la casa de Forrest Gump, los amish. Entonces Laura dice algo, es evidente que Elena exagera idealizando sus recuerdos; seguro eran más malos y crueles de lo que quieren admitir, quizá hasta abusaban de los pobres niños. Con esas burlas de Laura, cambia el panorama, como película de horror y libro de Dickens. La ropa blanca de los niños y niñas se vuelve andrajosa y cenicienta, los padres bondadosos se vuelven figuras aterradoras, la mansión decadente, el cielo nublado y obscuro. No sé cómo, cambio de escena, estoy dentro de la mansión, camino con una de las niñas, seguro hija de Octavio Paz. Rubia, con un sombrero como los que usaban las niñas en el mundo de Tom Sawyer. Un vestido blanco con encajes, ojos azules y sonrisa franca. Me muestra la mansión que aún es oscura, tenebrosa. Una gran sala con chiminea y fuego que ilumina enormes pinturas. Su nombre empieza con S, Sarah tal vez. Sobre un carro de mina —trolley!— seguimos adelante, felices, entonces le digo: “Yo te conozco” y luego de pensarlo un poco, darme cuenta de que es un recuerdo de Elena con el que platico por azar digo “o tengo que conocerte”, entiendo, con estas palabras que es mi destino, que ella me espera, que mi felicidad depende de que la encuentre. Todo se pierde en esa idea, en ese momento, quizá ella sonríe y asiente, pero no sé si es porque me asegura que nos conoceremos o porque quiere decirme que entiende, o incluso, condescendiente, porque sabe que no puedo conocerla. El sueño termina. Después, a lo largo del día, la reconozco, ella viene de otro sueño, de otro viaje en cochecito de mina. Un sueño que recuerdo vívido y con felicidad, una sola palabra que resume su nombre en todo sentido: Mate, como jaque, como mi derrota”.
Unos meses después, todo se pone patas arriba por culpa de ese sueño. Sucedió la semana pasada, el Viernes, cuando fui a la venta nocturna del Fondo de Cultura Económica en Miguel Ángel de Quevedo, que resultó ser un fiasco de descuentos sin importancia, colas infinitas en las cajas y concurrencia casi aterradora de nerds (¿acaso seré yo, señor?). Recorro la librería, curioseo y hago caso omiso de los escritores que acuden a promocionar sus libros presentados por un sujeto pequeño y falso pero simpático, cuyo mérito es fingir interés en temas de los que no sabe un ápice.
Soy sólo un tipo que compra libros, abriéndose paso entre la gente que se aglomera, esquivando desconocidos sin rostro. Detrás de uno de esos rostros recién esquivados aparece el de una viejita que me resulta familiar. Las dudas se disipan cuando su nombre en los altavoces: Elena Poniatowka. Then it hits me... Laura debe estar aquí, o a punto de llegar, fue ella la que me avisó de la venta nocturna. Elenita está aquí. Ambiente de libros. Un par de personalidades de la UNAM promocionando libros. Todo eso pasa por mi cabeza en un segundo, la sangre abandona mi cuerpo y se va directo a mis pies. Ver a Elena Poniatowska fue peor que ver al propio Lucifer... Me surge una morbosa curiosidad, ¿la haremos llorar? Y en el fondo, en ese sitio del corazón que nomás de vez en cuando me palpita y al que no suelo hacerle caso... Te conozco, o tengo que conocerte... Y es curioso, porque “te conozco” no sólo implica el hecho consumado, cuando ya se conoce a alguien y el instante se alarga, implica también sino el momento en que se realiza por primera y única vez ese milagro, “te estoy conociendo”... ¿Será posible? Y así, febril, me sumí de nuevo en la librería, buscando la materia para realizar los sueños...
Sobra decir que no encontré a Laura, que no hicimos llorara a Poniatowska, que gracias a las musas Paz sigue muerto y que tampoco conocí a —literalmente—, la rubia de mis sueños. Terminé la noche en mi cama vacía, en mi departamento solitario, en la ciudad desierta. Ahora, recordando, pienso en Quevedo.... porque los sueños, sueños son. Y en Zambrano, porque “el hombre ha de estar muy adentrado en la edad de la razón para aceptar el vacío y el silencio en torno suyo”. Pues bien, he de adentrarme en la edad y la razón aún en contra de mis mejores deseos.
Septiembre 03 de 2008
Feliz Cumpleaños Isa!
8 comentarios:
TieNeS RaZón ... loS doCToRes mIENTeEnNnNnNn!!!!
ah!!! y Tengo cLaRo qUe lOS SUEñOS SUEñOS Son
... qUE PENa :(, pORQue mÁS De uN suEñO Me guStARía qUE Se hICIEra reAlIDaD!!!
¡Ya era hora! ¡Y gracias por el saludo! Comparto tu repelito por Elenita y agrego a Lupita Loaeza. ja! Y ya te hacías casado con la hija más riqui de Elenita y disfrutando la herencia de Paz! Y aunque tus suegros te cagan, uno esta finito y alz se apoderará de la otra pronto... ¡el paraiso, un sueño, un idilio piscolabis! Si un día la encuentras, antes que nada, ¡embarázala!
¿Te seguirá leyendo la ardilla anónima?
wow extrañisimo sueño mexicanito, y más raro lo que te ocurrio, que bueno que volviste,e ya era hora hombre! besos!
Solo espero, por tu salud mental, que no te vayas a encontrar a Marx un dia de estos jaja.
Trolley!!
A mi me pasa bastante seguido eso de no saber que tranza, pero un sabio carnal me dijo que leyera lo que tuviera en frente para darme cuenta si soñaba o no.
Vientos carnal.
Trolley!!
mi estimado, solo me queda decir con voz de ñero "rooolaalaa pa' andar iguales"
buen texto, espero ver que sigue de esto.
Peterina: Espero que la recuperación vaya rápido y bien. Creo que todos tenemos ese tipo de sueños alguna vez.
Nykka: Sí, había estado un poco desidioso, pero espero superar ya esa etapa.
Carnal: Trolley! Pickle!
Ferrán: Nomás no la quemes mucho la bandita...
Pancho: Ah verdá? Creíste que no te contestaba... Cero que me sigue leyendo, pero en silencio. Y bueno, por mucho que deteste a ambos "escritores", estaría bien disfrutar de herencia e hijas jóvenes, bonitas y ricas.
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