viernes, julio 30, 2021

La espuma de los días

 
 
 
Hace tantos años que parece ya otra vida, ella le recomendó leer La espuma de los días. Él tuvo siempre dudas para emprender la lectura: por una parte no podía o no quería imaginar lo que encontraría en ese texto. Es que las recomendaciones en pareja siempre tienden a leerse como mensaje cifrado. Una recomendación así no surge del mero interés en que se lea el libro, sino de compartir lo que esa lectura significa, lo que está más allá del lenguaje que usamos, lo que se esconde en palabras ajenas. Por otra parte, ella se fue antes que él pudiera siquiera conseguir la novela de Vian. No fue una sorpresa, él supo siempre que ella se iría, pero cuando sucedió, le pareció demasiado pronto. Así que leer La espuma de los días siempre le parecía inoportuno, tardío. Un mensaje que ya no podría descifrarse, un encuentro que ya jamás tendría lugar.
 
—Preciosa adaptación dirigida por Michel Gondry—
 
Aunque la nostalgia y la tristeza siempre permanecen iguales, muchos años más tarde, al fin encontró el valor o la desesperación que hacían falta. Acaso leer La espuma de los días era algo como un intento final, fallido de antemano, por reconciliarse con el hecho insoslayable de la ausencia. Porque al final de todo, los afectos no se miden, y sería absurdo que lo hicieran, por su ausencia o su presencia. Qué raro amor aquél que desapareciera al perderse de vista al objeto o la persona amada. Y sin embargo, cosas así pasan todos los días. Hay quien sólo se involucra con aquello que se ajusta a su voluntad o a su deseo. Algo así pensaba él mientras abría el libro y pasaba las páginas sin orden. ¿Qué relación entre la cercanía y el afecto? Ella se fue y es todo. «Las cosas cambian, las personas permanecen siempre iguales», dice Vian. Y tiene razón, piensa él, nosotros seguimos los mismos, habrá cambiado nuestra posición física en el espacio, las condiciones de coexistencia, pero somos quienes somos. No podemos ser alguien más.
 
Termina de leer y piensa que, de haberlo leído entonces, cuando estaban cerca, habría sido incapaz de comprender a Boris Vian. Era preciso que esperara para leerlo. Porque las cosas cambian, aunque las personas no lo hagan. El mensaje o trama o sentido trágico de la Espuma de los días se encuentra sepultado por el registro surrealista en que está escrito. Eso puede verlo ahora y, si tuviera que decirlo en una frase, diría que la novela entera es una demostración clara y desesperada de que no importa qué tan lejos pretendamos fugarnos de la mutabilidad en el mundo, siempre habrá de alcanzarnos.
 



La novela empieza con una voluntad de luz arrolladora. A primera vista, aparece que es esa voluntad la que insufla al mundo de su luz, dándole una cualidad espumosa, casi tangible. El alma de los personajes es benevolencia que avasalla al mundo y se ejerce sin oposición. Como si la voluntad cambiara al mundo. Contrario a lo que pensamos en la realidad cotidiana, que el mundo hace mudar a nuestra voluntad. Así por ejemplo, el protagonista está decidido a amar y el universo cede: encuentra a Chloé, que parece una materialización de la luz conjurada por el deseo surreal de Colin. Todo es posible en un mundo así, desde pescar anguilas en la tubería hasta mirar la muerte en una pista de hielo como un hecho sin importancia. Incluso viajar sobre las nubes. Porque el personaje es amor y ese amor se impone al mundo.

Sin embargo, y de forma gradual, la luz se va apartando de la existencia y todo ocurre como consecuencia de ese atardecer. Los sucesos son cada vez más sombríos y se siguen unos a otros sin tregua. Llegan a ser indeciblemente oscuros.

La pregunta que tenemos que hacernos conforme a nuestra suposición original es si la luz se extingue porque los personajes han cambiado. Esto implica también la posibilidad inversa, es decir, que es el mundo el que ha cambiado, y la tragedia ocurre porque los personajes no se transforman en sintonía con la circunstancia. La duda misma es una sombra que parece salir de las páginas y echarse sobre nosotros. Acaso Colin y Chloé pudieron disfrutar su felicidad un rato porque, por una casualidad indecible, las cosas se encontraban en un estado idóneo para ello. Pero las cosas cambian y si el amor permanece igual, deviene en una trampa insoportable. Es posible que nuestro cuerpo sea una de esas cosas que cambian. Un objeto que no coincide del todo con la identidad. El cuerpo accidental, mutable, perecedero.

Le parece que la novela se configura en torno a esta última opción. Las cosas cambian, las personas permanecen. Colin, Chloé y todo el resto tienen las mismas ambiciones, gustos y expectativas, mientras los objetos a su alrededor se modifican. La cantidad de dinero disponible, por ejemplo, o el desarrollo natural de un nenúfar, capaz de cambiar su hábitat en consonancia con su inestabilidad objetiva. Es así que cuando lo que espero ya no es compatible con la configuración de la existencia material, lo pierdo todo aunque nunca haya poseído nada. Los personajes son como quienes mueren de nostalgia por querer encontrarse al sol en medio de la noche. La novela es eso: un anochecer que llega objetivamente, mientras los sujetos permanecen siempre dependientes de la luz.

Él piensa que su nostalgia y su ternura le hicieron más difícil todavía la lectura del último tramo de La espuma de los días. Con qué fuerza y necedad, piensa, nos queremos oponer a la llegada del ocaso y de la noche. Trabajamos incesantes y sin fruto en ello. Aunque la llegada de la oscuridad nos parezca inesperada e impensable, es una noticia que sabíamos de antemano, un acotencimiento que no puede negarse. Llegará la noche. La noche siempre ha estado aquí.

Terminada la novela, intenta imaginar un mundo en que lo opuesto fuera posible. Que las personas cambiaran al ritmo de la existencia. Que Chloé y Colin hubiesen disfrutado cada instante del ocaso hasta llegar a la tiniebla y ser felices también ahí. Su desgracia consiste en ese imposible aferrarse a la permanencia y la esperanza, esa desesperación que niega la posibilidad misma de felicidad o de sosiego.

Las personas permanecen iguales. Neciamente iguales. Cuando el amor enferma, exigimos que se comporte como antes. Cuando alguien se va, continuamos deseando su presencia. Así nos llenamos el corazón de ausencia y de tristeza. Las cosas cambian, nuestro cuerpo accidental está sujeto a las mismas reglas: cambia de lugar, se transforma, se extingue. Como todo el resto.

Llegado a este punto, no sabe bien qué es lo que quiere decir. Qué le diría a ella si estuviera ahí presente para comentar La espuma de los días con un café, una copa de vino y todo el resto. Quizá le diría que ahora entiende, después de todo este tiempo, que es preciso apreciar la luz cuando está presente. Que ahora lo entiende: a veces el mundo es fértil para sueños y deseos y felicidad, pero no siempre. Hay tiempos en que los objetos y los días se organizan a manera de espuma que materializa nuestros sueños. Pero la espuma es frágil y mutable, desaparecerá sin falta. Es posible, le díria, que nos conociéramos cuando la existencia no estaba en el punto de madurez necesario para que fuéramos posibles. Pedíamos luz ahí donde el amanecer aún no había llegado. Pero los objetos cambian, mientras las personas permanecemos iguales. Yo sigo el mismo, le diría, pensando en ti, en tus libros, en conversaciones que no tendrán lugar jamás. ¿Cómo descubrir si ha llegado al fin la luz que nos hará posibles? Y si esa luz existe, ¿estaremos desperdiciándola así, tan lejos? El día se acaba, seguirá el crepúsculo, la tiniebla. Quisiera encontrarte justo a tiempo, al amparo de la luz.

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