viernes, diciembre 14, 2007

Empty Spaces (Pink Floyd)

What shall we do to fill the empty spaces
Where waves of hunger roar?
Shall we set out across the sea of faces
In search of more and more applause?
Shall we buy a new guitar?
Shall we drive a more powerful car?
Shall we work straight through the night?
Shall we get into fights?
Leave the lights on?
Drop bombs?
Do tours of the east?
Contract diseases?
Bury bones?
Break up homes?
Send flowers by phone?
Take to drink?
Go to shrinks?
Give up meat?
Rarely sleep?
Keep people as pets?
Train dogs?
Race rats?
Fill the attic with cash?
Bury treasure?
Store up leisure?
But never relax at all...
With our backs to the wall!

martes, noviembre 20, 2007

76 Años

El ciudadano promedio vive al rededor de 76 años si es que cumple con las normas regulares de slud, higiene y prevención. Se trata nada más que de una apuesta porque siempre es posible -y altamente probable- que la aparición de un imbécil sin deseos o conciencia de cumplir sus 76 años arremeta sin quererlo contra nuestro sujeto promedio y le arranque de golpe la esperanza de llegar a viejo y ser llorado por sus pares y sucesores. El único modo de seguir haciendo la apuesta y creer que rendirá algún fruto es pensar, tener fe, en que la mayor parte de las personas que se encuentran en nunestra circunstancia hacen la apuesta en el mismo sentido, disminuyendo así la posibilidad de salir estafados. La excepción, sin embargo, será más angustiante mientras mayor sea el número de pesonas que apuestan por la vida larga pues, tanto más improbable sea la aparición de la excepción, la llegada de ésta será mucho más agraviante, mucho más angustiante. Así, mientras más variadas e inciertas sean las expectativas de un individuo o de una sociedad, mientras más limitado sea el conocimiento y la predictibilidad de los fenómenos, menor será la angustia generada y, en consecuencia, mayor será la felicidad que, en potencia, pueda alcanzarse. De ahí que, aquella famosa sentencia "Ignorance is bliss", no sea del todo un sinsentido, salvo en el aspecto en que para llegar a ella fue preciso multiplicar el conocimiento y renunciar a la ignorancia. Es decir, que todo aquél que sea capaz de comprender la mencionada sentencia habrá renunciado, por ese simple hecho a la "bliss", enemiga jurada del saber. Si, por consencuencia, el conocimiento y la disminución de expectativas son una manifestación de la civilización y del progreso, esto implicaría que el progreso no es tal o que sólo se adquiere a partir de la perdurable renuncia de la feliciadad con la feroz agravante de que, en el momento en que uno es capaz de definir "felicidad", ya la ha perdido pues ello implica conocimiento y no ignorancia. El saber es, pues, un camino poco común para burlarse de uno mismo, para apartarse cada vez más de aquello que se busca mientras uno piensa que se está acercando. Colofón es que no existe puerta de regreso a la ignorancia. No hay vuelta al paraíso perdido pues, de otro modo, no llevaría el adjetivo de perdido. En fin, que más vale ser el que carece de interés en vivir 76 años que el pobre diablo que pierde la apuesta, la vida y la felicidad por culpa de otro menos responsable y que con toda seguridad será recordado por su imbecilidad o su sinsentido. Más vale ser el imbécil recordado, a ser el tipo serio que provocó una carcajada cuyo eco termina en el olvido. 76 años. ¿Y qué?

Vienes, 16 de Noviembre de 2007
14:00 Hrs.

lunes, noviembre 05, 2007

Algo que temer

A un par de cuadras de mi casa, dejé libre el paso a un auto que venía detrás del mío y parecía desesperado por pasar. Por la ventana, vi como el pasajero gesticulaba como loco y luego me cerraron el paso. Se bajaron de inmediato los dos y uno de ellos caminó hasta mi auto. Pablo, el de Mariana, el que ella me dijo que ya no era su novio y ayer me enteré que sí. En cuyo beneficio le dije a Mariana que me dejara en paz si no podía ser honesta. Quería pelear conmigo, me gritó que me bajara del auto. El muy idiota no podía abrir la puerta del auto y yo, con calma, me quité los lentes para bajar a darle gusto. Se desesperó y me tiró un par de golpes por la ventana. Entonces me bajé del auto. Yo no quería pelear, ni siquiera estaba molesto por lo que estaba sucediendo, incluso le tuve un poco de lástima al tipo ese. Un par de codazos en la nariz y una patada en la rodilla lo hicieron retroceder. Levantó las manos pero no se atrevió a intentar golpearme de nuevo. Vi como se hinchaba su nariz, algo como una bola roja se formaba en medio de sus ojos. No quería lastimarlo, hace tiempo que renuncié a la posibilidad de lastimar a la gente, Milena me sacó ese demonio. Ahora estaba ahí, frente a este pobre idiota, que quería dejar el cuerpo por Mariana, por esa a la que tanto quise y de pronto cambió de piel como serpiente. ¿Qué le habrá dicho a Pablo? Le tenía lástima y no quería lastimarlo. Eso pensaba mientras lo miraba ahí, asustado de mí, sin decidirse a seguir defendiendo a su puta por miedo de mí. Me duele, cada vez que sucede, descubrir en la gente esa mirada de miedo cuando se enfrentan a mí. Hago un recuento de cuantos novios celosos e idiotas con ganas de pelear me han amenazado como él, cuántos se han atrevido al verme frente a frente… Suena a un exceso de confianza de mi parte; pero más bien es algo como horror. Cuando un tipo que mide unos treinta centímetros más que tú y pesa el doble, se echa para atrás asustado, no puedes evitar pensar que hay algo en ti, algo malo. Un borracho incapaz de miedo y de dolor se asusta, un tipo que según carga una pistola no se atreve. ¿En qué me he convertido? Me pregunto si seré capaz de algo que yo no he visto pero todos ellos sí. Algo en mis ojos, acaso. Pablo se va, gritándome amenazas que me dicen que está aterrado. No se atrevió a intentar golpearme cuando me miró frente a él, sin que siquiera haya levantado mis manos, sin que yo lo haya amenazado o dicho cualquier cosa. No se atreve. Se da la media vuelta y se va. Su amigo/chofer, se va con él. Me siento como un extraño al mirar mis ojos en el espejo, lo mismo que toda la vida. ¿Qué es lo que ven ahí? ¿Por qué retroceden? ¿Por qué nadie me ha matado? Am I something to fear?

domingo, agosto 12, 2007

Supongamos que caes

Otro escrito de hace años. Una de mis obsesiones más graves. Hay que recordar siempre que todo dura un instante y que el olvido es inevitable. Más bien, la inexistencia.

Agosto 12, 2007 02:49 Hrs.


* * *


Supongamos que caes lento. Que agitas tus brazos frenéticamente en un intento inconsciente y pueril de salvarte. Que gritas sin saber ni entender bien por qué, sin siquiera poder comprender que gritas mientras agitas tus brazos y piernas porque lo único que ocupa tu mente es la conciencia de tu muerte que se avecina inevitablemente. Que tu grito dura todo el aire de tus pulmones y tu boca sigue abierta aunque ya no puedes emitir sonido alguno, pero aún te escuchas porque el eco de tu última acción es todo lo que te queda para prolongar tu último instante. Que cierras los ojos casi cuando empiezas a caer, pero sigues viendo ese cielo estrellado a través de tus párpados sin saber si aún ves o imaginas. Nunca sabrás cuándo chocaste contra el suelo porque en ese justo instante en el que todos tus huesos se hacen polvo y la sangre estalla dentro de ti sin control ni causas, la sensibilidad te ha abandonado. No tienes terminales nerviosas ni manera de ver o escuchar. Que no sabes si aún estás pensando o ya estás muerto.

Supongamos que la muerte llega lenta. Que esa sangre que escapa no lo hace de golpe sino poco a poco, entre los fragmentos de segundo que para ti se han convertido en siglos. Que la percepción se ha trastocado y todo lo que queda es el eco de tu propio grito y la imagen de ese cielo azul que era estrellado pero ahora no puedes saber cómo era en realidad. Te encuentras en una especie de olvido conciente y sabes que todo eso en lo que piensas ahora, tu casa, tu familia, tu amor, tu obra, todo se va olvidando en el momento pequeñísimo en el que lo recuerdas como despedida.

Supongamos que sientes una última caricia fría de una mano compasiva en la mejilla. La mano de la muerte que viene a liberarte y tú sabes que así es. Pero es una liberación que no quieres ni necesitas y odias esa cálida frialdad de compasión. Te revuelves, dentro de tu yo deshecho y lamentable, en contra de todo eso que has olvidado qué es pero odias. Odias esa pálida sonrisa y esos ojos vidriosos que dulcemente te miran desde el rostro que no conoces ni puedes distinguir.

Supongamos que, finalmente, te olvidas de ti y esas sensaciones de frío y odio y miedo y añoranza se pierden como arena entre más arena. Que ese olvido se asemeja tanto a la paz que ya ni siquiera puedes saber que has olvidado algo. Todo lo que te queda es un gran vació que ya ni siquiera puedes distinguir como tal porque tú eres eso. Eres esas lágrimas que van a sobrevivirte y esos ojos vidriosos que se acordarán de ti pero nada más.

Supongamos que ya no eres. Has sido olvidado y la desolación absoluta de tu inexistencia es una obscuridad susurrante en la que el viento sopla y tú no puedes sentir ni oír ni ver porque ya no sabes. No sientes. Has dejado de ser. Tu llanto egoísta ya no se justifica. Tienes conciencia de que te disuelves en algo que nunca llegarás a comprender. Que existe una palabra para disipar ese algo pero ya lo has olvidado y ese olvido te frustra aún más. Si algo queda, no lo sabes. Si algo crees saber, lo olvidas.

Supongamos que te reduces a una palabra que no es tal sino una sensación. Esa palabra eres tú. Supongamos que nadie conoce esa idea, que nadie la mencionará jamás. Sádicamente, la primera esencia se carcajea.


¿Cuánto dura la inexistencia?


Sábado, 15 de Marzo de 2003
17:20 Hrs.

jueves, julio 26, 2007

Siempre Regreso Aquí.

Encontré unas hojas viejas, escritos de hace casi cinco años. Me intrigan. Estoy seguro de que fueron bocetos, pequeñas aproximaciones antes de atreverme a escribir la novela que aún no termino. Me intrigan. Aunque he olvidado las circunstancias en las que escribí estas palabras, existen algunas frases que me despiertan nostalgia y otras que me obligan a preguntarme qué pensaba, qué sentía. Aquí, me intriga la palabra puente, el agradecimiento al final y las tres letras “fer”. Sé que son palabras de ficción pero que todas se inspiraron en algo que viví entonces. Los invito a que especulen conmigo. ¿Qué me pasó? ¿Qué es el momento? Y, sobre todo, ¿quién es Araceli? Por más que busco en mi memoria, no recuerdo haber conocido a nadie con ese nombre, no encuentro un rostro para ese suéter blanco que estoy seguro cubría el hombro que un día triste, me dio asilo. Casi recuerdo un perfume pero, como en un sueño, desaparece antes de que pueda identificarlo... En fin, si estás ahí, lees esto y me recuerdas, Gracias Araceli, por este bello recuerdo.
Julio 26, 2007 18:50 Hrs.


* * *

Siempre regreso aquí. Al momento. Esa voz siempre está ahí para escucharme, para decir algo ininteligible pero tranquilizador. Todo está obscuro y es casi como un recuerdo pero ya no estoy tan seguro. La voz parece conocida pero son sólo murmullos; sé que se trata de palabras por las pausas y las variaciones en el tono. No son palabras porque nunca cambia en lo más mínimo, siempre es lo mismo, los mismos silencios y el mismo intento de sonar agradable sin lograrlo del todo. Llega más bien a una condescendencia como la del poderoso para con el débil. Como de reconciliación entre dos amantes hartos el uno del otro intentando arreglarlo todo en la obscuridad.

¿Dónde?

La lluvia golpea las paredes o el techo o las ventanas. El sonido del agua corriente puede ser el de un riachuelo o el de la corriente que llega a una coladera. Lo curioso es que no hay viento. Ni siquiera una pequeña brisa. Es como si estuviera en un cuarto muy pequeño; como la cabina de un avión. No. Otra cosa, más cómodo. En el momento, siempre estoy ligeramente tomado, lo suficiente para no tener frío ni desconfianza o miedo. Ese punto en el que todo se mueve suavemente como un arrullo o el mar en calma. Quizá tenga algo que ver con la paz que me llena, con la sinceridad que siempre demuestro. Mi cabeza siempre descansa sobre algo suave, sobre una especie de cojín con un caramelo dentro. Aunque todo es obscuridad, sé que estoy recargado en algo de color blanco, sin la más mínima marca o alteración. Siempre estoy diciendo algo, cada vez comento una cosa distinta con la misma solemnidad del que busca una respuesta. El susurro articulado sin palabras ni posibilidades me contesta y me calma y, de alguna forma, me obliga a ser sincero. Ninguna calma. Ninguna mentira.

Sólo decir las cosas.

Mi mano izquierda intenta acariciar algo pero tengo miedo de hacerlo a pesar de que no hay razón para tenerlo. Ahí no hay nada ni nadie además de mí y el cojín o la almohada en que me recargo y el listón deshilachado de seda en mi mano izquierda. Todo se reduce a la paz. Al silencio. Al sentimiento de estar donde nadie puede ni quiere llegar. Estoy a salvo de mí mismo. De mis mentiras, de mis miedos o máscaras. De la posibilidad de venderme o renunciar. Estoy a salvo y si pudiera llorar lo haría porque esa especie de voz no juzga ni lastima ni pregunta. Está, simplemente. Me embriaga literalmente porque estoy confortablemente mareado con los ojos cerrados o en completa obscuridad. Luego de un instante cuya duración no puedo calcular, unas gotas de lluvia me salpican y una voz que no es el susurro hace una pregunta. Todo lo que escucho es “fer”. Me niego y me excuso pero despierto. El Momento ha terminado de la misma forma como empezó, por su propia voluntad. Yo sé que volveré ahí (ahora) y a veces pienso que esto, lo que no es el momento, sucede sólo entre los latios de mi corazón durante el momento y deseo regresar.

Necesito regresar.

A veces, cierro los ojos y me encierro en silencio para provocar el regreso pero nunca funciona. Ese instante tiene su propia voluntad y se abre paso cuando quiere, rasga la realidad. Cualquier realidad. Cualquier segundo, no importa si es el parpadeo entre el semáforo en amarillo y el semáforo en rojo o verde, no importa si es el lapso entre la u y la e al escribir la palabra puente o el segundo que tardo en estirar la mano para saludar a alguien. Incluso entre una nota y otra de la canción en el radio. Regreso al momento y parece durar una eternidad aunque sea sólo ese parpadeo involuntario. La supuesta realidad me golpea con la contundencia del grito de fuego en la sala de conciertos donde escucho una serenata de Schubert.

Sé que volveré.

Necesito regresar a esa fracción incuestionable de tiempo estático. Aunque no sepa qué es. Aunque siempre regrese con frío y lanzando vapor por la boca. Debo encontrar la forma de quedarme ahí. De enamorar al susurro o a quien lo emite. La redención está ahí.
quiero

Martes, 17 de Septiembre de 2002
Gracias Araceli

lunes, julio 02, 2007

Descubrí a Mar

Esto lo escribí, feliz. Lo dedico a quien sabe reconocerse en mis letras.


Te descubrí apenas como posibilidad una mañana de sol incierto y viento fresco mientras vagábamos por las calles de Coyoacán. Las huellas de la lluvia que cayó el día anterior hacían brillar las aceras y buscábamos la sombra porque preferimos el viento, porque la luz golpea los ojos o cualquier otra razón. Buscábamos la sombra y, por esa coincidencia sin palabras que más tarde tú harías manifiesta, nos buscábamos el uno al otro.

Caminábamos lento y cada paso parecía alargarse hasta el límite de lo posible. Caminábamos lento para que el tiempo no se nos escapara demasiado aprisa. Calles sin significado, no cartografiadas por la memoria ni colonizadas por recuerdos fueron suficiente para dar asilo a tus palabras, a nuestros pasos inseguros. Tu cuerpo a una distancia insalvable del mío; mis manos escondidas detrás de mi espalda porque no sabía qué hacer con ellas. Tu voz llevándome por un camino directo hasta ti y, a través de ti, al reencuentro conmigo. Vagábamos por las calles de Coyoacán y en tus ojos cafés, en tu rostro lindo, te descubrí como posibilidad.

Hablaste de tu vida sin preguntarte que haría yo con ese cúmulo de memorias tuyas que, junto con el brillo de la humedad en las aceras, dejaron de serme ajenas porque ahora, en cualquier modo, también yo formaba parte de ellas. Me uniste a ti al atarme a tus recuerdos; transformándome también en uno de ellos.

Mi silencio que a ti quizá te pareciera respetuoso, a mí empezó a irritarme. Todo lo que decías era grande, difícil, pero hermoso porque era parte tuya y yo no hallaba ni palabras ni modo alguno de agregar cualquier cosa. Silencio de admiración, de respeto. Silencio en que se gestó un cariño, acaso condenado para siempre a vagar por las calles de Coyoacán.

Me aterra un poco ese silencio, acaso por eso me sentía tan tonto y deseaba todo el tiempo apartarlo de mí. Decir algo que, sin consolarte y sin cambiarte, me acercara a ti sin decir un inútil “te entiendo”. Pero no pude romper el silencio; apenas algunas frases que tal vez nada valieran para ti, perdida en los recuerdos, mirando lejos y cerca, cambiando al que no desea cambiarte.

Mi silencio dice: la admiro, la quiero. Mi silencio dice: sé que puedo perderme en ti y vagar siempre a tu lado. Mi silencio dice que aún así, me siento pequeño y sin mucho que ofrecerle a alguien a quien admiro tanto, cuya belleza me gustaría proteger. Pero mi silencio es mudo y acaso nada de esto hayas escuchado y pienses siempre que sólo no me importo.

Bastaron unas horas, mirarte algunas veces y vagar juntos por tus recuerdos para que yo supiera que te quiero, para que te admire y sueñe con volverte a ver. Pero dije acaso y siempre. Esa mañana te despediste con un abrazo y yo te dije “Mar” por la infinita y desesperada libertad que representas. Desde entonces, no he vuelto a verte y sólo tengo la memoria del abrazo.

Vago aún por Coyoacán, imagino que te encuentro. Las palabras llegan como olas: acaso y siempre. Olas en el Mar que eres tú, posibilidad infinita de un día volver a verte. Mientras, mi naufragio seguirá en un cariño que no entiendo, en las calles que aún brillan por la reciente lluvia. Náufrago en esta tierra tuya ―¿nuestra quizá?― que recién descubrí.

Jueves, 21 de Junio de 2007
09:20 Hrs.

lunes, junio 18, 2007

Pregunta Seis: ¿Considera a la Literatura una vocación, un pasatiempo o una profesión?

He superado algunas crisis; hace un par de años, saqué el cuerpo, pero no las piernas, de la trayectoria de un golf a muchos kilómetros por hora. Temí que no volvería a caminar, que no llegaría a la ambulancia. Cuando miré a mi alrededor, algo más calmado, buscaba mi “Viaje por España” de Teófilo Gauthier edición de 1920 y temía más por su integridad física que por la mía. Algún pío cristiano me lo alcanzó diciendo “que bueno que traías tu Biblia, te salvó la vida”. No pude evitar reírme pues, en todo caso, la literatura salvó mi vida. Me sentí, al mismo tiempo hereje, ridículo y libre. El libro estaba bien; ahora tenía en qué entretenerme hasta la llegada de la ambulancia y de mis preocupados familiares. He vuelto sobre este episodio muchas veces, escribí sobre él en mi diario, en un par de cartas de amor y ahora mismo, entre tantas otras. Cuando estuve en París, fui a la tumba de Gauthier para agradecerle el favor. Haber escrito sobre todo eso, me obligó a superarlo, a cambiar de perspectiva y a hacerme más fuerte.


En mis pesadillas, lo peor que puede suceder es quedarme ciego o perder el uso de mis manos. Sin mis ojos, sin extremidades, sería incapaz de escribir. En algún modo, mi fuerza para hacer frente a la vida está ligada a la que tengo para escribir. Me cuento historias esperanzadoras cuando necesito sueños y futuro; realizo mis sueños con el suave deslizar de la pluma o el rítmico golpeteo de mis dedos en el teclado. Mis personajes sufren por mí; los símbolos que utilizo al escribir subliman todas las tristezas o las preocupaciones que pudiera tener. Al quitarme un peso de encima, escribir libera otra vez mis alas. Intentar literatura me limpia y es la mejor manera que he encontrado de crecer y mantenerme vivo.


Cuando escribo, me obligo a pensar. Aprendo a mirar de otra manera; tengo que adoptar posturas externas, distintas a la de mis creencias o mi necedad. Al escribir, se hace necesario mirarlo todo desde fuera, como si uno no estuviese involucrado en ello y entonces, es más fácil analizarlo o sentirlo sin prejuicios sino al contrario, con la libertad que da el no tener nada que ver en ello.


Dejar huellas en el papel sobre mi experiencia, sobre mis pensamientos y mis miedos, me permite encontrarme y encontrar también a las personas importantes de mi vidas a través de las letras. Cada palabra es como una miga de pan que señala el camino recorrido desde y hacia el hogar; escribir es crear un refugio hacia donde volver; perfeccionar la memoria y hacerse incapaz de olvidar.


Escribir me enfrenta a lo que soy y lo compara con lo que quise ser; el sitio donde me encuentro contra el lugar donde quisiera estar. Escribir es mi manera de enamorarme del mundo y de las personas, el lazo de irrealidad que me ata a la realidad. Por todo esto, si tuviera que escoger una palabra entre profesión, vocación o pasatiempo, escogería vocación pero ella no basta para explicar lo que significa para mí la literatura.


Por sí mismas, las letras no valen mucho; lo importante es la sensación y el eco que dejamos los unos en los otros. Soy parte de todos los que he conocido, y todos ellos son parte mía Sin ese tacto de piel contra piel; sin el roce de las almas, la soledad es absoluta y dejo de existir por un rato. Todo el cuerpo es una pasión inútil, la vida misma se borra y queda un vacío, una ausencia de todo, hasta de silencio.


Tengo que escribir para arrancarme del cuerpo esa inexistencia transitoria. Quizá intento convencerme de que aún solo, puedo llegar más lejos. Sé que no es así. Sólo si alguien lee, sólo con un contacto tiene sentido. Debo creer y esperara esa lectura desde fuera para poder existir.

Escribir es mi vida.

Pregunta Cinco: ¿Cuáles son sus sitios favoritos de Internet?

Con franqueza, este pregunta me pareció bastante aburrida y la respondí por compromiso. Por eso, además de este escrito sin chiste, publico la respuesta seis, que me gustó. Con esto terminan las respuestas del concurso al que no entré por listo.

Mis sitios favoritos en internet son los blogs y las revistas literarias electrónicas. El universo del blog me gusta porque carece por completo de pretensiones, porque es un espacio abierto a las ideas sin censuras y sin intereses más allá de la expresión. Los bloggers ofrecen lo que tienen, sea su buen humor, sus experiencias o hasta su manifiesta estupidez, con la única aspiración de ser leídos. Quizá por eso me agradan tanto esos seres anónimos de personalidad entre real e inventada; ofrecen un escape a la cultura de masas y medios, escriben desde un punto lejano al ego, quizá porque saben que a nadie han de engañar, y dejan ahí su mensaje para que lo lea quien así lo desee y lo juzgue como prefiera. Hay cosas increíbles en ese mundo, obras maestras que gracias a la tecnología, ya no permanecen escondidas en un cajón inaccesible sino que se mueven y llegan a veces a donde deben y, otras tantas, no. Me gusta esa idea de incertidumbre, de contingencia mezclada con sencillez y honestidad. Me gusta perderme, guiarme por el azar y saltar de un cúmulo de palabras a otro. De vez en vez, algo atrapa mi mirada, otras veces mi corazón entero. Me gusta mirar blogs, asomarme a la vida de las personas; tanto, que hasta tengo uno.

Las revistas literarias, por otro lado, me parecen una gran oportunidad para los talentos desconocidos. Me gustan, sobre todo, las que no sirven como medio de hacer rico a su creador. Algunas, generan su prestigio como debe ser, seleccionando textos interesantes, hermosos o valiosos, sin atender a los tristes criterios de la publicidad o el tiraje. Para bien o para mal, su existencia está más allá de las leyes del mercado y pueden darse el lujo de ignorarlas; representan un criterio de gusto ―no monetario o gubernamental― para la difusión de la cultura. Más que analizar si la historia es “vendible o no”, los directores de esas revistas, analizan si les gusta o no la contribución y, en consecuencia, la publican o la rechazan. Prefiero ese criterio, por subjetivo y poco profesional que pueda ser, sobre el sonido metálico de las monedas y el subsidio; es un criterio humano, si no con rostro, por lo menos con alma.

Por eso, a parte de revisar el correo electrónico y la cartelera de cine, a veces, al entrar en internet, intento acercarme a otros que escriben y sienten por este medio. Aunque la libertad que ofrece el internet puede rayar en perversión, cuando leo en estos sitios, suelo encontrarme con más de un resquicio honorable y bello.

martes, junio 05, 2007

Pregunta Cuatro: Un editor rechaza, con lujo de desprecio, un manuscrito suyo. Imagine sus reacciones y pensamientos.

Me veo en una sala de espera como tantas otras, me sudan un poco las manos y siento el estómago vacío aunque acabo de comer. La grosería del editor me parece humillante aunque es institucional en este país; me citó hace veinte minutos y no ha llegado. Eso, suponer que mi país es impuntual, es mi consuelo y mi escudo contra la posibilidad de malas noticias. Veo pasar al editor que cierra la puerta tras de sí, apenas escucho su voz displicente cuando dice: “en un minuto”.


Pasa aún media hora, es la definición más extraña de minuto que haya vivido. Cuando empiezo a pensar en que la comisión de metrología y normalización debería tener una policía secreta, el omnipotente abre la puerta y me invita a entrar. Le he confiado cuatro años de mi vida, la versión condensada de mis dolores y esperanzas, la botella al mar que espero llegue a algún sitio. Su cara me dice que, en algún modo, el pensó recibir un pañal usado.


Pablo, el odioso editor habla largo y tendido. En realidad no recuerdo su nombre, pero Pablo siempre me ha parecido odioso, con perdón del santo. Sus palabras, al principio, me parecen interesantes, después se vuelven indiferentes y, al fin, cuando ha hablado más de una hora, cuando ha agitado mi manuscrito por toda la oficina y señalado las marcas rojas de su miserable plumón como heridas en mis palabras, me siento ofendido, frustrado, enojado, vencido. Es un misterio, pero también me siento fuerte. Podría levantarme de mi asiento de niño regañado en escuela religiosa, arrancarle todo su poder a Pablo negándome a prestarle oídos, como él se negó a prestarme la sensibilidad que ahora dudo tenga. Podría saltar por la ventana, pues es evidente que mi botella no alcanzará el mar siquiera, que todo esto es un desperdicio. Pienso en Nietzsche, en Cristo en la cruz y hasta en aquél amigo al que dejé plantado una tarde lluviosa. Pero no hago nada. No soy el superhombre. Creo que el editor sabe lo que hace, no puedo perdonarlo. Entiendo a ese que tal vez, no era mi amigo.


El manuscrito me golpea el rostro en medio de estas reflexiones. Despierto y siento el frío en todo el cuerpo, el frío de la ira, de la venganza contenida. Me levanto rápido y me acerco demasiado al que me mira entre perplejo y despreciativo. Quiero que sienta miedo, que sepa que soy más fuerte, que lo odio y que acaso, antes de salir de su estúpida oficina, lo haré sangrar. Pero no hago nada de eso. Digo: “gracias por ser un hijo de puta”, con esa voz ronca que uso para insultos educados.Salgo de su oficina. Mañana pensaré en que tal vez haberle dicho eso, implique el aborto de mi carrera literaria. Mañana me imaginaré muerto antes de haber nacido en la república de las letras. Ahora camino por avenida Universidad y pienso que aún me restan cinco oportunidades. Cinco Pablos. Cinco hideputas. Cinco fracasos. Acaso un triunfo, acaso al fin el mar donde tirar mi botella. Sonrío, enciendo un cigarro y repito, entre dientes, “hijo de puta”. Imagino su escritorio en llamas, su cara hinchada a golpes. Lo que más me duele es que acaso él tiene razón.

domingo, mayo 27, 2007

Pregunta Tres: ¿En qué cree? Si no cree, ¿en qué no cree?

Creo que necesito creer, lo mismo que todos los hombres. Aunque soy escéptico y me paso la vida cuestionando todo, tengo mis límites. Dudar a perpetuidad, como manda la razón, es camino seguro a la locura, la inactividad o la autodestrucción. Creo que es necesario tener algún consuelo metafísico para estar tranquilo. Creo que somos capaces de inventarnos todos los auxilios sobrenaturales que nuestros miedos y limitaciones exigen. De ahí vienen ideas tan hermosas como el amor, la libertad o la felicidad. Creo en todas ellas así, con minúscula, porque no se trata de absolutos sino de guías hacia algún sitio. Nortes artificiales para darle sentido a un caminar que la mayor parte del tiempo parece aleatorio. Creer ―y por esto creo― ofrece una solución cómoda y segura para todo lo que no soy capaz de entender, explicar o aceptar; pero también para todo aquello que no me interesa investigar. Como ser humano con limitaciones, con dudas, con sueños, creo. La fe es el motor de toda actividad, de toda belleza y también de todos sus opuestos. No creo, por cierto, que sea coincidencia la conjugación de los verbos creer y crear en primera persona, la maravillosa identidad que ello implica: creo.

viernes, mayo 18, 2007

Pregunta Dos: ¿Su trabajo interfiere con su vocación literaria?

La diversidad de mis actividades laborales es más un beneficio que una interferencia para mi vocación literaria. Creo que todo acto creativo encuentra su base, en una u otra forma, sobre la realidad y la experiencia; sólo quienes han vivido y han reflexionado sobre su principio y sus metas, pueden ser creativos. La torre de marfil puede ser la peor decisión que tome un artista en tanto las ideas sólo existen al comunicarse. Si se pierde el contacto entre artista y realidad, el arte se borra por consecuencia. Me gusta pensar que la diversidad de mis actividades, al multiplicar mi experiencia vital, apoyan mi capacidad creativa y reflexiva.

Así por ejemplo, desempeñarme como maestro, me obliga a mantener siempre la disciplina del estudio y la reflexión, a buscar el uso más simple del lenguaje para impartir la clase y, además, me ofrece el contacto con muchas personas, cada una de las cuales es un mundo y, un personaje de la vida. Lo mismo puede decirse del litigio; cada uno de los pequeños o grandes dramas de los que me hago parte, me ofrecen un nuevo punto de vista sobre el mundo que me rodea. Todas las personas que se ven obligadas a recurrir a un abogado asumen un papel en el mundo y actúan conforme a él: desamparados, autosuficientes, triunfadores, estafadores, inocentes, vencidos... Cada uno es un atisbo más del hombre y, como tal, de lo que me hace ser. Cuando me vendo como corrector de estilo o redactor, cada encargo es un reto y otro paso en el aprendizaje. Aprender a usar las palabras para que digan lo que deseo y aprender a usar el lenguaje correctamente, me ayudan a escribir mejor cuando lo hago para mí.

La guerra del tiempo, sin embargo, puede ser cruel. Más a menudo de lo que me gustaría, las obligaciones profesionales que contraigo disminuyen mi capacidad de apartarme un rato a escribir, de disponer del tiempo a mi entero arbitrio pero, hasta ahora, he sabido mantener la disciplina y escribir todos los días.

Por último, debo confesar que la razón por la que escogí como profesión la abogacía, fue para tener un ingreso seguro y estabilidad en mi forma de vida. No me arrepiento de tal decisión. La ausencia de preocupaciones por el ingreso o por la manera en que subsistiré el siguiente día, me permite sentarme a escribir con un espíritu más libre. Al fin y al cabo, primero se come y luego se piensa. Con mi trabajo he aprendido mucho y, gracias a sus frutos, he podido viajar y conocer maneras distintas de pensar y de vivir. Mi trabajo me fija los pies en la tierra y me permite abrir las alas de la imaginación.

miércoles, mayo 09, 2007

Pregunta Uno: Imagine y escriba su autobiografía

Erick Miranda Valero nació y murió en la ciudad de México. Abogado por sentido práctico y maestro por accidente, se inventó una vocación literaria que no pudo compartir en vida. Como escritor no publicado, defendió siempre la teoría de que las verdaderas obras maestras son las que esperan olvidadas en un cajón obscuro la llegada de un espíritu hermano. Desadaptado, terminó sus días en una clínica de reposo mental donde se internó tras la crisis nerviosa causada por su lectura compulsiva y malsana de novelas del romanticismo alemán. Murió esperando la llegada de su amada inmortal y de un espíritu hermano. Ambos llegaron demasiado tarde. La amada inmortal, una brasileña que juró no volver a verlo en vida, se presentó al servicio fúnebre y confesó al cuerpo inerte que lo amó siempre porque estuvo lejos. El espíritu hermano, su amiga Laura y entonces directora del Fondo de Cultura Económica, llegó una tarde soleada en el barrio de Coyoacán. El hermano del autor, conocido indigente y músico, vendía las historias de Miranda por cualquier cosa sin mucha suerte. Laura, acosada por la culpa de no haber ayudado nunca al autor, compró todos los manuscritos y propició su publicación. El volumen, cuya única edición alcanzó apenas los quinientos ejemplares, se considera una curiosidad de anticuario cuando no un craso error del Fondo de Cultura. Las dos novelas y varios cuentos contenidos en él son menos extensas que la crítica escrita en torno suyo. Se considera obra maestra del autor y representativa de su estilo, el epitafio que escribió para su lápida: Hoy No Trabajo.

jueves, abril 26, 2007

Caza de Letras

Los siguientes posts serán la crónica fiel de mi estúpida desidia. Alentado por la vida y el ocio, me inscribí al concurso literario Caza de Letras. Los post que siguen, son las respuestas que pensé ofrecer para la selección. Ayer noté que se me fue el avión para la segunda etapa. Pensaba perder, pero al menos porque los otros novecientos participantes escriben mejor que yo... No por idiota. En fin, hay que aprender y esperar que haya una segunda edición del concurso.

Agradeceré las mentadas de madre, yo solo no me torturo lo suficiente.

miércoles, abril 18, 2007

Separación

Aquí es donde la cuestión se complica hasta lo incomprensible. Las cosas suelen terminar así, en medio del absurdo. Hay días en que unos escogen el sacrificio y otros el abandono sin razón aparente. Lo más triste es esa angustia que queda porque de dos, no puede hacerse uno. Somos seres humanos y creo que la vida siempre es similar a este monólogo a dos voces en el que ninguno entendió lo que quisieron decirle:

― ¿Nunca vas a regresar? ―
― No. ―
― ¿Puedo seguir siendo parte de tu vida? ―
― No. ―
― ¿Te arrepientes de haber estado conmigo? ―
― No. ―
― ¿Sabes que te quiero? ―
― Sí. ―
― ¿Sabes que siempre puedes contar conmigo, que nunca te abandonaré? ―
― Sí, puede decirse. ―
― Gracias por todo, me hiciste inmensamente feliz. ―
― Gracias, y tú a mí. ―
― Te amo. ―
― Adiós. ―
― Adiós. ―

¿No encierra esto toda la estúpida belleza de la humanidad?

Miércoles, 18 de Abril de 2007
12:03 Hrs.

domingo, abril 08, 2007

No te soltaré

Te necesito. No me obligues a soltarte y no te sueltes de mí. No quiero ser ese silencio, no quiero ser la historia perfecta cuando ya nadie quede para leerla. Si me he construido, defendido, salvado. Si me aferré a la vida en todas mis posibles muertes, no ha sido para terminar así. No ha sido para pasar las noches llorando frente a la computadora porque mi cuerpo me dice que falta alguien, que hace frío porque todos los abrazos se han apartado de mí. Si llego a ti limpio, conciente al fin de mi irresistible, detestable y hermosa humanidad; incapaz de abandonarte, te juro que no es para que me obligues a soltarte. Necesito que alguien, por una vez, me tienda la mano y me diga “no te soltaré”.

Ya no puedo. No puedo esperar y no puedo soportar que mi mano quede inútil, separada. Estoy cansado, estoy vencido. Si tú no te quedas, nadie se quedará. Sabré que me equivoqué desde el principio, que cavé mi tumba y ahora tengo que quedarme en ella. Se llama soledad, se llama olvido. Yo escogí, yo fallé en la única decisión que podía salvar la vida y la perdí.

Dime que no vas a soltarme. Dime que no me dejarás nunca. Dime que no hay traición. O aceptémoslo de una vez. Somos humanos y estamos perdidos.

No me sueltes. No me obligues a soltarte. En bien y en mal, en triunfo y en caída. Juntos. Porque de otra manera, no vale la pena vivir.

Sábado, 07 de Abril de 2007
23:57 Hrs.

miércoles, marzo 28, 2007

Frankfurt―México

―Köln Hauptbahnhof―

El viaje termina aquí, con uno de los traslados más peculiares y poéticos que he vivido. Para matar el tiempo hasta la madrugada, cuando partía el avión de Frankfurt y empezaba el regreso a México, hice una buena travesía ferroviaria. Conocí las líneas secundarias de Bélgica antes de llegar a Colonia (Köln). Utilicé un tren sacado de película de los treintas que atravesó muchas ciudades hermosas y mál iluminadas . Ya en Alemania, el tren de doble p iso y primera clase, me hizo pensar en esa convivencia deliciosa de tiempos distintos en el Viejo Continente.

Pasé las úlitmas horas de la noche en el aeropuerto de Frankfurt, vagando como tantos otros fantasmas del no lugar, esperando que dieran las cinco de la mañana para iniciar el abordaje. No puedo evitar sonreír cada vez que pienso en el abordaje de una aeronave. Siento que me falta el parche en el ojo.

―Frankfurt am Main―

Tras unas cuantas horas de vuelo, aterrizamos en Madrid. La escala para cambiar de avión y cruzar el océano duró apenas lo suficiente para hacer una visita al centro y revivir la primera imágen que tuve de Europa hace ya más de un año, la Puerta del Sol. Con el tiempo contado, me apresuré a la librería para descubrir que tampoco en España, nuestra metrópoli editorial, editan ya "Solal" de Albert Cohen. Ahogué mis penas con el segundo tomo de Genji Monogatari en la edición de Siruela. Después, con libro bajo el brazo, el desayuno en la Mallorquina compuesto de café con leche, un bocadillo de jamón y una deliciosa palmera de chocolate.

Ese desayuno tiene un valor especial. La Mallorquina fue una recomendación de Laura y Omar quienes, además de ser feliz pareja y verdaderos amigos, de los que no hay más que un par en la vida, vivieron un buen rato en Puerta del Sol. Además, y como puede apreciarse en la fotografía, fue también la primera imágen de Europa; lo primero que vi al terminar el transporte aéreo y subterráneo una helada madrigada de Febrero de dos mil seis. (Puede verse el anuncio de la Mallorquina en letras verdes sobre un fondo dorado en el centro de la parte inferior de la imágen, junto a la cabeza de un madrileño bastante chistoso).

―Primera Impresión de Europa―

Volví al aeropuerto justo a tiempo para abordar el avión de Aeroméxico y las trece horas de vuelo que terminaron de traerme a casa, me parecieron eternas. Yo soy el pasajero al que siempre se ve caminando por los pasillos cocmo si pensara en algo serio y grave. Soy el pasajero que se sienta en el suelo, cerca del compartimiento de las azafatas, para tener más a mano el agua, el alimento y la posibilidad de estirar las piernas como le de su maldita gana. Lástima que en este vuelo no tardó en popularizarse mi idea y terminaron por mandarnos a todos a la incomodidad de nuestros asientos. Soy quien se come todo lo que ofrece el servicio, incluso lo del vecino si este se descuida. Soy el loco que carga tres libros en el avión porque sabe que trece horas bastan para leer dos y medio. Lo cierto es que las horas eternas son, para mí, sencillas de matar y con un poco de vino puedo hacer fiesta, por lo menos, en tres de ellas.

Y para todos los que se preguntan qué pasó con mi compañía de viaje, he aquí el desenlace. Pasó trece horas sentada a mi lado en el avión, enojada y en silencio. Desde entonces no he vuelto a verla; nuestra amistad es rara, sin embargo, volveremos a tolerarnos alguna vez.

En el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, evité todo el tradicional calvario. Me apresuré, casi corriendo, a salir del avión para no hacer cola en la aduana y el destino me bendijo poniendo mis maletas de las primeras en el carrousel. Creo que funcionó mi truco de documentar lo más tarde posible para que quedaran las primeras al salir. Tomé un taxi del aeropuerto y el taxista, una vez que subió mis maletas y me abrió la puerta, me pidió el boletito. ¿Cuál?, le pregunté. Resulta que tenía que comprar un boleto antes pues existe un sistema especial para evitar que la gente robe taxi metiéndose en la fila. Pues sí, resulta que también soy el pasajero que quiebra el orden para tomar taxi. Gracias a todos los atropellos que cometí, llegué a casa, junto a mi familia, una hora después de haber aterrizado.

Me esperaban con quesadillas y un pambazo del changarro de la esquina. Estaba en casa y la Navidad me había esperado. Ese tres de Enero intercambiamos regalos, brindamos, reímos y cenamos juntos.

Después, Laura, Mariana, Pia, Omar, Manuel, el Sr. Miranda, el Dr. Callejas, Miguel y Circe, me recibieron en distintos días con un abrazo que me hace pensar en la estatua de los Hospitalarios en Brujas.

He releído el diario de viaje a la par que me reunía con todas las personas que me estaban esperando y a quienes sabía que volvería. Vuelvo de esa especie de limbo o libertad extraordinaria que significa el viaje. Regreso también más limpio, más tranquilo. Quizá al fin me he apartado de todo lo que masacró el feliz regreso la vez pasada. Empiezo a entender que todo va de la mano, que es natural y que no es una cuestión de decisiones sino de realidad, como dijo Laura al pensar en el Coliseo. Es parte de nuestra naturaleza, es parte de la vida. Hay que asumirse.

El Hogar no es sólo la esperanza que me acompañó a lo largo del viaje; también es cada uno de estos reencuentros, cada sonrisa y cada charla. El hogar es el fragmento de todos ustedes, amigos, familia, amor, que llevo en mí. Gracias por ser mi fortaleza.

Por último, la frase que explica todo, cortesía de Petronio:

"Yo he vivido siempre y en todas partes de tal modo, que consumí
cada uno de los días que pasaban como si no hubiera de volver".

"Ego sic semper et ubique visi, ut ultimam quamque lucem tanquam
non redituram consumerem".

―El Viajero (sigue sin saber vivir)―

Miércoles, 28 de Marzo de 2007
12:20 Hrs.

miércoles, marzo 14, 2007

Brugge, Belgique

―Brugge, desde la Torre del Campanario―

Brujas fue la última escala de mi viaje por Europa. Llegué por la noche, cuando la ciudad parecía más un pueblo fantasma que un centro turístico. Sus calles, cubiertas de una solitaria penumbra, invitaban a la vagancia, a la reflexión que sólo la soledad otorga. La arquitectura medieval, unida a la ausencia absoluta de automóviles me transportó a una de tantas historias de ciudades, caballeros y aventuras.

Esa noche preciosa, estrellada y pura, fue también escenario de una de las experiencias más absurdas que he tenido en la vida. Como ya es pasado y, con franqueza, me parece estúpido buscar palabras nuevas para algo así, sólo trascribo aquí el fragmento correspondiente de mi diario de viaje, censuro el nombre, no vaya a resultar ofensivo pero...

"Me arrepiento un poco de no haber volteado a mirar la cara de Ixxxxe mientras me seguía por las calles desiertas haciendo reproches que acaso estuvieran bien para un novio o algún sirviente pero que a mí me parecían hilarantes. No hagas berrinche, detente y habla conmigo; cosas así. Habla, le dije, que yo busco un hotel.

Apresuró el paso y me sujetó la maleta. Yo no sé por qué o en qué modo, le parecía una buena idea. Acaso no pensaba, acaso creyó que su fuerza o su condición me obligarían a detenerme y escuchar sus necedades. Le tomé la mano, la obligué a soltar la maleta y le dije “no me provoques, niña”. Nunca entenderé por qué la gente busca la violencia con tanto ahínco, con tan poca conciencia de las consecuencias, es como escupir al cielo. Querer detener a un hombre que camina para que haga lo que quieres. En fin. El acto idiota de autoridad me enfadó, caminé más aprisa y llegué a una plaza donde me senté a fumar un cigarro y a mirar el mapa. Lo hacía, claro, por ocio, sin sentido, no había manera de ubicarme sin ver los nombres de las calles. Pero Ixxxxe que me seguía como perro pateado, me invitaba casi al jolgorio, al jugueteo tonto de poner cara seria y pretender que estaba perdido aunque estábamos rodeados de hoteles. Curioso, me detuve como ella quería y no dijo una palabra. Había hoteles de todo tipo, de lujo y no tanto pero no dijo nada. Supongo que aún intentaba entender el hecho de que un ser humano la plantara.

Me cansé del juego y me metí al hotel a mis espaldas, pedí una habitación, ella corrigió que para dos, yo le repetí al encargado, para uno. Ella pidió otra. Claro, el hotel no le gustó porque también tenía baño compartido. Se fue a buscar otro no sin antes preguntar a qué hora nos veíamos para reservar el tren. Le expliqué que ahí el desayuno era de ocho a diez y que ahí estaría desayunando. Te veo a las ocho, dijo y se fue... ¡Santa Libertad!"


Este desenlace me pareció hilarante y, además, un bonito modo de ponerle punto final a una historia de parasitosis autoinflingida. Brujas me estaba esperando y no tardé más de diez minutos en lanzar las maletas a la habitación y estar, de nuevo en la calle, bajo la lluvia nocturna, admirando la ciudad vacía, donde no había otros pasos que los míos y sólo mis ojos recorrían la piedra de los impresionantes edificios.

―Brugge, bajo la lluvia―


Llovía. Las gotas pequeñas y constantes transformaban la iluminación nocturna en un fuego fatuo que cubría las catedrales y los árboles. Pasé un buen rato vagando, perdiendo mi imagen en la negrura de los canales que distinguen a la ciudad y, cuando estuve cansado, volví al hotel.

La noche del primer día del año era joven. Trabé amistad con unos Kosovares muy agradables. Terminamos otra vez en la lluvia, camino de un Irish Pub en el que acompañados de una Corona para ellos y una Pilsner para mí, me contaron algunas experiencias de su escape contradictorio del sitio que consideran su hogar, en el que no es posible vivir. Cada uno hizo un peregrinaje distinto por Europa, todos dejamos atrás amores, todos tenemos la esperanza de que alguien nos espera. El hogar puede ser eso, la sonrisa que espera al final del camino. Quizá no sea un sitio, sino el sentimiento de espera, de bienvenida.
―Los Hospitalarios (¿El hogar?)―

La tragedia de los Kosovares también tuvo su lugar en mi diario:

"Estábamos en la calle, bajo la lluvia, hablando de mujeres y países, mientras su amigo hablaba con una muchacha que, según explicó mi interlocutor, tenía 14 años y quería acostarse con aquél, pero el seducido no estaba dispuesto a hacerlo por la edad. Me explicó que así eran las cosas en Brujas, la gente follaba con menores, la lluvia caía todo el tiempo como en Londres y la vida era aburrida".



La mañana nublada y cubierta por una lluvia inconstante llamaba a la nostalgia. Mientras desayunaba vi a una mujer, que la noche anterior estaba ebria y dormida en la barra del Pub, pasar a mi hotel a recoger a su hijo que la veía como si fuera una aparición del más allá.

Las colecciones de pintura en los museos de Brujas, cuyos nombres son impronunciables y de difícil transcripción son impresionantes. Hice un recorrido pictórico desde principios de la Edad Media, hasta los absurdos e inútiles esfuerzos de la “posmodernidad”. Brujas era la ciudad de ensueño, donde me fue imposible sentirme intranquilo, donde se encuentra el símbolo de todo lo que me gusta y respeto.

La ciudad es cosmopolita igual que su gente, no me topé con nadie que no hablara, por lo menos Alemán e Inglés y Francés además del dialecto Flamenco de Brujas. La comida, mezcla de todas las tradiciones y latitudes es deliciosa; el arte de hacer chocolate, transformado y perfeccionado en Bélgica tiene también un lugar especial en Brujas, son muchas las boutiques de Pralinette, cada una con su especialidad y su toque particular.


En Brujas, respiré tranquilo, estaba justo debajo del sitio donde el cielo se abre y la luz llena a la tierra...


Miércoles, 14 de Marzo de 2007
11:42 Hrs.

viernes, febrero 23, 2007

Paris, France

No encuentro la manera de hablar sobre París, lo mismo que sería incapaz de hablar de otras ciudades que me han marcado; en algún modo, París ha sido la experiencia más intensa, la ciudad que simboliza los sentimientos, la literatura y la realidad a un tiempo. París era esta vez, el deseo de estar contigo, caminando por sus calles, deseo hermoso pero truncado por las malas jugadas de la coincidencia. Sabes exactamente lo que siento.


―Plaza Saint Michel―

No tengo otra manera de hablar de París que copiando aquí anotaciones que quizá parezcan inconexas y sin sentido; las reflexiones y sentimientos que fui recogiendo por el camino y que ofrezco aquí en su estado puro, sin cambiarlas para hacerme entender:

Quedan sólo unos días en Europa; se siente, al mismo tiempo, como mucho y poco. Contra el costumbrismo sedentario de mi vida, este desarraigo itinerante es un buen remedio pero, al mismo tiempo, algo en mí exige el regreso a la normalidad.


―Parc Monceau―

Desde anoche, cuando salí del metro y volví a sentir el aire de París, me siento especialmente contento. Estoy un poco asombrado también, pensaba que tardaría muchos años en volver a este sitio.


―Versalles―

La enorme extensión del lago me dió más de una hora para rodearlo. El espacio abierto, rodeado de árboles invernales, sin hojas y como muertos, a la espera de la resurrección primaveral es una experiencia irrepetible. La enormidasd del lago permitía que el viento soplara con todas su fuerza, un aire frío, refrescante que levantaba olas en el agua que tal vez, en otras circunstancias, sería el espejo más grande del mundo. El viento se oponía a mis pasos con fuerza increíble, tenía que inclinarme hacia adelante para vencer, para no sentir el equilibrio perdido. Me bastó cerrar los ojos por un rato, caminar así, en línea recta y sin obstáculos, sin vista, para sentir que volaba; extendí los brazos y sentí en los omóplatos el surgimiento de las alas que no tengo, oponiéndose al viento, filtrándolo, como si me atravesara.



―Desde el Sena―

Es el último día del año y estoy en París. No sé si el mito signifique mucho o poco, si el modo en que empieza el nuevo año tiene algo que ver con lo que sucederá. Quizá es más bien una cuestión de decisiones. Al terminar el año, igual que todos los días, pero tal vez de un modo más serio, uno se mira con ojo crítico y escoge el camino. El orgien, tal vez, de los propósitos.



―Pont Neuf―


Escrito así, parece pueril, uno de esos sueños o fantasías que uno se inventa cuendo tiene veinte años y lleva Rayuela bajo el brazo como cómplice, como salvavidas, como abismo; cuando uno cree mirar a la Maga en todas las mujeres y se siente confundido, desesperado y a la orilla de cualquier zozobra. Si he sido algo así y lo sigo siendo en algún espacio de mi alma o mi cuerpo, lo cierto es que París lo simboliza en algún modo.

Pero París también simboliza otra cosa, el opuesto. Significa que puedo hacer que esos deseos que parecían sueños o nimiedades, se transformen en experiencias vividas a piel, en cuerpo y alma. Significa que el Sena no es sólo el sitio donde se tiran de cabeza los locos de amor o de desprecio, el sitio inalcanzable de los soñadores y los exiliados sino que es, también, una pequeña cumbre, otro instante en la lista larga de los placeres alcanzados con esfuerzo, con amor. Al fin y a la postre, significa que he aprendido que la desesperación no dura siempre y uno termina por ser feliz aunque se resista. Que la única medida o límite en la realización de los sueños que me invento, son mi determinación, mi fuerza y el poco o mucho amor que le tengo a cada uno.

Viernes, 23 de Febrero de 2007
14:27 Hrs.




viernes, febrero 16, 2007

Firenze, Italia

―Firenze―


Florencia fue una carrera contra el tiempo que, si bien no pude ganar, tampoco me llevé la peor parte. ¿Por qué carrera contra el tiempo? Por no saber escoger a la compañía del viaje; ni modo, hay errores que se pagan con sangre y lo que es peor, con arte.


La ciudad es una mezcla preciosa de noche y día, presa, al mismo tiempo, del mundanal ruido y del silencio contemplativo de quienes más que vivir, saben sentir. Sus calles agitadas por los infinitos transeúntes y los desagradables vendedores callejeros de piratería y artículos robados, se transforman respondiendo a la rotación de la tierra: Lo que por la mañana es agitación y filas para llegar antes que nadie al museo se transforma, unas horas más tarde, en caminatas apacibles, charlas de café y sonrisas. Para el triste bohemio y para el mal acompañado, la noche de Florencia hace la felicidad, estoy seguro de que mis pasos aún hacen eco en sus calles.


―Rapto de las Sabinas en la Loggia dei Lanzi―


Aquella primera noche, cené feliz porque la que quiero, pensó en mí y me lo hizo saber. Imagino que mientras yo cruzaba el Ponte Vecchio, sus palabras se deslizaban en la pantalla y que las miradas siempre coinciden en el cielo.


El día siguiente fue uno de los más emotivos que he pasado en la vida. Al fin, tras soñarlo con fervor y atención mientras repasaba las páginas de mis libros de arte, entré en la Galería de Uffizi. La realidad se acercó al cotidiano cúmulo de sueños que me rodea.


Seguí hacia el Palacio Davanzati, dedicado a la resurrección del estilo de vida en Florencia durante el fin de la Edad Media y el principio del Renacimiento y después entré en la Iglesia del Domo, Santa Maria dei Fiore. Según dicen, es la construcción más grande de la Cristiandad, aquella cuyo interior es tan amplio que podría construirse en él.


―Puerta del Baptisterio, Santa Maria dei Fiore―


Mientras avanzaba la tarde y mis vagabundeos seguían hacia la Galería de la Academia, me surgió la idea morbosa de que, una vez terminado con el David, iría a conocer la piratísima Casa de Dante. Para mi desgracia (o fortuna, según se vea), estaba cerrada y, frustrado, caminando por sus alrededores, llegué a uno de los máximos templos literarios y amorosos.


Ahí estaba, la Iglesia de Dante, donde se originara la Divina Comedia por culpa de una lejana desconocida. Febril, entré a la obscura y pequeña iglesia. No caí de rodillas, pero casi lloro. La tumba de Beatriz puede tener ese efecto, es un símbolo más grande que la memoria fúnebre. Lo demuestran las cartas que le dejan ahí, a manera de ofrenda, muchos más peregrinos de los que se asoman a la cruz. Es mirar a la humanidad que perdura, que duele. Sin esa mujer, el mundo no hubiera sido el mismo.


―La Tumba de Beatriz (¡oremos!)―

Mi camino siguió hacia el Palazzo Vecchio que recorrí por completo olvidándome, gracias a su magnífica belleza, del hambre que me torturaba ya desde unas horas antes. El gran palacio que otrora tuviera por guardián de sus puertas al David escapa a toda descripción, es una superposición típica de construcciones; su interior llega a sentirse como un laberinto y cada habitación, por sus medidas distintas por entero a las de la habitación anterior, es como cambiar de piel.

Tras una comida de auténtica pizza italiana con vista a la Piazza della Signioría, volví al Ponte Vecchio para decirle adiós al encanto de la ciudad y del puente, para contemplar, por última vez, mi reflejo obscuro y distante sobre las aguas del Arno, inmóviles en apariencia pero, lo mismo que el mundo, siempre distintas.

Al otro día me esperaba un larguísimo viaje en tren de regreso a París. De vuelta a esas calles de nostalgia, desesperación y redención.

Viernes, 16 de Febrero de 2007

lunes, febrero 12, 2007

Roma, Italia

―Roma―



Roma fue una experiencia indescriptible. Como verdadera capital imperial, su existencia se sobrepone al tiempo y a la circunstancia; sus edificios y su historia encuentran la manera de introducirse debajo de la piel, de transformar en lo profundo al alma y al pensamiento.

Fue en Roma donde encontré la respuesta, o por lo menos, donde me sentí más cerca de la respuesta a la pregunta que hace meses dejé abierta. Respuesta que luego, a mi regreso, mi amiga Laura dejaría en mis oídos con una sencillez aterradora.


―El Coliseo Romano―

El Coliseo es majestuoso y aterrador. En el interior reina un extraño silencio, como un luto por toda la sangre que se derramó ahí. Hay una cruz en la entrada, tributo, supongo, a los mártires cristianos. Tuve que sentarme un rato a pensar y a sentir ese silencio demasiado profundo. Al mismo tiempo, me sentía rodeado de gritos de emoción, del choque de las armas y los gruñidos de las fieras. Es un tributo a la barbarie y a la muerte, pero también representa lo que, cómo género, podemos lograr desafiando al tiempo.

Son los dos sentimientos que hace meses me atormentan. Tener en mi alma, en mi historia y en mi cuerpo, los restos y las semilla de algo tan grandioso y tan abominable como es el hombre. Capaz de las crueldades impronunciables y de la belleza indecible.

Un grano de mostaza, un fragmento de algo que no puedo comprender. Pero mi vida, supongo, agregará algo a ese silencio. Agregará un eco de dolor y desesperación y alguna piedra, algún ornato para el gran edificio de la belleza. Pensar lo otro es más terrible; que no quedará nada de mí, que me voy borrando o desgastando con cada día que pasa hasta que no sea más que el olvido, es decir, ni siquiera un resto.

La misma sensación de barbarie y belleza, de alegría y miedo, me llenó cuando estuve frente a los restos de las chozas de Rómulo y Remo en el Palatino. Roma es el principio de mi historia y también, del fin de mi historia.



―Piazza San Pietro―


Pasé la navidad en el Vaticano, admirando la existencia de un misterio que creí antes y ahora ha dejado de tener sentido. Feliz de asistir a esa celebración donde el hombre pierde sentido y se transforma en un elemento nulo, donde intenta sumarse al todo sin renunciar a su existencia.


Todo ocurre como fuera del tiempo, lejos de la decadencia y de cualquier otro referencial. El puente o la barrera del latín nos une a todos y, como lengua muerta, separa lo que sucede en el rito del mundo, como un hechizo.


Las actividades de los fieles que esperan la misa de gallo son muy diversas. Algunos, nos sentamos o, de plano, acostamos junto a alguna columna de mármol. Se ven algunas banderas que pretenden unir paisanos, algunos coros improvisados de villancicos. El frío es insoportable pero, por un rato, no parece importarle a nadie. El frío golpea después, cuando termina la celebración y cada uno vuelve a lo que sea que le esté esperando.


―Las Cuatro Fuentes―


Por lo demás, Roma es el museo más grande que he visitado en la vida. Nunca me había encontrado con tal despliegue artístico y arqueológico. Sobre todo, Roma y su belleza, posee la capacidad de hacerme sentir, de relacionarse conmigo en formas en que, por ejemplo, el arte chino, no puede hacerlo. Será cuestión de la educación o la cultura pero así es. Roma fue un sueño hecho realidad, el reencuentro con las raíces.

El éxtasis de Santa Teresa, la Capilla Sixtina, las Habitaciones de Rafael, San Pedro, la Galería Borghesse, los Bernini en cada esquina, la Fontana de Trevi. Es imposible describir cada fragmento de la ciudad y explicar el impacto que causó en mí. Creo que sólo quien haya pisado Roma puede darse una idea de lo que significa. Sin embargo, yo viví la ciudad en una circunstancia especial: estaba desierta porque era 25 de Diciembre; salvo la Fontana de Trevi, todo parecía abandonado, era una ciudad fantasma. Sin transporte público, todo lo hice a pie y ojalá pueda repetirlo.

Tú irás conmigo, lo sé, los dioses tienen que apiadarse de mí, de nosotros, alguna vez.

Lunes, 12 de Febrero de 2007










miércoles, febrero 07, 2007

Venezia, Italia II

Crucé también el puente de los suspiros, mirando hacia fuera como cualquier reo de camino a las prisiones del Palacio Ducal. Acaso sea necesario un corazón de piedra o una indiferencia inhumana para no sentir en el cuerpo un deseo de libertad negada al asomarse por los pequeños huecos de la ventana y sentir perdido el mar, el horizonte y la vida...

-Desde el Pente de los Suspiros-

Tomar un café en el Florián, donde Lord Byron escribiera alguna cosa, con la mirada perdida en San Marco. Encender una vela en Santa María de la Salud por ustedes, por mí, por el mundo.


Cuelga en mi puerta una bandera de la República Veneciana, con el león de San Marco y la profecía de su cuerpo. Unos dicen que la profecía se cumplió, otros opinan que su cabeza está en Alejandría donde apareció por voluntad propia un buen día y por milagro para no regresar junto al cuerpo.


Acaso esa leyenda quiere decir otra cosa. ¿Quién que haya pisado Venecia puede separarse de ella?


-Plaza San Marco-

Febrero 07, 2007

Debe existir una razón por la que, mientras estuve en Venecia, no dejaba de pensar en esta canción pero, ¿cuál será? ¿Empezará con M?

Ela passou do meu lado
Oi, amor - eu lhe falei
Você está tão sozinha
Ela então sorriu pra mim
Foi assim que a conheci
Naquele dia junto ao mar
As ondas vinham beijar a praia
O sol brilhava de tanta emoção
Um rosto lindo como o verão
E um beijo aconteceu
Nos encontramos à noite
Passeamos por aí
E num lugar escondido
Outro beijo lhe pedi
Lua de prata no céu
O brilho das estrelas no chão
Tenho certeza que não sonhava
A noite linda continuava
E a voz tão doce que me falava
O mundo pertence a nós
E hoje a noite não tem luar
E eu estou sem ela
Já não sei onde procurar
Não sei onde ela está
Hoje a noite não tem luar
E eu estou sem ela
Já não sei onde procurar

Onde está meu amor?

Venezia, Italia I

-Atardecer en Burano-
Llegué a Venecia de Noche, atravesando como en un sueño el puente ferroviario construido sobre el agua, al ras de la misma. Sentí que caminaba sobre el agua, que los milagros aún existen.

La ciudad es, con razón, la más hermosa del mundo. Se respira un aire tenue, limpio; sus calles son, al mismo tiempo, acogedoras y decadentes, con esa mezcla imposible de las glorias pasadas y el devastador presente. Cuando brilla el sol, se camina como entre nubes: la piedra, el mármol y los canales adquieren un brillo dorado que al mismo tiempo lastima y atrae la mirada. Por la noche, las calles principales se mantienen iluminadas bellamente, pero basta apartarse un poco del camino para encontrarse en callejones obscuros, perfectos para el amor, los fantasmas y la muerte...


-Santa María de la Salud desde el Campanille-

Venecia no se termina en la gran isla que forma su centro, Venecia penetra en el agua y se multiplica en otras islas más pequeñas, Venecia es el agua y el atardecer, la ciudad infinita cuyo límite es el horizonte. Es el Vaporetto, el ghetto judío, la isla abandonada de Torcello, el cristal de Murano, el monasterio militarizado en ruinas. George Sand enamorada, Vivaldi persiguiendo niñas, Thomas Mann y sus delirios, Poe y el carnaval.


La ciudad está poseída, existe ahí un espíritu perpetuo formado, quizá, por las generaciones que la construyeron como un enorme templo. El espíritu múltiple de todos los que dejamos ahí el corazón. Existe una infinidad de iglesias de los estilos más variados y cada una de ellas dedicada a la imagen milagrosa, a la virgen aparecida o a cualquier otro hecho meritorio. Descansan en sus criptas y altares muchísimos mártires, incluido San Marco, cuya reliquia fue robada según las escrituras. Los museos intentan competir con la propia ciudad, los palazzos desafían a la lógica. La República Serenísima resiste la anexión a Italia y palpita aún en las piedras, en la inundación de San Marco y en la entrada de los Gigantes.


Hay que entrar a la catedral bizantina de Santa Fosca en Torcello. La isla desierta ha dejado también deshabitada la catedral en cuyo interior reina el silencio del abandono. Un cristo sin cruz cuelga del centro, amarrado con cadenas por los brazos dándole una vuelta de tuerca al mito. Ahí, junto a la iglesia, está también el trono de Atila a disposición de quien piense que sentarse ahí vale la pena...


-Torcello-

miércoles, enero 24, 2007

Luzern, Suisse


La transición de Alemania a Suiza es, a bordo del tren, una experiencia hermosa. Se suceden los paisajes lacustres y montañosos. Aquella mañana, la luz brillaba sobre la nieve de los Alpes y pintaba las aguas en dorado.
Lucerna es una ciudad pequeña, donde uno tiene la sensacicón de hallarse en tierra de nadie. El idioma no se corresponde con ningún otro aunque casi cualquiera habla inglés, alemán o francés. Es un código creado para los que han nacido en la ciudad. La comida es una extraña y sabrosa mezcla de cocina Suiza, Alemana e Italiana.
Caminar por sus calles medievales es hallarse fuera del tiempo. El enorme lago, vencido por los medievales puentes de madera, es un magnífico escenario para mirar el horizonte, para sentir el aire frío de la vida, para pasar la noche en vela. Ante la estatua del León, el silencio hace presa del cuerpo.
De Lucerna me quedan aún bastantes chocolates y la cuenta pendientes de que, al volver, escalaré el Pilatos -en funicular, por supuesto-; desde ahí le confiaré un nombre al viento.

domingo, enero 14, 2007

Beethoven's Stadt


Bonn, Deutschland



Catedral Monasterio de Bonn, Alemania.

Bonn es una ciudad pequeña y hermosa, lugar de nacimiento de Beethoven. En ella pasé un par de días, bastante melancólicos. No puede evitarse la nostalgia con el Rhin a unos pasos y la casa donde nació el compositor; escenario de esa infancia triste del anecdotario popular. Para las noches, el mercado navideño con tradicional vino caliente.

Me dejó un par de discos con cuartetos de cuerdas y sonatas para piano y violín interpretadas en los instrumentos que usaba Beethoven, la imágen de la Universidad y la Catedral recortadas contra el cielo nublado al final del Otoño. Queda conmigo la tristeza que provoca la ausencia de un cariño que crece y muchos que se han ido. Encontré la sensación de estar ahí, donde los deseos de toda una vida, se transforman en realidad.

Empezaba el camino y no estaba solo. Todos ustedes estaban conmigo. Sin la fuerza que representan, sin el principio y el final del camino que son, sería imposible apartarme de mi mundo para buscar tan lejos la vida que no sé hallar.