Para quienes ya no llamo
Porque a menudo la verdad es cruel y vale más matar a un hombre que quitarle las ilusiones—Mika Waltari
La frase de Waltari me vino a la memoria cuando terminé de leer la monumental, desgarradora y hermosa novela de Heinz Rein: Final en Berlín —o Berlin Finale, por su título en alemán—, que gracias a los de Sexto Piso, al fin conocemos en español. Acaso esta idea tomada de Sinuhé, el egipcio, sea una de las que más temprano en la vida me hicieron entender el poder de la ilusión, la necesidad de la ilusión. Aunque le faltó avisar de sus consustanciales riesgos. Pero es algo de lo que he estado más o menos consciente desde que recuerdo, y que me hizo sentir muy cercano a Joachim Lassehn, figura casi central en la novela:
No se si soy un tipo de persona especial, pero no pude conectar con mis camaradas. Siempre lo encontraban todo correcto y en orden y se lo creían todo a ciegas, aunque quizá no habría que ser tan severo a la hora de enjuiciarlos, pues los educaron para no tener juicio alguno, para obedecer ciegamente, para adorar a sus ídolos (Rein : 2017, 33).
La obra de Rein va mucho más allá de una mera crítica a la ideología nazi pues también busca comprender qué es lo que lleva a las personas a reducir sus personalidades y sus juicios vitales a una ideología específica. Esta reflexión que pudiera parecer un tanto anacrónica en los ilustrados tiempos corrientes —en que ya nadie adopta mesías improvisados ni celebra triunfos desesperados en la plaza pública— se mantiene vigente porque humaniza y vuelve una mirada benévola, con simpatía y fraternidad, sobre la desesperación que antecede a toda certeza.
Con el telón de fondo de un Berlín destrozado por la guerra y la llegada del ejército rojo, la novela juega con espejos para retratar la caída de todas las certezas, la llegada inevitable de la realidad en que uno debe aceptar que todo cuanto amó y pensó valioso, no es más que una impostura. Eso tenemos todos en común con los nazis: ninguna certeza durará mil años. Seguro estamos equivocados. Incluso en la noción de que acaso estemos equivocados.
Si hay un personaje central en esta obra, es el joven Joachim Lassehn, desertor de la Wehrmacht y huérfano de ideologías que encuentra en la negación y aceptación ecléctica de todas las ideologías el único camino para superar su terrible desencanto con las promesas del Führer. La transformación de un sujeto que duda de todas las certezas a un sujeto que tiene certeza de toda duda nos presenta un personaje tan memorable y desesperado como Holden Caulfield, Stephen Dedalus, o Charlie Decker; a diferencia de ellos, el soldado Lassehn encuentra la solución más bella, me parece. Deja de ver ideologías y empieza a ver personas, eso es todo. Una lección que no sé bien por qué, me parece esencial recordar en estos días. Reconocer en el otro a mi mismo, siempre, porque
Un destino humano individual nos toca siempre más de cerca que la más terrible de las catástrofes en masa (Rein : 2017, 772).
Me gustaría llevar la idea de la novela un poco más lejos. Porque el destino humano individual de Lassehn y quienes lo rodean es un retrato sin tiempo de cada uno de nosotros. Empiezo por recordar que en un momento de discutible inspiración le explicaba a un auditorio cautivo que, curiosamente, volverse loco y volver a la cordura comparten un único camino: la duda. Uno empieza a perder la razón cuando se pregunta si todo lo que le rodea es real o no, si acaso los aliens o la conspiración internacional no estarán detrás de todo, y termina por volverse loco cuando esas dudas se convierten en certezas meridianas. La depresión, por ejemplo, empieza con la duda sobre el valor de algunas cosas y finalmente nos hunde cuando llega la certeza metafísica de que todo cuando amamos es transitorio e insignificante. De la verdad no hay escape. Salvo un nuevo proceso de duda que vaya desgastando la certeza de la insignificancia con la misma constancia con que alguna vez hizo grietas en todo cuanto amamos.
Una vez que se ha ido y venido en este camino, puede decirse que uno quedará como los nazis desencantados que Rein predice y vio llegar:
Tras la destrucción de sus cimientos esta generación perderá el suelo bajo los pies y se precipitará al vacío, y entonces permanecerá con las manos vacías y los corazones frustrados, reconocerá la mentira y la corrupción como víctima de las que ha sido objeto, aunque también abjurará de todos los demás ideales y de cualquier creencia nueva que se le ofrezca, sólo mirará por encima del hombro con una profunda desconfianza y con desprecio a cualquiera que tenga la pretensión de liderar un proyecto o que hable de ideología (Rein : 2017, 63).
Este mismo camino de la duda a la certeza es el que recorren todos los días infinidad de iluminados y fanáticos que salen de la duda y la incertidumbre con la apreciación de una nueva e inamovible verdad. Es lugar común, por ejemplo, que el momento preciso en que los movimientos extremistas reclutan a sus zealotes es en la adolescencia, ese tiempo de duda e inestabilidad. Claro que siempre hay personas a los que la proverbial adolescencia les dura hasta pasados los cuarenta, porque nunca es tarde para dudar, ni para ser un fanático o inmolarse por la causa.
Por supuesto que a nadie le gusta pensarse a sí mismo como un fanático, sino como poseedor de la verdad. Es algo de sentido común, pues resulta difícil vivir en el mundo pensando que todo lo que creo es mentira o puede serlo. Con todo y que estadísticamente, por ejemplo, hay tantos dioses que lo más probable es que el que uno abraza sea falso. Pero nadie duda de su propio dios y, en todo caso, parece que es preferible seguir un ídolo falso que volver a esa angustia de no saber, no creer, dudar entre temor y temblor...
La capacidad de adaptabilidad del espíritu humano es uno de los dones más significativos de la especie humana, aunque también de los más horribles; la costumbre embotadora o el embrutecimiento habitual son capaces de apoderarse de éste de forma tan absoluta que lo terrible ya no resulta terrible, lo espeluznante deja de ser espeluznante, lo horrible deja de ser horrible (Rein : 2017, 297).
Acaso esto es lo peor de todo, el modo en que el espíritu humano se adapta y acepta esas verdades nuevas o tranquilizadoras, y se aferra a ellas con tal fuerza y con tal desesperación que se vuelve incapaz ya de analizarlas o de mirar en perspectiva, sus consecuencias...
Esos pequeños Hitlers, como este Exner de aquí y otros golfos como él, a ésos los odio en cuerpo y alma, ya me gustaría ver bambolearse a esos perros, pues son casi más culpables de nuestra desgracia que los de arriba, pues qué pueden hacer los de arriba, Adolf, el pie zambo, Hermann, el Heinrich de los cadáveres y como se llamen todos ellos, ¿qué pueden hacer ellos si los de aquí abajo no colaboramos? No pueden hacer nada (Rein : 2017, 148).
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Bibliografía
Rein, Heinz. Final en Berlín. Madrid : Sexto Piso, 2017, 805 pp. Puede conseguirse en la web de Sexto Piso y en librerías. O, si se siente uno aventurero, en alemán.
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Para pasado mañana. Se queda en el tintero la noción de otra forma de literatura de adolescencia e incertidumbre: la de los jóvenes en guerra, como Sin novedad en el frente y esta novela. Me parece asombroso que la angustia sea la misma para Dedalus y Lassehn, para Jakob von Gunten y Paul Bäumer. Pero la locura, el desamparo, son el mismo. Porque a menudo es más cruel robar las ilusiones que la vida. Acaso por eso Paul Bäumer murió tan tranquilo cuando la única noticia fue «Sin novedad en el frente».
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