The healing work of making a narrative does not limit its interest to events coming out the “right” way. Instead a good narrative acknowledges and probes the reality of all the wrong ways life can and does turn out. The reader of a novel, the spectator at a play, experiences the particular comfort of seeing people and events fit into a pattern of time; the “moral” of narrative lies in the form, not in advice.
—Richard Sennet. The Corrosion of Character.
Una pregunta que me acosa es por qué tardo tanto en ejecutar un cuento, un ensayo, una historia, lo que sea que implique escribir. Ahora mismo llevo atorado con un cuento desde el veintidós de noviembre. Las primeras líneas están ahí, la trama entera, la idea completa. Una historia de Barba Azul. Pero no he podido ejecutarlo, tejerlo. Después de algunas conversaciones en torno a mi lentitud, me he puesto a pensarlo seriamente y creo que el problema son las fuentes. Nada se construye ex nihil, y lo más difícil es armonizar las ideas en tensión. La propia experiencia en alquimia de ficción quizá sea lo más sencillo, salvo por la parte de ser honesto sin exhibirse. Armonizar lo que llamaríamos marco teórico es el problema serio. Esta historia combina, entre otras cosas lo siguiente:
1. Mientras me preparaba para estudiar literatura en serio, topé con un ensayo maravilloso. La construcción narrativa de la realidad de un tal Jerome Bruner. Lo mencioné una y otra vez como fuente de consulta, pero nunca lo cité directamente. Ahora que me he puesto a buscarlo, me doy cuenta de que tampoco lo tengo a mano para releerlo. Lo que me queda de esa lectura es que la conciencia teje al mundo —y nuestro lugar en él— como una narrativa con omisiones, correcciones y giros en la trama que ejecutamos en retrospectiva, como todo narrador. Esto debe estar presente en el cuento en la voz del narrador y del personaje, Barba Azul.
2. Por consejo de una queridísima amiga, me puse a ver películas de Catherine Breillat, cuyo maravilloso filme Barbe Bleue me causó una impresión difícil de describir. En otras películas —Parfait amour me viene a la mente— propone además una forma nueva de ver el amor enfermizo, la violencia, las líneas más bien difusas entre víctima y victimario. Hay que narrar el cuento desde este espacio gris, de contrastes poco definidos.
3. Angela Carter tiene una versión inolvidable del cuento: The Bloody Chamber. En que el color rojo juega un papel central, detalle que ya he incluido como elemento de la narración y el narrador. Resulta que el tinte de cabello que usaba una chica es precisamente del mismo tono de rojo de una tinta Burgundy Red que uso para escribir. Pero hay que ir más lejos, a la marca en el cuello, la gargantilla, el rojo que no se lava de la llave, las manos. Lady Macbeth. Alguna referencia a Dido y Eneas, a Jasón y Medea, para que se relacione con otros cuentos de la serie.
4. Leo en Sobre la mejora de la Buena Nueva de Sloterdijk, acerca el proyecto que ejecutó Thomas Jefferson para corregir la Biblia con tijeras. Jefferson recorta pasajes de diversas traducciones o versiones de los Evangelios y los va pegando en un cuaderno de manera que sólo quede lo que él pensaba que habría dicho o hecho Jesús. Expresado, además, de la mejor manera posible, en el idioma que mejor lo pueda expresar: latín, francés, inglés, griego, quizá alguno más.
La idea de Jefferson me hace pensar en Borges y su Pierre Menard, atuor del Quijote. Por más que éste busque la identidad y Jefferson la mejora, en los dos está presente algo como la búsqueda de una verdad narrativa, de algo que podría llamarse la ortodoxia de lo narrado. Hay algo que los hermana en sus diferencias. Borges agrega, además, el comentario sobre la crítica tan distinta que podría escribirse sobre el Quijote de Menard, que necesariamente contiene elementos semióticos que el de Cervantes no puede tener, aunque sean iguales.
En conclusión, todos hacemos eso con la memoria y con la propia historia. Recortamos fragmentos de experiencia y los ordenamos a manera de nuestro “verdadero ser”. Este soy yo. Esta es mi historia. Pretendemos, encima, que refleja algo que no es de nuestra autoría, pero que se expresa en nosotros. La historia de Perrault en versión de Carter o Breillat; Jefferson y la Biblia, Pierre Menard y su Quijote, todos tienen algo en común, que es precisamente lo que deseo evidenciar en el cuento: La doble falsificación que parte, en primer lugar, de la memoria selectiva; y después de la fingida originalidad del resultado que llamamos la historia verdadera, la ortodoxia de la identidad. Los recuerdos como recortes que se van pegando en una libreta que se convierte en la verdad, en uno mismo. ¿Quién soy? ¿Con qué autoridad narro mi historia?
En el cuento no pretendo narrar otra historia de Barba Azul, sino la historia de Barba Azul recortando y pegando para hacer la historia de Barba Azul. Y la historia de quienes, a su vez, cortan y pegan para hacer su propia versión de Barba Azul. Y la confrontación de ambas narraciones. La construcción narrativa de una realidad.
Bueno, por eso me tardo tanto en escribir. Los manuales de retórica dicen que en eso estriba el arte, en juntar ideas disímiles en un tropo conocido. Así pues, no se trata de contar el cuento de Perrault, sino de juntar todo esto bajo el pretexto de ese que mataba a sus esposas: Il faut mourir, Madame, lui dit -il, et tout à l’heure. Además, todos hemos de morir así, siempre, justo ahora. Y al final es él quien muere. La sentencia que se vuelve contra el juez.
—Barbe Bleue. Catherine Breillat, 2009—
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