Rescato estas anotaciones hechas junto al mar, en un viaje hace casi diez años:
—Caspar Friedrich David. Felsenriff am Meeresstrand—
1. Hace unos años, el mar parecía un horizonte abierto
hacia el futuro, ahora siento que se cierra hacia el pasado. Que la búsqueda de
aquella verdadera vida terminó algo extraviada. El camino en esa búsqueda, aún con sus
pérdidas y sus cambios, extraviado y todo, tiene su belleza. Pero es hora de mirar de nuevo hacia
adelante.
2. Claro que anoche hablé de ella. Como siempre. El amor sólo abarca su nombre. Ella, cada vez más lejana, y, en consecuencia, mis sentimientos cada vez más ridículos. No sé dónde está. Es evidente que no desea que yo lo sepa. Lo que me cuesta trabajo superar es su historia, la
acumulación de desgracias que fue su vida —o que le creí, porque a estas
alturas, quién va a saber—. Es lo que me duele más, lo que me da rabia, el
impacto de su vida en mi mundo, la mirada distinta que me dejó y que no puede
remediarse porque no sé dónde o cómo está.
3. En el mundo hay más nostalgia de lo que parece:
el rostro lindo de alguien a quien jamás conoceremos, el movimiento de una nube
que parece caminar casi a la altura del techo de una enramada, el cielo y la
luz que apenas encuentran un par de nubes como obstáculo y se transforman. Dan
la impresión de ser manos, brazos abiertos en espera de un reencuentro, con las
palmas abiertas como para demostrar sus buenas intenciones. Las olas que mueren
como espuma y se desvanecen para renacer, iguales, distintas en un momento y
volver a empezar. Hay cierta amargura en esos paisajes, en la imagen del sol
que se hace rojo y visible mientras se oculta despidiéndose, como la sonrisa
vaga en el retrovisor. Los últimos rayos anaranjados, la última luz antes de la
obscuridad y las tinieblas. Creo que siempre he encontrado estos sentimientos
en el horizonte marino. Algo como una llamada, como un reencuentro fallido.
Pero ahí no hay significado. El significado está en mí, en mis ojos. Me
pregunto por qué descubro en el cielo manos abiertas, como de reconciliación
tras una pelea. Mera imaginación, pero esas nubes, esa
forma que toma la luz al atravesarlas, son siempre la misma imagen, la de
alguien que para pedir, ofrece. Los últimos tonos desaparecen ahora del cielo.
Me cuesta ver lo que escribo. Me levantaré para despedir la luz. Mañana
volverá, pero no será la misma. Desencuentro perfecto. Acaso, alguna vez, la permanencia.
—Caspar Friedrich David. Monk by the Sea—
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