Marzo 24, 2016
Así empieza la pesadilla, con un quizá. Quizá se cure. Quizá muera. Quizá. Pero es preciso decidir y el que tiene que escoger soy yo. Escoger sobre la vida de mi amigo. Y toda decisión es equivocada porque la pregunta no tiene sentido. ¿Quieres que viva herido? ¿Quieres que muera entero? Si escojo la sonda, la herida y el hospital, debe ser por todo el tiempo que sea necesario y hasta que ya no haya esperanza. Hasta que la muerte niegue la eficacia del tratamiento y destruya la esperanza. Es posible que sólo le de sufrimiento, sin ningún beneficio. Si escojo la muerte, también será por todo el tiempo, porque significa que destruyo la esperanza. Es posible que le ahorre el sufrimiento, pero que le arranque todo beneficio. Así empieza la pesadilla, con un quizá. Quizá viva. Quizá muera. La pregunta no tiene sentido, porque ninguna de mis decisiones determina el resultado: la muerte. No hay víctimas de la muerte. Hay el hecho de la muerte. Hay el tiempo de la muerte. Puedo intentar que no mueras hoy. Pero sé que un día habrás muerto. ¿Qué te espera desde hoy hasta ese día? ¿qué tiempo te tengo preparado? Sufrimiento o paz. Tiempo pleno de lo que yo haya escogido para ti: sufrida esperanza o pacífica desesperación. Con todo mi cariño, con todo mi respeto, con toda mi amistad, con todo mi amor. Si pudieras, ¿qué escogerías para mí? ¿Cómo se juzgan el amor, el cariño y todo el resto? Con un quizá y esta pesadilla. Esta es la lección ingrata. Esta es la verdad. Este es el hecho de la muerte.