jueves, octubre 06, 2011

Fuge, Late, Tace (2)

Supongamos por un momento que vives en una circunstancia imposible. Una de esas de las que no se puede salir con la autoestima en alto. No te persigue la fatalidad ni hay forma de culpar a otros. Eres el resultado de tus decisiones y eres suficientemente inteligente como para ser consciente de ello. Cuando miras al rededor sabes que estás aquí —tirado en la calle luego de recibir una bien merecida golpiza a manos de gorilas pagados, tu primera noche como prostituto masculino sin ser gay, entre las cenizas de la biblioteca que fue la obra de tu vida y quemaste al quedar dormido con un cigarro sobre el libro, tu primer momento homeless, ante la tumba del muerto que es tu culpa, cosas así—. Como sea, todo se reduce (también puede ser menos dramático: en un trabajo odioso pero bien pagado porque no supiste escoger o esperar o lo que sea), todo se reduce a una toma constante de decisiones bien pensadas pero con malos resultados. Resultados que sólo te encierran más en la circunstancia detestable, culposa, por más que la intensión haya sido salir de ahí.

Habría que pensar en qué es eso “desagradable”, la sensación de que la vida es un fracaso está determinada por un juicio absurdo sobre el presente medido contra la ficción de un pasado y un futuro distintos. Mi vida es un fracaso, o no estoy contento con mi vida, implica que la reflexión sobre el pasado, la narrativa inventada de lo que fui, no es más halagadora que el presente sino su prefiguración (posfiguración si se piensa en que esa narrativa del pasado se construye desde el presente). Implica que el horizonte imaginario del futuro tampoco es agradable (acaso porque también se construye desde un presente sin imaginación que aprende a esperar la repetición de algo igualmente falso que llamamos pasado). No soy lo que quiero ser es decir también que no fui lo que quise ser, pero, por lo mismo, renuncio a la posibilidad de llegar a serlo alguna vez.

Hilflosigkeit. Sin ayuda o amparo de Dios, la metafísica o los amigos. Ahí, una circunstancia en que no tengo ni a mí (imaginado, proyectado, capaz de narrarme alternativas en cualquier tiempo) para inspirar movimiento. Ni la esperanza como maldición o consuelo.

Lo cierto es que ese estado es absolutamente imaginado, es también una narrativa que, sin embargo y por la razón que sea, se despidió del tiempo, que tiene armonía e identidad entre ser/haber sido/llegar a ser. Es una fuga de todo sentido del tiempo. Es la eternidad en algún modo, eternidad desesperada a la Borges...

Desde esta perspectiva, ¿qué diferencia existe entre la felicidad y la miseria como actitudes vitales si ambas son fugas vividas de la temporalidad? O sea, ambas son un intento loco de vivir fuera del tiempo, metáforas desbordadas que se apoderan de la vida dando por hecho lo no venido. O por venir lo dado. O cualquier otra combinación.

Desde un estado así, ¿es posible comunicarse con alguien que vive del otro lado? ¿del cambio o la posibilidad? El cambio implica la idea de mi yo como proceso. No como fracaso ni éxito sino como un punto cualquiera entre el ser y el llegar a ser en que pasado, presente y futuro siguen siendo distintos, que no han alcanzado armonía indiferenciada. No sólo no se han confundido, sino que no pueden confundirse, o su confusión es impensable como impensable es la alternativa desde el Hilflosigkeit (¿Algo como un Hilfvolligkeit?).

Una persona sin tiempo cuya vida no ha terminado pero que ha dejado de concebirla como proceso para pensarla como resultado (fallido) en devenir conoce a otra cuya vida sigue siendo un proceso y acaso, para agravar las cosas (¿por qué no?) ha dejado de creer en que exista o pueda llegarse a un resultado; el sujeto B no reconoce la capacidad del juicio o cree que es ilusorio juzgar el presente en cualquier sentido. No va ni viene de ninguna parte, no hay causas ni logos (¿a quién pensaríamos más como esquizoide?).

Dos personas así, son capaces de comunicarse, por supuesto. O de fingir que se comunican. O de realizar un simulacro de comunicación. En todo caso, se ‘comunican’ en el nivel más superficial, el de los signos convencionales, quizá sean capaces de sostener una conversación larga sobre el clima o la política, acaso puedan ser amigos. Simpáticos conocidos. ¿Pueden crear una conexión afectiva más profunda? Una que modifique sus concepciones y los asimile el uno al otro? Que uno vea en su fracaso una etapa y el otro un fracaso en su etapa?

Pienso que es esta la historia del gran malentendido en el mito de Lucifer. De un lado la eternidad, lo terminado, la indiferencia del tiempo. Del otro la temporalidad, la lucha, el proceso en que el tiempo es absolutamente importante. El diablo piensa en términos humanos: un antes (feliz), un ahora (gravoso) y un futuro (glorioso). El castigo, en cualquier caso, alcanza a ambos, los identifica y confunde. Pasado, presente y futuro. En eso, Dios y demonio, por el castigo, invierten sus posiciones. Al fracasar la rebelión, el tiempo permanece sincrónico como fracaso perpetuo para el diablo y como cambio necesario para un Dios cuya espera empieza en la diacronicidad necesaria entre la ruptura del orden y su restauración. Mucho hay de este intercambio de posiciones (autorrepresentaciones) de los sujetos. Un bildungsroman que se convierte en poema surrealista y viceversa.

Eso tendría que suceder entre mis dos sujetos que se conocen en cualquier sitio, mientras más sórdido, más a tono con la necesidad del relato...


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