9. Uno no sabe bien lo que dice sino hasta después, cuando ya es demasiado tarde. Por más que uno lo haya sabido siempre, no lo sabe. Supongo que al final eso es lo único que queda por decir y por eso lo escribo hasta ahora, sin claudicar, sin dudas. Alguna vez me pregunté si acaso bastaría tu nombre para encerrar y repetir por la eternidad las fantasías y las ilusiones que concebí a partir de la primera mirada. Me pregunté si sería capaz de verte más allá del sueño o la esperanza, si sabría separar tu cuerpo, tu mente, de lo que mi alma te inventó. Alguna vez levanté la pluma con tu nombre a punto de y preferí callarlo; porque lo quería puro, lo quería tuyo y no mío. Hoy sé que en algún modo no sabía lo que decía, pero que cada una de mis palabras era cierta. Tuve tu nombre, el tuyo, y ahora empieza a ser mío sin remedio y solitario tu nombre mío.
Tu nombre, solitario y mío, porque ya no estará unido a tu rostro ni a tu sonrisa. Tu nombre para escribirlo y encerrar en palabras lo que no fue. Tu nombre mío porque ya no permanece unido a tu rostro o a tu realidad sino que empieza a parecerse al recuerdo cada vez más difuso y lejano de tu primera sonrisa, de su fecha de vencimiento. Tu primera sonrisa ya no es ilusión, sino que se reescribe ahora por tu ausencia y tu renuncia como el único y certero signo de la perdición. Al principio basta un poco para ser feliz y luego ya nada es suficiente. Nada. Ni siquiera el recuerdo que se reconfigura y desvanece sin remedio. Se pierde la luz en la oscuridad y las tinieblas son más oscuras. Te quiero, lo escribí y lo leíste por encima de mi hombro. Entonces fue hermoso, ahora es triste y acaso uno de los instantes más dolorosos de la vida. Porque nunca tendré suficiente de ti, porque hoy escogiste dejarme con sólo veintiún días desde mi primer te quiero hasta tu ausencia, dejarme con veinticuatro días de ausencia que me fueron robando la esperanza. Y con apenas dos días, unas cuantas horas antes de decirme que te vas. Ni siquiera habías terminado de llegar cuando ya te ibas de nuevo. Si el infinito no basta, ¿de qué sirven veinte días de amor? Veinte días... Tu nombre solitario y mío porque ahora es esto, tu nombre es mi dolor, tu recuerdo que se desvanece. Tu nombre es mío y ya no enuncia sino tu ausencia, tu presencia pasajera. Solitario y mío tu nombre es ahora sólo una palabra que me recuerda que perdí algo pero no me devuelve ni la sombra de lo que perdí.
Uno no sabe lo que dice y sin embargo dice la verdad: eres el dolor que no termina. Pensé que te pintaba una caricia en el brazo, la primera de todas nuestras caricias. Pensé que le darías un sentido nuevo al sonreír. Una caricia para vivir días imposibles toda la vida. Más imposibles aún porque te vas y tu nombre es mío y ya no tengo esperanza de verte, menos aún de acariciarte. No fue una caricia, ni fue la primera. Fue el primer paso hacia este destino que entonces aún estaba a punto de suceder y hoy es ya irremediable. Tu nombre que me negué a escribir daría forma a mi destino, eso escribí, eso me dije, cuando aún me movía perdido en el laberinto del tiempo. Hoy, a la orilla del fin del mundo sé que tu nombre describe mi destino; porque ya no es tuyo, es mío y todo lo que tengo es entonces mi imaginación, tu abandono y letras pintadas en un papel. Entonces todo estaba a punto de suceder. Hoy ya no queda nada. El mundo terminó. Ya todo es pasado. Cuando todo está a punto de, es porque va a terminar y aunque uno no sabe lo que dice, dice la verdad.
Tú ya no estás a mi izquierda, adivinando las palabras que pinto en una libreta. Yo he salido al fin del laberinto del tiempo y de los sueños. No sabía lo que decía mientras pensaba mirarlo todo desde una perspectiva fuera del tiempo. Cuando termina el tiempo, cuando se está más allá del tiempo, también se está lejos de toda esperanza. Ahora puedo verlo todo con claridad, la línea que separa tu pureza de mis sueños se traza con las líneas continuas con que escribo tu nombre. Líneas torcidas, fronteras que se mueven y pierden en curvas laberínticas de donde no hay salida. De donde no había salida mientras todo podía ser, mientras todo estaba a punto de. Ahora, en cambio, ya no hay entrada ni regreso. Se cerraron la fronteras y todas las puertas, la última luz escapó del mundo. Entonces, escribía pensando en verte, en leerte poco a poco mis palabras para enamorarnos. Pero sabía que son sólo palabras. Ahora escribo con la certeza de que mis palabras ya no llegarán a tus oídos. Mis letras no llegarán a tus ojos y será mi voz un eco en el vacío y la tiniebla. Al final son sólo palabras, pero no sabía lo que decía entonces; ahora lo sé y quisiera no saberlo. Escribiré tu nombre, dije entonces, cuando ya no quede duda de si es esperanza o maldición. Ya no hay esperanza. Ahora sé lo que decía.
Ya no puedo pedirte tampoco que no te vayas porque ya te has ido. Y desear, pedirte que no te hubieras ido carece de sentido. Te fuiste y es necesario aprender a vivir en un mundo en el que al final de nuestros veintiún días juntos describiste con tu cuerpo el signo perfecto, innegable que dice: son palabras. No puedo pedirte que no te vayas, que no me dejes solo, herido para toda la vida frente a infinitos atardeceres en que podré recobrar tu nombre y mis palabras, pero no tu voz ni tu cuerpo ni tu cariño. Palabras, Salua, palabras inútiles que no sirvieron para conservar tu sonrisa o tu alegría. Palabras traidoras que me llevaron un trozo, el último del alma y lo pusieron a tus pies para que lo destrozaras. Te vas, te fuiste. Y contigo se va la esperanza de palabras mágicas, de sonrisa y eternidad. Te vas y te lo llevas todo, hasta mis palabras. No te vayas, te lo pedí desde el primer día. Pero a ti no te importó, te fuiste.
Y ahora mismo, desde la ausencia y más allá del tiempo y de los sueños, podría seguir variando, escribir infinitos textos sobre un amor extinto. Transformar ese amor muerto en infinitas variaciones sobre un tema de amor que no termina. Remediar su extinción y su muerte con palabras. Pero ya no tiene sentido. Mis palabras ya no tienen luz para leerse. Son ecos inútiles y sin significado. No estás tú para leerlas. Así que por última vez, Salua, levanto la pluma y escribo tu nombre. Por última vez y para que tú me oigas y regreses algún día, te digo que te quiero, Salua, sin final te amo. Últimas palabras que ojalá se graben en tu corazón aunque el tiempo las destruya y todo tenga un final. Últimas palabras que durarán más que yo y que tú y que los cortos, insuficientes días que me regalaste casi como una eternidad. Escucha bien si es que aún puedes. Te amo, Salua, sin final. No te vayas.
Claro que uno nunca sabe lo que dice, acaso no sean las últimas palabras. Acaso un día volverás.
1 comentario:
Que manera de expresarlo,las palabras describen exactamente lo que podemos sentir.
No quiero parar de leer todo lo que escribes, en realidad me agrada mucho la manera en que lo transmites.
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