8. Estás lejos y sólo queda vivir de recuerdos mientras vuelves. Aferrarse a las imágenes y las marcas leves de tu cuerpo sobre el mío, hacer esfuerzo de memoria y llenar el espacio vacío, más vacío aún por tu silencio. Porque todos los días tu voz llena el espacio de palabras, pero tus palabras son vacías y algo ha cambiado sin remedio.
Memoria sólo para hacerle frente a tus anécdotas cada vez más crueles, recuerdos como antídoto contra tus nostalgias. Historias que me cuento, nada más, para suponer que esa voz que me llega desde allá lejos junto al mar, donde me prohibiste seguirte como un anuncio de abandono, suponer que esa voz es tuya, esa voz sin cuerpo es la misma voz de tu cuerpo, Salua, que hace días estaba junto al mío y era distinto. Lleno. Que tu voz lejana aún habla en el lenguaje secreto de tus uñas y tus dientes, y mi sangre.
Hace días llegaste convenientemente tarde, apenas a tiempo para que yo terminara de escribir sobre el diablo, el tiempo y la condena. Ahora es fácil ver profecía en esas letras aunque entonces era orgullo porque te gustaban. En tu ausencia ya no sé, escribo líneas, páginas y letras cada día y cada día me haces creer que lo leíste, a veces me pides que te lea mis letras al teléfono. Pero al final queda silencio, o palabras vacías. Un te amo que ya nada dice, una nostalgia que ya no me compartes y el ritmo de tu corazón tan lejos que ya no responde al ritmo del mío, ni lo modifica, ni responde. Palabras vacías y silencio.
Hace días escribiste tu nombre sobre cada superficie de mi cuerpo, cicatrices en lo superficial y lo profundo, tu nombre excavado en mis costillas, tu nombre reorganizando la estructura de mis venas, recorriendo lento y rápido a la vez, como impulso y sangre, como una serpiente blanca invisible, la columna vertebral. Lenguaje secreto de tus uñas que dejaron surcos en mi piel, palabras en silencio que tus dientes marcaron sobre mis músculos con la tintura de sangre que no escapa de mi cuerpo pero coagula y endurece por dentro. Gritos que no salieron de nuestras bocas y quedaron apenas como manchas azuladas sobre la piel frágil, la carne débil, manchas que se vuelven negras conforme pasan los días, negras como el destino que cada vez es más cierto. Te irás como se irá el dolor de las marcas que nos dejamos en el cuerpo. Se cerrará la memoria sobre tu recuerdo como la piel y el músculo vuelven a pegarse y no quedará huella de que alguna vez nos abrimos la carne desesperados en la posesión. Lenguaje secreto de nuestros cuerpos, escritura primitiva y mágica por la que alguna vez creímos ser capaces de fundirnos. Pero ya no. Y vivir de recuerdos, moretones, quemaduras y arañazos no basta para ensordecer tu voz vacía, cada vez más distante en el teléfono.
Sin cuidado paso la mano por esas heridas, por la quemada de cigarro, por la cortada que no termina de cerrar y por el dolor te recupero. Pero tu escritura es más profunda, grabada en mis huesos, en mi alma. Adivino un bajorrelieve en los huesos que se notan más porque ya no como ni duermo, en las ojeras cada vez más profundas y oscuras, tu nombre en el dolor de espalda, la gastritis y el insomnio. Tu nombre indeleble que sin embargo se borrará alguna vez, sin cicatrices. Se disolverá como cualquier hematoma que desaparece y se reintegra al torrente de mis venas.
Me convierto en alquimista de dolor. Reconfiguro cada herida en un rastro de amor. Miro mi piel en el espejo, recuerdo la tuya en el espejo de memoria, encuentro la forma imposible de traducir tu lenguaje en el mío, calcar nuestras heridas como si fuésemos un sólo ser, roto y distante. Lloras mis lágrimas ausentes y yo grito por las noches el dolor que no sabes expresar. Y en eso, encontramos placer. Cerca o lejos, nos une el deseo de fundirnos, acaso alimentarnos el uno del otro. Un desgaste que al final nos dejará heridos, moribundos. Y a eso, acaso sin razón, le llamamos amor. Amor imposible destinado al fracaso porque en lo más profundo, siempre seremos dos, irreconciliables, distintos, pasajeros.
Entonces volviste distinta, lo dejaste por mí y luego te fuiste. Pronto, y lo sé desde ahora —por eso me aferro a las heridas y las mantengo abiertas mientras pueda— volverás otra vez distinta, me dejarás a mí por él y te irás de nuevo. Las heridas del cuerpo sanarán, toda marca quedará borrada por el tiempo. Y acaso, las otras, más profundas, esas heridas a donde mis dedos no llegan, esas que no puedo mantener abiertas, también cerrarán.
Amor que sangra y arranca la piel, pero no mata. Amor del que no quedarán cicatrices siquiera. Amor que al final, después de nosotros se llamará dolor. Tu carne se cerrará sobre mi recuerdo y empezarás a olvidarme. Por un rato o para siempre. Pero nuestros nombres ya no serán un grito de agonía para la luna llena, no serán el dolor que nos une. Nuestros nombres juntos, Salua y Erick, serán lo que te arranque de ese que ahora te separa de mí. Porque no volverás a mí, pero después de nosotros ya no serás la misma, me llevarás impreso parte de tu sangre, demonio, serpiente blanca de tus venas. Y yo, herido para toda la vida. Sin final. Salua y Erick.
3 comentarios:
chale mano...
Chale indeed, viejo.
!Me gustó! A pesar de que me dejo un sabor de boca conocido y no muy placentero.
Cuando lo cite, se lo haré saber.
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