3. Una caricia. Eso pienso y lo escribo. Fue una caricia. Pero existe un abismo enorme entre lo que pienso y lo que escribo, un espacio infinito entre mi intención y tu percepción, entre mi mano y tu piel. Aún más lejos están tus pensamientos y tus sentimientos. No sé ni puedo saber si para ti ese gesto incierto fue una caricia o no, si mi mano que por un instante rozó tu piel para convencerme de que estás ahí, de carne y hueso. Una caricia como puente, entre el frío de las letras con que te invento y te pienso, y la tibia sensación de tu piel más allá de todas mis palabras. Una caricia para convencerme de que no existes sólo aquí, inventada con signos más o menos arbitrarios y mal pintados en la libreta que entonces aún no veías pero estabas a punto de.
A punto de, lo mismo que mi corazón y mi mano estaban a punto de, sin que yo lo pensara o lo quisiera; mi corazón y mi mano en el instante definitivo de estirarse, en el último segundo o fragmento de segundo más largo y aterrador en que puede encontrarse un hombre y que jamás se repite. Mi mano a punto de estirarse temblorosa hasta el sitio precario que ocupa tu brazo, a punto de recorrer con miedo a que desaparezca, el perfil hermoso de tu piel blanca. Tu piel que ya no es la silueta de una sombra que adivino, sino una suerte de ilusión que temo romper con ese tacto que no pensé ni quise, pero que está a punto de suceder. A punto de, mi corazón a punto de inventarse más sueños y pesadillas de los que yo le hubiese permitido jamás cuando vio a mi mano una millonésima de segundo más rápida que él, alargándose incierta y temblorosa para pintarte al fin la primera caricia disfrazada de curiosidad o vaya uno a saber disfrazada de qué. Mi corazón, una millonésima de segundo más rápido que tu respuesta, tu reacción, viviendo ya en pesadilla einsteiniana todas las reacciones, buenas y malas, tiernas o crueles, a partir de las que podría a empezar a escribir el resto de mi vida. Mi mano a punto de, mi corazón a punto de y, sobre todo, tu rostro y tu piel a punto de.
La incertidumbre no dura, pero basta para que yo viva todos los desenlaces posibles de una acción que no escogí ni planeé, una acción de mi mano, mi corazón y tu rostro que parece determinada por un atavismo cósmico, por la lógica que rige los sueños, esa causalidad torcida donde todo sucede sin razón pero se esfuerza y siempre logra encontrarle sentido para no despertar. Imagino.
Imagino ese instante, si pudieras verme con mis ojos. Imagíname asustado cuando veo que mi mano, lejos e ignorante de todas mis órdenes, heraldo no autorizado de todas mis esperanzas se alarga para hacerte una caricia y ocultarla con un pretexto trivial. Algún día dirás que tus ojos me buscan, que tu rostro a punto de, quizá esperaba. Pero yo no quiero las explicaciones del después, las que vendrán conmigo o con cualquier otro. Yo quisiera saber qué es lo que existe ahí cuando tu rostro a punto de, mi mano casi, mi corazón inminente. Me imagino si tus ojos, igual que los míos vieron esa mano ajena acercándose a tu brazo. Si tu brazo se quedó ahí esperando mi caricia a propósito, si no te diste cuenta, si deseabas ese contacto frío y tibio de una mano, un dedo temblando al deslizarse tímido por tu brazo. Si lo soportaste porque no te quedó otro remedio o si, lo mismo que yo, le diste un sentido nuevo, incomprensible.
Mi mano a punto de estirarse para hacerte una caricia disfrazada, mi corazón a punto de decir te quiero en silencio. Y tu rostro. Tu rostro a punto de sonreír. Tu mano a punto de pasar por el sitio exacto donde supe dibujarte torpe la primera de todas mis caricias, nuestras caricias.
Basta ese instante para ser feliz, pero también para vivir días imposibles por el resto de la vida. Basta una caricia para que de inmediato y ahí ante tus ojos que ojalá me busquen sin que yo lo note, porque no me he dado cuenta. Una caricia y yo ya estaba a punto de escribir. Te quiero. Tras pensarlo mucho, tras dudarlo, porque aceptar el deseo es aceptar también que no se cumplirá. Que no quiero que se cumpla. La pluma a punto de escribir te quiero. Tus ojos a punto de leer que te quiero por encima de la pluma que se desliza sobre el papel, dejando su aciago rastro negro. Y yo, durante páginas y páginas, a punto de escribir tu nombre sin atreverme, porque las cinco letras que te nombran describen mi destino que aún está a punto de escribirse. Aún es tiempo de renunciar y huir. Porque al principio basta muy poco para ser feliz y después ya nada es suficiente.
Mi mano a punto de hacerte una caricia. Mi corazón a punto de admitir te quiero. Tu rostro a punto de una sonrisa. Tu mano a punto de un eco de caricia. Mi pluma a punto de escribir te quiero, de escribir tu nombre. Todo tiempo confundido, doblado sobre sí, hecho un ovillo sin punta. Y yo, antes y después, pero también en este ahora que se queda siempre en lo que está por suceder, estoy a punto de escribir tu nombre, pero aún no me atrevo. Otra vez la hoja que pudo ser blanca, se quedó a punto de llevar la eternidad en tu nombre infinito.
23 de Noviembre de 2009