En 2003, Stephen King recibió la medalla a Distinguished Contribution to American Letters. Algunos críticos respetables, como Harold Bloom, hicieron el berrinche de sus vidas por una elección tan decadente. Se explica, conociendo el pensamiento crítico de Bloom, Stephen King, dice, no es literatura, y no contribuye, destruye a las letras. Otros críticos menos contraculturales aplaudieron la decisión. En proporciones distintas, pero en esencia por lo mismo, algunos critican mi afición por las novelas de King.
Creo que el mero hecho de que esos críticos de King no lo hayan leído jamás no constituye un argumento en contra de sus críticas. Es imposible darle una oportunidad a todos los autores, a todos los gustos; además, SK tiene la letra escarlata de la que la mayor parte de los aficionados y profesionales de la literatura huyen como de la peste: NewYorkTimesBestSellingAuthor. O sea, y lo mismo que se dice contra Murakami, vende demasiado, se lee muy a menudo, es accesible y entretenido, por lo tanto, no puede ser literatura.
Hay un error profundo en esa idea, una especie de crítica que se funda en el prejuicio y en la discriminación. Como Reyes y tantos otros, no puedo menos que soñar con una literatura sencilla, accesible, comunicante y que se disfrute por todos los que saben leer. Honestamente, creo que Stephen King está sentando las bases para esa literatura como lo hicieron en su tiempo Charles Dickens y Alejandro Dumás.
Es cierto, otros autores, con nombres del New York Times y sagas bestselleras como las Entrevistas con el Vampiro, los Tom Clancy’s, los Bourne hollywoodenses y hasta la nueva hipocondria vampírica del Crepúsuclo, venden igual o más que King. Y, confiésome culpable, he leído y disfrutado con más de uno de esos libros entretenidos pero sin sustancia. Pero ninguno de ellos ha sido lo que fue la Torre Oscura, por ejemplo, sólo King me ha hecho reír en voz alta y mirarme desde una perspectiva nueva, oscura, que no es más que la honestidad salvaje que debemos enfrentar cuando nos quedamos solos y perdidos. Sólo King me acompañó cuando tuve que aprender a caminar de nuevo, if you stay true, me susurraba y al final tuvo razón.
Ayer terminé de leer The girl who loved Tom Gordon, en inglés, como se debe leer a Stephen King. He ahí el primer punto en favor del valor literario que las obras de King han alcanzado. No pueden traducirse. Por más que uno se atasque de traducciones de Plaza y Janés o DeBolsillo, no es lo mismo que leerlo en su idioma original. No es incompetencia de los traductores —a veces es su exceso de celo—, pero hay cosas que sólo la polisemia caótica y anarquista del inglés puede decir o representar. Y aún más, hay cosas que sólo Mr. King puede decir y hacer decir al idioma sobre el que ha adquirido un dominio bastante respetable si no es que asombroso. Slang típico, concatenaciones de adjetivos, insultos originales, juegos de palabras increíbles. Creo que cuando el sentido de la obra depende en mucho del idioma en el que está escrita, historia y lenguaje forman una simbiosis tan estrecha, hay algo especial.
Stephen King maneja metáforas sencillas, ilógicas, vitales y enrevesadas que, a pesar de todo, mantienen una congruencia que no se sabe bien de dónde viene, pero que está ahí. Esas metáforas evolucionan a lo largo de sus libros y se complementan en cada nueva novela. Así, en The girl who loved Tom Gordon, todo puede derivarse de las primeras frases del libro: el mundo tiene colmillos y todo muerde. La precariedad de nuestras falsas seguridades frente al mundo y la naturaleza. A lo largo de la novela —que no tiene más que 250 páginas— la metáfora se va desarrollando sobre la carne cada vez más frágil de una niña perdida en el bosque. De pronto, todo eso que es fuente de entretenimiento, las caminatas largas, los días de campamento, se transforma en un enemigo enorme, invencible, aterrador. El mundo que enseña los dientes. Metáforas sencillas, pero que van elaborando sobre sí mismas y que, casi siempre, al final del libro, se cierran como un anillo de moebius cada año más infinito. El dios subaudible, el oso que no es un oso, el dios de los perdidos, las nueve entradas, save situation. Hay que leer para ver ese juego de alegorías que no tienen pedantería.
Eso también, King, es un escritor sencillo, sin pretensiones. Él mismo lo dice en On Writing —uno de los mejores sobre el oficio—, su idea es contar una historia y que la historia guste, entretenga y sea leída, invitar al lector a regresar a los libros. Por más que sus novelas adquieran cada año mayor profundidad, riqueza narrativa y belleza, eso pareciera ser un mero accidente, un aspecto accesorio de la obra, algo quizá, que ni el autor había notado. Sus libros no pretenden educar, pero educan; no buscan mostrar la naturaleza humana y lo hacen. Una narración de King es una cápsula del tiempo casi perfecta al año, a la década y al estrato social que representa aún cuando Stephen no sea realista, ni costumbrista, ni naturalista, ni cronista.
Podría decírseme que es una exageración pensar que una novela de King habla de la naturaleza humana. Dos cosas, sin más que The girl who loved Tom Gordon para apoyarme: Por una parte, quien haya estado perdido así sea por unas horas sabe lo fácil que es empezar a disociarse en una voz esperanzada y una voz derrotista, lo casi inmediato del humor negro, de hacer charlas imaginarias y burlonas con amigos que no están ahí, con héroes perdidos y lo útil que puede ser todo eso para el alma, para salir con bien del trance; por la otra, ponerle rostro y nombre al antagonista que no tiene personalidad, el dios de los perdidos, nombrar es separarse, enfrentar a “lo otro” y aprender a negociar con él, tener la capacidad de plantarle cara. Esta es una novela de terror, no porque haya un “monstruo” en ella, es terror porque uno recuerda haber estado perdido, en el bosque, en la ciudad, en un mal barrio y el ambiente adquiere poder e intimida. Un terror real, representado por un osoquenoesunoso.
Mucho más puede desgranarse sobre la obra de Stephen King, sobre todo acerca de la más reciente. Obra que también tiene sus contras, como todo: usa los recursos más viejos de la novela del folletón para mantener la atención, el corte de capítulo, explota su reputación de novelista de terror cuando ninguna de sus novelas aterra, en últimos años ha reciclado algunos escritos viejos, tiene un ego a la Unamuno que lo hizo meterse en varios libros. Todo eso son contras literarios, pero también son pros, porque al final del día logra lo que todo escritor busca aún a nivel subconsciente: que la gente lea y al terminar, quiera leer más.
Sí, cuando has leído un best-seller los has leído todos. Pero no has leído a Stephen King. Creo que puede ponérsele en la misma categoría que a Pérez-Reverte, Muñoz Molina, Juan Marsé, Michel Houellebecq, Norman Mailer y hasta Dostoyevsky; escriben para vender, escriben por contar una historia, pero cuando terminan los lectores nos damos cuenta de que, en el fondo, hay mucho más ahí que un bonito cuento. Está el reflejo de un tiempo, de una forma de ser humano. Claro que King lleva la ventaja, en el centro del mundo consumista y con libros que sólo presentan un reto para ser entendidos y disfrutados: saber leer.
No hace falta ser críptico, intraducible, ilegible como el Finnegan’s Wake para ser literatura o para dominar el inglés. También se puede estar en cada parada de autobús, en todos los aeropuertos, en cualquier estante de librería y seguir siendo literatura. Me gusta leer a Stephen King y no lo considero un placer culpable o fútil, lo considero uno de los autores que me enseñaron a amar la Literatura.
He dicho.