Este post, que es la crónica de dos accidentes, puede despertar enojo feminista. Pero las mujeres de verdad, me darán la razón.
Por segunda vez fui víctima de una de las más tristes consecuencias de la liberación femenina: el accidente automovilístico. Parecerá una macha y mala postura, pero se debe a que en los últimos dos años he sido vapuleado por mujeres que se ponen tras el volante luego de dejar el cerebro guardado en el cajón de la cómoda. Lo curioso es que estos accidentes parecen ir haciéndose cada vez más curiosos, más groseros.
Fue un tres de diciembre cuando me atropelló una descerebrada en el bosque de Chapultepec. Nótese, en el bosque, en el pasto, entre los árboles. Si no ha sido porque la vida me agarró fuerte, mi destino hubiera sido el de quedar prensado entre un golf negro y un inocente árbol. Juzgar si fue mejor o peor que sobreviviera le corresponderá a la historia. Recuerdo, al respecto, que la muy femenina automovilista bajó de su auto chocado y se acercó a donde yo me retorcía de dolor con las piernas molidas, para pedirme un préstamo de celular porque el suyo no tenía crédito. Cuando se lo negué, en parte porque lo estaba usando y en parte porque me acababa de atropellar, ella me reprochó mi falta de CABALLEROSIDAD. Según ella, no había motivos para que fuera grosero…
Ahora bien, el jueves pasado, 31 de Agosto, de camino a la Universidad, tuve otro percance por cortesía de las mujeres muy liberadas. En uno de esos amarres de freno donde toda una fila de automóviles se de tiene de golpe, la única imbécil que le chocó a alguien, fue la Mónica que circulaba tras de mí. Nadie más chocó. Curioso me parece que no haya intentado frenar, supongo que iba mandando un SMS pidiendo la ambulancia para el accidente que se veía venir. Por si a alguien le interesa, esta ignominiosa criatura circulaba en un Polo Negro placas 865 SYZ que desgració con bastante gracia.
Haciendo acopio de la paciencia que no tengo, bajé del auto y me presenté: “Mucho gusto, soy Erick, maestro en la facultad de Derecho —esperaba que el espíritu universitario limara asperezas— y soy al que le acabas de chocar. Quiero saber si estás consciente de que fue tu culpa. Debes guardar la distancia para que esto no suceda”. En principio, me sentí orgulloso de su valor civil pues acepto que, en efecto, ella tenía la culpa. Luego, todo se fue al demonio: “yo también soy abogada, estudio en Derecho” comentario al que no presté atención, preferí subir a mi auto y esperar la llegada de los ajustadores.
Un par de horas más tarde, todo estaba listo: tenía ya mi orden de reparación y un pase médico para que trataran mi vapuleado cuerpo. Sucedió entonces que, antes de que pudiera retirarme a saborear mi esguince cervical a gusto, Mó(ro)nica —chiste bilingüe, si los hay—, se acercó a reprocharme mi falta de CABALLEROSIDAD por la manera intimidatoria de presentarme como abogado pues, para el caso TAMBIÉN ELLA ERA ABOGADA.
¡¡JODEEEER!! De entrada, según se desprende de mis palabras, me presenté como maestro; ella al estudiar, no puede ser abogada sino estudiante; y, por último ¿qué puede ser más caballeroso que no voltearle la cara al revés a cachetadas? ¿qué más fino y humano que reprimir el impulso natural de la venganza, de la justa satisfacción?
En fin, para esas mujeres que se sienten liberadas porque pueden chocar y atropellar como los hombres y piensan que su calidad de mujeres las sustrae de todas las consecuencias del hecho, hay noticias. También hay que aprender a ser responsables y agradecer que no las manden a la cárcel por idiotas imprudentes.
No niego, por otra parte, que los hombres choquen —y más feo que las mujeres— no niego que haya hombres idiotas que dejan el cerebro en la cómoda antes de salir a la calle. Lo cierto es que nunca he oído de un hombre que, habiendo chocado y lastimado a otro hombre o mujer, se detenga, además, a reprocharle al herido que es un maleducado. Si se me permite, la digresión, educación sería no atropellar a otro ser humano y guardar la distancia al manejar para evitarle al prójimo la pena de ir al hospital. Cuando uno rompe las reglas de urbanidad, no puede suponer que el resto del mundo lo tratará con respeto, más bien al contrario, al renunciar a las buenas maneras, a la educación y a la conciencia, merecen ser tratadas como animales, como mulas.
Para abundar sobre el asunto recomiendo: BEAUVOIR, Simone de "El Segundo Sexo" y uno de los hilarantes artículos de Ibargüengoitia respecto a la mujer que se violenta contra él en la fila del supermercado.
Como corolario, les dejo con esta bonita imagen:
Por segunda vez fui víctima de una de las más tristes consecuencias de la liberación femenina: el accidente automovilístico. Parecerá una macha y mala postura, pero se debe a que en los últimos dos años he sido vapuleado por mujeres que se ponen tras el volante luego de dejar el cerebro guardado en el cajón de la cómoda. Lo curioso es que estos accidentes parecen ir haciéndose cada vez más curiosos, más groseros.
Fue un tres de diciembre cuando me atropelló una descerebrada en el bosque de Chapultepec. Nótese, en el bosque, en el pasto, entre los árboles. Si no ha sido porque la vida me agarró fuerte, mi destino hubiera sido el de quedar prensado entre un golf negro y un inocente árbol. Juzgar si fue mejor o peor que sobreviviera le corresponderá a la historia. Recuerdo, al respecto, que la muy femenina automovilista bajó de su auto chocado y se acercó a donde yo me retorcía de dolor con las piernas molidas, para pedirme un préstamo de celular porque el suyo no tenía crédito. Cuando se lo negué, en parte porque lo estaba usando y en parte porque me acababa de atropellar, ella me reprochó mi falta de CABALLEROSIDAD. Según ella, no había motivos para que fuera grosero…
Ahora bien, el jueves pasado, 31 de Agosto, de camino a la Universidad, tuve otro percance por cortesía de las mujeres muy liberadas. En uno de esos amarres de freno donde toda una fila de automóviles se de tiene de golpe, la única imbécil que le chocó a alguien, fue la Mónica que circulaba tras de mí. Nadie más chocó. Curioso me parece que no haya intentado frenar, supongo que iba mandando un SMS pidiendo la ambulancia para el accidente que se veía venir. Por si a alguien le interesa, esta ignominiosa criatura circulaba en un Polo Negro placas 865 SYZ que desgració con bastante gracia.
Haciendo acopio de la paciencia que no tengo, bajé del auto y me presenté: “Mucho gusto, soy Erick, maestro en la facultad de Derecho —esperaba que el espíritu universitario limara asperezas— y soy al que le acabas de chocar. Quiero saber si estás consciente de que fue tu culpa. Debes guardar la distancia para que esto no suceda”. En principio, me sentí orgulloso de su valor civil pues acepto que, en efecto, ella tenía la culpa. Luego, todo se fue al demonio: “yo también soy abogada, estudio en Derecho” comentario al que no presté atención, preferí subir a mi auto y esperar la llegada de los ajustadores.
Un par de horas más tarde, todo estaba listo: tenía ya mi orden de reparación y un pase médico para que trataran mi vapuleado cuerpo. Sucedió entonces que, antes de que pudiera retirarme a saborear mi esguince cervical a gusto, Mó(ro)nica —chiste bilingüe, si los hay—, se acercó a reprocharme mi falta de CABALLEROSIDAD por la manera intimidatoria de presentarme como abogado pues, para el caso TAMBIÉN ELLA ERA ABOGADA.
¡¡JODEEEER!! De entrada, según se desprende de mis palabras, me presenté como maestro; ella al estudiar, no puede ser abogada sino estudiante; y, por último ¿qué puede ser más caballeroso que no voltearle la cara al revés a cachetadas? ¿qué más fino y humano que reprimir el impulso natural de la venganza, de la justa satisfacción?
En fin, para esas mujeres que se sienten liberadas porque pueden chocar y atropellar como los hombres y piensan que su calidad de mujeres las sustrae de todas las consecuencias del hecho, hay noticias. También hay que aprender a ser responsables y agradecer que no las manden a la cárcel por idiotas imprudentes.
No niego, por otra parte, que los hombres choquen —y más feo que las mujeres— no niego que haya hombres idiotas que dejan el cerebro en la cómoda antes de salir a la calle. Lo cierto es que nunca he oído de un hombre que, habiendo chocado y lastimado a otro hombre o mujer, se detenga, además, a reprocharle al herido que es un maleducado. Si se me permite, la digresión, educación sería no atropellar a otro ser humano y guardar la distancia al manejar para evitarle al prójimo la pena de ir al hospital. Cuando uno rompe las reglas de urbanidad, no puede suponer que el resto del mundo lo tratará con respeto, más bien al contrario, al renunciar a las buenas maneras, a la educación y a la conciencia, merecen ser tratadas como animales, como mulas.
Para abundar sobre el asunto recomiendo: BEAUVOIR, Simone de "El Segundo Sexo" y uno de los hilarantes artículos de Ibargüengoitia respecto a la mujer que se violenta contra él en la fila del supermercado.
Como corolario, les dejo con esta bonita imagen:
5 comentarios:
Creo que tuviste la mala suerte de toparte con 2 mujeres que por alguna razón creyeron que llamándote maleducado te minimizarían lo suficiente. No todas las mujeres dejamo s el cerebro en casa a la hora de manejar.
Haré una observación (y espero que no se me tache de misógino): he notado a lo largo de varios años que los accidentes más obvios y aparatosos son siempre provocados por hombres (ya sabes, esos donde no se logra determinar si el coche era de 2 o de 4 puertas); PERO las situaciones de tráfico más absurdas son siempre provocadas por mujeres, me refiero a esos casos donde hay un embotellamiento en una calle por donde no pasa ni el vendedor de elotes y todo porque una señora está como loca buscando el espejo derecho de su X-Trail que embarró en un eucalipto plantado en la banqueta (la calle, por cierto, es de 4 carriles), o porque una chavita en un Accord está tratando de darse una vuelta en U de quinto grado de dificultad, cosas de esas donde uno dice pero cómo es posible que haya pasado esto, cómo es posible que el coche esté subido hasta allá y el choque haya sido hasta acá.
Tómese con ligereza mi uso de la palabra "siempre", pero es lo que me ha tocado ver.
Me cae que sí. La situación más absurda que he visto tuvo lugar en una calle desierta. Una mujer, con las manos en la cabeza, presa de desesperación y asombro, miraba su auto con las ruedas mirando hacia el cielo y el techo besando al pavimento.
El resto de mi vida me preguntaré cómo hizo para voltear el auto en una calle sin baches, sin topes, sin camellón y completamente desierta.
Lástima que fué antes de la era del celular con cámara o habría una bonita ilustración.
Igual me acuerdo de la chica que trepó su auto en una de esas cubetas rellenas de concreto con las que apartan lugares en la calle y luego no lo pudo bajar. Entre triste e hilarante.
Hola!
No creo que seas víctima de la liberación femenina... eres víctima de mujeres tontas (que obviamente es distinto). Desafortunadamente la liberación femenina a estas alturas parece una excusa tipo "comodín" que las mujeres podemos usar cuando nos conviene ser tratadas como hombres (para obtener un empleo, por ejemplo) y que podemos olvidar cuando no nos conviene (cuando cometemos una infracción de tránsito o debemos pagar una cuenta, por ejemplo).
Para limpiar un poco el honor de mi género te voy a decir que no todas somos así y que al menos mi mamá maneja mejor que mi papá y yo soy una excelente conductora!.
Qué pena que tengas esos encuentros...
Saludos!
Exacto, víctima de las mujeres tontas, que no son todas. Pero lo que más me revuelve el cerebro son sus excusas liberadas respecto a mi escasa caballerosidad.
En todo caso, reconozco que hay mujeres lindas e inteligentes en el mundo. Veracruz ha visto nacer y crecer a muchas de ellas.
Gracias!
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