"À la mystérieuse"
Le acude a la mente una idea que suena como una frase bíblica: bienaventurados los amnésicos, porque el pasado es dolor.—Faye, Éric. La intrusa.
A punto ya de tu partida, entendí que he convertido en cementerio no sólo mi barrio, sino también el escenario entero en el que vivo. Es todo un enorme mausoleo en donde prácticamente no puedo dar un paso sin que de los rincones me grite algún fantasma o una ausencia, exigiéndome memoria y nostalgia. Como esas pequeñas cruces que ponen en las calles después de un accidente fatal, así también mi corazón marca los espacios con tantas otras lápidas, nombres y fechas. Dichosos los amnésicos, porque la memoria es tormento. Tormento porque es parcial: pues ya sé que pronto seré incapaz de imaginar tu rostro o evocar tu sonrisa con nitidez, porque me quedaré con la vaga frustración de una memoria incompleta o deforme. Tormento también por persistente: porque así sea de forma abstracta y emocional, no deja de evocar en cada espacio a los fantasmas sin rostro. No quiero que seas ausencia.
Todo mi día fue como caminar entre lápidas y cenotafios. Pasaba por un sitio y de inmediato: “fue aquí donde...” Esto no puede ser sano. Tampoco es del todo voluntario, pero en algún sentido he venido a construir mi casa en medio de las ruinas con la oculta intención de hacerme fuerte y mantenerme herido.
Llevo semanas sintiéndome así. Es lógico que de pronto todos los espectros tiraran a un tiempo de las suturas si cada herida fue causada en estos mismos pasos que me llevan y me devuelven a casa. No sé si será distinto para alguien cuya memoria emocional está atada a sitios que no visita sino con intención, como quien visita el panteón para charlar pensar en sus pérdidas. Pero este campamento mío es sólo un camposanto de ausencias.
Acaso por eso siento como un juego este escoger cada día, y un día a la vez, no escribirte ni buscarte en lo que llega la despedida. Es posible, por otra parte, que la despedida ya haya sucedido sin que yo me haya enterado. Cuando te vayas, allá donde estés nada, pero nada, te hará pensar en mí si tú no quieres. Me digo que hay que respetar la ausencia, porque no hay otra cosa que hacer. Así voy viviendo. Hoy no voy a preocuparme, ya veremos mañana. No niego que a veces, como hoy, me ataca una vaga ansiedad que ya conozco de sobra. Me consuelo con la noción de estar viviendo pasado mañana, en el después. La noche llegará, sin duda, y mientras miro el ocaso en que te pierdes sin perderte todavía, sé que será más fácil cuando todo haya sucedido.
Todo será más fácil cuando ya no esté la tentación o la esperanza de que está en nosotros elegir. Cuando la ilusión de la voluntad ya no sea un factor, cuando seamos como muertosEn ese después hay otra esperanza: las cosas serán distintas. Amnesia del umbral. Tengo la sospecha bien fundada de que no hay más allá y, si lo hay, no es sino la cíclica repetición de esta inútil samsara en que andamos perdidos.
Así que venga ya la noche y lo irremediable. Aceptar las ausencias como cementerio. Aceptar que sigan creciendo en número hasta volverse escandalosas por su inmediatez insoportable. En algún modo, lo que quiero es la experiencia del dolor. Como hacerse un tatuaje que recuerde más a la experiencia que al símbolo. El símbolo sería pretexto. El asunto es andar tan ocupado en la ocupación de sanar que de pronto se me olviden las ausencias. A veces lo más sano es estar desecho.
En todo caso los mensajeros vienen ya, desde siempre, en camino. Vendrá un día en que ya me encuentre sólo en mi cementerio, sin visitas de los vivos. Un día la lógica estará invertida. No seré un tipo con presente y personas amadas que vive, casi sin querer, entre las tumbas; seré un último eco de cada una de mis ausencias. En ese mundo a contralógica, seré yo el espectro. Al fin es cuestión de mayorías. Así será: esta nada que me integra y me sostiene no tendrá ya anclaje alguno en el presente. Hasta entonces, en mí te llevo, en mí te salvo. No sé si baste o bastará. Pero pensando en ausencias, intento acostumbrarme a la tuya. Sospecho que al final, cuando todo sea lápidas al rededor, habrá que elegir la propia ausencia. Será momento de retirarme también, sin drama, como termino de escribir estas frases: si no queda más que decir, hay que poner punto final, levantar la pluma y cerrar la libreta.
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