Y siente el avance del tiempo dentro de sí mismo como el avance de la muerte.
—Cioran, E. M. En las cimas de las desesperación.
¿Te acuerdas? A veces todavía me dan ganas de preguntarte si llevas en la memoria aquella tarde en que me regalaste un ejemplar de Farabeuf. Lo cierto es que a mí me cuesta, tengo que hacer esfuerzos de memoria y, hasta eso, no sé si tienen éxito, porque la imagen es fugaz y fragmentaria, acaso falsa. «Hay algo en tus recuerdos que te impide traerlos a la mente con la nitidez que fuera necesario. Todo en ello es turbio y confuso. Te sientes abrumada por la presencia demasiado tangible de ese ser que has creado y que hubieras querido ser. Algo en toda tu vida se te escapa». Nos encontramos en los salones abandonados de ese hogar que fue, donde tantas veces nos herimos como acudimos fieles a darnos consuelo. Recupero palabras que escribí entonces, como si en ese acto de leerme otra vez pudiera separar a este que soy y a este espacio abandonado que me rodea del acto mismo de hablar con tu sombra, intentar un recuerdo y terminar en fracaso. Nos hago pedazos porque no es posible reconstruir ese tiempo viejo, porque resulta increíble que entonces y ahora, de un párrafo a otro, de un día a otro, o entre latidos, viviéramos emociones tan variadas y contradictorias. «¿Quién es ese que en la noche nos invoca para su imaginación como la concreción de nuestro propio deseo insatisfecho?» Me sorprende el modo casi natural con que se siguen unas a otras, la falta de entendimiento respecto a estos vaivenes de la emoción y las pasiones. Acaso esa ceguera ante la sinrazón contradictoria y bella que fuimos era consecuencia de que entonces no pensábamos mucho, que es hasta ahora que me atrevo a contarnos la historia. «Somos una película cinematográfica, una película cinematográfica que dura apenas un instante. O la imagen de otros, que no somos nosotros, en un espejo. Somos el pensamiento de un demente». Es tan distinto reconstruir las emociones con tanto tiempo encima, volver sobre la marcha de lo que ha pasado y tener, encima, la conciencia de lo que siguió. Quizá no quería ver, no querías entender. Era más fácil vivir en el ahora, en esa experiencia sin tiempo ni conciencia. Sólo así podíamos pensar que el tiempo no pasaba, que esa tarde no estaba separada por una eternidad de violencia de la última vez que coincidimos en ese hogar que era el nuestro, que estábamos a punto de abandonar para intentarlo todo de nuevo, con los mismos errores y virtudes en el Boulevard Saint Michel, pero también en la memoria, tantos años después en la memoria, ese hogar que es sombra y es vacío, donde resuenan todavía los ecos de las palabras de amor y de odio, de tantas promesas con que pensamos era posible construir la vida que nos empeñamos tan desesperadamente en construir juntos. Hasta no entenderte o sólo en parte «He comprendido a través de tus palabras toda la angustia de tu cuerpo que aspira ya, por el deseo, a una muerte tibia y apenas perceptible». Todo lo cual se repite también eternamente en cada palabra de Farabeuf, que jamás habría leído de no ser porque aquella tarde lo traías contigo, ¿te acuerdas?