Para Álvaro, a quien me enorgullezco de llamar hermano: »Wem der große Wurf gelungen, / Eines Freundes Freund zu sein; / Wer ein holdes Weib errungen, / Mische seinen Jubel ein!« Not bad my brother, not bad at all...
Hace
un par de meses que me dedico a leer biografías, reflexiones, estudios y demás
documentos relacionados con good old Ludwig van como le decía Alex DeLarge en Naranja Mecánica. La impresión que me queda es la de estar atrapado
en una historia oral, donde la verdad no existe o se construye de infinidad de
voces que mienten todas al mismo tiempo. Buscando a un amigo que ha pasado por
aquí hace tiempo, del que todo el mundo me habla pero cada quien me dice cosas
distintas y contradictorias. No he hallado un solo resto de Beethoven ni en sus
cartas, cuidadosamente editadas y comentadas para que hasta la lista de la
lavandería, como decía Foucault, resulte un documento revelador de su
pensamiento y filosofía musical. Beethoven no está en ninguna parte, como me
advirtió mi hermano desde que empecé con estas lecturas: estás buscando algo
que no existe. Nadie lo conoció, si lo conocieron no dejaron testimonio y si
dejaron testimonio, mentían. Beethoven se esconde detrás de la figura que hemos
construido falsificando su imagen, retocando sus rasgos al erigir estatuas y
reproducir retratos. No vas a encontrar lo que buscas, me dijo mi hermano el
músico. Mejor escucha su música, búscalo donde no deja de estar.
Beethoven murió en Viena el 26 de Marzo
de 1827. Unos años después, en 1845, por intermediación de Franz Liszt y otras
muchas personalidades de la música, la ciudad de Bonn erigió la estatua que
hasta hoy adorna una plaza de la ciudad. Desde entonces, las cosas no han
cambiado mucho, la estatua recibe y sufre a los turistas ávidos de reclamar
para sí el espíritu del músico sordo, misántropo y siempre enfermo. Para mí,
como para todo el resto de la humanidad, Beethoven es «alguien importante»; un
compañero en la vida. Por lo menos a mí, la novena, sea en una grabación
completa o en una simple cajita musical me ha devuelto la esperanza cuando creí
que ya no existía. O me ha animado alguna borrachera solitaria. Fue la última
lección de música que recibí de mi hermano antes de que partiera en busca de la
felicidad en Finlandia. Si alguna vez no sabes que hacer, escucha la novena, le
dije alguna vez. Era yo un profeta… Pero no soy el único en exigir y
reivindicar para mí la buena nueva de LvB.
Todos nos sentimos intérpretes supremos
de su buena nueva: soldados, abogados, músicos, filósofos, amas de casa, hijos,
padres, novias fieles e infieles, amigos y traidores, víctimas y criminales, todos
exigimos el espíritu de Beethoven, lo demandamos, lo reivindicamos como
nuestro. Nuestro, de cada uno de nosotros, aparentemente, y sólo por mediación
de cada uno, de la humanidad entera. Pero siempre, como Wagner pensaba, a
través de uno mismo: Beethoven pertenece a la humanidad porque fue mi precursor
y yo soy la humanidad. Wagner estaba loco. Pero no está sólo al pensar de esa
manera. Sobre todo al hablar de la novena. El signo en que se ha convertido a
Beethoven es el campo de batalla simbólico donde todos convergemos a veces.
Todo el mundo adopta a Beethoven. Los
Simpsons tienen un gag magnífico en
que el pueblo entero acude a escuchar la quinta sinfonía, suponiendo que la
sinfonía entera se reduce a las primeras cuatro notas. Las mismas cuatro notas –sospecho‑,
que enviadas por Carl Sagan y sus amigos, viajan a bordo del Voyager en busca
de vida inteligente. Cuatro notas para resumir a la humanidad. Cuatro notas y
algunos otros fragmentos de información relevante, claro… Pero nada como
Beethoven. Sagan y Groening reivindican a Beethoven para sí. Para uno es la
mejor carta de presentación de la humanidad. Para el otro es un símbolo de la
degradación de la cultura. La misma dicotomía que a finales del siglo XIX,
sostenían Nietzsche y Romain Rolland.
Nietzsche, aunque admiró a Beethoven en
su juventud, terminó por aceptar que nada valioso puede ser tan popular. Lo que
es valioso es doloroso y difícil de tratar; como lo fue al principio la novena.
Cuenta Esteban Buch que ya en 1845 el banquete que clausuró las fiestas por la
estatua de Beethoven en Bonn, degeneró en batalla campal: Era la hora de los brindis,
era la época del nacionalismo, de los concursos, de las exposiciones
universales. En ese ambiente sagrado, el líder de la comitiva, Franz Liszt,
olvidó mencionar en su brindis a la corona francesa. Ello provocó el raudo
reproche de los galos que asistían al banquete. Las respuestas mordaces: un rey
que reclama ser mencionado no es rey. El escándalo cuando algún borracho
propone que, si se ha de brindar por el rey de Francia, no estaría de más
agregar un brindis por el rey de los judíos. O por la comunidad gitana. Vaya
uno a saber cómo se tomó tal comentario Liszt. El banquete terminó en trifulca
y violencia. Se gritaba en todas las lenguas del mundo y se golpeaba a
nacionales de todo el mundo, sin distinciones de clase, género o nacionalidad. Madriza para todo el mundo: Seid umschlungen,
Millionen!
¡Abrazaos, millones! Allá, en los tiempos
de la Gran Guerra, Herman Hesse publicó un artículo en la revista Simplicissimus que llevaba por título esa
frase que Beethoven se atrevió a añadir a la poesía de Schiller: Oh Freunde, nicht diese Töne! El principio del artículo es de una ironía casi
tan fina como la de los festejos de 1845: “Los pueblos se tiran unos a otros
del cabello, y cada día, incontables seres sufren y mueren en aterradores
campos de batalla. De entre estas noticias del mirador bélico, me llega como
suele suceder, un instante hace mucho olvidado de mi juventud”. Es el ardor
guerrero de los millones que otra vez se agreden indiscriminadamente en la Gran
Guerra lo que devuelve a Hesse el recuerdo de Beethoven y la sinfonía en re
menor. Una bella ironía que perfecciona
un renglón más tarde: en la escuela, Hesse, tomaba el dictado y la sabiduría
del profesor lo obligaba a escribir como tema de composición: “Características
positivas y negativas de la naturaleza humana que afloran con la guerra”. Aparentemente
la oda de Schiller y su musicalización por Beethoven es una de esas “características
positivas que afloran”.
En su biografía de Beethoven, Romain
Rolland ofrecía a todos los que sufren, los oprimidos, los vencidos y cualquier
otro género de desposeídos a Beethoven como ejemplo y compañía: si él pudo
componer la novena, hermanos, también vosotros podéis elevaros. Basta hacer
caso del maestro y, simplemente, cambiar de tono. A la felicidad por el
sufrimiento. Durch Leiden, Freude. ¿Será?
Mensaje similar reivindica Immortal
Beloved donde Gary Oldman interpreta maravillosamente el papel del viejo
maestro de Bonn y sus desgracias amorosas. Parecido el mensaje en la muy
criticada Copying Beethoven donde la
celestial Diane Kruger le roba mucha cámara al maestro pero que tiene la
virtud, como me dijo mi hermano, de haber puesto en escena magistralmente el
estreno de la novena. Nomás ver esos minutos en la pantalla y escucharlos me dejaron
con la piel de gallina. Será que todo esto son características positivas que
afloran de la guerra por apropiarse de Beethoven.
Desde que estaba vivo, desde que estrenó
su novena sinfonía, Beethoven y su llamado a la fraternidad y la alegría no han
cesado de hacer eco. Cada facción ideológica, política y artística han querido
hacerse herederos o dueños del signo en que hemos convertido a Beethoven. Las
novena ha sido himno, emblema y marcha militar para comunistas, monárquicos, restauradores, imperialistas, poscolonialistas,
reaccionarios, burgueses, fascistas, potencias del eje, aliados, stasis e
internos de los campos de concentración. Es muy curioso que esa oda para la
hermandad y la alegría haya efectivamente unido a la humanidad en una sola voz:
con la que cantamos a la hora de matarnos.
Parece que todos nos esforzamos por ser la voz que predomine en el concierto de la alegría. Eso transforma a la palabra y a la música: ¡Os enseñaré la alegría a patadas! ¡Os ejecutaré mientras tarareo la missa solemnis! Es algo aterrador que hasta en eso el ser humano desee ser único y especial a costa del resto. La solución es sencilla: aceptar que no somos un copo de nieve único e irrepetible, sino el ciego eco del azar. Tu felicidad individual es tan valiosa y única como la de todo el resto. Basta de cantar entonces. Escuchemos.
Parece que todos nos esforzamos por ser la voz que predomine en el concierto de la alegría. Eso transforma a la palabra y a la música: ¡Os enseñaré la alegría a patadas! ¡Os ejecutaré mientras tarareo la missa solemnis! Es algo aterrador que hasta en eso el ser humano desee ser único y especial a costa del resto. La solución es sencilla: aceptar que no somos un copo de nieve único e irrepetible, sino el ciego eco del azar. Tu felicidad individual es tan valiosa y única como la de todo el resto. Basta de cantar entonces. Escuchemos.