Coda—Finale. Si te olvido, Salua, que me castiguen el mundo y el azar con la fuerza implacable de un dios viejo y rencoroso; que me expulsen al infierno sin piedad de la repetición eterna de todos los errores. Si te olvido, amor, que no exista piedad suficiente a mis tormentos. Que termine otra vez el mundo si te olvido, que se acabe en cada instante y no exista consuelo que me deje vivir de recuerdos otra vez. Que no quede nada si te olvido y en el desvanecimiento de mis errores y mis aciertos desaparezcan también mi nombre y mi historia.
Te quiero hasta el fin de mundo como juramos muchas veces. Te quiero parte mía aún como ausencia y como sombra borrada de lo que no fue y no volverá jamás. Porque no estarás, amor; no estarás en los días que siguen al final inevitable que nos construimos, creo, aún en contra de todos nuestros futuros posibles. No estarás para guiar mi pluma ni para inspirar mis letras. No estarás entre los infinitos poemas de amor que me quedan por leer, ni entre todas las novelas, tristes o no, en donde buscaré tu reflejo sin sentirme digno ya de compartir contigo un pedazo de existencia imaginada. No estarás aunque aún esté tu nombre infinito y solitario, tu nombre que sólo ha de crecer en el olvido y la negación incontestable de tu ausencia.
No estarás ya nunca más porque en el último instante supe expulsarte, según tu deseo, más allá de donde las palabras pueden alcanzarte. Palabras, sólo palabras como dijiste. Palabras que son nuestro legado, y a las que ningún arrepentimiento ni disculpa sabrá devolver el sabor ni la apariencia de verdad. No sé si nos mentimos, si cada promesa y juramento fueron falsos; pero el tiempo y lo que hicimos reescriben cada instante y dicen mientes. Mientes tú, Salua, a quien no puedo ni debo olvidar; pero miento yo también, porque después de todo, por miedo, por destino o por violencia, destrozamos nuestro mundo.
Al final no nos queda nada si no son palabras. Tu nombre escrito por última vez será sólo la suma de tres palabras que no encerrarán tu imagen sino sólo la suma de mis ilusiones y mis desengaños. Mi nombre, que con suerte no volverás a pronunciar sino sólo en pesadillas, será quizá la mitología final de tu desprecio enamorado. Pero, con todo, he cumplido mi promesa. Mis palabras, mi te quiero, Salua, durarán más que el mundo y que la muerte. Quizá por eso no sabré olvidarte, y si te olvido, que me castiguen con el odio de un dios viejo y sin amigos. No te olvidaré aunque seas ausencia y mi cariño sin final dure lo mismo que tu olvido. Palabras, palabras que por escritas tienen una historia más larga que tu cuerpo y mi cariño.
Nos despedimos con algo como un beso y un abrazo. Pero nos despedimos también con palabras duras y mentiras y silencios. Nos despedimos ausentes, con las amenazas silenciosas o manifiestas de los que se dicen tus amigos, de los que dicen que te quieren. Ojalá. Yo guardé silencio, y si hable, sólo fue para pedir que te cuidaran y no pusieran más dolor en tu camino. No sé si te lo habrán dicho o te mintieron. Supongo que me imaginas rencoroso y airado, pero te equivocas. Al final mis pensamientos y deseos fueron más amables que mis acciones. Me queda la esperanza de que toda herida sanará.
Sanará como los estigmas de fuego y dientes con que me marcaste sin final. Sanará como sana la ausencia con el tiempo y la novedad. Sanarás tú, le pido al sueño, sanarás de todas las heridas que le hicieron a tu alma antes de mí, de todas las heridas que no supe entender o curar yo mismo y, al final, te obligaron a mirarme enemigo y me borraron todo rastro de lo que quise ser. Sanarás, sanaremos, porque lo que quise ser y no me permitiste ya no importa. Queda sólo lo que soy. Y lo que soy lleva tu nombre grabado en sangre, tinta y cera para no olvidarte. Sanaremos, mi viejo amor perdido, si sabemos recordarnos y no repetirnos en otros rostros y otras manos, como repetiste tú en mis manos los recelos de otros tiempos.
No importa la historia que contemos cada uno por su lado, historias llenas más de nostalgia y miedo que de verdad o cualquier cosa. La historia es que nos quisimos y por eso nos regalamos ratos de felicidad, pero también por eso, noches enteras de insomnio, lágrimas y adiós. Por querernos terminamos. Y porque no supimos. Porque el cariño terminó en algo como odio y de ese odio nació un cariño distante en el que no estarás, ni yo, ni nadie.
Después de nosotros estás tú y estoy yo. Pero no estaremos. Después de nosotros, palabras para hacer presentes los errores y los aciertos. Palabras que no dejarán testimonio de las cicatrices, pero serán el rastro imborrable del modo horrible en que te quise. Nos hicimos daño, Salua, pero sanarás si así lo escoges. Y todos los días te querré feliz aunque no lo seas hasta que lo seas. De vez en vez diré tu nombre para no olvidarte, para resumir en una palabra infinita y solitaria toda la felicidad que quise darte y no pude; pero también todo el dolor que no te evité aunque quise. En tu nombre lo que no he de perdonarte nunca. Y si te olvido amor, que no exista piedad suficiente a mi tormento. Que se borre el consuelo de este mundo en el que sólo queda lo que soy y no puedo dejar de ser. Y peor aún si te perdono.
Lo siento, Salua. Llevaré en la vida el peso de mi culpa y de la tuya. Y si alguna vez, te olvido, venga el mundo y lo repita. Pero llevaré también el cariño sin final del que nació la culpa, el que rechazaste sin final haciéndote culpable, tanto o más que yo. Por última vez, con tu nombre en mente, levanto la pluma y pienso en escribir tu nombre. Por última vez me despido de cada nombre con el que aprendí a llamarte. Y sin final te digo adiós, Lomaram. Adiós Inomara. Hasta nunca amor, jirafita triste. Hasta siempre, Salua, porque no te olvidaré. Porque aunque no estarás, estarás en mis palabras viejas y como prometimos sin mentir del todo, te quiero sin final. Te amo sin final y sin derecho. Te amo aunque no estés y no estarás. Aunque no he de perdonarte.
Si te olvido, Salua, que me castigue el mundo y me recuerde lo que soy. Y peor aún si te perdono. Olvídame tú si puedes, hasta que no sea en tu memoria ni en la mía y que de ello te venga la paz o el castigo. Pero yo te llevaré en el cuerpo sin olvido y sin perdón; porque de ello depende que no te repitas en tu cuerpo, ni con otro rostro y otras manos. Cargaré con nuestras culpas hasta que a ti te llegue la felicidad. Y aún después.
Levanto la pluma y escribo:
Te quiero, Salua, sin final. Por última vez tu nombre, Salua Aramoni Quintero, que acaso baste para para dar paso en silencio a la distancia en que no estarás aunque te quise sin final.
Silencio sostenido
y
Adiós.
Octubre 20, 2009 — Junio 01 de 2010